Me lo
contó mi padre que, de chico, con 10 años, acompañó una vez a mi abuelo a Garafía
desde Los Sauces. Mi abuelo, además de poeta, era carpintero y contratista de
obras y, cuando le salía un trabajo en algún pueblo de La Palma o en otra isla, él,
que tenía el alma nómada, allá que se iba, muchas veces arrastrando a familia y
enseres. Esta vez, sin embargo, la cosa era más sencilla aunque el destino
fuera Garafía.
Los que
conocen el norte de La Palma
saben de sus montes altos, de los barrancos profundos y del difícil camino para
llegar allí. Hoy, que hay carretera –aunque estrecha y con curvas- se tardan
sus buenas dos horas, pero en aquellos tiempos el pueblo estaba completamente
aislado del mundo. Sólo se llegaba a él por mar en una falúa que te dejaba en
una especie de embarcadero, en realidad una piedra grande a la que había que saltar
con bastantes probabilidades de pegarte el remojón. O, si el mar estaba malo o
no estabas para acrobacias, había que ir a través de caminos y veredas al borde
de barranqueras. Era tan complicado el trayecto que mis tíos-abuelos, que vivieron
allí cuando él era secretario del ayuntamiento, tardaron un año en encontrar el
modo de ir a Los Sauces a apadrinar a un sobrino, con el riesgo de que el
chiquillo estuviera tanto tiempo sin cristianar y se fuera al limbo si le daba
un mal aire.
Por
eso, en aquella ocasión mi abuelo y mi padre se pusieron en camino hacia Garafía
como quien se va a Samarcanda por la ruta de la
Seda. Se llevaron un burro y se tomaron las
cosas con calma, como hacía la gente de antes: a disfrutar del caminar en medio
del monte, verde y tupido, de la majestuosidad de los barrancos –los más hondos
de las islas-, de las noches claras y estrelladas y del fresco del alisio en la
cara. Se tardaba dos o tres días en llegar y, por las noches, dormían en
pajeros que encontraban en casas perdidas de la mano de Dios o, si no, al raso.
No muchos estarían dispuestos a un viaje así, pero mi abuelo era un poeta y mi
padre, un niño.
Un día
encontraron una casa donde los recibió una viejuca con 4 dientes mal puestos en
la boca. Con la hospitalidad palmera enseguida los invitó a comer y les ofreció
unas sardinas saladas y unas papas, guisadas y humeantes, recién cogidas de la
huerta. Cuando le puso delante el plato de papas, la vieja le dijo a mi abuelo:
“A lo mejor a usted le gustan escarrapuchadas”. Mi abuelo, a quien le gustaba
comer y beber bien y que era muy curioso con los platos nuevos, dijo enseguida
que sí, pensando entusiasmado en probar una receta ancestral. Entonces la vieja
cogió un mortero con mojo verde picón, se lo llevó a la boca, lo burbujeó bien
entre los dos mofletes y los 4 dientes, y echó el contenido del buche,
espurrufiándolo, sobre las papas, ante la mirada atónita de mi abuelo y de mi
padre.
Ahí fue
cuando mi abuelo recordó de pronto que tenía que irse urgentemente, casi de estampida, para llegar a tiempo a Garafía y cuando a los dos se les quitó el hambre de repente.
Y ni
que decir tiene que, cuando después lo contaba, además del cachondeo de todos, siempre
estaba la coletilla de mi abuela: “Eso te pasa por ser un gourmet”.
(En la foto, montes del norte de La Palma)
(En la foto, montes del norte de La Palma)
Siempre oí este cuento jajajaja... está bien que las "recetas ancentrales" pasen de unos a otros para que no se pierdan jajajaja... Besos miles
ResponderEliminarSí, era un clásico en la familia. De hecho la he oído que les ha pasado a otras gentes en otros sitios de las islas, así que no me extraña que realmente fuera una receta ancestral ¿Heredada tal vez de los guanches?
ResponderEliminarFalta añadir una foto que me envió tu padre del pueblo de Garafía (está tal cual lo conocí yo hace muchos años) pero necesita un retoque que a ver si me hacen los sabios (léase, hijos)
Un beso.
