Anoche, como quien regresa a Manderley, soñé que volvía a mi casa de la niñez
en la calle
del Pilar. Y que, al entrar, reía y lloraba emocionada porque esa casa, a la
que recuerdo con tanto cariño pero que estaba llena de recovecos (había hasta un
“cuarto oscuro”), se había transformado tal como yo la hubiera reconstruido
ahora.
El despacho de mi padre y la salita donde se recibía a las visitas se habían
convertido en una sola habitación, viva, para pasar allí horas leyendo o viendo
la tele, con unas grandes cristaleras hacia el patio de las flores. Y lo mismo
las demás habitaciones, que aparecían llenas de luz, dando al patio grande,
donde antaño jugábamos y que ahora, en mi sueño, tenía también un rincón para un
comedor de verano.
Supongo que todos somos “hacedores de nidos” y que esos sueños cumplen ese
deseo. En el desayuno, cuando le contaba, dibujando un plano, mi sueño a mi
marido, él me dibujó también su casa de Venezuela, cuando estuvo de emigrante
allí de los 8 a los 10 años. ¿Por qué recordamos todo con tanto detalle, él, la
veranda de fuera, las galerías abiertas, el hueco de la azotea donde se
escondía, o yo, el olor a perejil, cilantro, tomillo y salvia de la jardinera
del patio?
Los sueños son una cosa curiosa. Ana, mi
compañera de habitación de los tiempos de estudiante en Madrid, me recordó
hace poco que yo tuve una etapa de apuntarlos todos, nada más despertarme. Y es
verdad. Acababa de leerme entonces “La interpretación de los sueños” de Freud y
empecé con autopsicoanálisis a ver qué tal. No los interpretaba mucho, esa es la
verdad, pero ahora lo que siento es no haber guardado un sueñito de aquellos.
Aunque a veces son sueños horrorosos y recurrentes, cuando aparecen nuestros
miedos, como el que yo les tengo a las cucarachas o el de mi amiga Cae, que le
dijeron que los toros no pueden subir escaleras y ella sueña que la persigue un
toro, ella sube, para salvarse, una escalera y el toro sube también. Yo se lo
interpreto como que nunca te puedes fiar de lo que te dicen, o también, que hay
toros que no hacen caso a la tradición.
Es bueno, de todas formas, que el pasado vuelva en los sueños para
despertarnos por la mañana con la sensación, placentera, de haber visitado un
país perdido y lejano pero que sabemos que nos pertenece exclusivamente a
nosotros y que, a pesar de todo, está ahí.
Y lo mejor para mí es que ese espacio del sueño es el lugar donde me
reencuentro con la voz de mi madre, con la risa de mi primo, con la presencia
normal y cotidiana de mi padre, mis abuelos o mis tíos, con los amigos idos que,
por eso, no están perdidos para siempre. Como dice la canción “La compañera” de
Los Cantores de Quilla Huasi, que es una canción de pérdida pero también de
reencuentro onírico:
La magia de tu encanto alumbra mi pesar,
si florece el llanto en las sombras de mi andar,
cuando tu presencia llega, tras la ausencia,
en mis noches al soñar…
¿Y qué me dices de los sueños premonitorios? Tengo una hermana que sueña cosas que luego pasan (soñar con una persona que no ha visto hace tiempo y encontrártela después, por ejemplo)
ResponderEliminarUna de mis amigas, embarazada, pensaba llamar Clara a su futura hija. Pero una noche despertó con un nombre en la mente: Penélope. No hizo mucho caso ni lo comentó con nadie porque era un nombre en el que no había ni pensado. Pero su asombro fue grande cuando su marido, a los dos días, le dijo que había soñado que la niña le pedía que la llamaran Penélope.
EliminarEl subconsciente, ese mundo interior del que no conocemos casi nada (fue el gran descubrimiento de Freud), trabaja, sin embargo, en los sueños para condicionar nuestras acciones. Probablemente, sin darnos cuenta, oímos un nombre o algo nos hace recordar a alguien y todo eso lo guardamos en el fondo hasta que la censura lo deja salir cuando dormimos. No hay sueños premonitorios en el sentido de adivinarnos el futuro (ojalá saliera el número de la lotería alguna vez).
Por supuesto, la niña se llama Penélope.
Hace muchos, muchísimos años, que no sueño. O mejor, que no recuerdo lo que, seguramente, sueño. Eso es, por lo menos, lo que nos dicen los expertos.
ResponderEliminarDe lo que sí me acuerdo con frecuencia es de dos sueños recurrentes que me persiguieron durante un buen período de mi niñez y, sobre todo, cuando me encontraba enferma y con fiebre alta. Aunque, hablando con más propiedad, habría que catalogarlos de pesadillas.
