Yo nací
y crecí en un mundo de puertas abiertas. En los pueblos de mis veranos
infantiles e incluso en la casa de mis abuelos en La Laguna la puerta de la casa
siempre estaba abierta. Si la casa era de confianza, entrabas como quien pisa
terreno comunitario y acogedor. Si no, uno se acercaba al zaguán y gritaba, por
ejemplo: “¡Agustiiiina!”, y allá en el fondo, entre ruidos de cacharros de
cocina, se oía la voz de la tal Agustina: “¿Quién eeees?”.Entonces uno decía:
“¡Paz!” y entraba. A mí siempre ese “paz” me intrigó de chica hasta que
descubrí que lo que realmente queríamos decir con ese salvoconducto era “Somos
gente de paz”.
Las
claves para entrar en algún sitio o para acceder a algo nos parecían cosas de
cuentos, como el de Alí Babá con su “Ábrete,
Sésamo” ante la cueva de los 40 ladrones. Los personajes de Tolkien en “El
Señor de los Anillos” se las ven y se las desean ante las cerradas puertas de
Moria cuando leen lo que dice la contraseña:”Habla, amigo, y entra”, mientras
los lobos aúllan alrededor y unos tentáculos largos y sinuosos provistos de
dedos salen de la pestilente laguna cercana y le agarran una pierna a Frodo. Y,
aunque la ocasión no era muy propicia para ponerse a traducir, al final
comprenden que el sentido correcto de la frase es “Di “amigo” y entra”.
También
hay un montón de contraseñas en los libros de Harry Potter para algo tan
sencillo como irse a su dormitorio. En la puerta, ante el retrato de la Señora Gorda , en los siete
libros los alumnos de Hogwarts dicen “caput
dragonis”, “hocico de cerdo”, “somormujo”, “sorbete de limón”, “fortuna maior”,
“rompetechos” o “pitapatafrita”,
y esas palabras bastan para que se abra un agujero en la pared.
Y no te
digo nada de las novelas de espías con sus frases crípticas o sus salvoconductos
misteriosos. Aunque a mí el que me viene a la mente es Psmith, en “Dejádselo a
Psmith” de P.G. Wodehouse, que queda en el vestíbulo de un hotel con un
desconocido (que le va a encargar que robe un collar) y tiene que llevar un
crisantemo rosa en el ojal y decir la frase: “Mañana lloverá en Northumberland”, a lo que el otro tiene que
contestar “Bueno para las mieses”. La escena de Psmith, parado con algo parecido
a un arbusto en el ojal, diciéndole a todo el que se pasa por allí lo del
Northumberland, es de las más divertidas que he leído.
Pero
ahora ya las claves no pertenecen al mundo literario sino al real. Si tienes
alarma, necesitas una clave para entrar en tu casa. Necesitas otra para pagar o
sacar tu dinero, para cargar tu teléfono, para entrar en Internet, y ahí
dentro, para Twitter, para Facebook, para Yahoo o para Gmail. Te dan una
contraseña para viajar, para entrar en un club o para el Imserso. Tienes que
inventarte palabras largas y seguras o números que recuerdes, si no quieres
acabar perdido como el hermano de Alí Babá. Y en algunos sitios, ya no basta ni
eso, sino que sólo puedes entrar con tu huella dactilar o con el análisis del
iris de los ojos… ¡Señoooooor! ¿A qué mundo hemos llegado?
Mucho
me temo que a un mundo en el que crece la desconfianza y en el que la seguridad
es un valor que prima ante la libertad. Hemos llegado, creo, a un mundo donde
ya no queda mucha gente de paz.
Aquí en Alajar, sólo se echaba el cerrojo, al irte a dormir.Y esa paz que era la contestación a quien desde dentro reclamaba nuestra identificación, se ha perdido. Vivimos en un mundo lleno de desconfianza.
ResponderEliminarNunca había escuchado eso de "Paz" pero me parece precioso y la mejor manera de entrar en una casa. Prometiendo paz. Besos.
ResponderEliminarMi bisabuela dejaba el postigo abierto. Uno llegaba, daba dos buenos zurriagazos y gritaba: ¡¡¡¡Mimiiiiiiiiii!!! Del otro lado del patio la respuesta era: ¡¡Si traes carne entra!! jajaja y es que ella decía que en la guerra había pasado mucha hambre y que no estaba dispuesta a volver a vivir lo mismo jajaja.