Para seguir con la corriente, el poeta Maccanti desciende al nivel de lo cotidiano y habla de «papas escarrapuchadas» y explica cómo se confeccionan.
ResponderEliminarhttp://www.abc.es/20110330/comunidad-canarias/abcp-primavera-1988-20110330.html
PRIMAVERA DE 1988 - ABC.es
www.abc.es
Maccanti alcanzó las últimas fibras del sentimiento íntimo y cordial recitando su poema «Amor o nada»
¡Qué curioso! La pena es que no diga realmente la receta, pero eso indica que eran conocidas. Para subsanar esa omisión, hazle caso a mi abuelo: se hacían así como él vio hacerlas. No se le olvidó nunca, fue un recuerdo de esos que se quedan grabados en el alma a sangre y fuego. :-D
ResponderEliminarjajajaja, que bueno !!! ...
ResponderEliminarLa verdad, Fernando, que a mi padre, que era una persona muy seria, cuando lo contaba se le escapaban lágrimas de la risa, sobre todo acordándose de la cara de su padre. Ya te la puedes imaginar...
ResponderEliminarIsa, qué gracioso (y qué asco) el relato de las papas escarrapuchadas, la verdad es que, imaginándome las caras de tu abuelo y tu padre me he reído un montón.
ResponderEliminarOye, disfruto un montón con tu blog.
Muchas gracias, Pili, yo también disfruto contándolo. Si te sabes una historia, ésta tiene que ser contada.
ResponderEliminarSí que nos da asco, pero curiosamente la premasticación, sobre todo de madres a hijos, se utiliza en Estados Unidos, América latina y África. En Sudáfrica más de dos tercios de madres y cuidadores premastican los alimentos.
Este tema causó polémica hace poco en Internet porque la actriz Alicia Silverstone puso un vídeo en el que se la ve masticando la comida y luego dándosela boca a boca a su hijo. Hay defensores de esta práctica que dicen que sube las defensas del bebé y que las enzimas de la saliva de la madre ayudan a la digestión.
Pero pienso que es una fuente de transmisión para virus y que las enzimas de la vieja de las montañas de Garafía poco podrían ayudar a la digestión de mi abuelo y de mi padre.
Ay por favor, qué asco (y lo que me he reído)
ResponderEliminarCasi prefiero encontrarme a la madre de Norman Bates.
Loque, quédate con la poesía de la caminata: aquellas montañas, la luz de la luna por las noches, el silencio en el sendero, el eco en los barrancos... Y así nos olvidamos de la vieja, de sus dientes y del espurrufeo. Para mí, que se parecía bastante a la madre de Norman Bates.
ResponderEliminarGraciosa anécdota de tu abuelo y tu padre por esos caminos a Garafía. Un día de estos te cuento la historia de dos garafianos, el camino real a La Palma (es decir, Santa Cruz de La Palma), el aguardiente de caña y una oreja que se perdió.
ResponderEliminarTengo una duda. De tu abuelo se que era carpintero, maestro de obras, incluso poeta y primo hermano de mi madre, además de socio y colaborador de mi abuelo Estanislao. Pero lo que no sabía es que estuvo de secretario en el Ayuntamiento de Garafía, ni que sus hermanos vivieron allí. ¿Que hermanos? Que yo sepa, eran hermanas. Me tienes que explicar...
Estoy impaciente por oír la historia, Enrique. Un día de estos nos reunimos.
ResponderEliminarMi abuelo era también periodista (fundó hasta un periódico, "Los Raros"). Fue un personaje curioso del que estoy reuniendo información para hacer un artículo. En este post digo que el que fue secretario del Ayuntamiento de Garafía fue mi tío-abuelo Aldo, marido de mi tía Nieves. Ellos son los que vivieron en Garafía con sus 4 hijos unos cuantos años.
Mi abuelo fue el mayor de 6 hermanos. Cuatro fueron hombres (él, José, Manrique e Israel) y 2, mujeres (Nieves e Isabel)
Mi abuelo sí fue teniente-alcalde del Ayuntamiento de Los Sauces.
