En mi infancia, aquella época en la que llamábamos a mi casa “La Pensión
Charo” por la cantidad de amigos y parientes palmeros que se quedaban en ella,
los niños nos acostumbramos a las personas excéntricas, a aquellas que, según
mis tías, estaban más p’allá que p’acá. Siempre aguardábamos con expectación a
la próxima visita para ver con qué nos iba a sorprender. Una vez era la prima
Rosario, ya talludita, que, por las noches, se ponía en combinación negra a
bailarnos sevillanas. Otra vez era el tío Felipe, que se pasaba el día
parapetado tras un periódico en el que hacía agujeros para mirarnos a todos y no
perderse nada. O aquel amigo al que le gustaba con locura comer mezclas
extrañas, como batidos de sardinas con papaya. Por no nombrar a todos los que
nos contaban a los niños historias truculentas de cementerios y aparecidos. La
verdad es que, en aquellos tiempos en que no había televisión, las veladas en mi
casa eran la mar de entretenidas.
Después, a lo largo de la vida, vas conociendo a más gente que, cuando menos,
hace cosas raras: aquella señora, tía de un amigo, tan limpia y aseadita que les
quitaba la tierra a las macetas para fregarlas por dentro; los señores que
ordenaban a sus tres criadas que vistieran una muñeca que tenían, mañana, tarde
y noche con distintos modelitos, como si fuera el Niño Jesús de Praga; aquel que
se tomaba tan en serio los seriales de televisión que, incluso, quería mandarle
un giro a un personaje que, el pobre, estaba pasando tantos apuros…
Pero es el terreno de la enseñanza, en el que yo me he movido, el que parece
estar más abonado para que florezcan en él tipos, que podrían impartir
sabiduría, no te digo que no, pero que no pueden ocultar su condición de raros.
Así, estaba el que se metía en el maletero del coche cuando tenía que estar
en clase y, al pasar los alumnos por delante, decía desde la rendijita: “¡Estoy
aquiiiií!”.
O el que se metía en el recreo en clases cerradas y oscuras a comerse un
bocadillo detrás de una columna.
O el profesor de latín que ponía de tarea, naturalmente sólo a las chicas,
que bordaran las declinaciones en una sábana.
O el que avisaba con antelación que “la semana que viene no voy a venir
porque me va a dar un ataque de esquizofrenia”.
O aquel al que le dio por ir con la verdad por delante y decir a cada uno lo
que realmente pensaba de él. No se le podía decir ni “buenos días”, porque igual
te espetaba: “Me dices buenos días, cuando eres un hipócrita y un tal y un
cual”. O pasaba al lado de otro y le decía “¡Pelota, que eres un pelota!”.
O el que llevaba un megáfono a clase para no dañarse la garganta.
O el que grababa los claustros para ir poniéndolos y comentando por todos los
bares que frecuentaba, que ya son ganas.
O el que tiraba los exámenes sin corregir en el monte.
O el que sacó el esqueleto del laboratorio, le puso un chubasquero y se puso
a bailar con él bajo la lluvia en el patio del Instituto.
Sócrates, a quien la naturaleza no le entusiasmaba, decía que era porque
“nada me han enseñado la tierra ni los árboles, sino los hombres en la ciudad”.
Si nos atenemos a la visión socrática, ¿qué nos ha enseñado la contemplación de
tanto profe que está más p’allá que p’acá?
Por lo pronto, dos cosas: una, que poner el listón para ver dónde empieza o
acaba la normalidad puede convertirse en un asunto espinoso.
Otra, que la enseñanza, de verdad, estresa mucho.
(Para mis sufridos ex-compañeros, que este 1 de septiembre han empezado con
más o menos entusiasmo un nuevo curso escolar. Mi corazón está con ellos)
(En la imagen "La nave de los locos" de El Bosco)
Ufff, si empezara yo a contar de los médicos...pero mejor no. Si saber que los que se ocupan de la educación de nuestros hijos están como una cabra, nos pone los pelos de punta; imagina saber que los que se ocupan de nuestra salud no se quedan muy atrás.
ResponderEliminarEmpezando por algunas locas que escriben blogs...XD
Cuenta, cuenta. Es bueno saber que en todos sitios cuecen habas. Pero no tiene por qué ponérsenos los pelos de punta, porque si nos llama la atención es precisamente porque son excepciones.
EliminarAunque, ahora que lo pienso, sí que da un poco de canguelo que el tipo que nos está operando se ponga a hacer encaje de bolillos con nuestras tripas...
