Bajo este título, “Mi primera vez”, El País ha publicado este verano una serie de artículos firmados por varios escritores y que me han gustado mucho. Lola Beccaria, Rosa Montero, Santiago Roncagliolo y Luis Sepúlveda hablaron del primer encuentro con la sexualidad, esa vez en la que todos pensamos cuando se dice “mi primera vez”. Pero también allí están otras primeras veces: la primera experiencia de la muerte (Wendy Guerra, Andrés Neuman, Marcos Giralt Torrente) o el primer viaje en avión (Juana Salabert). Soledad Puértolas, después del primer día de colegio, descubrió, consternada, que tenía que volver todos los días (¡Qué tres palabras más terribles bajo su aparente inocencia!). Luisa Castro recuerda la primera vez que se comió un geranio, “como quien se come el corazón de la belleza”. Juan José Millás, siempre tan críptico, habla de la primera vez que se sintió un neandertal frente a los demás niños del colegio, que eran homo sapiens (lo entiendo; yo, a veces, también me he sentido así), y Carme Riera, del descubrimiento de la literatura con el poema “Sonatina” de Rubén Darío. Tener miedo (Caballero Bonald), sentirse adulto (Tomás Segovia), ver la nieve (Mendicutti) o un ovni (Agustín Fernández Mallo) son otras primeras veces que conocimos, con ellos, a lo largo del verano.
Todas esas primeras veces, que evocamos cuando echamos una mirada a nuestra
vida, destacan del fondo porque suponen un cambio en la experiencia cotidiana,
una entrada en espacios desconocidos. Si las recordamos es porque en esas
experiencias ha habido asombro y miradas limpias. Por eso, yo no recuerdo la
primera vez que vi el mar, que siempre ha sido mi horizonte. Y, sin embargo, mi
amigo Fernando, que es de El Bierzo, de tierra adentro, no ha olvidado la
primera vez que se quedó impresionado y desbordado, cuando a los 14 años se
encontró, en Santander, ante la inmensidad del Cantábrico.
Pero sí recuerdo, como si hubiera sido ayer, aunque era muy pequeña, la
primera vez que descubrí el cine –“Escuela de sirenas”- y el impacto de ver en
la pantalla a Esther Williams, moviéndose y nadando, como si aquello fuera
también una parte de la vida real que yo no conocía. Sé que, días después, fui
con mis padres a una cafetería donde había un cuadro enorme de un jardín, que
ocupaba toda la pared, y que me pasé todo el rato mirándolo y esperando que allí
también, detrás de los arbustos, saliera alguien y empezara la magia.
Y también recuerdo la primera vez que probé el vino, el primero de muchos
momentos que se han repetido hasta hoy. En casa siempre nos dejaban probar la
sidra en Navidad y un sorbito de vino Sansón al atardecer en Las Teresitas
cuando, después de tardes de arena y olas, merendábamos ateridos de frío. Pero
el primer ritual de tomar un vaso de vino con los amigos fue a los 17 años en el
Bar Los Claveles de la calle de La Rosa, ante unos calamares riquísimos que
hicieron famoso este bar.
Parecería que la infancia y la primera juventud es el terreno apropiado para
las primeras veces. Mis nietos este verano se pusieron unas gafas y un tubo y
observaron por primera vez en La Graciosa la maravilla del mundo submarino. Mi
nieta me llamó, entusiasmada, para decirme que, aparte de miles de peces, había
visto un ancla enterrada en el fondo. Mi nieto, para no quedarse atrás,
aseguraba que él había visto también un cofre con un tesoro.
Pero todos los días, también en la madurez y la vejez, si ponemos atención,
se produce ese milagro de la primera vez. Este último mes he leído la primera
obra, “Vino y miel”, de una autora, Myriam Chirouque, que escribe con una prosa
bellísima. He comido con placer los 4 primeros higos negros de la higuerita que
sembramos el año pasado. Anoche mismo estuve viendo con los prismáticos la luna
llena y nunca había visto tan claros sus cráteres -el cielo estrellado es un escenario perfecto para primeras veces-. He visto nuevas ciudades y
otras maneras de vivir. He conocido a gente nueva con la que tuve conversaciones
interesantes. Y me he enterado de cosas nuevas porque todos los días se aprende
algo.
Y luego, también hay segundas veces, como la de este fin de semana en el que
mi hijo Dani y mi preciosa nuera Myriam se han casado, los dos por segunda vez:
una segunda oportunidad de reconducir sus vidas y ser felices. Y es que yo, que
soy de relecturas y de re-visiones, de viejas amistades y de repetir rituales,
pienso que, hasta que llegue la última vez, la vida es justamente esto: una
sucesión de segundas, terceras e innumerables veces tan instructivas, luminosas,
nuevas, terribles, placenteras, amargas y reconfortantes como la primera vez.
