martes, 15 de mayo de 2012

¡Riddikulo!




Es una verdad universalmente aceptada que en este mundo existen seres intimidantes y de gran personalidad –Hitler, la señorita Rottenmeier, mi profesora de Literatura de 6º, Napoleón, mi tío abuelo Cándido…-, ante los cuales uno se acoquina y se trabuca. ¿Qué podemos hacer para vencer el apocamiento que estas personas producen? ¿Cómo verlas como lo que son, hombres y mujeres al mismo nivel que el resto de la humanidad, con virtudes –hasta Hitler las tenía-, defectos y miserias?

J.K. Rowling en el capítulo 7 de “Harry Potter y el prisionero de Azkaban” ideó una solución que me gustó. Lupin, el profesor de Artes Oscuras, les dice a sus alumnos que dentro de un armario hay un boggart, un ser que adopta la forma de aquello que más teme cada uno. Y enseñó: “Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica”. Y así, por ejemplo, el niño Neville, que le tiene pánico al profesor Snape, cuando el armario se abre de golpe y sale el boggart-profesor Snape, con su nariz ganchuda y gesto amenazador, no tiene que hacer otra cosa que imaginarlo ridículo. Al tiempo que agita la varita mágica y dice “¡Riddíkulo!”, el profesor Snape aparece vestido como su abuela, sombrero alto con un buitre disecado encima, vestido verde largo ribeteado de encaje, bufanda de piel de zorro y un bolso grande y rojo.

Mi hija ha recurrido a un truco por el estilo cuando, este sábado último, ha tenido que dar una charla de despedida a sus compañeros y colegas del MIR. Empezó diciendo que, para no estar nerviosa en esa tesitura, se iba a imaginar que todos estaban desnudos. Por supuesto, yo le aconsejé que no dijera semejante cosa, que un respetito es muy bonito, pero ¿hay alguna hija que haya hecho caso a su madre, a pesar de que ésta casi siempre sabe qué es lo mejor? Y, además, en algo le doy la razón: no es lo mismo hablar ante una sala llena de personas trajeadas y acicaladas que hablar ante un montón de personas en pelota picada. Las cosas como son.

Yo, sin embargo, creo que, para bajar a alguien del pedestal en que se ha encaramado (o lo hemos encaramado), no hay necesidad de tales excesos. Bastará, simplemente, con quitarle años. Hace un tiempo vi, a dos pasos de mí, a Rajoy por la calle Herradores de La Laguna. Iba paseando, relajado, en mangas de camisa, dejándose querer por unos 15 o 20 acólitos que le rendían pleitesía. Y me lo imaginé jovencito, como un Marianito estudioso al que no se le pasaba por la cabeza que alguna vez se metería en el fregado de querer dirigir un país en crisis. Y menos imaginaba que, en un futuro lejano, se vería huyendo de los periodistas por el garaje del Congreso. Oh, hasta le sonreí y todo, a pesar de que nunca he votado ni votaré por él…

Háganme caso, quitar años baja peldaños del podio del poder y reduce a las personas a su yo más auténtico. Está bien lo de estar contento consigo mismo y con las elecciones que uno ha tomado en la vida, que te han colocado donde estás ahora. Pero ¿creerse el rey del mambo, pensar que hay personas por encima de otras, mirar al resto de la humanidad desde las alturas? Vamos, anda. Eso es más ridículo que verte de abuela bruja con un buitre apolillado en el sombrero.

16 comentarios:

  1. ¡Muy bueno y, creo, muy eficaz, amiga Jane!. Trataré de poner tu recomendación en práctica, aunque la de tu hija también me gusta. Si alguna vez tengo que dirigirme a alguien o a muchos, más que decirles que me los imagino desnudos, les diré que me los estoy suponiendo como bebés acabaditos de darles su baño diario... Así, combino vuestras dos soluciones, que me parecen muy útiles y agudas, lo cual tampoco me sorprende viniendo de quiénes vienen.
    ¡Ah, y de lo intimidante de la profesora de Literatura (y de Historia del Arte, acuérdate. La sufríamos doblemente), doy fe absoluta! Que quién sea, la tenga en su gloria...
    Lo dicho: estupenda entrada.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Cehachebé, tú siempre tan amable.