Hola Jane. Pues yo trabajé con uno que no iba a comer con nosotros por si lo envenenabamos, además se llevaba el bocadillo de su casa para no comerlo en el bar por si acaso, y llevaba una linterna en su maletín por si se iba la luz.
ResponderEliminarTambién trabajé con una que para justificar sus faltas, mató a la abuela tres veces (ahí se dieron cuenta).
Y el mas sonado fué un compañero (famoso en tv) que tenía un Diane 6 pintado con flores y llevaba a los alumnos a grabar a los muertos en los cementerios.
Aunque a fuerza de ser sinceros al menos impartían conocimientos en clase, aunque fuesen mas raros que un perro verde.(Hay otros que son normales y no dan palo al agua). Un abrazo
Qué casos tan buenos, Juan. Aunque el primero que cuentas por lo menos llevaba la linterna e iba preparado. El profe de latín del que yo hablé, el de los bordados, cuando se iba la luz en el Nocturno, continuaba dando clase completamente a oscuras.
EliminarY, cuando fui jefa de estudios, me acuerdo de justificaciones de faltas igual de pintorescas. Había uno que faltaba, sin excepción, todos los lunes, y lo justificaba diciendo que su mujer los domingos no quería hacer de comer y lo llevaba a comer fuera y a él esa comida le sentaba fatal y se enfermaba al día siguiente.
Y el del cementerio, tal vez podemos entenderlo. Si era de filosofía, lo haría para ilustrar el tema del sentido de la vida; si era de matemáticas, lo hacía para hacer estadísticas; si de historia, para ver la evolución de la población y la mortalidad; si de arte, para estudiar estatuas y panteones; si de latín, francés o inglés, para buscar inscripciones en esas lenguas; si de literatura, para hacer un poema sobre la brevedad de la vida... Nada, que a ese igual lo premiaban, financiándolo como proyecto de innovación educativa.
No sé si esta nuestra profesión, aporta más "pa´llá que pa´acá", que otras. Lo que sí sé es que en mis muchos años en ella, no recuerdo demasiados personajes con perfiles tan pintorescos como los que tú describes.
ResponderEliminarLos míos no pasaron de aquella compañera que en los tiempos de descanso, se iba a la sala de profesores a tomarse un brebaje , de horrible aspecto, preparado por ella y que llevaba al Centro en una botella de cristal, a diario.
Otro, pasó a la Historia por suspender, siempre con un 1, a casi el cien por cien de sus alumnos. Puedes entender por qué los chicos le pusieron el nombre de un rey bárbaro que, donde pisaba, no crecía la hierba.
Otra colega es conocida por su manía de hablar de alimentos, medicinas o enfermedades usando los nombres científicos de casi todos, y no es de Ciencias ni de Latín.
Por último, dos compañeras y un compañero, sistemáticamente, usaban los claustros o las comidas de Navidad y de Fin de Curso, para vendernos rifas, libros, loterías y demás papeletas, para ayudar a niños necesitados, a Cruz Roja, al partido, a sí mismos, etc., etc.
Como ves, especímenes menos pa´llá que los tuyos, aunque, tenerlos, los tuve.
Divertido y oportuno post, Jane, dada la proximidad de la fecha fatídica. Me uno a ti en los deseos de que les sea leve el 2011-12.
Los "suspendiones", desgraciadamente, abundan. Muchos tuvimos a esos profesores "Atilas" que se vanagloriaban de ser los más chachis en eso. No sé qué querían conseguir ni sé si, en suspender porque sí, hay razón alguna para jactarse.
EliminarY los vendedores, sí, de esos también hemos sufrido. El caso más raro es la que vendía pelucas. Entrabas en la sala de profesores y te la encontrabas llena de pelos. De todo hay en la viña del Señor...
Me ha encantado el tío que hacía agujeros en el periódico tipo espía. Es como de Jardiel Poncela ¿no?
ResponderEliminarLa señora que limpiaba las macetas me ha dado un poco de penilla, porque refleja esa psicotapía limpiadora producto de ser el único objetivo de muchas de las mujeres españolas de otra generación (o no)
Dentro de los profesores sí que hay mucho p'acá, pero no te creas que no son los únicos, probablemente es que sean más públicos por estar más expuestos. Supongo.
Se me ocurren muchos ejemplos, pero quizá no muy alegres.
Estoy segura de que el tío Felipe le hubiera encantado a Jardiel.
EliminarDe los demás, habría también que estudiar los motivos por los que actuaban así. Hay casos tristes, efectivamente, aquellos que tenían una enfermedad mental y que, por esta razón, no deberían estar dando clase. Hay otros (los que justificaban las faltas por motivos más propios del reino de la fantasía) que tenían más cara que un pan de Arafo. Y hay otros, simplemente excéntricos, personas que ven la vida desde otro prisma y no pueden evitar ser distintos al resto. A estos últimos, nada que objetar.
