lunes, 3 de febrero de 2025

Que llueva, que llueva...



Ha llovido serenamente estos días. Alguna noche me he dormido con el claqué de las gotas bailando en la claraboya del pasillo. Y, por las mañanas, al desayunar, me relaja esa lluvia mansita que puntea los charcos del patio, tras el cristal de la puerta de la cocina, y que ven en la imagen.

La lluvia siempre es bienvenida en la isla. Bueno, menos por los turistas sedientos de sol y por las señoras que salen de la peluquería sin paraguas.  Pero a mí particularmente me encanta ver la huerta mojada, absorbiendo todo lo que el cielo tiene a bien mandarle. Las hojas de los árboles brillan, los pajaritos cantan, las nubes se levantan... Nunca una canción retrató tan bien la realidad. Porque, aparte de que la Virgen se mete en la cueva (y lo mejor que hace), los demás, si podemos, también nos encerramos en casa, a resguardo del frío y del agua.

Y en esas he estado yo, aprovechando el ocio y el calorcito del hogar, mientras afuera cae la lluvia. Inevitablemente me pongo a recordar antiguos refranes y máximas acerca de la lluvia que los mayores decían cuando yo era pequeña. Parecían profetas del tiempo, oye. Probablemente, en aquellos tiempos en que no existía Internet y no había tanta predicción meteorológica fiable, ellos miraban mucho más que nosotros el cielo y lo interpretaban ¡y acertaban! Después de todo, los campesinos y marinos dependían de esos conocimientos para sobrevivir.

Busqué y descubrí (y comparto con ustedes porque soy así de generosa) que es señal de lluvia pronta el anillo que vi hace poco alrededor de la luna, el cielo aborregado, un arco iris al oeste por la mañana, el croar más fuerte de las ranas antes de que empiece a llover. Encontré que es verdad que, antes de una tormenta, las golondrinas y los murciélagos vuelan más bajo que de costumbre (y también el grajo que predice ese frío que ustedes saben). Y el refrán "Arreboles de la mañana, a la noche son con agua; arreboles de la noche, a la mañana son con soles", cuyo origen se remonta al Nuevo Testamento, también es la pura verdad. Esos atardeceres rojos tan preciosos predicen el buen tiempo, mientras que si son amaneceres, cojan el paraguas por si acaso.

A mí siempre me ha hecho gracia el recuerdo de mi abuela cuando decía que iba a haber tormenta porque le dolían los callos. ¡Pues era cierto! Un descenso brusco del barómetro puede aumentar la presión gaseosa en torno a un hueso dolorido o a la raíz de una muela picada y provocar molestias y dolor. A la tele tenían que haber llevado a mi abuela como Mujer del Tiempo (y yo me podría haber ahorrado la sonrisita condescendiente).

Esta investigación mía que unas tardes lluviosas han propiciado me trae a la mente dos "nunca": "Nunca te acostarás sin saber una cosa más" y "Nunca un ordenador podrá sustituir el olor de la tierra mojada después de llover" (Miguel de la Quadra Salcedo). Y un poema de Lorca: "La lluvia tiene un vago secreto de ternura, / algo de soñolencia resignada y amable, / una música humilde se despierta con ella / que hace vibrar el alma dormida del paisaje".

Sigamos deseando siempre el que llueva, que llueva de nuestra niñez y rezando la oración que decía Máximo: "Mándanos, Señor, agua para los campos. Pero con cuidado que siempre te pasas".

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