      Yo creo que mejor no pasarse, nada de imaginar como bebés a los que disfrutan amedrentando al personal, porque tienen que ser reconocibles. Una vez en el Instituto hicimos una Exposición de retratos infantiles de los profesores y te juro que nadie reconoció en un angelical niñito al temible (y nada angelical) profesor de dibujo. Y así no vale. En la imagen se ve claramente que la bruja tiene la cara del excelente actor Alan Rickman, que interpreta al profesor Snape.

      Y es verdad lo de la profe ¿te acuerdas? Tenía aterrorizado a todo el colegio. Con lo fácil que hubiera sido imaginarla con menos años, coletas y vestida de lagarterana...

      Eliminar
  2. Justo leo este artículo en un momento en el que debo imaginarme a ciertas personas desnudas, miniaturizadas, encogidas y con sombrero de tiroleses. ¡Gracias por la inspiración!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y no te olvides, además, de rebajarles unos añitos ¿Tal vez pensar que son los niños cantores de Viena con sombrero tirolés y cantando gorgoritos? De nada, Fernando.

      Eliminar
  3. Con recordarle sus errores más grandes, también basta para hacerlas más humanas. Al menos eso hago yo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El problema, Nesti, es que hay determinadas personas que ¡nunca! reconocen sus errores. Y eso sí que es un gran error porque, como nos recordó Billy Wilder en ese maravilloso final de "Con faldas y a lo loco", nadie es perfecto. Y menos mal.

      Eliminar
  4. La altanería es el peor remedio para la comunicación. Yo siempre pienso en eso cuando alguien se dirige a mí con soberbia y pienso que el tiempo pone a cada uno en su lugar. Además de que esa actitud en muchos casos se debe a la cobardía de esa persona.
    Aprecio mucho tu consejo, pero creo que a mí no me vale, pues mi hijo, ese enanito necesitado aún de mí, puede conmigo. O sea, que si me imagino a alguien como un niño, terminaré yo cediendo y encima con amor!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. O también se puede deber a un complejo de inferioridad, que contrarrestan levantando la ceja y apabullando al otro, sobre todo si éste se deja.

      Y, como le dije a Cehachebé, no hay que retroceder, quitando años, hasta la etapa infantil, que es cuando son tan monos. Mejor, imagínatelos galletones ya y soltando algún gallo de vez en cuando. Es infalible.

      Eliminar
  5. Cuán sabia J.K. Rowlin, y tú, más.

    Imaginarse a un perillán de estos cuando era un doceañero con bozo, o un granujiento quinceañero, mola.

    ¿Y un niño pequeño pidiendo pipí? Eso sí, yo a Rajoy no le sonrío ni un imaginándomelo disfrazado de pastorcillo en la función de 2º de EGB.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hoy leí en el periódico, cuando hablaban de la muerte de Macrino Suárez, un ministro de la II República en el exilio, que éste fue encarcelado 4 meses en Carabanchel, allá por los 60, porque le encontraron en su pensión un dibujo de Franco vestido de gitana y con un letrero debajo que decía La bien pagá. Así que, mira por donde, el disfrazar a los prepotentes puede hasta ser peligroso, según en qué ambientes se haga.

      Y lo de sonreír a Rajoy... tú sabes que yo soy una blanda y, en cambio, tú eres la futura dominadora del mundo, no vas a comparar. Y oye, por si acaso llega ese momento y te pones a mirarme desde arriba... ¿qué tal te sienta el traje de fallera mayor?