Sí que objetaría a los "normales" que no saben dar clase. Ser profesor implica, no sólo preparación y recursos, sino también saber actuar en público todos los días, capturando la atención del que te escucha. Y eso no todo el mundo puede hacerlo.
Un excelente profesor de psiquiatría dice que cada personas aun en estado de normalidad y salud mental ostentamos básicamente una de estas 4 personalidades: obsesiva, depresiva, histérica o esquizoide, y por tanto sin llegar a rayar la patología, contribuye a ese toque de Más p'allá que p'acá ¿en cuál os incluís? pensarlo
ResponderEliminarUn toque de cada, según las épocas. Obsesiva, cuando tenía sólo una semana para corregir 400 exámenes antes de la evaluación; no pensaba en otra cosa. Depresiva, en los postpartos. Histérica, cuando, después de fregar la casa una mañana de mucho calor, mis hijos entraban, tan panchos, con los zapatos llenos de barro. Y esquizoide, no sé, pero creo que Hacienda la tiene tomada conmigo...
EliminarVa a tener razón el psiquiatra.
Pues si en la enseñanza hay tipos raros, no veas en los hospitales, que por otro lado es normal que acudan a los centros sanitarios. Una amiga mía, médico, me contó que, historiando a una señora en su consulta, esta le comentó que el Dr. Fulanito era un excelente ginecólogo porque descubrió que a ella la habían violado y... ¡fíjese, Doctora, que yo no sabía nada! ¡menos mal que el doctor me lo dijo pues, si no, yo no me entero! U otro paciente que se ponía los supositorios pegados con cinta adhesiva en la rodilla para una inflamación de la misma ¡y todavía se extrañaba de que el tratamiento no le hiciera efecto! En fin, todos tenemos un puntito que no sé. Besos.
ResponderEliminarYo conozco también otro caso ginecológico en el que el marido, al ver las contraindicaciones de la píldora, decidió tomársela un día él, otro día ella.
EliminarPero todos esos casos más bien son, como decía el mago, "falta de ignorancia" y eso ya no es tan raro. Quien más, quien menos, en un tema u otro, esa dolencia está muy, pero que muy extendida.
Isa, te felicito porque después de todas estas experiencias estás ilesa. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Margarita.
EliminarLa verdad es que la naturaleza nos ha hecho fuertes. Si piensas en la cantidad de chiflados que pasan por nuestras vidas y no nos provocan sino una leve curiosidad, es que lo de que el hombre es un ser racional es una verdad como un templo.
Un abrazo.
Estupenda relación de rarezas. Iré apuntando en mi libretita de hojas cuadriculadas todas aquellas que vaya recordando y un buen día les haré un pequeño libro a mis hijos. Así se lo pensarán mejor cuando quieran contestarme "pero papá, ¿tú estás loco?". Saludos
ResponderEliminarY si vas apuntando las rarezas de tus hijos, mejor. Porque aquí hice una lista de los colegas que están más p'allá que p'acá, pero si empiezo con las rarezas de indumentaria y de comportamiento de los alumnos...
EliminarMe da que el estar loco es muy normal.
Un saludo.
¡Qué bueno, Isabel...! Me he reído a gusto...y he recordado algún que otro"estrafalario" en mis tiempos de instituto!
ResponderEliminarEn clase de griego éramos dos alumnas. El profesor, no sólo sacaba sus sandwiches en clase, sino que hablaba de todos menos de griego. El 0 que nos puso el examinador en Santa Cruz fue histórico: Las charlas en clase era que en Icod había dinero para fiestas del Cristo, pero no había papel higiénico en el baño. Que seguro que no le faltaba razón, pero a nosotros nos daban ataques de risa.
Y así todas las clases...
Mis profes de griego, Elvira, eran buenísimos (yo iba para Clásicas), pero conocí a un compañero que aceptó dar clases de griego sin saberse ni el alfa, beta, gamma, delta. Sus alumnos cosecharon el mismo resultado que tú. Algunos merecen palos...
EliminarTuve suerte de ser una Montessori , una Isla dentro de un entorno, todas nos enteramos tarde y de mayores. Todas p'allá perdidas.
ResponderEliminarLuisa, ¿ser Montessori es estar p'allá? Porque conozco muchos que se han beneficiado de una educación montessori y que no se les ve ningún rejo rarito, todo lo contrario :-)
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