Alberto había vuelto a Los Sauces desde
Venezuela a los 19 años, causando entre los vecinos la acostumbrada
expectación. Expectación que él acusó inventándose la letra de una canción que
cantaba, con una voz muy bonita tipo Enrique Guzmán, al ritmo del limbo rock:
“Cuando a Los Sauces yo llegué, la gente me empezó a mirar, de la cabeza hasta
los pies me empezaron a investigar…”
Alberto era alto, delgado y con un encanto
especial que él conocía muy bien. Sabía hablar y tenía sentido del humor hasta
para reírse de sí mismo, lo que hacía que cayera bien a todo el mundo. Y no
había chica que no lo mirara con buenos ojos.
Él se dejaba querer, bailando con una en la
verbena por las fiestas, nadando con otra en el Charco, subiendo a Los Tilos
con la de más allá y diciéndoles a todas lo guapas que eran. Hasta que se
encontró con Carmita.
Carmita era la hija más pequeña de una
familia con muchas hijas, tal vez la más agraciada pero sin nada especial.
Nadie se explicaba por qué, de repente, Alberto parecía prestarle más atención,
pero tampoco le daban más importancia, un ligue de verano más que se apagaría
con el último de los fuegos de las fiestas de septiembre. Pero no fue así. La
madre de Alberto, Doña Manuela, fue la primera sorprendida cuando él le dijo,
al mes de empezar los devaneos, que se
quería casar con Carmita, que estaba muy pero que muy enamorado y que por
mantenerla no habría problema porque se quedaría a vivir en casa de ella hasta
que él encontrara trabajo.
Cuando se trata de los hijos, las matriarcas
de La Palma
hacen lo que sea y Doña Manuela no fue menos. Y, después de visitar a curanderos
y médicos y de hablar con todo dios, llegó a la conclusión de que su hijo
estaba embrujado. La abuela de Carmita, que gobernaba una casa llena de mujeres
con mano de hierro, tenía fama de bruja y algo le habría echado en el café para
que al chico le dieran esos amores repentinos y volcánicos sin fundamento. Y
entonces empezó el desembrujamiento: rezados, pastillas, agüitas, visitas a la Virgen de las Nieves,
promesas de madre y tías… Y una mañana Alberto se despertó y, de repente, sintió
que ya no tenía ganas de ver a Carmita ni en pintura. Se desenamoró sin más.
Cuando años más tarde yo le preguntaba por el
episodio, me decía: “No hay razones. Yo no pensaba en otra cosa que en casarme
con ella. Era un embrujo en toda regla”. Y eso sí, desde entonces él, que era
un gran cafetero y al que siempre recuerdo acunando con mimo la taza de café
entre sus dedos largos y elegantes, restringió el consumo a las casas de
confianza. Tomar café, sí, pero seguro, porque nunca se sabe si detrás de
cualquier agasajo se esconde una bruja.
(La foto, obra de
mi amigo Jesús, es de La
Calzada , donde vivió Alberto con su familia. La Calzada es un camino que,
yendo desde la Plaza
hasta la carretera de San Andrés, es, como se ve, bastante empinado, hecho que Alberto
también registró en el Limbo Rock que inventó: “A La Calzada fui a vivir con mi
papá y con mi mamá y un burro tuve que comprar para subir y pa bajar.”)
Vaya, vaya, qué bien...!. De que vuelan, vuelan, estimada Jane. Las viejas de antes - lo digo con respeto - entre ellas, mi abuela paterna, natural de los lados de Arico, decian que había que cuidarse y tener mucho tino. Aconsejaban tomar todo lo que a uno le dieran en casas ajenas con la mano izquierda. Según la conseja, si intentaban hacer daño, se rompia el hechizo. Vaya Usted a saber si el asunto era verdad. Yo por si acaso, tomo en cuenta el consejo, porque como decimos por estos lados, guerra avisada no mata soldado y si lo mata es por pendejo. A cuidarse, pues. Un abrazo.
ResponderEliminarNo sé por qué me suena a que yo conocí al Alberto de tu historia. Hasta la historia me suena también. Ya encontraremos el momento y el lugar para que me lo confirmes, porque yo nunca he estado en Los Sauces, a pesar de que todo me suena.
ResponderEliminar¿Y te consta, Jane, que siguen las brujas del lugar dando bebedizos y demás pócimas a los pretendientes de las chicas casaderas? Pues si continúa la costumbre y se enteran de esta historia los jóvenes casaderos, ya se andarán con ojo, por si acaso, ¿no crees?...
