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"Mujer leyendo una carta" Vermeer |
De todo el ruido mediático esta semana alrededor de La Carta, me quedo con la frase que puso el filósofo Javier Gomá Lanzón en X (antes Twitter): " Algo bueno de todo este follón es que vuelve el género epistolar". Aparte de hacerme gracia, eso fue precisamente lo que más me ha llamado la atención y me ha gustado: que todas las razones aducidas (gusten o no) se han expresado por carta, cuando parecía que ya estas habían muerto definitivamente, fulminadas por las redes sociales. Y mira por dónde, una carta, un objeto que se decía de museo, tan vivo en mis tiempos mozos y ahora tan obsoleto, copa todo el interés de la actualidad.
Y me parece bien porque creo que las cartas no deberían pasar a la historia. Deberían ser un instrumento de comunicación tan válido o más que los wasaps, los e-mails, los post y la santa parafernalia de Internet. Las cartas -más que un comunicado oficial o una nota de prensa- reflejan el lado humano de la persona que la escribe, enganchan a los lectores, nos acercan más a lo que el escribiente quiere reflejar y representan la oportunidad de ponerse en su lugar. En ellas, siempre el tema a tratar es importante, grave o serio. Si mi abuela, cuando explotó el volcan de San Antonio en La Palma en el año 49, hubiera escrito un e-mail en lugar de una carta, aparte de perderse la información, yo no habría captado su miedo, su preocupación por si la corriente de lava pasaba cerca de su casa,su indefensión e incertidumbre.
Por eso hoy que el tema está de moda, yo reivindico el género epistolar que tanto cultivé y que tantas satisfacciones me ha dado en mis lecturas. El poder de las cartas creó este género, cultivado por clásicos como Cadalso (Cartas marruecas), Goethe (Las penas del joven Werther), Jane Austen (Lady Susan), Gustavo Adolfo Bécquer (Cartas literarias a una mujer), o Jardiel Poncela (El libro del convaleciente).
Y aprovecho esto y que todavía no ha terminado el mes del Libro, para recomendar otras novelas epistolares que me han encantado, a ver si se animan. Ahí va una lista:
Carta de una desconocida, de Stefan Zweig (conmovedora y sorprendente)
Donde termina el arcoiris, de Cecelia Ahern (fresca y entretenida)
La tesis de Nancy, de Ramón J. Sender (muy divertida)
Paradero desconocido, de Kressmann Taylor (instructiva y curiosa)
La Sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey, de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows (enternecedora)
El cartero de Neruda, de Antonio Skármeta (poética)
Papá Piernaslargas de Jean Webster (tierna)
Las cartas de Papá Noel, de J.R.R. Tolkien (entrañable)
Contra el viento del norte y Cada siete olas, de Daniel Glattauer (románticas. La 2ª, en La Gomera)
En una casa blanca a orillas del mar, de Abril Camino (bonita y desgarradora)
El blog de la Doctora Jomeini, de Ana González Duque (divertida. Esta no podía faltar).
¿Imaginamos ya un mundo sin cartas? Salinas contestó a eso en los años 40 diciendo: " ¿Por qué ustedes son capaces de imaginarse un mundo sin cartas? ¿Sin buenas almas que escriban cartas, sin otras almas que las lean, sin otras almas terceras que las lleven de aquellas a estas, es decir, un mundo sin remitentes, sin destinatarios y sin carteros? ¿Un universo en el que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, deprisa y corriendo, sin arte y sin gracia?".
Es bueno, creo, que a veces lleguen cartas, que nos recuerden su papel en la historia y todas las veces que las hemos esperado con ansiedad. Que nos recuerden que somos humanos.