martes, 17 de enero de 2012

Muñecos de cera




Anda ahora el personal soliviantado a cuenta del urdangarinazo. Y, siendo este país como es, tan dado a la chirigota, ya me han llegado por Internet chistes sobre el tema, como el que compadece al pobre príncipe Felipe, que no sólo se ha enterado de que los Reyes son los padres, sino también de que su cuñado es el hombre del saco.

Pero yo creo que a quien hay que compadecer es a los empleados del Museo de Cera de Madrid, a los que me imagino por esos pasillos cargando sudorosos con los casi 2 metros del muñeco de Urdangarín, mientras lo trasladan a la Sección de Deportes, y mascullando; “Jo, ya podían las Infantas haberse buscado maridos más bajitos… Primero, uno y ahora, el otro…” (¿Y, por cierto, en qué Sección reubicaron a Marichalar? ¿En Moda?).

Y es que todo este trasiego, que es la vida, va totalmente en contra de los museos de cera, que aspiran a congelar momentos del tiempo. En Londres vi una cola enorme de gente (que querían entrar y todo) en el Museo de Cera de Madame Thussaud. Y también unos conocidos míos se hicieron una foto hace años con todos los personajes de la familia real en el de Madrid, en un intento de decir a todo el mundo con quién se codeaban. Aunque, como casi no se parecen, todos digan: “¿Y esos, quiénes son?”.

Pero yo les puedo asegurar que, si me buscan, nunca me encontrarán en un museo de ese tipo. Un muñeco de cera tiene un tufo a cadáver, a mueca, siempre aspirante, sin conseguirlo nunca, a ser un calco fiel de la realidad. Hay que ver esas fotos en las que aparece el ser real al lado de su copia con la pregunta ¿Cuál es el de verdad? Evidente, el que se le ve en los ojos que está incomodísimo de verse en cera, el que en la boca tiene un gesto de repelús de pensar que, siempre, quienes quieran saber quién fuiste tú van a mirar a ese muñeco con pinta de ninot a punto de ser quemado.

Se me podría decir que todo el arte de los museos aspira a la eternidad, y es verdad. Pero hay vida en el baile de “Le Moulin de la Galette” de Renoir, en el Museo d’Orsay de París; hay vida en el hoyo que hace la mano de Plutón en el muslo de Proserpina en la estatua “El rapto de Proserpina” de Bernini, en Villa Borghese en Roma; o en la leche que “La lechera” de Vermeer está vertiendo en un cuenco, en el Rijksmuseum de Amsterdam; o en los jarros y platos prehistóricos de los museos de arqueología que nos hablan de hombres y mujeres logrando hacer cosas bellas con los objetos de su vida diaria. Incluso en el Museo de Historia Natural de Oxford en donde el verano pasado vi conservada una pizarra con una fórmula de puño y letra de Einstein. Búsquenme en esos museos, pero nunca, nunca, en un museo de cera.

Porque la vida es una sucesión, un cambio continuo, y los reyes son destronados (algunos hasta pierden la cabeza) y repuestos, y las parejas se rompen y se recomponen, y el que te ponen como modelo de conducta puede salirte rana, y quien es famoso hoy mañana ni nos sonará (¿Urdanqué?). Y querer captar tal cual esa vorágine es querer atrapar el agua de un manantial con un cesto de mimbre.



16 comentarios:

  1. Pues ya somos dos las que no han de buscar nunca o a las que nunca encontrarán en un museo de cera. Por razones vocacionales, además de profesionales, siempre he sido una enamorada de los museos, en especial de pintura, escultura, dibujo y grabado, de todos los estilos y épocas.
    También los de Historia natural me han atraído y, al igual que los anteriores, he tenido la fortuna de visitar unos cuantos en algún que otro rincón del mundo: Madrid, Viena, Nueva York...
    A veces, me han acompañado amigos que siempre intentaron que fuéramos a los de cera y, por suerte, nunca hubo tiempo para hacerlo. En alguna medida, ya me encargaba yo de que no lo hubiera, aunque tampoco me opuse a que el que quisiera ir, que lo hiciera.
    Sin visitarlos y sólo a través de la información audiovisual que hay sobre ellos, siempre me han dado la sensación de un desfile de zombies bien vestidos, con muy poco parecido con los que tratan de perpetuar y de una pésima calidad artística que, por ser de cera, en cualquier momento parece que fueran a derretirse. Ya sé que no se hacen con esa clase de cera de las velas y que reúnen unas condiciones de durabilidad contrastada, pero es la asociación que siempre me hago cuando se citan esos lugares, para mí, lúgubres e inanimados.
    Así que, amiga Jane, completo acuerdo contigo sobre dónde no han de buscarnos.