Pues sí, y hay unas primeras veces terribles, hasta tal punto, que pudieron ser las últimas en vez de las primeras. Recuerdo la primera vez que fui desde la playa del Puertito de Güimar hasta el viejo muelle batido por las olas. La de la idea fue mi hermana mayor, a la cual no se le ocurrió mejor día para mi primera vez que uno en el que las olas pasaban por encima del muelle chorreando a nuestro lado, la mar era una ensalada de espuma, el cielo estaba negro como la noche y nadie más, excepto este par de locos hermanos, se había atrevido a tirarse al agua enbravecida. Yo, para más inri, apenas había empezado a nadar el verano anterior y asomaba nervioso la cabeza por encima de las olas, tragando agua a mansalva; mi hermana de la cual no recordaba yo tamaña osadía nadatoria, avanzaba cual motora surcando la distancia de unos doscientos metros que separaba la playita del muelle. Al fin, pudimos llegar al muelle y aquella pudo ser por fín mi primera vez... Un saludito Jane, y gracia por esas primeras y segundas veces tan bien contadas.
ResponderEliminarHoy mismo, que estuve en el sur, con la playa con bandera roja y unas olas bravas e impresionantes, me acordé de esto que cuentas, y de esa primera vez espeluznante (yo al mar le tengo un enorme respeto, por no llamarlo canguelo). Ya ves que a ti no se te ha olvidado y seguro que no repetirías ¿O sí? Porque el enfrentarse a los peligros parece ser connatural a los niños. Bueno, y la emoción de superarlo y el contarlo a los compinches... Tengo amigos que cuentan que, de chicos, se dedicaban a caminar por el muro de la azotea, a punto de romperse la crisma. Qué necesidad.
EliminarUn abrazo, Miguel, me encantan tus historias.
Yo recuerdo, con emoción, la primera vez que me quedé embarazada.Y también la segunda. En eso, espero no tener más veces.
ResponderEliminarNo hay momento más emocionante en la vida que abrazar por primera vez a tu hijo. Yo tengo grabadas en la memoria mi primer contacto con mis dos hijos y también cuando cogí por primera vez a mis dos nietos. Me hinché a llorar de felicidad. Y no me importaría tener dos o tres nietitos más, la verdad
EliminarConmigo no cuentes
EliminarEscribí esto hace 4 años. Hoy tengo 2 nietitos más (no por tu parte, por supuesto). Y he vuelto a experimentar, cuando les vi la carita, la misma felicidad que con los anteriores.
EliminarQuerida Jane:
ResponderEliminarComo siempre, un gran post. Brindo porque sigan habiendo muchas primeras, segundas o terceras veces ;)
Y yo brindo también contigo por que, a pesar de las rutinas, la vida nos siga sorprendiendo cada día.
EliminarMuchas gracias, Janeaddict.
Hablando de primeras veces te voy a contar la primera vez que di clase. Corría el año 72, algo ha llovido, y con mi carrera recién terminada me ofrecieron un puesto de profesor interino de Geografía e Historia en el instituto de Bachillerato de Agüimes, en Gran Canaria. Al ser el último mono del centro mi horario comprendía todos los restos de asignaturas de letras que quedaban. Daba de todo: Lengua Española, Filosofía, Historia e Historia del Arte.
ResponderEliminarComo era ya avanzado octubre, el director me puso un libro de texto de Lengua en las manos y me dijo que corriera al aula, que ya había sonado el timbre.
Me dirigí a la clase, entré, me presenté a aquel grupo de 3º de bachillerato del plan 57 (unos 13 añitos, angelitos míos) y les dije que, dada la fecha, íbamos a empezar sin más dilación. Me puse de pie detrás de la mesa, muy tieso y circunspecto, y con gran ceremonia abrí el libro de texto por la primera lección.
En ese momento el pánico se apoderó de mí. Allí, en aquel maldito libro, y en letras muy gordas ponía EL SINTAGMA NOMINAL. ¡Dios! - pensé- ¿esto qué es? ¿De qué habla este libro? ¿Pero esto no era Lengua Española? ¿Y el sujeto y el predicado?
Me vino de repente un sudor frío y la angustia se me agarró a la garganta. Tomé aire y levanté la vista. Allí estaban aquellas caritas delante de mí esperando a que comenzara. Cerré el libro lentamente paseé la vista por la clase y les dije:
-Pero no. Aunque esté muy avanzado el curso, creo que debemos dedicar el día de hoy a conocernos un poco. A ver, mi niña, ¿cómo te llamas?, ¿y tú?… y así seguí toda la hora.
