De pequeña no me gustaban los bosques. En ellos se perdían los niños si no ponías miguitas de pan por el camino, había casitas de caramelo en las que habitaban brujas que te comían en cuanto engordaras, y lobos que te engañaban para llegar antes a casa de la abuelita y poder hacer doblete: cazuela de abuela y nieta al precio de una. Quita, quita. Muchas pesadillas tuve en las que mis padres se olvidaban de mí en las excursiones a Las Mercedes y, luego me veía por la noche perseguida por susurros, aullidos espeluznantes y sombras amenazadoras ¡Uf, qué bueno era el despertar, rodeada de paredes y no de árboles!
Y, sin embargo ahora, ¡cómo me gustan los bosques! Los bosques umbrosos de los que hablaba Garcilaso en sus Églogas, los bosques de los Ents en los libros de Tolkien -"Los Ents amaban los grandes árboles, y los bosques salvajes, y las faldas de las altas colinas, y bebían de los manantiales de las montañas..."- , los bosques vivos y poderosos de "Un cuento oscuro" (Naomi Novik), un libro que leí el mes pasado...
Y, más allá de los bosques literarios, me gustan los bosques reales, aquellos en los que he caminado como si tuviese sobre mi cabeza un dosel verde y acogedor de ramas entrelazadas: en Asturias, en donde habitan las rusalkas, los espíritus de las damas del bosque; en el Perigord, en donde descubrimos la vida que bulle en la aparente inmovilidad; en Inglaterra, lugar de improbables Robin Hood detrás de cada árbol; y, sobre todo, en mi tierra, donde los bosques tienen sabor antiguo.
He estado esta semana pasada en La Gomera, una isla que conozco hace más de 30 años. Durante un tiempo, la visité dos veces al año, en junio y en septiembre, para ir a examinar de la selectividad a los alumnos de allí. Y entre examen y examen, siempre tuve tiempo para dos cosas: darme un baño en aguas transparentes y caminar entre brezos, loros y pinos por el corazón umbrío de la isla. Este verano he repetido el viejo ritual -aguas frescas y sombras del bosque-, como quien hace una promesa al volver a un lugar querido. Y ha sido una maravilla respirar el aire limpio de la cumbre y perderse por senderos, y ver, desde los miradores, las tres islas, nítidas en el horizonte: El Hierro, pequeña y misteriosa; La Palma, verde y ya sin fuego, con La Caldera de Taburiente en el centro; y la imponente figura del Teide en Tenerife ("Si Tenerife quiere Teide, / que lo haga de madera / porque el Teide de verdad / lo disfruta La Gomera", dice una copla).
Caminando por El Cedro y por los altos de Garajonay, por ese bosque de hace millones de años en el que los árboles parecen ancianos que nos miran con ojos insondables, sentimos que alguna vez debimos haber vivido en un lugar así. Y muchas veces, empujados por la nostalgia de aquellos tiempos en los que hablábamos con los árboles, los hombres trasplantamos algún ejemplar a la ciudad, para que nos ayude a recordar. Hay un baobab, traído de no sé dónde, en la calle del Pilar en Santa Cruz, que más parece un turista sorprendido que se pregunta: "¿Qué hago yo aquí?".
Y es que el aquí natural de los árboles es el bosque. Como el de La Gomera de estos días, el bosque antiguo que, antes de la historia, ya estaba aquí, y aquí seguirá cuando todos nos hayamos ido. Despojados del miedo infantil pero no de la magia de los cuentos, ¡cómo me gustan los bosques!
Ese gusto por los bosques... lo comparto desde el fondo del corazón!
ResponderEliminarOtro gusto más que compartimos, Gladys (junto con los libros y la afición a LQLPC). No hay como un lugar arbolado y umbroso, en el que el silencio y el rumor de las hojas se unan, para dejar volar la imaginación y sentirte en paz con el mundo.
EliminarEso... perderse por un sendero en penumbras... vislumbrar horizontes entre ramas y hojas... oir un hilillo de agua cantando... ese olor a tierra húmeda... a vida... Ains... Despertar sentidos!!!
EliminarUna de mis amigas me contó que su hija hace poco hizo una caminata por El Cedro y lo hizo ¡descalza! Dice que fue una gozada el sentir la tierra fresca y blanda bajo sus pies, una sensación increíble que se une a todas las que dices.
