jueves, 12 de marzo de 2009

Bienvenido a un mundo sin prisas



Este era el cartel - "¡Bienvenido a un mundo sin prisas!"- que el verano pasado vimos a la entrada de un camping precioso, con su río y todo, en San Fiz do Seo, en el Bierzo. Y lo que dice se ha convertido en mi lema en estos primeros meses de jubilación.
No se trata de ir tan despacio como mi marido, que hace poco fue a poner, ¡al fin!, unos plafones que había comprado hace tiempo y descubrió que estaban hechos en Alemania Oriental. No, se trata más bien de llevar un ritmo de vida sin agobios en el que sientes que tienes todo el tiempo del mundo.
Igual que, por ejemplo, los abuelos de mi marido, que fueron agricultores y tenían una vida presidida por la calma y la pachorra. El abuelo se levantaba con el alba, ordeñaba las vacas y sobre la marcha se mandaba entre pecho y espalda un tazón de medio litro de leche (lo sé porque tengo esos tazones en mi casa). Luego, a trabajar el campo, a comer y a echar una siesta al sol tibio del norte. Por la tarde, daban de comer a los animales y cenaban a las 7 de la tarde alrededor del fuego. Muchas veces, después se reunían con los vecinos a desfajinar, desgranar o amarrar piñas, y, de paso, a hablar. Tenían casi todas las necesidades cubiertas y sólo compraban azúcar, sal, aceite y pescado. Una vida así tiene de todo menos estrés.
Buscando la misma autosuficiencia una vez mi marido me dijo que estaba pensando cómo tener una cabra en la huerta sin que se enteraran los vecinos. Yo le contesté que más difícil era tenerla sin que me enterara yo. Pero, cabras aparte, sí que compramos, en cuanto tuvimos un huerto, “El horticultor autosuficiente” y nos lanzamos a por la vida sana.
Una de las primeras cosas que hicimos fue plantar dos cafetos, llevados por el recuerdo del olor del café recién hecho que se extendía por toda la casa en nuestra niñez. Además pensábamos en el pisto que nos daría decir a los amigos: “¿Te apetece un cafecito? Es de cosecha propia”. Ahí están ahora, altos y elegantes como el ciprés de Silos, cargados de flores blancas en el otoño y llenos en primavera de tantos granos que da gusto verlos. Pero, ay amigo, a la hora de la manufactura…
Para tomarte una tacita de café, primero hay que recoger los granos uno a uno. Después, hay que pelarlos también grano por grano, y bastante pegajosa que es la cosa. Más tarde se ponen en bandejas a tostar al sol y, a los pocos días, se vuelven a pelar de la piel seca también grano a grano. Pero todavía no acaba aquí el tema. Hay que tostarlo, molerlo y, si queremos que la cosa quede fantástica de artesanal, colarlo con aquellas mangas de nuestras abuelas. Y a estas alturas de la película estás tan harta que ya no te apetece ni invitar a los amigos, ni darte pisto y ni siquiera tomarte una tacita de café.
Y, pensándolo bien, tal vez no esté reñido con mi lema de jubilación hacerte un cafecito en la nespreso que me regalaron los reyes. Enchufas, pones agua y una capsulita, tocas un botón y ya está. No es lo mismo pero ¡qué demonios!.  

4 comentarios:

  1. ¡Hola, Isabel! Me ha alegrado muchísimo contactar contigo por mediación de tu blog. Yo que siempre he sido bastante refractario a los vínculos cibernéticos...; pues mira, accedo a ti de esta manera y es muy agradable conocer tus impresiones. Tu texto me ha parecido sinceramente excelente, y me transmite esa aura propia de los "sinprisa" que va más allá de las palabras y los significados e infunde esa paz o ataraxia ciertamente envidiables.
    Que la disfrutes. Felicidades por tu blog.
    Emilio Farrujia

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  2. Hola, Emilio. A mí también me gustó haberte encontrado por estas ondas, a ti y a tu Ruta de los Poetas Muertos (una idea preciosa, como muchas de las tuyas). Me alegro de compartir contigo mi blog, que empecé hace 4 años cuando me jubilé. De hecho, las entradas que hago los sábados -como ésta de hoy -las estoy incorporando desde la "casa virtual" en la que escribía antes hace 4 años. Los lunes, en cambio, pongo las entradas nuevas.
    La ataraxia, que ya perseguían nuestros amigos los estoicos, es deseable (más que como imperturbabilidad) como tranquilidad de ánimo, como ese estado sin agobios, sin prisas (porque no hay que entregar notas en un plazo determinado, por ejemplo) y sin horarios. Yo creo que eso es lo mejor de la jubilación: me he negado a apuntarme a cursillos o a asistir a actividades programadas. Y disfruto de paz.
    Me encantará verte otra vez por aquí. Un abrazo.

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  3. Ya lo advertía la canción, Isabel, por algo la amargura del negro Manuel....
    A mí me gustaría tenerlos para decir aquello de "cuando la tarde languidece y renacen las sombras", premio al mejor verso inicial de cualquier canción

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  4. Los cafetos son de los árboles más bonitos que hay, la verdad. Y si encima se les puede cantar, estupendo (a veces cantamos sin fijarnos en lo que decimos. Tienes razón, es un inicio precioso). Todo, menos ponerse a recoger grano por grano.

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