Vaya por delante, y con todos mis respetos para los que sí creen, que yo no creo en los santos. En el diccionario, santo es el "perfecto y libre de toda culpa", y yo suscribo totalmente lo que decía Aristóteles: "Las personas perfectas no hieren, no cometen errores, no mienten... y no existen". Tampoco creo que por su intercesión San Antonio me consiga novio o San Blas me cure de la garganta.
Sí que creo en la bondad humana, a pesar de tanta mala bestia que hay por esos mundos, y me caen bien santos como San Agustín, del que dicen que rezó para que se le concediera el don de la castidad. "Pero todavía no, Dios mío", aseguran que precisó. No era perfecto, no, pero tan humano...
Además, la palabra santo o santa se aplica alegremente a cosas que están muy lejos de serlo: la Santa Inquisición, la Santa Cruzada, la Santa Hermandad... Y también a personas, sí, pero ¿a quién se le ocurriría lo de empezar a nombrar santos y más santos como si fueran administrativos intermediarios entre la plebe y el jefe? No se sabe muy bien cuántos son, dicen que quizás unos 10.000, pero a veces se hace un expurgo (hace medio siglo, sin ir más lejos, se excluyó a 33 santos), y nos dicen que no, que ese santo nunca existió porque no hay evidencia histórica verificable. ¿Y saben quiénes figuran en esa lista? Pues nada menos que santos tan conocidos como San Cristóbal, Santa Verónica, Santa Úrsula, San Valentín (¡Adiós, Día de los enamorados!), Santa Bárbara o San Jorge. Este último se eliminó en 1969 porque no había ninguna prueba de su existencia y, claro, era evidente que tampoco mató a ningún dragón (porque los dragones tampoco han existido, que se sepa). Pero ¿cómo quitar a San Jorge, que ha sido patrón de reinos enteros (Aragón, Portugal, Inglaterra) y de tantas ciudades? Por eso en 2001 se le reincorporó al santoral. Y mira tú, en eso al menos yo estoy de acuerdo, porque cada 23 de abril hace el milagro de que la gente compre y regale libros y sonrisas.
Y con respecto a otros santos también voy ablandándome, no crean, porque esta semana he ido a dos fiestas de dos santos, Mis amigos austriacos siempre celebran San Martín y es tradición una comida con ganso y chucrut a la que nos invitaron. No encontraron aquí un ganso en condiciones, pero tunearon un pato que hizo un digno papel y estaba todo riquísimo. Y este fin de semana ha sido día de San Andrés, que en la isla es el momento en que se abren las bodegas y se prueba el vino nuevo. Hemos ido a probar el que hacen Sixto y María Victoria por las tierras de Fasnia y que acompañaron con castañas asadas, una pata de cerdo y una impresionante tortilla de 30 huevos y 5 kilos de papas. Fue un rato genial y divertido entre amigos, incluyendo cántigas y vivas a San Andrés.
Hay que reconocer que santos tan bien acompañados de reuniones con buena comida y bebida, en las que se habla y se ríe, en las que a veces hay música y baile y en las que se acaba brindando por él, son siempre bienvenidos. Recuerdo a San Diego y las juergas que armábamos con los compañeros de instituto en casa de Pedro, o las romerías de San Marcos en Tegueste, San Benito en La Laguna o San Isidro en La Orotava, o las hogueras que hacemos en San Juan con el correspondiente tenderete, o las fiestas de San José (dos me he gozado en Valencia, entre el fuego y el ruido), o las fiestas con ventorrillo y cohetes por Santa Rosa en Guamasa o por Santa Catalina en Tacoronte, y tantas verbenas de pueblo bajo la advocación de un santo...
Así que mientras los santos sean el pretexto y el motivo para celebrar un buen festejo, para reunirnos en paz y armonía y para comunicarnos con risas y fiestas, aunque siga sin creer en ellos, ¡bendito santoral!