Ay, Jane, yo, que iba traspuesta por esas noches claras a la luz de las estrellas y sintiendo el suave y fresco alisio en mi cara, mientras bajaba por el monte verde y tupido, de pronto despierto, de golpe y porrazo, con esa vieja desdentada y guarrilla y ¡zas! toda la poesía al traste y el estómago revuelto.
ResponderEliminar¡Dios, qué repugnante la "receta ancestral"!¿Será posible que haya habido alguien capaz de comer papas escupid... ¡qué diga!, escarrapuchadas?.
No sigo, porque mi revoltura aumenta.
Ja, ja, ja, Cehachebé, igual que hay un ying y un yang, y una noche y un día, y la comedia y la tragedia, hay también en toda historia su contrapunto. Hay una novela de Wodehouse ("El gas de la risa") en la que una historia de amor se va al traste porque, en el momento en que él la toma entre sus brazos para declararle su amor (ya sabes, terraza bañada por la luna y violines de fondo), se le ocurre decir. "¡Demonios, cómo me duelen los pies!". Así somos los humanos.
ResponderEliminarPrecioso relato...como siempre.Gracias¡¡¡
ResponderEliminarGracias a ti, América.
ResponderEliminar¿Sabes lo que más me gustaba de esta historia cuando me la contaba mi padre? Más allá de la anécdota de la viejuca que ilustra que uno se puede encontrar con cualquier cosa por esos mundos, me encanta pensar en esa caminata de un padre y un hijo en medio del monte y del silencio, yendo a su ritmo y quizás comentando algo que ven.
Hay una poesía de mi abuelo titulada "Adelante, Peregrino" -que incluso lleva una cita de Nietzsche ("¿Cómo llegaré más pronto a la montaña? Sube siempre y no pienses en ello")- que empieza así:
"Adelante, Peregrino,
adelante por la senda que te lleva hacia la cumbre;
no te arredre la pendiente del camino,
ni te agobie de subir la pesadumbre..."
Tal vez poemas como éste tengan su origen en esa perfecta comunión con la naturaleza estando en el camino.
Querida Jane, te mando una "receta ancestral" coincidente en la forma, con las papas escarrapuchadas de tu abuelo y padre.
ResponderEliminarMi tía Anita, la hermana mayor de mi padre, tenía la costumbre de "rociar" la ropa para plancharla de la siguiente manera: ¡cogía un buche de agua y lo lanzaba sobre la ropa seca como si de un aerosol se tratara, con una maestría tremenda! Aunque tenía una botellita con una tapa de plástico, perforada como una regadera, para ese fin, a ella no le gustaba utilizarla porque decía que le mojaba mucho la ropa y que su "sistema" (¡ahora sé que era "escarrapuchar" ) la dejaba húmeda en su justa medida.
El agua salía de su boca nebulizada en micropartículas que ya quisiera ahora poder hacerlo con un aerógrafo de alta precisión...
¡Mira por dónde mi tía "espurrufiaba que poco bien!
Tu tía me recordó, Cándidaeréndira, a Sissi emperatriz, cuando hace una escapada con Francisco José al Tirol, los dos de incógnito, y ella le enseña a limpiar zapatos escupiéndolos para que queden brillantes ¡Los usos que le estamos encontrando a la saliva (además de otros más normales)!
ResponderEliminarAl leer tu relato vino a mi mente otro muy curioso y que tiene sus puntos comunes con tu historia, que además es real como la vida misma, una lugareña, que después de una larga caminata desde la costa, sudorosa ella y sedienta, hace un alto en el camino en casa de una parienta medio desdentada, como aquella otra que se encontró tu abuelo y tu padre en su recorrido por el norte de nuestra singular isla, y después de un corto descanso, le pidio un jarro de agua fresca de su bernegal, cuando se lo sirvieron y sedienta ella, lo bebió con avidez colocando sus labios por la parte más cercana al asa del jarro, cual sería su sorpresa cuando su vieja amiga le aclaró que tenía la misma costumbre.
ResponderEliminar¿Ves, JPérez? Ese es el problema del vaso del bernegal. En casa de mi madrina había una destiladera con su culantrillo y todo y ella, que era muy escrupulosa, aparte de poner varios vasos de esos de latón, los lavaba antes (porque estaban al aire libre) y después de cada uso. Y tengo amigos que no soportan la costumbre de compartir del mismo plato, metiendo y sacando cada uno su cubierto, lo cual se parece a lo del vaso.