ResponderEliminarHola Jane. Me acuerdo cuando las puertas de las casas de mi pueblo no tenían echada la llave, sino con un simple empujón entrabas, y si eras el último ponías la tranca y a dormir. Pero todo cambia, lo extraño es que nos aconsejan que pongamos alarmas, contraseñas en todo, y lo que sigue siendo extraño es que sirve para muy poco, porque los "malos" si de verdad quieren se saltan las contraseñas y las alarmas.
ResponderEliminarPero claro si te meten el miedo en el cuerpo, no piensas, no razonas, y tragas todo lo que te echen. No hay mas que ver con la que nos están metiendo, y la gente sólo se preocupa por el fútbol, las romerías, y la vida de algún famosillo.
Si también yo, tras tocar en la puerta, generalmente entreabierta, decía eso de :¡Paz!, y entrabas y te recibían como eso: Gente de Paz. Un beso Jane.
Sí, Esperanza, en Los Realejos, Los Sauces, Granadilla, La Laguna, los pueblos de mi niñez, se vivía así. Con total confianza en los vecinos que muchas veces te dejaban en la cocina, cuando tú no estabas, un bubango, una tarro de mermelada, un bizcochón... Un presente como gente de paz.
ResponderEliminarLola, a mí me encantaba el salvoconducto. También estaban los saludos mañaneros: "Buenos días nos dé Dios", que se redujo después al "Buenos días". Todos se saludaban, fueran conocidos o no. Hoy ese saludo colectivo se conserva en algunos pueblos y cuando te encuentras con alguien en medio del monte. Es un reconocimiento a un igual que no existe en las ciudades.
ResponderEliminarBesos.
Guillermo ¡qué ingeniosa tu abuela! De todas formas ella sabía que quien venía a su puerta siempre traía algo. Mi amiga Consuelo siempre recuerda cuando de casa en casa se pasaban el "templero", un hueso bien surtido para darle sabor al caldo o al puchero ¡Qué tiempos!
ResponderEliminarNo había oído lo de Paz en mi vida, como mucho, llamar a la puerta con el "una copita, de ojén" que al parecer solo lo conocíamos las "personas de bien".
ResponderEliminarEn El Misterio de la Cripta Embrujada, el protagonista tiene que llevar un maletín con dinero a una cafetería de Madrid, y ahí esperar a alguien que le pregunte la hora, entonces dirán
- No tengo, me han robado el reloj
- No sé dónde vamos a ir a parar (o algo así)
Cómo se desarrolla realmente el diálogo, es de las cosas más divertidas que he leído en mi vida.
A veces pienso, Juan, que todo es parte de un montaje, que nos meten miedo para hacer negocio, que mis padres nunca le cerraron la puerta a nadie, que confiaban en los otros y los sentaban a su mesa aunque no los conocieran, que nosotros pertenecemos a otro mundo y que ese otro, el de la gente de paz, está perdido para siempre.
ResponderEliminarCuando hablaba de "¡Agustiiiina!", hablaba de escenas de mi niñez, en Los Sauces, en casa de mi tía Agustina en La Calzada, un mundo más pobre y más precario pero un mundo de seguridad que para un niño era el paraíso. Paz, sí, pero también confianza en la humanidad.
Loque, me releeré "El misterio de la cripta embrujada", que ya me gustó en su tiempo mucho y que es de lo mejorcito de Mendoza (ya sé que es de tus preferidos)
ResponderEliminarLo de la copita de ojén tampoco lo había oído ¿De verdad entraban pidiendo algo para el gaznate? ¿Y ojén nada menos? Me explico que dijeran "un bocata de salchichón" o algo así ¿pero ojén? Hay mucho vicioso suelto, eh.
Yo nací en un tierra
ResponderEliminardonde cordones trancaban las puertas
y con sólo tirar de ellos
quedaba la casa abierta
los niños no cogían berrinches
pillaban una perrera.
Yo nací en una tierra verde
donde la vista pusieras,
con dragos, palmeras, retamas
y miles de plataneras.
Yo nací en una tierra
en la que estanques llenaban la vega,
de espejos para que el sol
reflejase su belleza.
Donde el día se medía,
por las sombras de la higuera
y las prisas se perdían
en las curvas de la carretera.
Donde el largo del camino
sembrado estaba de ventas
rosquetes, queso, vino,
chochos, sardinas, ¡recuerdas!
Una tierra donde todos
compadres de risa eran
y una guitarra y un timple
bastaban para una fiesta.
Yo nací en una tierra
orgullosa de lo que era
y mirábamos con sonrisas
las mañas de los de afuera.
¿Qué ha sido de esa tierra
que mis hijos no recuerdan?
La ven en algunas fotos,
pedazos de cuentos de viejas.
