En honor a la verdad, yo soy una persona amable. Tal vez porque mis padres también lo eran, pero siempre doy los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches con una sonrisa, siempre agradezco lo que tengo que agradecer y siempre atiendo bien, incluso a los que te llaman por teléfono a horas intempestivas para preguntarte por tus filias y fobias políticas o para venderte una almohada viscoelástica.
Por eso me sorprende, más que me ofende, la gente antipática. La chica de
unos 14 años que una vez me dijo a la salida del garaje del Instituto, cuando yo
trataba de ver si venían coches, “Pasa de una vez, vieja” (y yo tenía entonces
unos 50 años, tampoco es que fuera tan vieja…); la señorita que me llamó por
teléfono para hablarme de loterías y que, al decirle yo que “lo siento pero
nunca compro”, me colgó sin contemplaciones; la que me hizo también por teléfono
una entrevista de media hora sobre publicidad y se enfadaba porque no me
acordaba de ningún anuncio (al final, los inventé); o la compañera que, al
buenos días mañanero, contestaba con el ceño fruncido “¿Qué tienen de buenos?”.
Y luego están los que no saludan, que tal parece que les cobran por ello.
Morri, un colega bloguero, que hace en su “El mundo está loco” un genial y
certero análisis de los especímenes con los que se encuentra, investiga en
su post las reacciones de los demás cuando uno los saluda con un
simple “hola”. Y así, clasifica al personal en El
avestruz, que, por no saludarte, casi mete la cabeza bajo
tierra; El Tristanbraker, que tampoco saluda pero te mira como
si fueras un extraterrestre; El Chasquis, que sí saluda pero
con chasquidos de fastidio; y la persona normal, que saluda y
sonríe y que, según Morri, es una rara avis.
Y, sin embargo, ¡cuánta gente amable hay en el mundo! Ya hablé una vez de Macu,
que, sin conocerme, me ofreció cama y hospitalidad en un momento de apuro. Pero
también está el que te da paso sonriéndote desde el coche; el que te deja pasar
en la cola del supermercado cuando tú llevas dos barras de pan y él, el carro
lleno; los profesionales, sean trabajadores de un banco, profesores, camareros o
notarios, que saben tratar a la gente con amabilidad y buen hacer; o aquel
chófer inglés a quien mi amiga Puri, al subirse a la guagua, preguntó si paraba
cerca de su hotel, y él, no sólo asintió sonriendo, sino que, cuando llegaban,
desvió la guagua dos calles más arriba y ¡la dejó en la misma puerta del hotel!
En un mundo de tropecientos millones de habitantes, la amabilidad es la llave
de la cohesión, la base de la armonía social, la que abre el camino a la
cooperación y a la paz, la que te hace pensar que no todo está perdido. Como
dice un proverbio de mi propia inspiración, “más vale en un día gris un hola
mañanero con la boca abierta en una sonrisa sincera, que un bufido en mañana
soleada”. Manita de santo, oye, para levantar el ánimo y apencar con lo que te
echen.
Así que hola y pasa un buen día. :-D
¡Muchas gracias por la mención! ^^ Tienes mucha razón. La verdad es que al final nos fijamos más en los bordes que en todas las demás buenas personas que nos encontramos. Cierto es que da la sensación de que el malfolladismo se apodera del mundo, pero sigue habiendo gente amable. Yo que voy siempre en transporte público me doy mucha cuenta de ello, y cada día conozco a más gente. Por las mañanas voy por un grupo grande de gente que son la mar de majos y simpáticos. Así da gusto :D
ResponderEliminarSer o no ser amable, de eso se trata. Y muchas veces hay gente que, creyéndose más allá del bien y del mal, desprecia a los amables (Nietzsche sin ir más lejos).