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    1. Aunque no tengo tu disposición ni soy una entendida en Arte, sí es verdad que, cuando viajo, me gusta ir a algún buen museo (sin pasarnos, que también hay mucho que conocer por ahí fuera) y, si es acompañada de un experto, mejor. Y en ellos me he encontrado que, al lado de cuadros (no digamos si encima fueran horrores de cera) que no me dicen nada de nada (por ejemplo, un cuadro pintado sólo de amarillo que vi en el Gulbenkian de Lisboa), hay otros que me encantan y me tocan la fibra sensible, como los que nombro aquí.

      Cuando estudiaba la carrera en Madrid, recuerdo acercarme algunas mañanas de domingo al Museo del Prado, únicamente para estar un ratito viendo "El jardín de las delicias" de El Bosco, un pedazo de cuadro que ya mi profesor de Arte, Don Jesús Hernández Perera, nos había explicado en La Laguna, cachito a cachito. Y eso era otra delicia más. El arte, igual no cambia el mundo, pero nos reconforta y alegra el alma.

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  2. Jane, ¿ y qué me dices de las miles de manos, pies, bocas y demás que existían en la Ermita de San Roque? Las recuerdo con un cierto nerviosismo en las visitas que hacíamos con mis padres toda la prole - supongo que mucha promesas tuvieron que hacer para que todos saliéramos airosos de los partos en las clínicas de La Laguna de entonces- También en Taguapire - Venezuela- me las encontré en la gruta de Pancha Duarte - su ánima- y es que en todos lados éramos aficionados a la cera...

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    1. Sí, qué horror. Me acuerdo de una vez en que me llevaron (debía de tener unos 4 años) a la ermita ¿o era una cueva? del Hermano Pedro en Granadilla. La imagen que se me quedó grabado es la de, en un sitio oscuro y muy caluroso, ver caras, pies, manos, muñecos de cera..., blancos y fantasmales. Si tanta afición hay a la cera ¿por qué no ponerla sólo en las velas que, por lo menos, aportan brillo, luz y calor? ¡Qué necesidad!

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  3. Saludos Jane: Nuevamente por estos lares más o menos hasta Julio próximo. Allá quedó Bucaramanga. Y, mira como son las cosas que para evitar el olor tan propio de algunos museos, pedí a quienes cuidan la casa, mantener ventanas abiertas todas las mañanas. Igual que tú, escapo de todo aquello que quiera falsificar a la realidad como son los museos de cera. Tampoco acostumbro a detenerme en lugares dedicados a un ánima en particular. Perdí la cuenta de las veces que pasé frente al lugar donde dicen que enterraron a Francisca Duarte, mencionada por M. Feria, y jamás paré. El sitio se llama Santa María de Ipire, en el Estado Guárico, bien lejos, de paso. A mi, que me busquen en un parque o disfrutando de un atardecer en el Cabo de San Román, Estado Falcón, la parte más septentrional del país. A cuidarse, pues.

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    1. Ay, sí, Agroteide, a mí también me pueden buscar frente al mar del sur, viendo La Gomera en el horizonte y los Acantilados de los Gigantes a la derecha. O en mi casa (¡qué gusto abrir las ventanas y ver las cortinas al aire de la mañana!), sentada en lo que yo llamo "el banco del psiquiatra", viendo la tarde caer en el valle. Se me quitan de repente todos los "estreses".

      Y tampoco soy de "ánimas", sea lo que sea que signifique eso.

      Cuídate tú también. Un abrazo.

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  4. Juan Pérez Pérez15 de enero de 2016, 10:44

    Cuando fuí al Museo de Cera en Madrid(hace muchos años) me pareció triste y agobiante y a pesar de que he ido a otras ciudades con museos de cera, no se me ha ocurrido entrar. Hace un tiempo fuí a Italia y fui a ver El David de Miguel Ángel, parecía que estaba vivo y que se enorgullecía de que lo admirásemos.
    En lo referente al "yerno" que ahora han eliminado del Museo, creo que hay mucha hipocresía. Antes todos se peleaban por estar cerca, poniendo caras sonrientes y babosas, y ahora parece como si nadie lo conociera. Como siempre los españoles o los subimos a los altares o los bajamos a los infiernos, no tenemos término medio.
    No hay sino que fijarse en lo que ocurre estos días con el juicio a Garzón, más de lo mismo, sólo que ahora se unen los deportes nacionales:la envidia de sus compañeros y la venganza de los de siempre, esos que son los que de verdad mandan en este país.
    Creo que hasta que de verdad seamos un país con cultura seguiremos viendo estos tristes espectáculos. Un abrazo.