Agroteide, nunca, nunca hay que despreciar las consejas de viejas, y eso es algo que los jóvenes de ahora, tan dados a pasar de la ancianidad, tienen que aprender. La experiencia es un grado y más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y si te dicen que tengas cuidado en casas ajenas es porque piensan mal ¡y muchas veces aciertan! Así que, como dices siempre (y ya tu consejo se está haciendo una frase muy popular por aquí), a cuidarnos, pues.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cehachebé, ¿cómo que no has estado en Los Sauces? Pero sí está ahí al lado... Es una laguna imperdonable que tienes que cruzar porque La Palma, y Los Sauces en particular, merecen la pena. Tiene rincones preciosos, como Los Tilos, por ejemplo, una de las maravillas de Canarias; pero para mí Los Sauces es el rumor del agua: en las atarjeas entre plataneras y ñameras, en la cascada de Los Tilos, en el mar en San Andrés...
ResponderEliminarLa pena es que yo también llevo unos años sin ir, aunque la morriña me puede y tengo por ahí un viajito pendiente aunque sea un fin de semana largo. Por eso no sé si aún quedan brujas, aunque sí conocí, de chica, a alguna que hacía rezados y daba bebedizos y pócimas, como dices (más bien agüitas de hierbas). A ver si entra algún comentarista saucero y nos pone al día.
Y me da que sí conociste a Alberto...
Un abrazo.
Ciertamente es imperdonable ser canario o vivir en estas islas y no haber visitado La Palma y más concretamente nuestro terruño, tengo entendido que la amiga Jane, pasó muy buenos ratos por aquí y seguro que siguen entre sus mejores recuerdos, hermosos días de verano haciendo estragos al igual que nuestro amigo Alberto. Todos sabemos, especialmente los que vivimos en pequeños pueblos, que el verano es una época especial, en la que nuestras plazas, tarde a tarde se llenan de caras nuevas que llegan de diferentes lugares a compartir con nosotros algunas jornadas estivales, y una cara nueva, en estos pueblos, acostumbrados a contemplar siempre las mismas, un forastero-a siempre es bien "recibido-a y atendido-a".
ResponderEliminarSí que sabiamos algo de la historia de Alberto, y sí que por aquellos tiempo esas y otras historias parecidas campaban entre nosotros y se recurría a la santería y brujería en busca de ayuda. No sé si era efectivo o no, siempre lo he puesto en duda, pero vamos que tampoco soy capaz de asegurar lo contrario, eso sí los tiempos han cambiado y aquí como en otros tantos lugares procuramos relacionarnos con métodos más racionales pero igual no tan efectivos.Supongo que donde hubo siempre queda, pero desde luego no es lo más habitual, aunque siempre se habla de curanderos, del maldeojos, del mal aire, culebrillas...y siguen existiendo esas personas que encuentra remedio a ciertos males a través de rezos y algunas pócimas.
Gracias Jane por compartir tus historias.
Hola Jane. Claro que había las mal llamadas "brujas" en La Palma. En realidad eran personas con poderes y también había charlatanas que lo que hacían era engañar a los incautos. YO personalmente conocí y viví de primera mano algunos hechos.
ResponderEliminarLo que voy a contar se lo ví hacer decenas de veces a úna de mis tías que curaba el mal de ojo, curando a muchas personas. Ya sé que alguien dirá que era sugestión, pero....
Un día llegaron a buscarla porque había una vaca que llevaba varios días echada, no se levantaba y tras varias visitas del veterinario, les aconsejó que la mataran para aprovechar su carne. Yo acompañé a mi tía que le hizo su rezo, y a los pocos minutos se levantó, y siguió con su vida de vaca.
También conocí a una mujer que tenía "fuerza de vista" y movía objetos a decenas de metros, se me pusieron los pelos de punta cuando lo ví, yo era pequeño pero con el paso de los años aprendí a valorarlo.
En cuánto a lo del café, era famosa una señora que vivía en ese pueblo de la foto, y cuenta mucha gente que no era una charlatana.
Haberlas, haylas. Un beso Jane.
Sí, Jesús, tengo recuerdos estupendos de aquellos años de mi juventud en Los Sauces, cuando era "la cara nueva" que iba los veranos y me quedaba con mis tíos en La Calzada (tenía razón Alberto, hubiera venido bien un burro para subirla, por lo menos) o con mi abuela y mis otros tíos en La Verada: las fiestas, los baños en el Charco, las excursiones, las pandillas y los amores de verano... Hace poco hablé hasta de la serenata que una noche me dieron allí, bajo las estrellas. Mejor atendimiento, imposible.
