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Fuente del Monasterio de Poblet en la que los monjes se lavaban las manos antes de entrar al comedor |
La semana pasada los dejé descansar sin mi habitual escrito de los lunes porque estuve por tierras catalanas en un viaje que, en muchos momentos, me pareció un viaje en el tiempo.
Hay viajes para ver y llenarte de sensaciones, hasta el punto en que te parece que ojos y oídos no van a poder abarcar todo lo que quieren. Y hay otros -como este último, por el Baix Camp (Reus, Tarragona, el delta del Ebro, la costa Daurada, la ruta del Císter...)- en que los ecos de voces y pisadas antiguas te llevan a épocas ya pasadas.
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Anfiteatro y Vía Augusta en Tarragona |
En Tarragona, la Tarraco romana, todavía parece oírse el correr de los carros por las arenas de un circo que, sepultado casi completamente por casas y calles, quiere de vez en cuando revivir con gritos de multitudes y sueños de aurigas. Un poco más abajo, los que recorren el trazado de la antigua Vía Augusta se asemejan a aquellos que lo hacían 2000 años atrás. Y las piedras, reutilizadas en casas y catedrales a través de los siglos, nos hablan, como testigos del vivir cotidiano, de los hombres y mujeres que poblaron y amaron estas tierras, a las que la caricia del Mediterráneo dota de afabilidad.
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Monasterio de Poblet (mezcla de estilos en sus torres) |
En Poblet, en ese maravilloso monasterio, morada última de reyes, el jardín del claustro, abierto y luminoso, tiene una simbología propia que los monjes jardineros han seguido a través del tiempo: en la parte derecha, la más cercana a la puerta, flores azules para significar la sociedad de fuera a la que han renunciado; en el lado de la iglesia las flores blancas representan la espiritualidad; en el de la cocina y el refectorio, donde los monjes comen en silencio mientras uno de ellos lee escritos religiosos, las flores son rojas porque están cerca del fuego y del calor de lo que han escogido como hogar; y en el lado de la Biblioteca, las flores amarillas simbolizan la inteligencia y la sabiduría. Es fácil en este recinto de hace nueve siglos, imaginar los rezos y la vida dura de los monjes del Císter, y oler incluso el humo de los libros quemados en su momento más negro, durante la desamortización de Mendizábal ¿No es posible, acaso, vislumbrar por el rabillo del ojo -y aplaudir- al fantasma de aquel monje, amante de los libros, que escondió en ese momento siete incunables para salvarlos del odio y la estupidez de los bárbaros?
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Ventana del Instituto Pere Mata en Reus |
En Reus -cuna de Gaudí- y en los pueblos de esta comarca, el sello de los arquitectos geniales del modernismo ("Vendrá gente de todo el mundo a ver lo que estamos haciendo") se ve por todos lados: en las casas y palacetes de los burgueses, en los proyectos ideados e inconclusos que recoge el Gaudí Centre o en el Instituto Pere Mata, el psiquiátrico para ricos que el arquitecto Lluís Domènech i Montaner ideó para la ciudad, con todas las comodidades y lujos posibles, que no oculta, sin embargo, la amargura y la sinrazón que se escondió entre sus muros.
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El río Ebro encontrándose con el mar |
Mientras recorro las fértiles tierras, las playas doradas, los últimos kilómetros del Ebro en el momento en que se une al mar, veo la obra de muchas manos a través del tiempo: de los pescadores del delta, de los payeses que cultivaban los campos, de los que plantaban los arrozales, de los carreteros que llevaban las mercancías a través de los caminos, de los zapateros, herreros, cordeleros, pastores..., que hicieron posible una vida basada en la tierra y el agua; y también, de las mujeres que cocinaban cocas, escalibadas y dulces de avellanas y almendras, y de los que, después de las cosechas, se reunían a celebrarlo.
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Calle de Montblanc |
En Montblanc, el pueblo medieval, "
el de muros y cantiles, el de casas señoriales y las calles ancestrales, lugar de reyes y princesas, la noble villa ducal" ("Montblanquina" de Josep M. Poblet), las gentes preparan estandartes, gallardetes y banderolas de otros tiempos para revivir torneos y leyendas que nos pertenecen a todos, como la de San Jorge y el dragón. Y me siento en este viaje -pese a
esteladas- parte de ellos y de esta humanidad que trabaja, reza, ríe, habla con el vecino, cocina y come con deleite lo cocinado, compite para ver quién cultiva la rosa más hermosa, se regocija ante lo bello y disfruta en las fiestas.
Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.
Se ve que lo has disfrutado y lo traes en el corazón. Felicidades
ResponderEliminarEso es lo mejor de un viaje: ir con mente y ojos abiertos, sin ideas preconcebidas, disfrutando del momento y hablando con todo el mundo. Es la única manera de traer en el corazón una parte del pueblo visitado.
EliminarGracias.
El escrito es extraordinario. Tienes una forma de contar que te hace vivirlo (revivirlo para los que estuvimos). Lo tuyo sí es un aprendizaje significativo pues conectas lo que ves con tus experiencias y sentimientos. La verdad es que ha sido un viaje inolvidable al igual que tu forma de contarlo.
