Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
No sé
si la culpa es de este septiembre luminoso con atardeceres de ensueño y
parejitas viendo la puesta de sol con embeleso. O de este verano en el que en
muchos libros de los que leí, así fueran de novela negra, se colaba una
historia de amor. El caso es que, como si hubiera una predisposición natural a
ello, me he encontrado escuchando, en esas charlas distendidas de los días
largos, dos historias de encuentros y desencuentros amorosos con la misma
atención y pasión con la que algunas de mis amigas oyen los culebrones de
sobremesa.
Una es
una historia tipo García Márquez. En un pueblo pequeño chico y chica se
enamoran perdidamente. Pero ¡ay! ella es rica y él, pobre como una rata. El
padre no permite que su hija se rebaje y la obliga a casarse con uno de su
misma clase. Cuando se entera del compromiso, el enamorado, rabioso, protesta y
ruega, pero ella no se atreve a desafiar la voluntad paterna. Al final, la va a
rondar y le canta unos versos que no se han olvidado:
“Yo te
quería sutil,
linda
cual una violeta,
pero
eres una coqueta,
mentirosa,
falsa y ruin”.
¡Toma
ya! Pero a pesar de todo, de la pena, el rencor y la tristeza, de que cada uno
se casa con otra persona, de los hijos y nietos, del paso de los años y del día
a día rutinario, todo el pueblo sabe (porque en los pueblos se sabe todo) que
ella sigue enamorada de él y que él sigue enamorado de ella. No se hablan
–apenas un saludo al pasar que es casi una caricia- pero en sus miradas hay
todo un mundo de amor y pérdida. Ella enviuda, ya mayor, pero él sigue casado y
muere poco después.
“No hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso.”
La otra
historia es tipo León Tolstoi. En una ciudad grande chico y chica se enamoran
perdidamente y esta vez se casan. Pero hay una guerra y él tiene que marchar.
Llanto, desconsuelo, indefensión. Al tiempo se le da por desaparecido y, con
los años, por muerto. Ella se casa con otro y se va a vivir a una isla lejana,
buscando una nueva vida que le haga olvidar. Pero una vez, cuando
vuelve a su ciudad a visitar a la familia, se entera de que él ha regresado
después de haber estado prisionero muchos años. Pero ¡ay! vuelve enfermo. Ella
se va a vivir con él y lo cuida hasta el final. Luego regresa a la isla y se
separa del marido.
“Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño…”
Me las
contaron distintas personas. Son historias de distintas épocas, lugares y
actitudes. Pero tienen en común que son reales. No son novelas en las que él y
ella acaban en un barco por un río caribeño amándose toda la vida. Aquí no hay
final feliz ni música de violines ni el “para siempre”. Las historias reales
tarde o temprano terminan mal porque siempre hay un final en el que se llora.
Pero
también son historias de amor del bueno, de las que hay que “creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor; quien lo probó lo sabe”
(Lope de Vega)
Justo iba a comentarte lo que pones al final del post, son historias de amos con finales no idílicos como en las películas pero yo creo que son las de verdad, las de amor intenso y verdadero, esas que te dejan un surco en el corazón que no hay isla lejana , ni amor rico que te las cure.
ResponderEliminarMe ha encantado leerte en este lunes resacoso
Gracias, madre del monillo. Aunque estas, las historias de verdad, son las que están detrás de tantas novelas, de tantas películas, de tantas canciones, de tantos poemas y de tantas lágrimas y alegrías.
ResponderEliminarEn "Jane Eyre", cuando St John le pide matrimonio a Jane para que sea sólo su compañera en las misiones, ella se niega porque sabe lo que es el amor y porque ha sido amada por el Sr. Rochester. Surcos en el corazón.
Te juro que nada más empezar a leer la entrada, pensé "esto es amor; quien lo probó lo sabe", no porque me sepa la poesía de memoria, sino porque cuando se habla de amor (como de tantas otras cosas) Lope es una autoridad.