Al llegar a casa le dije a mi mujer, que sabe mucho de estas cosas y que se partía de la risa, que me explicara qué carajo era eso del sintagma nominal. El resto del curso me fue dando clases particulares que me permitieron sobrevivir sin hacer demasiado el ridículo. Al parecer, mientras yo estudiaba Historia, los colegas de Lengua se habían dedicado con fruición a cambiar los nombres a todo.
De aquella primera vez aprendí dos cosas: que no se puede hacer algo sin estar preparado para la tarea y, sobre todo, que había nacido para profesor.
Muy buen post, amiga Jane.
¡Cómo me he reído, Melchor, con tu sintagma nominal! ¡Y cómo te comprendo! Yo, que también fui el último mono (no te creas, es bueno haber sido últimos monos alguna vez en la vida), y que estuve, en mis años de profesora interina, dando clases, además de filosofía que era lo mío, de lengua, latín, griego e historia del arte, me acuerdo de ese sintagma nominal, de la gramática ¿generativa, era?, de Saussure y parentela ¡Qué tiempos!
EliminarDe los primeros días de clase, no olvido el primer día de clase de cada curso que di, incluso del último, por esa sensación de nervios que da actuar (porque eso es lo que hacemos) ante personas que aún no conoces. Pero pasas lista, mirándolos y tratando de recordar los nombres, y a los 5 minutos ya estás cómoda, como si los conocieras de siempre.
Y es verdad lo que dices: un buen profesor sabe siempre salir airoso de cualquier situación y me consta que tú lo eres (porque lo de ser profesor, como lo de los curas, imprime carácter y el que lo fue lo es, incluso jubilado).
Un abrazo.
Recuerdo muchísimas cosas de la infancia, pero pocas tal como la ” primera vez”. Salvo la primera que no quería ir al colegio –tenía solo tres años. Mi madre, años más tarde siempre que venía “a cuento”, contaba como hizo caso omiso a la súplica y de que manera surtió efecto pues ya no volví a decirlo, ni siquiera a planteármelo. También la primera vez y última que hice “novillos a la hora de comer”. Al salir del cole, en lugar de dirigirme a casa fui a jugar al lobo feroz a la plaza de la catedral - tenía 5 años. Ni que decir tiene que cuando ajena al transcurso del tiempo - hora de volver al cole-, vi, aparecer a mi madre, su cara lo decía todo, al igual que poco después la de mi padre que también se había “tirado” a la calle a buscarme y claro, entonces no tenían móviles para decir que me había encontrado. Primera y última vez. Desde entonces si altero la rutina, aviso, no cuesta nada y tranquilizas al personal. De manera que a veces “las primeras veces” favorecen conductas de toda una vida.
ResponderEliminar¡Las primeras fechorías! El momento en que se nos ocurre decir "no" por primera vez. Es un momento importante en la vida aunque se tengan 3 o 5 años. Yo me acuerdo, más o menos a esa edad, de convencer a mi primo para salir de casa a la hora de la siesta en Granadilla, cosa que teníamos totalmente prohibida. Pero, nada más cerrar la puerta y encontrarnos fuera, se oyó una voz cavernosa y ¿sobrenatural? que decía: "¡Entren para adentroooo!". No he olvidado el miedo que mi primo y yo sentimos. Así que a nuestros intentos de ser nosotros mismos y seguir nuestros impulsos (salir a la calle, jugar al lobo feroz...), eso que se llama socialización y educación siempre sale con castigos, cholas en el culo o voces de otros mundos ¡Qué se le va a hacer!
EliminarPero, aunque aparentemente pasamos por el aro, esos primeros momentos de rebelión son el origen también de nuestra individualidad. Qué demonios.
¡Qué gusto, querida Jane, volver a la red y encontrarme esta deliciosa entrada!. Y a pesar de lo evocadora que es, no tengo memoria de muchas primeras veces. Sólo mantengo, muy lúcida, la de mi llegada al colegio en el que estudiamos y en la que tú representas una parte inolvidable, ¿te acuerdas?.
ResponderEliminarLa otra, como la del profesor Padilla, tiene que ver con nuestra común profesión. Fue en 1979, en el único instituto de Bachillerato que había entonces en el Puerto de la Cruz. Oposición recién aprobada y, también, último mono del Seminario y del instituto, junto con otra compañera bióloga, en la misma situación que yo. Nos incorporamos bien comenzado el curso y nos tocaron todos los restos de horarios y materias.