En uno, un gigantesco canto rodado caía, camino estrecho y retorcido abajo, y yo corría delante de él, desesperadamente, para que no me aplastara. Siempre me despertaba de aquella angustia, justo cuando la espantosa piedra iba a alcanzarme. Aterrada y feliz, al mismo tiempo, descubría que nada era cierto.
En el otro, soldados de la Revolución Francesa, - los llamados "casacas rojas" -, venían a atacarme sin piedad. Volvía a la realidad en el momento en que me veía rodeada por ellos, sola y exhausta, y estaban a punto de matarme. Éste último era producto de los temas que estudiábamos en las clases de Historia y debió impactarme tanto que llegué a tener aquella pesadilla insistente.
Hoy, me alegro de no recordar lo que sueño. En especial, porque podría perseguirme una Hacienda arrolladora o aburrirme con unas campañas políticas repetitivas...
Tal parece como si Spielberg se hubiera inspirado en tu pesadilla de la piedra para hacer la primera escena de "En busca del arca perdida", en la que Indiana Jones te imita corriendo desesperado delante de un enorme pedrusco.
EliminarTodos soñamos, aunque no nos acordemos. Todas las noches, aproximadamente 1 hora y media, lo que dura la etapa REM o MOR en castellano (movimientos oculares rápidos), atendemos, en un estado no consciente, una serie de escenas de todo tipo, de las cuales las más vivas y reales son las pesadillas.
La pesadilla es justo ese horror que te hace despertarte sobresaltada. Muchas noches mis nietos llaman con el grito "¡Tengo una pesadilla!". Hay demasiados miedos al empezar a enfrentarse al mundo: la larga cadena de exámenes que te hacen, las exigencias para que seas de una manera, los retos personales, la inseguridad y la necesidad de protección, los temores a la oscuridad, a los bichos, a los otros, al dolor y la enfermedad... Todo eso son enormes piedras que quieren aplastarnos y que, mal que bien, cada uno va aprendiendo a sortear y a esquivar en la vida.
Hace tiempo que no te contesto ninguno de tus acertados comentarios por problemas técnicos pero una solucionados, te felicito de nuevo por tu excelente blog. Yo tenía un amigo que se creía todos sus sueños como si fuesen premoniciones. En una de ellas soño que le iba a tocar "los ciegos" y el número terminaba en 345 y se fue por toda la isla buscando ese número como un poseso .No veas la cara que puso cuando el número acabó en 931. Otro amigo, no sueña nunca y tiene un sueño tan profundo que a veces le juega pasadas como cuando le sonó el teléfono de madrugada, y contestó:¡diga...diga....diga....!mientras el aparato seguía sonando. Cuando su mujer encendió la luz de la habitación , se lo encontró con un vaso en la oreja al que le decia insistentemente:¡diga..diga....diga! Lo dicho, un besito Jane
ResponderEliminarQué gusto verte otra vez por aquí. Sí que te había echado de menos, a ti y a tus historias. Ya ves: hay sueños de miedo (un amigo, arquitecto, suele soñar con que viene una riada y sólo se caen las casas que él ha hecho) pero también de deseos y esperanzas. Yo, el único sueño de riqueza que he tenido alguna vez es que voy por la calle encontrando monedas, fíjate qué modesta, nada de loterías.
EliminarY luego están los que no se enteran que sueñan, como tu amigo, el despistado. Yo conozco a muchos así, que, además, se duermen en cualquier parte. Uno de mis amigos se quedó dormido una mañana de carnaval comiendo churros, y con el churro en la mano a punto de mojarlo en el café con leche. Me recuerdan al Sam de "El Señor de los Anillos", todos soñando con jinetes negros, sombras y aullidos de lobos y él "al día siguiente, sólo recordaba que había dormido toda la noche, muy satisfecho, si los troncos duermen satisfechos"
Felices sueños a ti también.
Me da mucha tristeza soñar con el pasado. Tengo un don y es mi memoria casi prodigiosa heredada de mi padre. pero los golpes de la vida han servido para que mi cerebro guarde bajo siete llaves los recuerdos, aunque no siempre lo consigo. Yo también he tenido una infancia feliz, luego vino la madurez con los palos de la vida. Ahora la vejez tranquila.
ResponderEliminarEs lo que tiene el subconsciente, Carmen. Tiene sus propias reglas que el "yo" no puede controlar. Menos mal que algunas veces nos regala un sueño de ese pasado que también tuvo momentos felices.
EliminarMe encanta tu blog!!! Y la anécdota del churro... JAJAJA Buenísima!!! Feliz día!
ResponderEliminarGracias, Gladys. Lo del churro fue real como la vida misma. Y además, vestido de bailarina de ballet, que me olvidé de comentarlo ¡Como para hacerle una foto en ese momento!
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