ResponderEliminarBuenísimo el cuento , me imagino los cuatro dientes de la vieja y con pañuelo negro jajajajajajajajajaja, quien vería a Papilo y a tu Abuelo jajajajajajajaja
ResponderEliminarVer la cara que puso el abuelo y papá no tiene precio.
ResponderEliminarJajajajajajajajajajaja pero queda el cuento y nos la podemos imaginar !!!!!
ResponderEliminarA veces, Pili y Chari, he pensado en que qué pena no recordar más historias de las que los abuelos y los padres contaban. Nos hablaban de un estilo de vida que ya no existe y de unos valores, como la paciencia y la tenacidad, que ahora vemos poco. Pero lo bueno es que sí podemos imaginarnos las caras, la prisa en marcharse, el apuro por no ofender a la viejuca... Y eso nos hubiera podido pasar a nosotros también.
ResponderEliminarMe ocurrió algo parecido no con papas pero si con la leche condensada. Hace unos años cuando te daba un infarto tenías que hacer reposo durante bastante tiempo, por lo cual para darle el alta había que hacer los electrocardiogramas a domicilio y allá que iba yo cargando con el electrocardiógrafo por los distintos barrios de la ciudad y en muchas ocasiones a los pueblos. La gente era muy hospitalaria, me invitaban a comer, merendar, cenar.... Dependiendo del horario, me comí muy buenos potajes de berros, rancho canario, sancocho....... En todos sitios te invitaban a café, pero yo no acostumbro a tomar y siempre decía que no, pero un día la Sra me dice "porque usted no ha probado mi café"; la verdad, tomé y no me disgusto con lo cual, entonces cada vez que llegaba ya no me preguntaba sino inmediatamente me lo ponía. Una de las veces la hija me dice que pase al patio para ver los helechos y veo a la buena mujer chupando de la lata de leche condensada y escupiéndola en la taza, te puedes imaginar lo que sentí y ella justificandose. Aunque yo no dije nada, comenta "siempre soplo y sale pero como ya queda poco tengo que chupar"............No pude irme como tu abuelo, me tomé el café, te puedes imaginar como
ResponderEliminarPobre Ely, a qué sacrificios te obliga tu profesión. Bueno, y tu buena educación, porque otra igual le hubiera hecho fos. Me imagino que la próxima vez que fuiste le dijiste que se te había declarado una alergia tan repentina al café que te ronchabas toda.
ResponderEliminarUn beso.
De vueltaaaaaaaaa.
ResponderEliminarVaya plato más.... recuerdo algo parecido en Camerun, pero no me quedó otra que comérmelo. Ya te contaré. Agggggg aún me revuelvo nada más pensarlo.
Cuenta, cuenta, Guille. Por esos mundos no es oro todo lo que reluce. En documentales he visto comer lombrices con plátanos y algo parecido a cucarachas fritas. Lo crudo y lo cocido, que decía Levi-Strauss...
ResponderEliminarMe imagino que estarás de vuelta con nuevos bríos ante el curso. Que la fuerza te acompañe y los dioses te sean venturosos.
No te puedes imaginar como disfruto con tus historias. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti, Merci. Conocer una historia es querer compartirla. Como aquel chiste de un náufrago que llega a una isla desierta y se encuentra con Claudia Schiffer, con la que termina acostándose, claro. Un día él le pide que ella se vista de hombre y lo deje llamarla Manolo. Ella accede intrigada y él entonces dice: "¡Manolo! ¡No te lo vas a creer! ¡Me estoy acostando con Claudia Schiffer!". Los humanos somos así, si tenemos un cuento en la memoria nos apetece contarlo. Y yo también disfruto con ello. Un beso.
ResponderEliminarNo sé por qué, pero me hiciste recordar un guachinche que había llegando a La Matanza al que llamaban María la Jedionda...
ResponderEliminarNunca fui, Arturo, pero creo recordar que allí celebró mi cuñado su despedida de soltero. Le pregunté a mi hermano si lo conoció y me dijo que no, que con semejante nombre... Y es verdad, hay nombres que no están puestos con buen ojo publicitario.
