Calleja fue un editor y autor de cuentos infantiles que muchos leímos de
pequeños y que terminaban casi siempre con la frase “y fueron felices y comieron
perdices y a mi no me dieron porque no quisieron”.
Mi padre tenía los cuentos de Calleja y yo los rescaté de las manos de mis
hijos en las que los dejó un abuelo complaciente. Ahora tengo 107 cuentos,
bastante menos de la colección original, y ahora soy yo la abuela complaciente
(pero con vigilancia) que se los deja a los nietos, a los que les hace gracia su
tamaño –“¡Mira, Aba, caben en la palma de mi mano!”- y los dibujos de otra
época.
“Tiene más cuento que Calleja” decíamos siempre de todo aquel que inventaba
historias, como aquel alumno que me contó, con cara compungida, para justificar
que no había estudiado para un examen de septiembre, que a su hermano se lo
había llevado una ola. O la alumna, mayor que el resto, que en el antiguo 6º de
Bachillerato, siempre sonriente al fondo de la clase, contaba batallitas de
cursos anteriores y luego nos enteramos de que no había pasado de 2º.
Pero a mí me gustaría reivindicar a Calleja y que esa frase fuera sobre todo
admirativa y no despectiva. Después de todo, Scherezade en “Las Mil y una
noches” tenía más cuento que Calleja, y también lo tenía el padre de mi amigo
Miguel Ángel que, con 100 años, hilvanaba una historia con otra de su juventud
en La Palma; o mi amigo Daniel, cuando habla de personajes y hechos del Barrio
del Toscal; o un primo de mi padre, cuando me cuenta cosas de mi abuelo, que
sabe que me encantan.
El saber contar historias es un don y a veces poco importa que sean ciertas o
no. Un público entregado –y yo lo soy- aprecia siempre un buen relato y sabe que
los cuentistas aportan belleza a la vida.
Por ejemplo, un tío abuelo mío emigró muy joven a Cuba. Allí se enamoró de
una mujer casada y el marido lo mató. Hasta aquí el hecho, más bien sórdido.
Pero si después te dicen, como me contaba mi tía abuela Nieves, su hermana, que
fue en un duelo con todas las de la ley; que él, joven e inexperto, murió y que
en su tumba todos los aniversarios de su muerte aparece un misterioso ramito de
violetas blancas que nadie sabe quién pone, la historia se embellece y hace
soñar.
Igual que han hecho, desde que el mundo es mundo, los primeros que, al lado
de un fuego en una caverna, contaban sus cacerías o explicaban el origen del
mundo; o los narradores de mitos árabes en los zocos; o los transmisores negros
que explicaban la historia oral de su tribu; o los poetas de la Grecia clásica
en el ágora; o los juglares medievales cantando leyendas de castillo en
castillo; o los escritores actuales en sus libros… Todos han contado y
desgranado historias trágicas, cómicas, maravillosas. Y todos han hecho más
hermosa y ancha la vida de las personas.
A muchos, incluso a los que escribimos un modesto blog, realmente nos
gustaría tener más cuento que Calleja.
Yo también los conocí de chico. Tenían al final un chiste y unos jeroglíficos, además del cuentito que solía ser moralizante ¡Qué tiempos!
ResponderEliminarSí, los chistes son malísimos pero los cuentos, moralizantes o no, tienen toda la magia que recordamos: gigantes que ponen tareas imposibles a jóvenes honrados, como talar un bosque con un hacha de papel; o el rey de los gatos, Morrongo, buscando como reina a una gata sabia, bella y buena (al final la encuentra, Bufapoco, pero con rabo postizo. Nadie es perfecto); o la historia del oso Malos Pelos, que por supuesto es un príncipe encantado y que, al transformarse, le dio al mago responsable tal paliza "que lo descoyuntó, volviéndole la cara hacia la espalda, de lo cual se reía mucho la gente"...
EliminarEstos cuentitos fueron escritos por el propio Calleja y muchos escritores más (hasta Juan Ramón Jiménez trabajó de joven en la editorial) y han alimentado la imaginación de varias generaciones de niños, desde los que vivieron a principios del siglo pasado hasta sus descendientes. Yo, a pesar de la letra pequeña, todavía se los leo (casi con lupa) a mis nietos y a ellos les encantan.
