Vivir en el campo significa vivir con bichos,
con toda clase de bichos. Hay moscas que no había visto en mi vida hasta que
vine aquí, lagartos tornasolados tostándose al sol como turistas en el sur,
ratoncillos, mariposas de delicados colores y oscuras como la noche, gusanos
excavadores y removedores de tierra, arañas minúsculas y mayúsculas con patas
como torres de televisión, filas interminables de afanadas hormigas, ranitas
satinadas que te sobresaltan cuando riegas entre las hojas, saltamontes
entrenando en la hierba, toda un sinfónica de pájaros: canarios, herrerillos,
capirotes, chirrines, herrerillos… Un zoo diminuto, vamos.
Pero entre todos ellos hay uno que me fascina
por ese aire atávico de ser, o de creerse, el último descendiente de los
dragones: el perenquén, llamado también salamanquesa, geco y, en La Gomera , pracan. Y no soy la
única, no. Tengo ilustres precedentes que alguna vez se han quedado también embobados
contemplando su talante majestuoso y su seguridad de estar por encima de las
miserias de este mundo.
Italo Calvino en su libro “Palomar” le dedica
un capítulo entero (“La panza del geco”), analizando sus patas delicadas y
fuertes, su cabeza con los ojos salientes y sin párpados, el mentón duro y todo
escamas como el de un caimán…, pero también su concentración inmóvil, su
impasibilidad, su apariencia de “artefacto mecánico, (como) una máquina elaboradísima
y perfecta, estudiada en cada microscópico detalle”.
También Gerald Durrell en “Mi familia y otros
animales” habla durante muchas páginas de un perenquén al que bautiza como Gerónimo “porque sus asaltos contra los
insectos eran tan astutos y premeditados como las hazañas del famoso piel roja”.
Gerónimo se movía con la suavidad de
una gota de agua y sus ojos dorados brillaban victoriosos después de una buena
cena a base de escarabajo. Durrell cuenta una pelea entre él y una mantis
religiosa (a la que llamó Cicely) con la
emoción de una final del campeonato del mundo de boxeo. Ganó Gerónimo pero Cicely fue una digna rival.
En la terraza de mi casa vive toda una
familia de perenquenes. Cuando tenemos fuera una cena con guitarreo posterior,
un perenquén grande sale poco a poco de debajo de las tejas y se planta, quieto,
cerca del farol. Alguna palomilla de la luz que pasa cerca desaparece en un
visto y no visto, mientras él cena con la tranquilidad de un gourmet,
escuchando la música desde las alturas. Elige sus presas delicadamente, con
elegancia y sin alardes, satisfecho de ser y sin necesidad de hacer más de la
cuenta.
Calvino sospecha que esta es la lección del perenquén.
Pero yo también pienso, cuando lo observo durante un rato con su altiva estampa
de Señor de las Paredes, que nos está enseñando a tener objetivos, a tener
paciencia para intentar conseguirlos y a que, cuando se presenta la ocasión,
sea una palomilla de la luz o la bola dorada de la fortuna, zas, aprovechémosla
rápidamente y no la dejemos pasar, porque nunca se sabe si después vendrá un
espacio vacío de oportunidades.
Y, después de la lección, el perenquén se da
media vuelta y paso a paso, con andares de rey y sin dignarse dirigirnos ni una
sola mirada, se marcha a su casa hasta la noche siguiente.
Son fascinantes, tú lo has dicho. Hace muchísimos años descubrí, a través de una familia americana que vivió un tiempo entre nosotros, las virtudes pacientes y cazadoras de los perenquenes. Tenían un chalé en el Camino Oliver y, antes de la entrada a la casa, un porche cuyo techo siempre estaba habitado por una saga completa de esta especie de lagartitos. Como buenos urbanitas que somos, preguntamos el porqué de su presencia y nos dijeron que, así , tenían asegurado el que en su casa no hubiera ninguna clase de insectos. Ellos se encargaban de no dejarles pasar.