EliminarYo tuve un compañero de facultad que era una persona un poco simple pero simpática y amabilísima. Pero la vida le debe haber dado unos cuantos palos porque, cuando lo encontré unos años después, parecía un indio sioux oteando a la lejanía para ver si viene una caravana de colonos a los que arrancar la cabellera (te brindo este otro especimen para tu investigación): serio, con cara de palo, sin dignarse mirar hacia los más cercanos y, si podía, sin saludar, que el horizonte es más interesante. Complicados que somos.
Un abrazo, Morri, y, ya sabes, cuentas con mi voto para lo del Nobel. Ah, y ya veo de dónde sacas tu profundo conocimiento de la naturaleza humana. No hay caldo de cultivo mejor que el transporte público.
Y que me gusta que me encanta...
ResponderEliminarComo siempre: a los pies d'usté.
¡Maño mío! Qué bueno verte en este rincón. Sobre todo porque sé, por el feisbuk, que estás atareadísimo, ocupado en actividades culinarias: esos mejillones y, sobre todo, ese pollo a lo Fanta limón, que debía estar, cuando menos, interesante... Un abrazo y que nunca las mañas pierdas (nunca mejor dicho)
EliminarLa amabilidad es un gran valor, sí, y, además, tiene su recompensa, la verdad. Ahora yo puedo explicar la categoría de avestruz. No siempre es por descortesía o falta de educación, a veces, está causado por la timidez. A mí me pasaba en la adolescencia. Parece increíble, pero a veces me daba vergüenza saludar, no sé bien por qué. Afortunadamente se me ha pasado. Qué mala es la adolescencia, ja ja.
ResponderEliminarMe has hecho pensar, Sonia, en las causas del no-saludo que, como dices, pueden ser distintas al natural antipático del ser humano. Una causa puede ser, entonces, la timidez, muchas veces producto de la inseguridad (¿Y si él no me saluda y me quedo diciéndole "hola" al aire? ¿Y si los demás se dan cuenta y piensan que soy una panoli? ¿Qué cara pongo yo, Dios mío?). Cosas, como dices, de la adolescencia que es como el sarampión, hay que pasarla.
EliminarY otras causas serían las prisas, si vas por las calles peatonales de La Laguna y te van a cerrar la farmacia y ves venir a lo lejos a esa amiga de tu madre, tan simpática pero tan alegadora... Resultado: miras al tendido, haces como que no la ves y corres a la farmacia.También está la descortesía y la mala educación que nombras, y el odio, o el desconocimiento, o el levantarse con el culo destapado, como decía mi abuela, o el despiste, o vete tú a saber si hay todavía más razones para el no-saludo. ¡Cielos, qué difíciles somos los humanos! Lo que decía, ni que costara dinero un simple "hola".
Recuerdo que por esta nuestra tierra, cuando éramos muchos menos, nos saludábamos mucho más. ¿A qué puede deberse?. Pues así, a bote pronto, se me ocurre que podría achacarse a que, al haber aumentado el número de habitantes, ha crecido también el "cada uno a lo suyo" o "el sálvese quien pueda", lo que lleva a vivir mucho más deprisa y a no entretenernos con nada, ni siquiera con ese simple hola.
ResponderEliminarMucha gente suele ir con la cabeza gacha, metida en sus cosas, y la que no va así, va con la mirada perdida, distraida y en su mundo. Pero, a pesar de todo, creo que por estos lares sigue manteniéndose, más que en otros, la buena costumbre de saludarnos con amabilidad. Sobre todo, cuando accedemos o transitamos por lugares cerrados.
En cualquier caso, pienso que antes, ahora y siempre es la buena educación de cada uno, la que hace que nos comportemos amablemente. Considero que en ella está el secreto de ser o no ser amables.