ResponderEliminarQué historias más tristes, hace algunos años vi en televisión a una señora mayor que decía que en su pueblo, de joven, tuvo un novio que además pertenecía a una familia de mucho dinero. Pero sus padres no quisieron que se casara con él porque era adoptado ¿?
Se casó con el que sus padres aprobaron y el caballero le dio una vida horrible, ahora iba al programa buscar a aquel primer novio....
¡Y bueno era el Lope para hablar de amor! Me asomé por curiosidad a su vida y que si Elena Osorio, que si Isabel de Urbino a la que raptó y que fue su 1ª mujer, que si Antonia Trillo, que si Juana de Guarda (la 2ª), que después Micaela de Luján, Jerónima de Burgos, María de Aragón, Marta de Nevares (ya siendo cura)... ¡Así escribió tanto para poder mantener a esposas, amantes y a 15 hijos!
ResponderEliminarTiene además una historia parecida a la primera que cuento. Elena Osorio aceptó la relación con un noble que le impuso su padre y Lope reaccionó igual: le hizo unos versos que dicen:
"Una dama se vende a quien la quiera.
En almoneda está ¿Quieres compralla?
Su padre es quien la vende, que aunque calla
su madre la sirvió de pregonera."
Qué triste los que, cuando se rompe un amor, van a buscar a los de su juventud, porque ya aquel amor es sólo un recuerdo y ellos tampoco son los mismos. Conozco varios casos. Espero que esa buena señora no lo haya encontrado. También es triste que lo vayan a contar a la tele ¿verdad?
Ir a la tele... Y yo, que no tengo tele... Claro, hago trampa, tengo internet... Pero como decían Martes y Trece: Es igual pero no es lo mismo. ;-)
ResponderEliminarRamón, yo sí tengo tele pero como si no. No me gusta nada que se haya convertido en patios de vecinas vociferantes (o eso me parece a mí cada vez que me atrevo a abrirla) Pero cae alguna película de vez en cuando y, a veces, Pasapalabra y los titulares del Telediario. No sé si eso merece el gasto...
ResponderEliminar¿Coincidencia? Hoy yo también hablo de amor y desamor.
ResponderEliminarDebe ser, Ana, que los otoños tienen un algo de melancolía. Ángel González lo retrata así:
ResponderEliminar"Alamedas desnudas,
mi amor se vino al suelo.
Verdes vuelos, velados
por el leve amarillo
de la melancolía,
grandes hojas de luz,
días caídos
de un otoño abatido por el viento.
¿Y me preguntas hoy por qué estoy triste?
De los álamos vengo."
Así que en estos meses hasta la luz se pone triste. Pero también Machado, que seguro que era un optimista como yo, dijo que otoño tiene en el sueño un iris de abril. Para mis enamorados ya no hay arreglo, pero a lo mejor los tuyos se reconciliaron en el hotel y adaptaron su planificación y su improvisación.
¡Me ha encantado este post agridulce como el amor! Besos
ResponderEliminarwww.sobrevolandoloscuarenta.blogspot.com
Gracias, Lola. Y sí, el amor tiene sus momentos agrios y sus momentos dulces. Y si no fuera por estos últimos...
ResponderEliminarAhhhhhh, el amor... Ese gran entorpecedor! ¿O era motivador?
ResponderEliminarLas dos cosas, Guille, como bien debes saber. No hay nada que nos complique más la vida. Pero sin él... ¿merecería la pena llamarla vida? Quien lo probó lo sabe.
ResponderEliminarEs muy triste y, a la vez, muy bello lo que has escrito hoy.
ResponderEliminarAprendo mucho de ti y de tus respuestas a los comentarios.
Es curioso que la doctora tb haya escrito hoy sobre el amor y el desamor.Bss
Sí, es triste, Utopía, que todos nuestros esfuerzos y afanes acaben en la muerte. Pero, mientras vivimos, podemos hacer que nuestra vida merezca la pena. Si no supiéramos que el para siempre no existe, igual no nos esforzaríamos en vivir bien.