¿Por qué perdimos del todo
lo que los abuelos cuentan?
Las cosas que desde el fondo
hacen que canario me sienta.
Me gusta, Alejandro. Hay en todos nosotros una nostalgia de un tiempo sin prisas, en el todos se conocían, en el que había tiempo para hablar, para tomarte un cafetito con los vecinos, para hacer galletas, para mirar el paisaje... Creo que algo de eso queda cuando lo recordamos o haces un poema para hablar del lugar en que naciste.
ResponderEliminarMe temo que poca, muy poquita gente de paz...
ResponderEliminarEl mundo sería perfecto si no precisase de cerrajeros. No tengo nada contra ellos, ¡pobres señores!sino ¡que felices seríamos dejando todo abierto con la seguridad de que el prójimo lo respeta!.En el hospital donde trabajo, roban hasta el papel higiénico así que ¡sin cometarios!
ResponderEliminarPerdón 1: Creo que es El laberinto de las aceitunas, pero como los dos libros molan... eso que sales ganando.
ResponderEliminarPerdón 2: No decíamos "Una copita..", sino que se toca a la puerta con un determinado ritmillo que más o menos se traduce en
U-nacopita
deo-jén
Dra Jomeini, tú sabes que yo soy una optimista. Creo que hay más gente de paz que de la otra. Sólo que esa otra se hace notar tanto...
ResponderEliminarSí, Tona, a mí me llamó la atención que, cuando ingresamos a mi madre, la enfermera me advirtiera que le guardáramos anillos, pulseras o zarcillos, no sea que se los quitaran. Hasta la alianza de boda, que no se había quitado en 50 años, tuvimos que guardarla ¡Hay mucho chorizo suelto por ahí!
ResponderEliminarLoque, leí los dos hace mucho tiempo. Toca releerlos (yo soy mucho de una relectura, me río y lloro en los mismos sitios que la primera vez)
ResponderEliminarAh, ya sé el ritmillo: tantaratantan tantán. Es así ¿verdad?
Lo de "PAZ" es un recuerdo en la lejanía. Cierto que lo decía bastante al entrar puertas adentro en una propiedad ajena: en un taller de costureras donde mi madre iba por las tardes a "ayudar", en los zaguanes de las casas con patio cuando te mandaba con un recado, en la molina de gofio, en la venta o tienda donde se vendía algo de vez en cuando y el dueño -no había empleados por entonces- se encontraba en el fondo trapicheando con los objetos viejos que hoy serían antigüedades muy apreciadas, en el bajo de la casa donde el marido tenía una mesa para elaborar puros, en la casa colindante cuando iba a buscar agua fresca de la pila o nos faltaba un poco de perejil... En todos esos lugares era muy simple el movimiento: Toc, toc, con la aldaba, tres pasos entrando, ¿quién? se oía, PAZ contestabas y pasabas. Digo pasar y no entrar, es diferente.
ResponderEliminarCierto que a nosotros lo puretas esto de las claves nos trae de cabeza. Hemos entrado en un mundo de siglas y claves. Pero todavía existe gente feliz que se las pasan por ahí mismo. Y una es mi madre, que no quiere saber nada del asunto y me utiliza, faltaría más. Pero es que todavía, aún viviendo como vive en un primer piso de un edificio con escalera común, cuando baja a la venta a comprar el pan por las mañanas mantiene la puerta de su vivienda abierta, aunque lleva las llaves por si una corriente de aire se la cierra. Y con ella dentro de la casa, más de una vez he encontrado abierta incluso la puerta del portal, sobre todo en verano. Vive confiada y eso, digan lo que digan, es bueno. Bueno para ella, preocupante para su hijo.
Tu madre, Enrique, es todo un personaje, la última prima hermana de mi abuelo, la última que queda de aquella generación de principios firmes. Estoy segura que todavía podría encararse a alguien que le entrara por la puerta. No te preocupes, es de una pasta de las que ya no hay.
ResponderEliminarMuy fina tu distinción entre pasar y entrar. Tienes razón, claro. Cuando tocabas y decías "paz" es que la casa no era de mucha confianza. Pasabas y decías el recado, pero no te ibas a la cocina a comer con la dueña. Me gustan tus imágenes de esos personajes del pasado palmero que yo también recuerdo: las costureras, el ventero, el marido que hacía los puros. Yo también me acuerdo de una vecina que se ponía a hacer calados en la ventana y que un verano me estuvo enseñando... ¿Y lo de buscar agua fresca de la pila a la casa de al lado? ¡Qué tiempos!
Hola , Isabel , buenos días .