El lugar donde estás condiciona, desde luego, el saludo. Cuando salgo de mi casa (una urbanización al lado de un pueblo), voy saludando a todo dios, lo conozca o no; y lo mismo cuando voy a la Playa de la Arena, en la que hasta los extranjeros residentes te dan los buenos días cuando sales por la mañana a comprar el pan. También en cualquier pueblo te mirarían mal si no saludas (¿Qué le pasa al urbanita estirado este?) Pero eso es imposible en ciudades grandes (y no sería práctico). Si acaso en los barrios en los que ya saben que eres de allí. Porque el saludo también indica nuestra pertenencia a un sitio.
EliminarA mí uno me metió una bronca monumental porque no quise contratar una tarjeta de crédito por teléfono, al final me amenazó muy enfadado:
ResponderEliminar- Si no la quiere, vamos a borrar los datos de nuestros ficheros para siempre
- SÍ, BORRALOS PARA SIEMPRE JAMÁS, hijo!!
Un conductor de bus una vez me acercó como 5 metros más de lo que le correspondía, y me emocioné, me pasa lo mismo que a tu amiga, y me tienen que hacer la RCP.
Yo creo que a muchos les falla la educación que recibieron en su casa (o la no-educación), otros es que creen que todos tenemos que compartir sus problemas diarios y otros nos odian a los que osamos por ejemplo, sentarnos en el asiento que habían reservado celosamente para su bolsa de la comida.
Tienes razón, es una cuestión de educación pero también cultural. Hay pueblos en los que la amabilidad y hospitalidad con el que viene de fuera es sagrada (incluso para ofrecer a la propia esposa, pero eso ya es pasarse de amable). Y, sin embargo, en nuestras ciudades, cuando preguntamos, por ejemplo, una dirección, hay quien hasta te acompaña amablemente y hay quien te mira como si fueras transparente (hay mucho borde suelto).
Eliminar¿Se educa a los niños en ser serviciales? Supongo que ahí interviene también el miedo a los desconocidos. Seguro que tu madre, aparte de aconsejarte que vigilaras que no se derramara la leche y que no firmaras un papel sin leerlo, también te daría el sabio consejo de que no hablaras con desconocidos. Por lo menos, la mía lo hacía. Y ahí me ves, saludando a todo el mundo.
En el barrio del Toscal en Santa Cruz había un personaje (lo llamaban "El Cartucho") que se ponía todas las tardes a dirigir el tráfico. Y no lo hacía mal, no te creas. Te lo veías por las esquinas, parándote si venía un coche, diciendo que siguieras que no había peligro... La gente se reía de él, como si estuviera loco, pero ahora que lo pienso, lo hacía una y otra vez como un acto de amabilidad.
ResponderEliminarYo también lo conocí (algunos lo llamaban "El Cucurucho"). Tal vez lo hacía por amabilidad o tal vez porque así se sentía útil. Me pasaba con él como con El Piyayo, una poesía de José Carlos de Luna que mi padre me recitaba cuando era pequeña: "A chufla lo toma la gente y a mí me da pena y me causa un respeto imponente". Vivir con los demás no es fácil, sobre todo si uno es distinto.
EliminarEstoy muy de acuerdo en que ser amable no cuesta nada. ¿Cómo agradeces en un lugar en que estás perdida te señalen la dirección exacta hacia donde vas y hasta se molesten en acompañarte? Afortunadamente eso pasa. Aunque con pena observo como en mi pueblo antes ibas por los caminos y tenías que ir ¡hola¡, ¡adios¡, y hoy entras a la venta saludas y a veces te contestan dos personas. Supongo que esto de la globalización, de que seamos muchos...¿tendrá que ver algo con esto?.
ResponderEliminarImagino que no porque este verano, que estuve en Inglaterra, en el hotel me acordé de los pueblos de mi niñez por ese saludo continuo. Por las mañanas ibas por los pasillos y jardines y absolutamente todo el mundo saludaba con un "morning" y una inclinación de cabeza ¿Será que aquí estamos perdiendo tan saludable costumbre y haciéndonos más antipáticos?
EliminarA mí me dan pena, se puede corregir un poco pero se nace y se hereda y con los años hasta puede empeorar.