      Eliminar
  6. Realmente a la gente altanera hay que eliminarla, digo... eliminarla de tu entorno, por tóxicas. Sobre todo cuando te encuentras en un estado de baja estima. Yo tengo un buen sistema que me funciona, el cerrarme a cal y canto para que no me afecte, o simplemente tirar para otro lado para que no me contamine y pensar: ¡Pobre gente!. Porque en definitiva los altaneros son unos solemnes pesados, cuando con su palabrería intentan someterte a sus ideas, pensamientos y costumbres. Yo pongo cara de tonta y de que me lo estoy creyendo pero te aseguro que de ahí no pasa. Las más vulnerables de todas son las que van dando discursos de perfección y de lo buenas personas que se creen, pues a esas ya las calas a la primera y es mucho más fácil eliminarlas de entrada. Lo bueno que tiene una cierta edad es que no te meten gato por liebre y solamente te rodeas de gente con inquietudes, que te aporten bienestar, cariño, y el resto fuera de mi vida. Simplemente no existen. Y si las acepto lo hago con todas las consecuencias. Para mí no hay punto medio "te quiero o te mato o lo que es peor te ignoro". Afortunadamente soy rica en amigos encantadores, nos queremos, nos cuidamos y el resto en definitiva no importa. Un beso grande.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No está mal lo de "eliminar" a la otra persona, por más drástico que sea. Alguien que conozco siempre dice "se murió", refiriéndose a otro que le ha hecho una jugada. Pero lo de pasar es mejor sistema, aunque cuesta más que los otros. Hay un personaje de P.G. Wodehouse, la tía Agatha, que, según su sobrino Bertie Wooster, es un cruce entre Isabel I de Inglaterra y Catalina la Grande. Ante ella, Bertie no puede pasar: "Tía Agatha siempre me da la sensación de que tengo gelatina donde tendría que hallarse mi espina dorsal (...) Cuando me tiene bajo el dominio de sus ojos brillantes y me dice: "¡Manos a la obra, muchacho!" o algo semejante, lo hago sin discusiones". Por eso, cuando mete la pata con ella, opta por tu otra solución, tirar para otro lado, y más de una vez se va a Nueva York desde Londres huyendo de tía Agatha.

      Pero tienes razón, en la vida no estamos para aguantar majaderías. Mejor disfrutar de los amigos, de los que no se pasa, ni se eliminan, ni se aleja uno de ellos. Es una de las cosas grandiosas por las que dar gracias.

      Eliminar
  7. Eficaz..sí...pero me gustó más tu solución de imaginarse al individuo en cuestion con edad pre-pajilleril, vestimenta al tono, acné y ortodoncias varias.
    En mi caso ahora de vieja sólo me asustaría un mono con una ametralladora pero de pequeña, utilizaba el "escudo insonoro".
    Simplemente le ponía el "mute" al sonido del ser opresor...que de pronto se quedaba frente a mí gesticulando con la cara, moviendo absurdamente la boca y las manos y frunciendo músculos insólitos, dando un espectáculo patético.
    Para paliar el incipiente sentimiento de verguenza por el broncazo, ( solían utilizar el escarnio público como medida coadyuvante) imaginaba que le resto de la clase tambien le veía así, como yo.
    En fin..qué nostalgias.
    Vengo "derivada" del Blog de la Dra Jomeini...soy una drama- mamá doble tambien, fugitiva de quirófano, maruja por vocacion, con ganas de hacer el MIR y poco tiempo de escribir.
    Pero me gustó tu humor.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Genial tu solución de poner el botón de silencio a los que quieren imponerse a base de gritos! Nosotros, a un director que tuvimos, que pensaba que tener autoridad era aullar mucho y desmelenarse, le cantábamos bajito esa ranchera que dice "¡No me amenaces, no me amenaceeees!". Pero tienes razón, si encima le quitábamos el sonido, el resultado hubiera sido bastante ridículo y mucho más divertido.

      Gracias por pasar por aquí. Con todas tus circunstancias (yo supe lo que era eso), es muy de agradecer. Un abrazo y suerte.

      Eliminar
  8. A mí lo que siempre se me ocurrió, ante el arrebato de salir corriendo de la sala y no regresar, fue pensar que, si alguien había tenido la pajolera idea de llamarme a hablar de algo, por algo sería, algo tenía que ofrecer o que difundir. Si este frugal argumento no me cundía, pues acudía a otro no menos frugal : La responsabilidad ante tal libertina invitación no era mía. Muchas veces me funcionó y otras no. Llegado ese caso, tuve que apechugar y mirar firme al fondo cual soldado etrusco, aunque con un leve temblor de patas, para mí terriblemente notorio...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El temblor de patas se tiene siempre ante un auditorio pendiente de lo que vas a decir ¿Y si se me olvida todo? Pero la ventaja de haber hablado durante 38 años todos los días ante una treintena larga de personas 4 o 5 horas al día hace que el rodaje ayude. Cada vez que he tenido que dar una charla los primeros momentos imponen pero a los dos minutos estás como si nada. Ser profe después de todo significa perder la timidez.

      Eliminar

google-site-verification: google27490d9e5d7a33cd.html