ResponderEliminarGracias por tu crónica semanal .
Siempre hace ilusión evocar tiempos pasados que uno recuerda, a veces , con nostalgia .
Yo había olvidado eso de "Paz" que se decía al tocar en la puerta abierta y que a una edad temprana no sabías qué significaba . Sólo que era la respuesta que esperaban los de dentro .
El diálogo que recuerdo , y que te permitía pasar de la segunda puerta , mitad madera y mitad cristales labrados ,era:
-Toc, toc , toc , ¿se puede ?
-¿ Quién es ?
-¡ Paz !
- ¡Adelante !
¡¡ Un beso y feliz semana !!
Loly
Loly. es verdad, antes todas las casas tenían un zaguán y las puertas solían ser como dices. El zaguán de mi madrina, que me encantaba porque era muy fresquito en verano, tenía una puerta de cristales de colores. Todavía quedan zaguanes de esos de antes en La Laguna y, muchas veces, cuando damos una vuelta por sus calles, verlos es un atractivo más. Salvo que hoy todas las puertas están cerradas y no se ve a través de ellas el patio de dentro o la escalera de madera que sube al piso de arriba.
ResponderEliminarP: "¿Quién es?".
ResponderEliminarR: " Paz".
¡ Ay, me había olvidado! ¡Qué recuerdos!
Me ha encantado revivirlo.
En cuanto a lo de las casas abiertas, de eso sí que me acuerdo a menudo. En la mía, que éramos tantos, ninguno de los hermanos tenía llave. En principio solía haber alguien en casa, y si no, siempre había alguna puerta abierta o una ventana de fácil acceso.
¿Y qué me dices de los coches? Se dejaban siempre abiertos y a veces hasta con las llaves puestas.
En cuanto a las claves.¡¡no me hables!! Con decirte que tengo una libretita semiescondida cerca del ordenador para saber las que tengo que utilizar para cada cosa ¡me armo unos líos!
Se supone que estas cosas no se deben decir, pero total, yo a estas alturas no voy a cambiar.
Ya ves, que aunque no te escribo siempre, te sigo leyendo todos los lunes.
Hasta pronto.
El otro día vi una película de Katherine Hepburn y Cary Grant, "La fiera de mi niña" ¿te acuerdas? Y me fijé que ella se sube a coches ajenos (por lo menos a dos), enciende el motor y se va tan campante. Todos estaban con las llaves puestas.
ResponderEliminarYo estoy unificando claves porque ya me estaba haciendo un lío enorme. Una vez el cajero se me tragó la tarjeta porque le estaba poniendo la clave del móvil. Y a veces también la he dado cuando me preguntan por el distrito postal. Son demasiados números para alguien que para acordarse de que los moros vinieron a España en el 711 me imaginaba el número como una "M".
Me ha encantado. Yo recuerdo las casas terreras con un cordón colgando en la puerta conectado al pestillo del que tirabas para entrar. Qué maravilla y que diferencia con lo que nos está tocando vivir.
ResponderEliminarEs verdad, y eso era en Santa Cruz. En mi casa no se dejaban las puertas abiertas, pero sí la de la calle que hoy, como todas, tiene portero automático. Mucha más poesía y encanto tenía ese cordón pero qué le vamos a hacer, es lo que nos ha tocado vivir.
ResponderEliminarNo sé si te gustarán estas cosas de los premios pero te he concedido uno en mi blog. Besos.
ResponderEliminarwww.sobrevolandoloscuarenta.blogspot.com
Gracias, Lola, gracias, gracias. Claro que me gustan los premios, así que me ha encantado que me des tú uno a mí. Creo que es el primero que recibo en esto de Internet así que me quedo con él más feliz que una perdiz. Mi enhorabuena por el montón que tu tienes. Me han gustado mucho tus respuestas al test y, desde ya, tienes otra seguidora. Un beso.
ResponderEliminar¡ Qué bonito lo de Gente de Paz!
ResponderEliminarLa imagen del cordel, atado al manubrio de la pestillera, por fuera de las puertas ¡qué recuerdos…!
En cuanto a los salvoconductos o claves que enumeras, sin comentarios me dejas (¡qué chica esta!) Pero en la referencia a la obra de Wodehouse Dejádselo a Psmith: “mañana lloverá en Northumberland…” magistral.
¿Qué tendrá esa región agreste, fría y casi desértica entre Inglaterra y Escocia ( a veces escocesa, otras inglesa)? Como ocurre con casi todas las zonas fronterizas, lo que ha tenido son luchas por dominar una tierra de nadie: pictos, romanos (tigres- leones)…
El muro de Adriano, el tramo mejor conservado al N.O. de Hexham está en Northumberland (¡cómo no!)