En mi caso, además de Dibujo en el turno de día y de noche, me habían asignado un grupo de 3º de B.U.P., para darles ¡¡Música!!. La Administración nunca se ha enterado de que pueden haber profesores de Dibujo negados para la Música y viceversa, pero como ambos se consideran artes, pues ¡hala!, hay afinidad (según las lumbreras de ese ente) y a aguantarse. Sobre todo, los pobres alumnos.
Ese fue el primer susto. El segundo vino el primer día de clase con aquellos cándidos críos de 13 años. Para ella, me había preparado un hermoso esquema de la distribución habitual de los instrumentos, dentro de una orquesta. Llené la pizarra con un alarde gráfico que hice copiar a los chicos y cuando sonó el timbre del final de la clase, se me acercó una cría que parecía tener 10 en vez de 13 años y, muy educada ella, me preguntó a qué grupo de instrumentos pertenecía un ¡requinto!. Fácil imaginar mi segundo susto: yo no tenía ni idea y, además, allí me enteré de que existía. Me disculpé con ella -ya les había dicho que no era especialista en la asignatura-, y le prometí que se lo diría en la clase siguiente. Me dijo que formaba parte de la banda de música de Los Realejos y tocaba ese instrumento, con lo cual era ella la que podía enseñarme a mí.
No hubo segunda clase porque, rápidamente, reclamé y peleé en la Inspección el dar sólo las materias de mi especialidad, en el Instituto de La Orotava, donde había una plaza vacante, que, por fin, ocupé.
Seguro que no soy un caso aislado, pero sí un caso de primera y única vez. Hay que saber reconocer a tiempo las limitaciones de uno y, si se puede, poner remedio lo antes posible. Tuve la suerte de conseguirlo y hoy pienso que fue una experiencia para aprender a defender lo que, en justicia, uno cree que le corresponde.
Hay encuentros, como ese primer día en que nos conocimos hace ya 50 y pico años, que tienen continuidad hasta hoy y que nos hacen ser lo que somos. Pero hay también veces en las que conocemos a alguien, hablamos, simpatizamos... y luego ya no lo vuelves a ver nunca más. "Como barcos que se cruzan en la noche", que dirían en las novelas. ¿Cuántas personas habrán rozado nuestra trayectoria alguna vez en la vida? ¿Cuántas dejan huella o nos cambian? En el libro que leí el mes pasado y del que hablo en este post ("Vino y miel" de Myriam Chirouque) hay una frase que dice: "Las personas que marcan nuestras vidas no son forzosamente aquellas con las que pasamos más tiempo". Después de algunas primeras veces ya no somos los mismos.
EliminarUn abrazo y bien por pelear por tu derecho a no enseñar música. A mí, con mi oreja, me habría dado un pasmo.
Te juro que no consigo acordarme de casi ninguna primera vez.
ResponderEliminarAunque estoy segurísima de cuándo vi el mar (ay, mi querido mar) por primera vez:
Tenía unos 5 meses y estaba en la playa de San Juan de Alicante, lo sé porque había en casa de mis padres una foto memorable de un ceporro de bebé con gorrito y bikini, dentro de un flotador, con la que me sacaban los colores a la mínima.
Lo mejor como tú dices, es que (en general) hay segundas oportunidades, y terceras o las que haga falta.
Eso, y que no veo esa foto desde 1997.
Claro que te acuerdas, Loque. Siempre hay primeras veces y, por supuesto, no esa de Alicante en la que no fuiste consciente de que estabas viendo un prodigio. Está la primera vez que viste una ciudad, Nueva York sin ir más lejos; el primer post que escribiste en tu blog; cuando conociste a alguien que haya sido especial en tu vida; la primera vez que probaste una comida exótica o placentera (u horrible); cuando te hicieron un regalo que todavía conservas; la primera vez que fuiste a oír tocar a un grupo musical que te gusta... Hay muchas, muchas primeras veces que se destacan del fondo cotidiano. y, si te fijas, seguro que esta misma semana vivirás primeras veces.
EliminarAunque es verdad que, sobre todo cuando son buenas, lo mejor es que se repitan.
como siempre, espléndida y disciplinada. ni un solo martes sin compartir!
ResponderEliminarsi abrazar a un hijo recién parido es conmovedor, no logro expresar lo que sentí al contemplar el rostro hinchadito de mi nieta recién nacida y la mirada asustada y amorosa de sus padres.
No creas, algún martes me salto. Pero es verdad que casi siempre el martes es el día de la cita para compartir experiencias. Todavía me asombro de llevar, con éste, 167 rollitos.