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    1. Es verdad que hay mucha hipocresía, pero también que, ante nuestros atónitos ojos, no hay día en que no aparezca otro mangante, vividor e indecente haciendo de las suyas. Que si el capitán del Concordia, que si el responsable de Trabajo de la Junta de Andalucía gastándose (supuestamente) 900.000 euros públicos en cocaína y juergas, que si el yerno... A éste Rosa Montero, en su columna de ayer le da un cum laude en la categoría de corazón de piedra por dar el visto bueno para demandar y embargar el sueldo a una mujer a la que acababan de desahuciar y así cobrarse 9000 euros que le debía. En el contrato del Instituto Noos pone que él trabaja en "servicios de consultoría y soporte a la gestión del proyecto de desarrollo de la estrategia global de patrocinios" ¿¿¿¿????

      Claro que, al lado de todo esto, un buen amigo me mandó ayer un poema de Eduardo Galeano, "El derecho al delirio" que también es el derecho a soñar y que nos hace confiar todavía en la naturaleza humana y en su camino hacia unas metas más limpias.

      Y el David de Miguel Ángel, además,está como un tren.

      Un abrazo.

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  5. Cuando estuve en Londres, unos compañeros dijeron que si íbamos al Museo de Cera y casi me caigo de la silla

    - Que vais dónde???

    Cómo bien has dicho, y hasta querrían entrar y todo.

    En el de Madrid, es fácil saber quién es el de verdad, el que no parece un maniquí de El Corte Inglés con peluca.

    Los de otros países parece que están muy logrados, pero francamente, me dan grima y preferiría ver cualquier otra cosa antes.

    Y sí, tienes razón, el arte tiene vida, por ejemplo esos ojos con los que te mira (no ya desde la pintura, sino desde una foto en un libro de la pintura) Inocencio X, el que supuestamente dijo "Troppo vero", aunque para mí que dijo:

    - Me han leído el alma!

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    1. Es un retrato magistral. Seguro que aquel día Inocencio se levantó con un humor de mil diablos (igual no durmió bien) y encima, hala, a posar. No me extraña nada la mirada esa de desconfianza y de decir: "¡Tú, a ver si terminas de una vez!".

      A mis alumnos a veces les ponía también "La escuela de Atenas" de Rafael, sobre todo para que vieran la imagen de Platón, el idealista, con la mano hacia el cielo, y la de Aristóteles, el realista, con la mano hacia la tierra. Y me encantan también los cielos de Turner y el juego de espacios de Las Meninas; y me sorprendió y emocionó, por lo pequeña y rotunda y por su posible significado, la Venus de Willendorf, que vi en Viena el año pasado.

      La verdad es que se pasa muy bien viendo un ratito todo lo que de genial hace el hombre.

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  6. Je... Yo no sé qué harán con la de gente que tienen ahora la cara de cera por los arreglitos... si algún día la meten ahí... (la nieta de Franco, la duquesa de Alba, la Preysler...) Supongo que esas estatuas sí que se parecerán al original... Magistral, Isa... Comme toujours!

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    1. ¡Pues no me había dado cuenta yo de los daños colaterales de los muñecos de cera! ¿Y los que son gordos y luego flaquitos o al revés? ¡Qué difícil puede ponerse eso de inmortalizar a alguien!
      Un beso, Gladys, y gracias, comme toujours, por tus geniales comentarios.

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  7. Bravo. Isabel. Me gustas tanto como mi tocaya Elvira Lindo.

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    1. ¡Más quisiera, como dice un amigo mío! Pero se te agradece la comparación, Elvira. A mí también me gusta mucho.
      Un beso (¿te veré el 30?)

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  8. Soledad Villalobos17 de enero de 2016, 13:01

    Muñecos , Isabel , aquellos con los que jugábamos de pequeñas. Aquellos sí que tenían vida. Un abrazo y como siempre un gusto leerte.

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    1. Es verdad, Sole. La Lola de mi nieta Julia es parte de la familia también. Hasta le mando recuerdos...
      ¡No a esos seudoespantapájaros tiesos que nos ponen en los museos de cera!
      Un beso.

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