Hasta el hada Melusina, el personaje fantástico medieval (francés por excelencia) está relacionado con Northumberland.
Melusina era hija del hada Presina y de un legendario rey de Escocia llamado Elinas o Thiaus. Su madre la castigó (por un hechizo que le hizo a su padre al encerrarlo en la montaña de Brumbeloy en el condado de Northumberland -¡vaya usted a saber por qué lo haría…!-), a convertirse los sábados en un ser monstruoso; sus piernas se transformaban en una cola de serpiente…¡vaya una madre!
Su leyenda es recogida en la obra medieval de Jean d’Arras La noble hystoire de Luzignen (-Le roman de Melousine-) y su personaje recreado por Manuel Mujica Lainez en su novela El unicornio…
Te aseguro que mañana si llueve en Northumberland…
¡ Qué bonito lo de Gente de Paz!
ResponderEliminarLa imagen del cordel, atado al manubrio de la pestillera, por fuera de las puertas ¡qué recuerdos…!
En cuanto a los salvoconductos o claves que enumeras, sin comentarios me dejas (¡qué chica esta!) Pero en la referencia a la obra de Wodehouse Dejádselo a Psmith: “mañana lloverá en Northumberland…” magistral.
¿Qué tendrá esa región agreste, fría y casi desértica entre Inglaterra y Escocia ( a veces escocesa, otras inglesa)? Como ocurre con casi todas las zonas fronterizas, lo que ha tenido son luchas por dominar una tierra de nadie: pictos, romanos (tigres- leones)…
El muro de Adriano, el tramo mejor conservado al N.O. de Hexham está en Northumberland (¡cómo no!)
Hasta el hada Melusina, el personaje fantástico medieval (francés por excelencia) está relacionado con Northumberland.
Melusina era hija del hada Presina y de un legendario rey de Escocia llamado Elinas o Thiaus. Su madre la castigó (por un hechizo que le hizo a su padre al encerrarlo en la montaña de Brumbeloy en el condado de Northumberland -¡vaya usted a saber por qué lo haría…!-), a convertirse los sábados en un ser monstruoso; sus piernas se transformaban en una cola de serpiente…¡vaya una madre!
Su leyenda es recogida en la obra medieval de Jean d’Arras La noble hystoire de Luzignen (-Le roman de Melousine-) y su personaje recreado por Manuel Mujica Lainez en su novela El unicornio…
Te aseguro que mañana si llueve en Northumberland…
A mí sí que me dejas sin comentarios, Conchi. Me recuerda esto cuando las dos volvíamos del colegio y me contabas historias preciosas que me dejaban con la boca abierta. Mira por dónde, ahora, gracias a ti, sé de Northumberland un montón de cosas, muro de Adriano y Hada Melusina, incluidos. Recordé que me leí "El unicornio" de Mújica Lainez hace mucho tiempo y que también una novela que me gustaba mucho de jovencita ("La hiedra" de Mary Stewart, creo) ocurre en Northumberland porque hay un encuentro en el Muro de Adriano.
ResponderEliminarLLoverá en Northumberland. Bueno para las mieses.
Tristemente, para esa muestra de libertad y respeto, la Humanidad ha crecido mucho, las gentes se mueven más y todo eso ha supuesto que tanto las personas de paz, como las que no lo son tengan acceso a nuestras casas sólo a través de un timbre o un portero eléctrico.
ResponderEliminarTú lo has dicho, la seguridad a costa de la libertad. Y del romanticismo y la confianza, añado yo. Pero, qué le vamos a hacer. Es uno e los precios de habernos convertido en una aldea global.
Ah, también quería advertirte que, por fortuna, con una misma contraseña podemos acceder a todos esos sitios restringidos que nos las exigen, pero ya vi que lo pusiste en marcha.
Por desgracia, Jane, este post de hace 4 años, sigue estando muy vigente y, me temo, que cada vez más...
Sí, Cehachebé, como dices, es el precio del progreso, de ser aldea global y todo eso. La pregunta que sigue latiendo al fondo es ¿ha merecido la pena?
EliminarSaludos, desconocidos amigos, de una lagunera de ocasión durante unos meses por el 72. Cuántas historias sabrosas de esa vieja Canarias, algunas muy semejantes a las que se vivían en mi Galicia natal o por los pueblos de España. Aún hace unos diez años, en un pueblo de Murcia, Fortuna, en otra estancia de paso, saludaban por la calle a nosotros, forasteros, con total normalidad.
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