ResponderEliminarSupongo que te refieres a los malhumorados y antipáticos. Bueno, a mí tanto como pena, no ¿Y se nace así o la vida y sus embates te van haciendo así? Creo que más bien lo segundo. Y sí, se puede empeorar pero también mejorar. Hace poco una amiga del colegio y yo hablamos de la señora de un estanco que había por encima del colegio, que era más seca que un esparto. Pero luego los años la fueron dulcificando y, al final, hasta cariñosa parecía... A lo mejor, sus circunstancias cambiaron, quién sabe.
EliminarHola Jane. Claro que la amabilidad es buena, pero ocurre que para mucha gente es perder el tiempo ya que creen que no es importante pues no tienen beneficio, eso sin contar a los que son raros, raros... es decir, acomplejados por algún motivo que los demás mortales no conocemos.
ResponderEliminarDe todas maneras, no sólo es culpa suya, también influye lo que han mamado, y en estos últimos años hay que reconocer que el ejemplo no ha sido muy bueno, ya que lo que interesa es "estar a la última", aunque como decía un humorista:
"Hay cosas que no entiendo, hasta hace poco eso de llevar los calzoncillos por fuera no era una tendencia, sino otra cosa: a los que les faltaba un chubasco"".
Tal vez lo de la falta de amabilidad es que es otra cosa: falta de un chubasco y no una tendencia.
Buenas noches y un gran abrazo.
Al principio de su "Autobiografía", Agatha Christie escribe el siguiente párrafo, que responde muy bien a tu comentario:
Eliminar"Mirando hacia atrás, veo que el nuestro era un hogar feliz, gracias, en gran parte, a mi padre que era un hombre muy complaciente. En nuestros días no se da mucha importancia a esta cualidad. Se suele preguntar si un hombre es inteligente e industrioso, si contribuye al bienestar común, si tiene influencias. En cambio, Charles Dickens centró la cuestión magníficamente en David Copperfield.
"-¿Tu hermano es un hombre complaciente, Pegotty? -inquirí con cautela.
-Sí, es un hombre sumamente complaciente -exclamó Pegotty.
Hazte tú esa pregunta con relación a la mayoría de tus amigos y conocidos; quizá te sorprendas de lo difícil que resulta dar una respuesta como la de Pegotty."
Yo conozco a alguien que cuando dice: ¡Buenos días! y le contestan ¡Holáaa!, cosa muy frecuente, se lo (la?) llevan los demonios
ResponderEliminarPor lo menos, contestan, que es más de lo que otros hacen. Hay quien dice también "¿Qué pachó?"
EliminarSabes qué nunca hago comentarios, hoy diré simplemente, me quédo con él hola.
ResponderEliminarTú también eres una persona amable, Bárbara, de las que no parece que el "hola" lo tengan atragantado. Ni la sonrisa tampoco.
EliminarUn beso.
Qué sabio todo lo que cuentas Isabel!!!Gracias por recordarnos que no todo está perdido mientras haya amabilidad en este mundo. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Sole. Frente a 10 maleducados hay 100 personas amables, lo que pasa es que los primeros llaman más la atención. No, no todo está perdido.
EliminarUn abrazo.
¡Hola! :-)
ResponderEliminar¡Hola, Ramón! :-)
EliminarHola, Jane:
ResponderEliminarAcabo de llegar a tu blog desde Notas para lectores curiosos y justo lo primero que leo es un tema que me preocupa. También soy amable, al menos educada, y tengo miedo, sí. Un hola no cuesta nada, sonreír un poco es gratis, incluso saludable, pero a veces a mi hola sólo recibo gruñidos en el trabajo y lo que me asusta es que se me vaya endureciendo la piel y acabe gruñendo yo también.
Intentaré leer algo más por aquí. Este de los holas me ha gustado mucho :)
Un abrazo.