EliminarY ¡ay! el olor a tierra húmeda... Uno de mis olores preferidos, de esos que te ensanchan el alma.
No puedo estar más de acuerdo contigo. Has tomado una bocanada de ese aire fresco del Cedro. Estos días que vemos cuántos arboles se queman, nos duele enormemente por nosotros y por las próximas generaciones.
ResponderEliminarDe todas formas, Carmen, siempre resurgen. Poderosos, casi eternos, como diciéndonos que ya han sobrevivido a terremotos, erupciones, rayos del cielo... y que ahí siguen ¡Vieron pasar hasta las tres carabelas de Colón! Son sabios.
EliminarEn el primer párrafo de tu entrada estaba pensando en cuántas connotaciones negativas tenían los bosques en la literatura infantil y me acordé de "un cuento oscuro" (que mencionas en el segundo párrafo y cuya lectura casi hicimos de forma simultánea). Pero fíjate que en la vida cotidiana de la antigüedad, sobre todo en la Edad Media, el bosque era refugio, protección, comida, medicinas y madera. Aunque también misterio, claro. Nos encantan los bosques... los pocos que nos quedan. Bss
ResponderEliminarEs verdad, Mónica ¡Y cuántos proscritos y fugitivos vivieron protegidos en bosques durante años!
EliminarEl bosque de "Un cuento oscuro" es verdaderamente oscuro (no iría para unas vacaciones, no). Pero hay también tantos bosques literarios en los que a una le gustaría perderse... Por ejemplo, en el Bosc de les Fades (nos encanta a todos los que hemos leído (y releído)tu libro "Un hotel en ninguna parte"). La protagonista empieza a llamarlo "sombrío y tétrico", luego "espeso, antiguo, extensísimo", pero enseguida empieza a captar el "silencio suave, amable, salpicado por el ulular de las lechuzas y el quejido de las ramas viejas" y no tarda en decir que es un bosque hermoso, sobre todo a la luz del sol ¿Cómo no amar un bosque así aunque esté perdido en medio de la nada? O precisamente por estar perdido en medio de la nada.
¡Cómo me gustan los bosques y también los libros que hablan de los bosques!
Muchos besos, Mónica.
Después de leer tu poético y descriptivo post de hoy, Jane, me quedo en un punto intermedio. Dependiendo de la clase de bosque, tanto real, como literario, me encuentro en ellos más o menos libre, más o menos encarcelada o más o menos impresionada.
ResponderEliminarDesde niña, lo mío ha sido el mar y su amplitud, el mar y sus colores, el mar sereno y el mar bravío, mientras que, en especial, durante la niñez y la juventud, en el bosque me sentía ahogada, encerrada y limitada. Tanto si el bosque era imaginado como si yo lo pisaba y tocaba.
Pasado el tiempo, mi amor por el mar se mantiene, pero mi rechazo por los bosques se ha dulcificado. Ahora hago distinción entre los cerrados, tupidos e inquietantes y los que son abiertos, luminosos y despejados. Entre los que me dejan ver el cielo y donde ellos acaban y los que sólo me generan inquietud y no me permiten sentirme tranquila y confiada, porque cuando menos lo espere, puede surgir el peligro y la incertidumbre. Son sensaciones que tenía de niña, independientemente de la clase de bosque que fabricara en mi mente o que visitara. Sin embargo, desde que empecé a diferenciar a unos de otros, mi visión de los bosques ha cambiado y ya soy capaz de sentirme bien dentro de algunos.
Si profundizo en el porqué de este cambio, reconozco que ha sido el cine y sus muchas películas, desarrolladas en selvas intrincadas o en bosques de esbeltos y separados árboles, los que más han influido en mis sensaciones y han hecho que, en mi mundo más cercano, los distinga también. Del mismo modo que a mi imaginación no le cuesta visualizar las diferencias, cuando la que los convierte en escenarios de sus historias es la literatura. De estos últimos, guardo un especial recuerdo del bosque de los proscritos, diseñado por Kent Follet, en su novela "Los pilares de la Tierra" y en el que Tom, el constructor de catedrales y su familia, se refugiaron por un tiempo y allí conocieron a la enigmática Ellen y a su hijo Jack. No me fue difícil transportarme a aquel intrincado bosque medieval y sentirme uno más de sus habitantes, a pesar de mi prevención hacia esas masas vegetales.
