Esta es una entrada escrita hace 8 años, casi recién jubilada. La repongo con fecha actual porque no hay nada como el pasado para replantearnos el hoy.
Mi padre, que era muy ordenado, dejó todas las cartas que había recibido en
su vida en carpetas, año por año, desde el año 37 hasta el 2006 en que murió. Y
ahora me toca a mí (que tengo tiempo) ver lo que se hace con ellas. Así que
muchas tardes como ésta, en la que cae una lluvia mansa y apetece sentarse cerca
de un fuego, voy leyéndolas poco a poco y tomando notas de cosas curiosas para
comentárselas después a mis hermanos y a mis primos.
Leyéndolas, descubro en los años de la guerra a mi abuela, joven, con 39 años
y siete hijos, de los que ya se le han muerto dos, angustiada porque al mayor
con 19 años lo han movilizado.“Me paso la vida llorando y muy triste”,
dice. Y a mi abuelo, que era contratista, carpintero, poeta y periodista y que
hacía objetos bellos (todavía tengo un batidor de chocolate de madera hecho por
él). Morirá a los 60 años pero en ese tiempo todavía tiene 46 y escribe a mi
padre, que entonces tiene 17 y está trabajando en el Ayuntamiento de Garafía,
con una letra preciosa, ancha y firme, que yo no conocía hasta ahora. Y le da
consejos, le cuenta de la vida en La Laguna (acaban de mudarse desde La Palma) y
le manda poesías, como una muy bonita que se llama “Infancia” y que empieza así:
“Para colgar mi columpio/ de dos fúlgidas estrellas,/ al Teide subí una
vez./ Estaba limpio el sendero,/ sobre mi frente el azul,/ la nieve bajo mis pies…".
Y, mientras, mi tío y los amigos de mi padre, desde el frente, casi ni
nombran la guerra aunque dicen que se va a terminar enseguida. Desde Figueras un
amigo le cuenta a mi padre en junio del 39 que están custodiando un tesoro
abandonado por los rojos de cuatro mil millones de pesetas en oro y plata: Y
comenta: “Estoy durmiendo a 10 metros de donde está esa
riqueza, pero…”.. Y otro compara “la vida que nos pasábamos ahí juntos,
como el día que estuvimos en la bodega y la fiesta de las Nieves, con la
situación lamentable en que hoy nos encontramos”. Y otro dice:
“Aquí en la trinchera tenemos ratos de música. Lo que nos faltan son chicas
para hacer bailes”. Porque sobre todo de eso es de lo que hablan, aparte de
los sitios de la península que van conociendo: de chicas. Mi tío le dice a mi
padre que le busque una madrina de guerra en Garafía que sea bonita, aunque ya
tiene una en Vigo, otra en Córdoba y otra en La Laguna. Pero un amigo, que
también le pide direcciones de chicas para solicitarlas como madrinas, más
práctico, le dice: “Tú no te ocupes de que sea guapa o fea, sólo que mande
algo de esa tierra garafiana. Así tendré en mis manos buenos higos, nueces y
almendras que comer”.
Porque esa es otra: la vida material, el día a día, los pocos recursos que
hay. Mis tías no encuentran zapatos para los niños, “no hay hilo blanco,
dicen, ni siquiera para zurcir”; la carne y el pescado están carísimos y
no hay café.
Y, al mismo tiempo, las cartas van desgranando sucesos (un incendio en una
trilla de La Laguna en el 39 que, con la que estaba cayendo, destruyó todas las
cosechas; o en el 49 el volcán de San Juan en La Palma…) pero también las
penurias de la emigración desde Venezuela o Cuba o de la mili en Sidi Ifni; y
las pequeñas cosas, como cuando a mi madrina le querían cobrar 10 céntimos en
Gerona por el asiento en la iglesia, o las peregrinaciones, las fiestas y los
cotilleos:”Pepa está gorda como una pelota y el sábado se le
casa el novio con otra”, dice mi tía-abuela Isabel.
Y, en medio de todo esto, en muchas cartas, al lado, por ejemplo, de donde mi
abuela le dice a mi padre que se abrigue mucho, no vaya a coger un catarro, está
el sello rojo que dice “Censura militar. La Laguna”.
Cuando termine de leerlas, probablemente haré lo mismo que mi padre:
guardarlas en carpetas por si algún nieto algún día tiene tiempo y ganas de
sentarse algunas tardes como ésta con ellas. Porque, al final, es ésta una tarea
entretenida, que te va enganchando, y las vas leyendo como si fuera una novela, aunque casi sin darte cuenta todas estas voces te están contando tu propia historia y la de tus hijos y nietos.
Pero también, en el fondo, están contando la historia de todos nosotros.
¡Precioso, sentido y entrañable! Me ha encantado, jubilada Jane.