EliminarY tienes razón en lo que dices. Si hay una experiencia grandiosa e inolvidable, como le dije también a Jomeini, es la de ver por primera vez a una personita de apenas 4 kilos, hasta ayer desconocida, y sentir que ya la quieres con toda tu alma.
Gracias, Nati, y un abrazo.
Aun recuerdo la primera vez que leí este blog... Y descubrí que en la parte que desconocía de mi familia existen aún más artistas que en la que conocía... Gracias una y mil veces.
ResponderEliminarTu comentario de hoy es de los que llegan al corazón. Compartir este espacio con ustedes, descubrir sensibilidad y afinidad en las generaciones jóvenes de mi familia, encontrar en ellas dibujos geniales, fotografías sorprendentes o buenas reflexiones, son primeros placeres que no me canso de repetir más veces. Un beso y gracias por estar ahí.
EliminarYo por mi parte... he aprendido a repetir las primeras veces... Quiero decir que si leo un libro, veo una peli, disfruto un amanecer... y me gusta... Pongo el modo "olvídate de ésto" pa poder disfrutarlo de nuevo... Ahí ya me viene tocando tarde de mantita, un libro, algún film o pasarla oyendo cualquier cosa...
ResponderEliminarYa digo en el escrito de hoy que soy de relecturas y de re-visiones, y, como a ti, me encanta volver a leer un libro amado (hasta 11 veces conté "El Señor de los Anillos"), ver una película que ya he visto 100 veces (¿cuántas habré visto "El hombre tranquilo"?) u oír una música que me evoca experiencias. Dentro de poco te sigo la sugerencia de la tarde de mantita... :-D
EliminarTarda... Je... Este Noviembre tiene virajes p'a Mayo! Qué tiempito... señor... qué tiempito...!!! A ver si la semana que viene empieza el otoño ya... y lo hacemos: Mantita... recostadita... Un tesito... un "nessun dorma" o algo así y zzzz siestita con el libro en el regazo...
EliminarCon decirte, Gladys, que hoy me he estado bañando en una Playa de la Arena llena hasta los topes de bañistas. Esto parece un agosto resucitado, de cervecita fría y tumbona al sol, bastante lejos de mantitas, tesitos y libritos en regazos. Esperemos con paciencia el santo advenimiento del invierno...
EliminarVale la pena volver a Facebook solo para leer tus artículos. Me ha gustado especialmente este, y el final me ha emocionado.
ResponderEliminarCreo que la vida está llena de oportunidades para experimentar vivencias, nuevas o conocidas, pero lo verdaderamente importante es la ilusión que les pongamos, y eso es lo que a ti te sobra, Jane.
Como siempre, los comentarios de tus lectores no tienen precio. ¡Lo que me he podido reír con la historia de Melchor!
Hacer las cosas con ilusión, como si fuera la primera vez, hace que no te aburras nunca, esa es la verdad. Tienes toda la razón al decir que eso es lo importante.
EliminarEste post es de los antiguos, de los que voy incorporando los fines de semana, y cada vez que leo la historia del sintagma nominal de Melchor, antes y ahora, no puedo evitar las carcajadas. Ahora no se da eso (espero), pero a nosotros, cuando empezábamos a dar clase, no era raro que te admitieran en un Instituto y te dijeran: "Hale, ahí tiene la clase. Empiece a enseñar", así sin preparación, sin anestesia y sin nada. Y calladita, que si no te echaban. Y, aunque fueras licenciada en filosofía o en historia, no necesariamente dabas clase de eso. Yo, hasta que saqué las oposiciones, di clase de griego, latín, lengua y literatura, geografía e historia, historia del arte y, por supuesto, filosofía. Menos mal que no me pusieron a dar clase de música o de inglés.
Como siempre , un placer leerte Isabel, como la primera vez. Besos.
ResponderEliminarGracias, Sole. Y un placer compartir estos rollitos contigo.
EliminarBesos.
Es verdad, siempre hay una primera vez para algo o segundas y terceras, pero esas primeras veces en ocasiones, no se olvidan. Yo no olvidaré la presentación de mi primer libro y de momento único, fue un día mágico y de muchas emociones, como tantas otras primeras veces, como dices ver la cara de tus hijos cuando los traes al mundo, o a la de tus nietos....son tantas primeras veces, que vale la pena.....
ResponderEliminarMi marido me dice (cuando se pone filosófico) que todas las veces son primeras veces, que siempre hay algún elemento nuevo que hace que esa ocasión sea distinta, que debemos buscar lo especial de esa vez... Le veo un cierto aire a Heráclito y a su "no nos bañaremos dos veces en el mismo río", pero, si lo pensamos, tiene razón. Seguro que te esperan muchos días mágicos, Pili.
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