ResponderEliminarGracias a ti también por responder a la pregunta de Cehachebé. Yo ahora también vivo en un pueblo y podría decir lo mismo que tú. Aparte de que mis abuelas también curaban, una con masajes en la barriga y rezados, y la otra con sus agüitas (podríamos llamarlas "pócimas") que eran mano de santo (o de bruja).
Un abrazo.
Hola, Juan. Me has dejado flipando con lo de la vaca (¿se sugestionan las vacas?) y con lo de los objetos inalámbricos. También he oído hablar de la "fuerza de vista" y que, por si acaso, ésta produce mal de ojo hay que decirle a los niños "Dios le guarde". Y mi hermana, que es pediatra, cuenta que a veces le han venido bebés con cruces rojas pintadas en el pecho, también para combatir el mal de ojo. Los humanos somos así de precavidos.
ResponderEliminarY qué miedito la señora del café, igual era con la que se topó Alberto, que siempre fue muy confiado. Bueno, hasta ese momento.
Aunque es verdad que hay mucho charlatán, por si el "haberlas, haylas", mejor tener la mente abierta (y no tomar café en casa de una bruja).
Un abrazo, Juan, y gracias por tu aportación.
Hola Jane.
ResponderEliminarAl empezar tu historia me vino a la mente como Alberto representa a muchos jóvenes que llegaron de nuevo a su tierra, con la confianza que da el saber que ya estas en tu sitio, ese sentir de estar en tu lugar hace que las personas te encuentren guapo.
Araceli, me parece muy sabio lo que dices. Responde también a la pregunta ¿qué es lo que nos parece bello? Porque hay personas que decimos que no responden a un patrón establecido, que no son Brad Pitt o Angelina Jolie, y sin embargo son guapas a rabiar porque se quieren a sí mismas, no están pendientes de lo que digan los demás, les notas la alegría de vivir, la confianza en sí mismos... Y, efectivamente, llegar a tu lugar puede acrecentar eso. Alberto era así, era guapo en ese sentido.
ResponderEliminarHola Jane:
ResponderEliminarPara mi que las brujas de los Sauces se fueron de allí en las escobas y con su sombrero, pero a mi de pequeña me quitaron el sol de la cabeza, me rezaron contra el mal de ojo, algo me hicieron con el buche virado y no recuerdo nada sobre el plato corredero.
También me llevaron a curanderos que nos colocaban las cosas en su sitio.
Pero de poetas, locos y brujos todos tenemos un poco.
Un abrazo
¡Ah el café aquí es de confianza!
Me encantó el hechizo de Alberto, eres una saucera de ADN.
Y a mí me encantó, Mari Carmen, ese título de saucera de ADN. Con toda la razón del mundo, además, porque por los dos lados, padre y madre, mis ancestros corretearon entre los ñames por esos caminos (de hecho, cada vez que voy y contesto a la pregunta típica ¿Y tú, de quién eres?, me salen primos).
ResponderEliminarUn día de estos me voy a ir a tomar ese café de confianza a tu casa para que me cuentes qué es eso del buche virado y del plato corredero.
Un abrazo.
Mi madre, que es nacida en Los Sauces, siempre me lo dijo: ¡No tomes el café en casa de una palmera! y sobre todo, no dejes que posean trozos te tus uñas. Creo que el embrujo que describes es vieja tradición por esos lares.
ResponderEliminarHabrá que tener cuidado.
No me digas, Guillermo, que tu madre es de Los Sauces. Escarbando, escarbando, seguro que somos parientes, y tendrá también un montón de historias que contar. Lo de las uñas también lo decía mi abuela, nos hacía tirarlas por el water, no fuera que alguien malintencionado se apropiara de ellas (la verdad es que no sé muy bien para qué). Cosas veredes.
ResponderEliminarSiempre oí historias de esas.. embrujamientos... Yo prefería ligar con la mirada... ;)
ResponderEliminarTienes razón, Gladys. qué complicación ¡Y mira que en la literatura aparecen filtros de amor y brebajes! Ahí tienes a la Celestina o a Tristán e Isolda mandándoselos como si tal cosa. Pero tú y yo sabemos que donde esté una buena sonrisa o una mirada cautivadora que se quiten los bebedizos.
EliminarAlgo de "brujas" corre por nuestras venas Isabel y si es de Los Sauces por la mía el doble jejeje
ResponderEliminarPues sí, Isabel Elvira, mi bisabuela Pepa (tatarabuela tuya) pertenecía a la familia de "Los brujos", y por algo sería; ya sabes que en La Palma todo sobrenombre tiene su motivo. Mi hermana, por ejemplo) a veces tiene pálpitos de bruja (adivina cosas), así que no me extraña nada de nada lo que dices. En Halloween seríamos las reinas :-D
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