ResponderEliminarHay muchos factores que hacen de un viaje que sea inolvidable: los lugares que visites, el sitio en que descanses, las gentes del lugar con las que hables. Pero también los buenos compañeros de viaje, aquellos con los que puedes compartir momentos bellos y curiosidades, tomar un buen vermut de Reus con papas fritas y olivas, reírnos juntos por las mismas cosas... Creo que esto ha sido importante para guardar y recordar siempre lo bien que lo hemos pasado. Gracias a ti y a Rosa Amelia por todo eso.
EliminarUn abrazo.
Esa zona es preciosa. Y como dice Marcos, lo cuentas tan bien...
ResponderEliminarBesos, Isabel
La verdad es que sí es preciosa, Celia. Conocía Tarragona y el delta del Ebro, pero muy poco; y de lo demás, nada. Así que fue como un descubrimiento. Y una gozada también porque en muchos sitios, como en Montblanc, preparaban el día del Libro y, aunque no pudimos quedarnos al gran día, vimos algo de las expectativas y los preparativos, que también tienen su emoción.
EliminarBesos.
Precioso relato, he paseado contigo.
ResponderEliminarMe encanta pasear con alguien, Carmen. Los paisajes se hacen más bellos cuando los compartes. Un beso.
EliminarGracias por compartir ese viaje con los que no podemos viajar todo lo que nos gustaría y visitar tan bellos lugares.
ResponderEliminarAy, Luisa, tampoco yo viajo todo lo que me gustaría. Si existiera la teletransportación y si no viviéramos en una isla y si no tuviera un marido que me ataja, no me veían por casa mucho, no.
EliminarCon tan magnífico relato he podido revivir mis visitas a esas tierras,con "cuartel general" en San Carles de la Rápita. Fantásticas sus gentes,paisajes,comida y bebida.Gracias Isabel .
ResponderEliminarEs la segunda vez que he estado en San Carles de la Rápita. La primera, me comí un fantástico plato de pescado en uno de los restaurantes cercanos a la playa, callejeamos y luego fuimos a la subasta del pescado en la Lonja, que fue un espectáculo muy interesante. Esta vez sólo fuimos a esto último porque después íbamos a hacer el recorrido en barco de los últimos 16 km. del Ebro y no nos daba tiempo de más. Pero es un pueblito y una comarca que merece la pena visitar y conocer un poco mejor.
EliminarGracias a ti, Claudia.
Qué paseo más hermoso has relatado! Me alegro que hayas disfrutado.
ResponderEliminarNélida, tú sabes que tenemos el mismo virus inoculado, el de disfrutar de vez en cuando de un viajito. Los míos no han recorrido el mundo como los tuyos, pero siempre se disfruta con salir un poco más allá de la puerta de casa y encontrar un lugar que nos diga algo. Y sí, entonces es una experiencia estupenda, como ya sabes bien.
EliminarUn abrazo grande.
Pues sí que es verdad... es más lo que nos une que lo que nos separa... Buen post! Preciosas las imágenes!
ResponderEliminarDesde Shakespeare y su Mercader de Venecia, se defiende lo que nos une y no las diferencias: "Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?". Hoy mismo venía en el periódico un artículo de Almudena Grandes hablando de su estancia en Barcelona y de que se sintió como en casa. La misma sensación tuve yo.
EliminarGracias, Gladys (¿verdad que me quedaron bien? Me hinché a hacer fotos "artísticas", jeje)
Un abrazo.
¡Qué ilustrado tu diario de viaje!...
ResponderEliminarHa sido como un corto paseo de tu mano. Gracias por compartirlo, desde tu mirada curiosa y vasto saber.
La verdad es que algunos lugares que visitamos parecen trasladarnos a unos sonidos y a unos momentos lejanos que nos embargan de emoción. Son afortunados aquellos que pueden llegar a experimentarlo.
En cuanto a nuestras similitudes, por supuesto, siempre vencerán por encima de insignificantes diferencias.
¡Ojalá sea así, Cande! Cuando ves que se mata y se desprecia al otro por hablar otra lengua, por ser de otra familia o de otra etnia o de otro país o de otra religión, como si eso fuera lo fundamental en un ser humano, el optimismo se mengua un poco. Recuerdo una campaña publicitaria en la que lo que se ponía eran radiografías de distintos personajes para señalar que por dentro todos somos iguales. Tal vez llegue el día en que los hombres lo comprendan ¿Cuándo? A lo mejor cuando se tengan que unir contra un enemigo común ¿Alienígenas del espacio, tal vez?
EliminarGracias por acompañarme en este y otros paseos. Tú y yo sí que tenemos más cosas que nos unen que las que nos diferencian.
Un abrazo.
Isabel, me ha encantado el relato de esta zona privilegiada tanto por su naturaleza como por las aportaciones que las sucesivas generaciones han dejado en ella. Me ha traído muy buenos recuerdos. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Merche. La naturaleza ha sido pródiga con ella, la verdad. Y encima, con ese Mediterráneo que Serrat cantó tan bien. Fuimos al Museo Etnológico de la vida rural en Poblet y me encantó ver los instrumentos y fotos de lo que ha sido el vivir cotidiano, tan parecido al nuestro también.
EliminarUn abrazo.