ResponderEliminarAún sin jubilarme pero con muchos años encima, al leer tu entrada he recordado las historias que mis padres me contaban siempre de aquellos años cuando hacia 1955 determinaron venir a La Laguna a buscar mejores oportunidades para ellos y sus hijos...Yo entonces era muy pequeña., ellos en cambio con 55 y 49 años entonces habían sufrido y vivido su historia ...y yo hoy, como tu, reordeno sus cartas, sus recuerdos, sus anécdotas....para que no se pierdan y sus nietos y bisnietos las retomen más adelante. A lo mejor tu historia a algunos no les diga mucho, pero a mi me ha enternecido muy profundamente y la siento como un homenaje a nuestros padres, a nuestros mayores, que nos dejaron su historia como una bella y gran herencia.
ResponderEliminarEstá muy claro de dónde viene tu vena y tu facilidad literaria, querida Jane: de tu abuelo carpintero, contratista, poeta y periodista. A mí, que debo ser de tu quinta, también me tiene al día de lo que pasó en aquellos aciagos años, la sorprendente memoria que conservan mi madre y mis tíos y que vivieron, en carne propia, muchas situaciones similares a las descritas por tus mayores. No te desprendas de tan valiosas cartas, porque como tú bien dices, en ellas está la historia de todos nosotros, contada para las generaciones que te seguirán. Enhorabuena por tu post y por tu tesoro.
ResponderEliminarMelchor, Luisa y el/la visitante anónimo/a escribieron los comentarios anteriores hace 4 años, cuando escribí por primera vez este post. Hoy les agradezco sus palabras y el hecho de que también compartan conmigo la idea de que el pasado es importante y que, sin él, no entenderíamos el presente. La memoria guarda pero también previene.
ResponderEliminarQué hermoso es descubrir esas carpetas, cajas de zapatos, latas de galletas... que tanto secretos e historias guardan. Yo tengo una, con mis pequeños tesoros y a mis hijos, sin que ellos lo sepan, les estoy haciendo otra con los suyos.
ResponderEliminarAlgún día...
Guille, yo soy como tú, me encanta guardar cosas que han tenido significado para mí y los míos. Sin embargo, me temo que todo está en nuestra contra: los pisos pequeños, el que ahora toda la información se pueda guardar en un chip, la vida moderna que es más de tirar que de guardar...
ResponderEliminarYo tengo todas las fotos y recuerdos en 160 álbumes y ya mi hija me avisó que eso acabará en la basura. Así se le quitan a una hasta las ganas de ponerse nostálgica. Pero agradezco a mi padre que fuera como yo.
Hola Jane. Verás, soy de las personas que guarda muchos recuerdos escritos. Tengo el diario de mi hija, cuya lectura me autorizó. Siempre me decía: cuando yo no esté quiero que leas lo que he escrito. Y quien lo iba a pensar, pero... pasó, tal como te conté en otra oportunidad. Después de 12 años tomé la decisión de leerlo y han sido muy gratas las sorpresas. La poesía que contienen sus escritos es hermosa; como era Periodista se le daba muy bien la "escribidera". Guardaré todo ese material con la esperanza de que alguno de mis nietos sienta curiosidad y lo lea. Un gran abrazo, mi aprecio y profundo respeto. A cuidarse, pues.
ResponderEliminarHola Jane.Este verano me tocó a mí, revisar una caja con papeles que pertenecían a mis padres. Allí estaban postales de Navidad con mas de 50 años, felicitaciones por cumpleaños, invitaciones a bodas, bautizos, recordatorios de fallecidos, recetas de cocina, copias de poemas. Volví a ver la letra de mi padre y de mi madre, fue un momento especial, primero triste pero luego sonreí, me acordaba de algunas anécdotas que tenían que ver con esos papeles.
ResponderEliminarOtra realidad es cuando te enfrentas a papeles que has escrito tu mismo, y que algunos tienen casi 40 años. Te das de frente con opiniones que ya no compartes, otras sí, y te das cuenta, como Manrique que en algunas cosas(sólo en algunas)cualquier tiempo pasado fue mejor. Eras más crédulo, más inocente, y muchas veces más ignorante......pero en fin, es lo que tocaba. Un beso Jane. Juan
Querido Agroteide, las personas que queremos y ya no están con nosotros mantienen su presencia y no sólo en la mente. Tengo escritos de mis padres, pero también los amarilis y el cafeto que sembró mi madre, los sitios que vimos juntos, las recetas que me enseñó a hacer... Es una suerte conservar todo eso y darnos cuenta de que forman parte de nosotros.
ResponderEliminarHace años intenté "hacer limpia" en las cartas que yo he recibido y, cuando leí una de una amiga muy querida que murió joven, fui incapaz pensando que era lo único que tenía de ella. Ahora sé que no, que también me dejó mucho más.
Un abrazo, Agroteide, y a disfrutar de los recuerdos pasados y de las vivencias presentes.