ResponderEliminarLeí esta semana en que ha muerto Álvaro Mutis uno de sus poemas, titulado "Amén", que me gustó:
"Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha".
Un beso y a disfrutar de lo que tenemos.
No sé si lo he "deducido" bien leyendo cosas en otro blog, Jane.¿Eres la mamá de "la doctora"?
ResponderEliminarSi es así, ahora entiendo por qué me gusta tanto leer lo que ambas escribís.
Felicidades a las dos. A ella por ser tu hija y a ti por ser su madre.
Bss
Sí, Utopía, soy la madre de Daniel y de Ana, la doctora Jomeini en las redes. Hoy, que la Madre del monillo (otra internauta encantadora) animaba en Twitter a las mujeres preñadas porque al final habría premio, yo le dije que mis premios ya tienen 41 y 37 años y que ya no dan la lata por las noches (por lo menos a mí).
ResponderEliminarAna está preparando un post especial en la que salimos las dos. Aunque ya salimos juntas en el de la presentación de su libro y me dedicó uno que me parece que se titulaba "La madre que me parió".
Gracias por tus palabras.
Un abrazo.
Muchas gracias, me costaba preguntar.
ResponderEliminarHe visto "5 años" y me he emocionado a pesar de llevar pocos meses en este mundo bloguero.
Transmitís taaanto las dos.
Todo mi cariño desde Bilbao.
Gracias a ti por compartir tanto con nosotras.
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué bonito y qué cierto lo que te dice utopía, Jane.
ResponderEliminarConozco una historia de amor, muy cercana, que comenzó hace más de treinta años, que a mitad de su camino pareció destrozarse por cierta infidelidad de la parte masculina y que se ha sellado en boda, recientemente.
ResponderEliminarChica que llega a tierras lejanas, conoce a chico del lugar y acuerdan vivir juntos, después de una temporada de conocimiento mutuo. A los doce o quince años de convivencia feliz, ella descubre que a él le baila el ojo por una interfecta, y decide cortar por lo sano, separarse e irse a vivir sola, de nuevo. Ella sale con algún que otro pretendiente, pero la cosa no cuaja.
Él, arrepentido de aquel desliz, vuelve a la carga, poquito a poco y con constancia. Ella le perdona y, bajo el acuerdo común de sólo ser amigos, reinician su relación de principio, pero, hete aquí, que dónde hubo siempre quedó, y hace un par de meses, con más de 50 años cada uno, decidieron darse el sí ante un concejal del ayuntamiento correspondiente y sellar su larga mezcla perfecta de amistad y amor (al fin y al cabo, tienen la misma raíz), con una sencilla boda.
Probablemente, Jane, esta no sea una historia muy frecuente, porque el perdón es una señal de amor máximo y, por desgracia, no es lo que abunda y, menos, entre parejas. Por eso, he querido contarla como muestra de algo que se considera tan romántico como la fuerza del amor, pero que lo que nos dice es que la fuerza del amor, a la hora de la verdad, está dispuesta a superarlo todo.
Anónimo, gracias también por lo que compartes con ella.
ResponderEliminarCehachebé, la verdad es que la historia es muy romántica y va de eso de que el amor puede hasta perdonar. Y no, no es corriente, aunque conozco casos también. Lo más normal es lo que cantan los boleros:
ResponderEliminarY qué hiciste del amor que me juraste
y qué has hecho de los besos que te di
y qué excusa puedes darme si fallaste
y mataste la esperanza que hubo en mí...
O como dice una amiga mía, si él me falla, podrá seguir con la otra pero a tientas.
Pero historias como esa dan esperanza. Perdonar es propio de seres muy generosos.
Ya lo decía Miguel Hernandez: “Vengo con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida”.Un abrazo Isabel y como siempre un gusto leerte.
ResponderEliminarY Lorca también dijo:
EliminarAmor, amor, que está herido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.
El amor hiere pero también cura. Y sin él, no hay vida que merezca la pena.
Otro abrazo y muchas gracias por estar ahí, Sole.