ResponderEliminarCon el paso del tiempo, he ido comprobando "in situ" de muchos amigos con residencia en el campo, lo cierto de aquella enseñanza, después de estar observándolos un buen rato tan quieta y paciente como una pracan, con qué habilidad y rapidez cazan y engullen. No se escapa nadie. Pa´mí que practican aquello de "El que la sigue, la consigue"... Aprendamos, pues.
Tienes razón, se mandan cada noche, tanto en el porche como en el patio y en el balcón, una zampada de mosquitos como para tomar bicarbonato. Eso sí, igual que yo no me meto en su casa, tampoco los dejo entrar a la mía, no sea que me pase como a mi amiga Marisa que fue a ponerse un gorro de ducha y se encontró con uno en la nariz. Cuando uno entra, mi marido es el encargado de lanzarlo lejos para que no le entren ganas de volver.
ResponderEliminarDejémoslos filosofando en las paredes exteriores como guardianes del hogar-sin-bichos.
A mi también me encantan los perenquenes. Y este post me parece una delicia. Eres la mejor
ResponderEliminarTú que me quieres, Cristi.
ResponderEliminarCreo que los perenquenes están muy arraigados entre los canarios. Hay un Grupo de Las Palmas llamado "El Perenquén", que tiene una canción que me encanta y que el estribillo dice así:
Una casita en el campo
yo quisiera tener
con su patio y su parra
y su tierra también
y en los techos de la casa
un perenquén.
Por no hablar de la de "vírate p'acá, cha María, vírate p'allá, cho José, que el fisquito pan que tenía se lo comió el perenquén"
Dejarlos entrar que dentro tambien son importantes.
ResponderEliminarLos del interior son casi blancos y los de fuera de un gris casi negro.
Dicen que suelen acostarse junto al calaor de los humanos.
En mi casa hay una pequeña familia. El mayor de ellos vive tras un cuadro de la entrada y su progenie se mueve por las paredes. Hace un par de días dejamos en libertad a un valiente de no más de tres centímetros que correteaba por la cama sorprendido por el "alarido" de mi esposa. Cosas de lagartas jajajaja
ResponderEliminarAnónimo, espero que no tengan ese gusto por el calor humano. Realmente yo los veo bastante indiferentes hacia nosotros, en su mundo especial. No me gusta verlos en casa pero alguno entra por las ventanas y ventanucos y tampoco pasa nada. Los míos son gris marengo casi todos, excepto los pequeñitos, más blanquecinos. A veces se ponen sobre una piedra de molino que tengo en el porche y se confunden con ella. Mimetismo que le dicen.
ResponderEliminarGuillermo, hay dos actitudes frente a los perenquenes. Hay quien les tiene terror, como tu mujer y mi amiga Gomeira que una vez que le salió uno de debajo de unos papeles en su mesa de trabajo, salió despavorida gritando: "¡¡¡Un pracan!!! ¡¡¡Un pracan!!!", como quien ve al mismísimo diablo. Y otra es la del rap de Malviviendo que dice: "Si algún día me reencarno quiero ser un perenquén". Bueno y habría una tercera, que es ni tanto ni tan poco. O una cuarta: la fascinación que ejercen en algunas personas como yo (pero nada de reencarnarnos en ellos: una vida muy limitada)
ResponderEliminarMuy bueno si señor,y muy canario!!A mi me fascinan todos los bichos y de los perenquenes en especial sus deditos gordufos, recordándome a los de E.T.Besos
ResponderEliminarTienes razón, Susana, es un tema muy canario. César Manrique casi los adoptó como símbolo, pintándolos, esculpiéndolos y poniéndolos en casi todos los miradores y edificios que proyectó. Y hay muchos sitios con el nombre del perenquén. Hoy mismo pasé por La Laguna y vi una perfumería que se llamaba "Pracan" y tenía la original figura pintada en la fachada. Y ya ves la foto que puse, un colgante que me regaló mi amiga Esther y ahí está, en la pared, como queriéndole hacer la competencia al verdadero.