En el cine, por algún extraño motivo que no debe estar alejado de mi prevención hacia ellos, la presencia del bosque, por lo general, se asocia al misterio, al miedo, al terror y a lo desconocido. Incluso en películas de carácter ecológico, alguna de esas reacciones están presentes. Y no digamos las de expediciones en busca de piedras preciosas, metales nobles o seres gigantescos, deseados y conseguidos a punta de fusiles y pistolas.
Quizá, toda esa amalgama de mundos, dentro de bosques claros, selváticos o antiguos, sea los que a mí me lleva a que esas masas verdes no me atraigan tanto como un mar gris, azul o esmeralda...
Enhorabuena, amiga, por haber renovado tu paseo por el antiguo de La Gomera y por haber hecho, de él, esta magnífica crónica poética.
Tú también la has hecho, Cehachebé, un buenísimo recorrido por los bosques y por las sensaciones que te provocan. Creo que es que los bosques tienen su propia vida y su propio tiempo, y nosotros somos simplemente intrusos que los visitamos (y a veces los destruimos). De ahí la sensación de misterio, de no saber con qué te vas a encontrar, de estar en casa ajena... Incluso a veces hablamos en voz baja mientras caminamos entre altos árboles, como si no quisiéramos molestar.
EliminarEn los libros de Tolkien, aparecen las dos clases de bosques que nutren el imaginario colectivo y los sueños de nuestra infancia. El Bosque Viejo es un bosque raro y hostil, no le gustan los extraños, te vigilan. A veces dejan caer una rama o te atrapan con una liana. Los hobbits, percibiendo la malignidad del bosque, se animan con esta canción:
"Oh, vagabundos de la tierra en sombras,
no desesperéis. Pues aunque oscuros se alcen
todos los bosques terminarán al fin
viendo pasar el sol descubierto:
el sol poniente, el sol naciente,
el fin del día y el principio del día.
Al este o al oeste, los bosques acabarán"
En cuanto terminaron de cantar, les cayó al lado una rama gordísima, y al final terminaron atrapados por un viejo sauce.
Por otro lado, está el Bosque de los Ents, más vivo, más bello, más joven. O Lothlorien, donde viven los elfos.
Tolkien era un amante de los árboles y siempre los vio como seres vivos con su propia personalidad. Los respetaba profundamente y, por supuesto, que pensaba que también puede haber peligro dentro de un bosque. Después de todo no es nuestro hábitat.
Gracias por tu estupendo comentario. Un abrazo grande.
Los bosques o montes, como decimos los canarios, son capaces de devolvernos el más puro silencio. Cuando caminamos bajo sus sombras, el único sonido es el de nuestras pisadas y creo que es por eso por lo que se convierten en lugares misteriosos para desarrollar la fantasía de cualquier cuento o leyenda.
ResponderEliminarEs cierto, Isa, son antiguos e importantes testigos de la historia de nuestros primeros ancestros y de mucho antes de la existencia de éstos. Son refugio de nuestra fauna y el nido de nuestras aguas, pero sobre todo son el paraje perfecto para respirar y descansar lejos de la metrópoli.
El misterio lo trae, como dices, el silencio, pero también los sonidos muchas veces desconocidos (¿qué será eso?, decimos asustados). Y las sombras, que pueden esconder "cosas", o el no ver sino a tres pasos cuando hay mucho follaje, o lo que nos han contado desde niños...
EliminarPero las ventajas de los bosques son, como has dicho, muchas. Tantas que parece mentira que haya gente desaprensiva que atente contra ellos. Son los pulmones de la Tierra, la fuente de vida, la condición fundamental para que el planeta no se caliente. Nuestra vida depende de ellos y atentar contra ellos es atentar contra nosotros mismos.
Ojalá el hombre se conciencia bien del tema y los bosques aumenten y no disminuyan. Que una ardilla pueda ir saltando de rama en rama por toda la península Ibérica igual que antes ¿Te imaginas?
Un beso, Cande.
Hola Isa
ResponderEliminarTe hemos leido en Lanzarote, el Serra y yo.
¡Qué bonito, cuanto nos ha gustado el artículo! Serra dice que le ha rememorado los tiempos remotísimos de un viaje que hicimos a través de la Escandinavia (cierta influencia no confesada de Knut Hamsun).