Nunca he leído un librito de estos, y después de saber lo del tamaño de la letra...
ResponderEliminarEso sí, he oído la expresión cientos de veces, aunque quizá empiece a estar un poco pasada de moda.
Pero tienes razón, es bonita y sin "cuentos" no sé qué habría sido de nosotros (la humanidad, digo).
Sí, tienes más cuento que Calleja, estoy segura :-)
Son cuentos muy made in España, muy sui generis. Mientras que los de los hermanos Grimm pegan con esos bosques alemanes tan llenos de castillos, tipo el de la Bella Durmiente, estos son más de andar por casa. "La hermosa Casilda" es de Villaviciosa, en "El mejor regalo" salen capuchinos, en otro el emperador de China quiere aprender a tocar las castañuelas y se lo enseña uns chica china, hija de sevillana. Hay un cuento de un león en Quintanadueñas, "pueblo de Castilla la Vieja que tiene fama de hombres de pro", y otro sobre una casa maldita en Carmona. "El legado de la tía Pilar" te hubiera encantado: la tía Pilar le deja a su sobrina Consuelito un costurero y, cada vez que ella termina un ovillo (tiene que ser hacendosa para ello), encuentra ¡un billete de 500 pesetas dobladito en el centro del ovillo! Me pega que yo no hubiera merecido tal legado.
EliminarGracias por lo de cuentista, me encantaría serlo :-)
¡Cómo recuerdo a mi tía Mª Eugenia!
ResponderEliminarLas historias que contaba de la familia se remontaban al siglo XIX, y eran dignas del realismo mágico de García Márquez.
Ahora perdidas para siempre.
Descanse en paz
En muchas familias hay alguien así, alguien que sabe contar historias desde siempre. En mi casa fue mi tía Agustina, una mujer fuerte y valiente y entrañable, que nos alegraba la vida con sus historias. Solía venir a comer a casa el día de Navidad y mis hijos siempre decían que era lo que más les gustaba de ese día: todos allí comiendo el pavo y mi tía Agustina contándonos cosas. Eran historias de su infancia y de las gentes que conocía pero también de sus años en Venezuela. Allí salían mulatas guapetonas, celos, amores y hasta crímenes... y todos nosotros disfrutando de su memoria y de su gracia al contar las cosas.
EliminarAfortunadas somos tú y yo que tuvimos la suerte de escucharlas y de gozar de su compañía.
Hoy me haces recordar las noches de verano cuando nos reuníamos alrededor de un primo de mi padre que había estado en Cuba y nos contaba historias matavillosas que nos enseñaron a soñar, a reir, a tener escalofríos de miedo. Cada día todos los niños de por alli esperábamos con ilusión el momento de oirlo. Hoy esa situación es inimaginable. En ocasiones he visto como un público infantil se encanta con un cuentacuentos. Pero no es una actividad que se promocione. Qué pena!
ResponderEliminarSí, qué pena. El otro día vi en Baobab, una juguetería de La Laguna, a un montón de niños entrar. La dependienta me dijo que los sábados primeros de mes (creo) organizaban sesiones de cuentacuentos y que a los niños les encantaban. Las deberían promocionar.Yo también recuerdo a una pariente lejana de La Palma, que venía de tanto en tanto a casa de mis padres y que nos contaba por las noches historias de miedo. Con el tiempo le perdí la pista (era parienta de parientas) pero no olvidaré jamás ese escalofrío y esa atención con la que nos bebíamos sus palabras. La magia de los cuentos.
EliminarA fé que lo consigues Isabel,eso de tener más cuentos que Calleja.Y los tuyos son más Nuestros, más de Aquí.Buen fin de semana.
ResponderEliminarLa verdad, Francisco, es que a veces me pregunto de dónde saco tanto rollo. Pero claro, es que una ya tiene sus años y, quieras que no, ¡mira que se viven cosas!
EliminarBuen fin de semana.