ResponderEliminarSobre los deditos gordufos que te gustan Italo Calvino dice: "Lo más extraordinario son las patas, verdaderas manos de dedos suaves, todos yema, que apretadas contra el vidrio se adhieren con sus minúsculas ventosas: los cinco dedos se ensanchan como pétalos de florecitas en un dibujo infantil, y cuando una pata se mueve, se recogen como una flor que se cierra, para volver después a estirarse y a aplastarse contra el vidrio, haciendo aparecer estrías minúsculas semejantes a las de las huellas digitales".
Un beso y gracias.
Nosotros vivimos a los pies de la ladera de un precioso valle, y mucho antes de que construyeran nuestra urbanización, un gran número de estos preciosos animales merodeaban por los montes de Anaga. Ahora han tomado la decisión de compartir con nosotros las viviendas de cemento y hormigón y sinceramente yo estoy encantada, no hay mosquitos, ni palomitas...sólo perenquenes, o pracan (como dirían en la isla amiga). Mi marido en cambio no soporta tenerlos dentro de casa, jeje, y estoy convencida de que ellos lo saben y preparan una pillería todas las mañanas para asustarlo al entrar en la cocina. Mi hijo y yo nos reímos, y los días que comienzan con una carcajada de un niño suelen ser maravillosos. Mil besos Jane
ResponderEliminarMyriam, creo que después de esto va a haber una búsqueda intensa de perenquenes ¡Ponga un perenquén en su vida y déjese de baygones! En tu caso es lógico. Ese era su habitat y ahora vienen un montón de humanos a invadirles el terreno. Se van a enterar ellos de nuestra presencia, dirán. Hay uno que da hasta un salto cada vez que nos ve, seguirán diciendo. Menos mal que hay un niño y una joven que se tronchan y nos comprenden...
ResponderEliminarUn montón de besos.
En mi casa, que como Jane sabe está cerca de la suya, hay dos, tres o más familias de perenquenes. Unas en el interior y otras en el exterior. Por estos días andan de parto, pues he visto algunos muy pequeños que, como curiosidad, tienen la punta del rabo completamente blanco. Son unos animales de los denominados no dañinos, puesto que se meriendan a todo bicho viviente más pequeño que ellos.
ResponderEliminarPero también causan trastornos. Son tantos los que andan de cacería de noche por la cocina, por el salón, por las claraboyas de los baños y por el pasillo, que por lo menos una vez al mes hay que limpiar las paredes y techos de sus cagadas, que a veces son extensas y dejan un reguero difícil de borrar. Deben estar bien alimentados... Pero además, alguno es tan grande qué, en ocasiones, ha hecho saltar la alarma en plena noche.
No obstante, son intocables y como ellos lo saben, se han convertido en unos bichos confianzudos. Uno de ellos recorre el camino de su escondite hasta la cocina pasando muy cerca de donde yo me siento a ver la tele, y siempre se para a saludar. Me tengo que mover bruscamente para que salga pitando.
Sin embargo desaparecen cuando está mi madre en casa. Yo creo que huelen el terror que les tiene. Ella dice que, cuando duermas, se pueden subir a la cabecera de la cama y mearte en los ojos. Cosas de la gente de antes.
Nojuegueschico.com
Es verdad, Enrique, hay muchas ideas preconcebidas sobre los perenquenes que son falsas, que yo sepa: que si no te puedes acercar porque escupen, que si su meada te deja ciego, que si chupan la cera del interior de los oídos... Me acuerdo de oírselo decir a los mayores en el campo pero no conozco ningún caso a quien le haya pasado.
ResponderEliminarY cuando se te meten en casa, ya no los puedes echar. Son fuertes y resistentes. Fíjate que hay perenquenes, descendientes de los canarios, en Cabo Verde a 1400 km. de distancia. Se marcharon allá hace millones de años, se supone que en ramas o troncos, llegaron tan panchos y allí han evolucionado pero su anclaje genético está aquí.