Juan, en las cartas que he ido leyendo están por supuesto todas aquellas que yo escribí a mis padres durante los veranos en La Palma y durante los 4 años que estudié y trabajé en Madrid. Generalmente les escribía una vez a la semana (no eran tiempos de WhatsApp) y me ha encantado leer cosas que había olvidado por completo. Se aprende mucho también sobre uno mismo viéndonos "tal como éramos", sabiendo lo que hemos ganado pero también lo que hemos perdido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ahh!! Las viejas historias… hace algún tiempo empecé ha hacer el árbol genealógico de mi familia y disfruté como una enana de las historias que me contaban mis tías y mis abuelos, me enteré de cada cosa desconocida… disfruté tanto de la emoción que reflejaban sus rostros que volvería a ese momento una y otra vez. La verdad no entiendo como hay gente que no se interese por saber de sus raíces… eso si que es algo que con el tiempo salvo que tengas cartas, por desgracia se pierde. Un abrazo Jane
ResponderEliminar¿y ahora qué? ahora que todo el mundo escribe sus "notas de amor y desamor" en pequeños mensajes wasaperos... ¿ahora qué? ¿se perderán para siempre "como lágrimas en la lluvia"?
ResponderEliminarP.D.: he vuelto a este comentario (antes de enviarlo) para demostrar que no soy un robot... pero creo que no sirve de nada, ahora me volverá a pedir que ponga el código que demuestre que no soy un robot... ¡maldita sea mi suerte!
Querida Soraya, me he retrasado en contestarte porque estaba de viaje (lo cuento en el post que pongo hoy, no me puedo guardar nada). A mí me ha dado pena no haber preguntado más. Pensaba algo así como que siempre tendría a mis padres, a mis abuelas, a mis tíos ahí mismo... y ya no hay nadie a quien preguntar. Por eso me ha gustado tanto leer las cartas. Ha sido un reencuentro agridulce que ha merecido la pena.
ResponderEliminarUn abrazo.
Isaac, me he reído con el rollo de demostrar que no eres un robot. A mí no me gusta nada, se nota claramente que no somos robots. Además, los miopes como yo no desciframos bien lo que hay que copiar y nos equivocamos a cada rato. Más de una vez me he visto con una lupa, sobre todo cuando ponen números. Máldita sea también mi suerte.
ResponderEliminarY yo también me he preguntado eso de los mensajes wasaperos. Hace poco murió un amigo y su mujer decía que le servían de consuelo las cartas que él le escribió. Mi padre también releía las cartas de mi madre... ¿Y los amantes de ahora? Tendrán que echar mano de memoria pura y dura, porque los mensajes de ahora son de usar y tirar. Aparte de que a veces, con eso de decir "yo tb t kiero", pierden todo romanticismo, la verdad.
Que bueno es que hayas conservado las cartas que nos unen a nuestras raíces, comunes para las dos y también para todos. Gracias por expresarlo con tanto sentimiento.
ResponderEliminarGracias a ti, hermanita, por estar ahí y por compartir tantas cosas. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarHola Jane:
ResponderEliminarLas cartas son siempre un tesoro, todavía no he empezado a leer las mías, aunque hoy está el tiempo para encender la chimenea y empezar.
Gracias por compartir tu tesoro.
Me pregunto que quedará de nuestra comunicación por el "guasa"
Abrazos
Estuve fuera unos días, Mari Carmen, y me encuentro este tiempo de chimeneas, chocolatito por las tardes y lluvia tras los cristales. Como le dije a Isaac en otro comentario más arriba, yo también me pregunto por las comunicaciones por el "guasáp". Isaac se pone bladerruniano y teme que se perderán como lágrimas en la lluvia. Lo ideal sería dejar el guasap para lo perdible y poner lo que no queremos que se pierda por escrito. Pero me da que no están los tiempos para eso...
ResponderEliminarUn abrazo.
Me ha parecido precioso, Isabel, efectivamente no dejan de ser cosas que nos cuentan los familiares que se han ido...
ResponderEliminarY no sólo familiares, Carmen Paz. Amigos, notificaciones oficiales, solicitudes de empleo, conocidos... todos van desgranando hechos que no aparecen en las crónicas y periódicos y que, juntos, nos ofrecen una imagen muy completa y cercana de lo que era la vida en esos años. Me emocionó leerlas.
EliminarGracias y un abrazo.
Pues con más razón, no deja de ser parte de la historia de todas esas familias.
EliminarSí, y en el fondo la nuestra también. De ahí venimos...
EliminarPreciosos recuerdos que conservan la memoria colectiva de una época. Yo lo he hecho a través de álbumes de fotos con su explicación a pie de cada una de ellas y que he regalado a cada uno de mis hermanos. Nos resistimos a perdernos" Como lágrimas en la lluvia" . Un abrazo Isabel.
ResponderEliminarSi vieras la pena que me da, Sole, el que ya no hagamos álbumes de fotos... El último que hice fue del 2008. No cabe duda de que ahora tenemos muchísimas más fotos, pero no las vemos nunca. Antes, además, intentábamos hacer "la" foto, sabiendo que esa era la última oportunidad para inmortalizar el momento. De toda mi infancia tengo un único álbum de fotos. Ahora, sólo con una fiesta ya llenaríamos uno. No hay casa que resista eso.
EliminarPero sí que es una idea preciosa la que tuviste, Sole, para regalarle a tus hermanos. Seguro que les encantó.
Un abrazo.