Estamos en Lanzarote donde los bosques no se ven ni con catalejo ... pero no importa. El caso es que yo si los veo en lo diminuto de la vida saxícola.
Besos.
Allí en la Escandinavia se esconden los trolls entre tanto verde. En cambio, en Lanzarote... ni esconderte puedes. A mí me hizo gracia una vez que unos amigos nos llevaron ahí a un sitio que ellos llamaban el Bosquecillo (un sitio con unos pocos matorrales). Les decíamos: "¿No están presumiendo demasiado con ese nombre?".
EliminarPero, como dices, la vida está en todas partes. Y tú, como buena botánica, seguro que la encuentras en líquenes, musgos, algas y hasta en los matorrales del Bosquecillo.
Un beso para ti y para Serra.
Como siempre,me sigues sorprendiendo.Me encantan tus temas y de la manera que los trasmites.
ResponderEliminarGracias, Begoña. La verdad es que la vida es tan variada y sorprendente que siempre habrá temas para hablar y dialogar.
EliminarUn beso grandote.
Ay, Jane, ojalá tu predicción se cumpla y sigan aquí después de estar nosotros. Siento mi pesimismo, pero es la época de incendios y me pone muy triste sobre esta tema. La entrada, preciosa.
ResponderEliminarUn abrazo.
No, Dorotea, los bosques no se acabarán. Nos va la vida en ello. Un árbol vive más que nosotros y sabe sobrevivir. Este año en que nuestro nisperero casi centenario murió, ya hemos encontrado pequeños arbolitos alrededor de donde una vez estuvo. Y en La Gomera, donde hace 4 años hubo un incendio que cerró el paso a la mitad de la isla, ya hay árboles llenos de brotes verdes. Los bosques perdurarán.
EliminarUn abrazo.
¡Cómo me gustan los bosques a mi también! Este año precisamente he estado en Asturias y es increíble que haya paisajes así y que haya gente que se los quiera cargar. No sé qué tienen, pero que cuando me siento saturada me voy a dar un paseo por el bosque y vuelvo nueva. Me descargo de negatividad, vuelvo vacía y llena a la vez, llena de magia, de misterio... Y eso que por aquí no hay muchos bosques, tengo un parque regional cerca, pero no es muy frondoso. Aún así, cumple su función.
ResponderEliminarGrandísima entrada, como siempre.
¡Besotes!
Me recordaste a la película "Sissi", una de las que vimos en la infancia, con aquella Romy Schneider jovencita. Hay una escena al principio de la película en la que ella y su padre van a cazar al bosque. En realidad pasean y el padre le aconseja que si alguna vez tiene problemas, que venga al bosque, respire aire puro, vea la maravilla de la naturaleza y relativice todo lo que le pasa. Cuando ella conoce al emperador y empiezan los problemas, se acordará del consejo paterno.
EliminarAquí tenemos dos bosques preciosos, el de Las Mercedes, un bosque de laurisilva de la era terciaria (aquel que yo soñaba que me perdía de pequeña), y el de La Esperanza, a la subida del Teide, un bosque de pino canario que perfuma toda la carretera dorsal de la isla. Como dices, los dos cumplen su función. Me encantan.
Muchas gracias y un abrazo grandote.
Como siempre una delicia leerte, enhorabuena y un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Ursulita. Muchas excursiones hicimos juntas por esos montes. Un abrazo.
EliminarComparto tu amor por los bosques, querida Jane (aunque una vez me perdí en uno y no fue nada agradable). Así que te voy a recomendar un bosque literario, una novela de fantasía llamada "Bosque Mitago", de Robert Holdstock (en editorial Gigamesh).
ResponderEliminarLa apunto, César, muchas gracias.
EliminarY perderse en un bosque remite a mis pesadillas más antiguas en las que aparecían hasta lobos y todo. Seguro que no fue agradable.
Y yooo. Son mágicos.
ResponderEliminarAnaga...su monte de Las Mercedes. En Ycod tenemos un mini bosque de laurisilva a donde solíamos hacer una excursión en verano. Un "retacito" de hace millones de años.
El monte de las Mercedes es para mí el bosque por excelencia. La Esperanza no tiene su glamour. Allí hay árboles unidos unos a otros de manera que no dejan ver nada más adelante, con barbas antiguas y musgo que recogíamos para los belenes en épocas de navidad. La laurisilva nos habla de bosques de otro tiempo.
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