Saludos a ese perenquén tan educado.
yo tengo uno en la bib!!!!!!
ResponderEliminarespero que no me lo fumiguen.....
abrazos.
¿Les gustarán los libros a los perenquenes? ¿Para leerlos o para comerlos? ¿Y qué tipo de literatura querrán? Apártalo del 5, no sea que llegue a la zona de los insectos...
ResponderEliminarAbrazos.
También soy de los que se quedan embobados contemplando a los perenquenes. Me sorprenden especialmente sus ojos verdes cristalinos y su delicada lengua rosa con la que cazan en un visto y no visto. Alguna vez quise llevarme uno de tu casa a la mía pero me decían que en La Laguna no se daban. Y ahora resulta que tengo una pequeña familia venida de no sé dónde en las paredes de mi terraza. Seguro que sabían que aquí serían bienvenidos.
ResponderEliminarYo creo, Lolina, que los perenquenes se dan en todos lados, son incombustibles y fuertes como dragones. Y son deseados y ellos lo saben, los muy ladinos. Una de mis amigas, que trabaja en una tienda, me contó que hace poco le entró uno y pidió a otro trabajador que lo echara de allí. Él vino corriendo, pero con una cajita para llevárselo para su casa. "Ponga un perenquén en su vida" es el lema.
ResponderEliminarPor estos lados tenemos toda una variedad de esos bichos. Aquí tenemos los famosos limpiacasas, tal vez primos de los perenquenes o pracanes. El caso es que nadie los quiere. Para mí, son necesarios y cumplen un papel fundamental en el control biológico de otras especies, lástima que no incluyen en su dieta a los políticos, los de allá y los de aquí. A cuidarse, pues
ResponderEliminarMuchas tragaderas tendrían que tener esos bichos, Agroteide, para merendarse a un político de esos. Igual hasta se envenenaban. Y mira por donde, "limpiacasas", un nombre muy apropiado para los perenquenes. Un abrazo.
ResponderEliminarhola!acabo de descubrir,un pequeño perenquen en casa.Con mi hija de 6años ,estamos contentisimas..pero luego de leer algunos comentarios de que manchan las paredes ,no me hace mucha gracia.No se que hacer....si dejarlo en casa o llevarlo a la tierra.Vivo en un primer piso.Ayudenme a tomar una decision!!Gracias!!
ResponderEliminarMi opinión es que la casa es para los humanos y el exterior para ellos. Pero ya ves que hay opiniones para todo...
EliminarPues deben haber muchas especies de ellos porque en casa hay uno y no vemos cagadas en ningún lado, sin embargo los que si dejan cagadas son las cucarachas,
ResponderEliminarNo estarán equivocados?
Sí, sí dejan rastro (igual que las cucarachas). Pero se limpian fácilmente.
EliminarDe todos los bichos del campo con los que no puedo es con los ratones, les tengo una fobia infinita. Quizá por ello nunca me plantearía vivir en una casa terrera a pesar de lo mucho que me gusta el campo y su paz.
ResponderEliminarLa misma fobia que yo les tengo a las cucarachas, Luisa. Fíjate que hasta las llamo "guachinangas" por no mentarlas...
EliminarEn casa no he visto nunca un ratón. Pero haberlos, haylos por ahí fuera. Y ratas como la de Ratatouille, también sólo que no los vemos. Pero es que hasta en el Paraíso había una serpiente, qué se le va a hacer.
En el jardín del Campo de la ciudad deportiva del tenerife... levanté una piedra.. y zaz... debajo... adormilado por el frío... un perenquén cabezón y oscuro... se ve que el rayito de sol lo activó... porque en cuanto le fui a echar mano... zaz... como un zeppelin... visto y no visto! Me encantan!!! <3
ResponderEliminarSon muy suyos y cuesta un poco cogerlos. A mí no me gusta hacerlo y menos cuando están en meditación trascendental :-D Parecen decir eso de "Vive y deja vivir".
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