ResponderEliminarDecía mi bisabuela Frasca:
ResponderEliminarQuita la mano del pipe
Que se te pone sudando
Y dices de vez en cuando
Mami se me derrite.
Nuestro cancionero popular está lleno de coplas festivas, con doble sentido o directamente groseras. Pancho Guerra tiene unas cuantas recogidas:
ResponderEliminar"La pipa de almendra,
la uva y el tuno
son las tres llavitas
que trancan el culo"
O esta que no deja bien parada a la pareja:
"Mejor te fueras callando,
jocico de triquitraque,
escoba de mi cocina,
bacinilla de mi catre"
Aunque también está ésta, más romántica:
"Viva todo lo moreno,
lo moreno amorenado,
lo moreno de su cara
es lo que más me ha gustado"
¡Qué historia tan bonita! Yo tengo una amiga muy amiga que vive en La Palma y por lo que cuentas, voy a tener que ir a visitarla. ¡Tiene que ser precioso! Besos.
ResponderEliminarwww.sobrevolandoloscuarenta.blogspot.com
Por algo, Lola, la llaman "la isla bonita". Es una isla muy escarpada, muy verde, con rincones preciosos. La Caldera es una maravilla, Los Tilos y su cascada, Santa Cruz de La Palma, El Cubo de La Galga, Los Nacientes de Marcos y Cordero...
ResponderEliminarY luego están las palmeras, que deberían estar prohibidas: antes, por lo menos, todas sabían bordar y hacer postres exquisitos.
Besos.
hola isabel. te sugiero que pongas en el blog la opcion de compartir en las redes para poder tweetear alguna de tus entradas que me encantan,y darla a conocer a mas gente en la red. saludos
ResponderEliminarvicky
Gracias, Vicky, se lo diré a mi hija que es la que me ha organizado todo el blog.
ResponderEliminarCuando es mi cumple y me preguntan que qué quiero que me regalen yo les digo que tiempo. A ver si me dan un poco de tiempo y me arreglan un par de cositas.
jaja ¡qué historia tan simpática! yo hubiera salido huyendo desde el primer momento, una mujer vieja con cuatro dientes... me da escalofríos, tiene pinta de ser ¡una bruja! jeje. La verdad es que eran otros tiempos, unos tiempos donde la vida era más dura, pero también más hospitalaria. Un abrazo Jane.
ResponderEliminarLa gente en el campo, Soraya, se estropeaba enseguida. Viviendo en donde el diablo perdió los calzones, ni dentista, ni esteticien, ni dietas, ni ninguna de las comodidades de las que disfrutamos ahora. Me imagino que mi abuelo y mi padre estaban acostumbrados a ver ese tipo de mujer y no les asustaría en absoluto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Los indígenas del continente americano preparan la chicha de parecida forma.Son costumbres ancestrales supongo.Claro que todo-s no tenemos los estómagos para estas "delicatesses".Mas,¿que se cuece entre bambilinas de bares y restaurantes?.He oído historias de esos lugares,que dan escalofríos.Cs
ResponderEliminarSí, Francisco, estuve buscando información y hay varios pueblos que echan mano (y dientes) de la "premasticación" en su dieta habitual. Dios nos libre de que a alguno de sus individuos o defensores de esta técnica culinaria lo hayan contratado en nuestro restaurante preferido.
ResponderEliminarDispongo de muy poco,tiempo y,¿quién no?.Pero cuando tengo un ratito y puedo entrar en este Fabuloso,Instructivo y Didáctico blog;no paro de saborear sus buenas e interesantes publicaciones.Enhorabuena amiga Isabel Duque Fernández. Toda,una gozada,el seguirlo;y no son palabras gratuitas,créeme.Buena tarde. ¡Ah!,una salvedad:sigo yendo a comer,siempre que puedo a restaurantes y guachinches.Merecen todos mis respetos,no vamos a incluirlos a todos en esas Leyendas Negras,¡faltaría más!El 99,99%,son dignos de todo crédito y confinaza.Cs
ResponderEliminarMuchas gracias, Francisco.
ResponderEliminarYo también espero que las leyendas negras sean eso mismo, negras y falsas. De todas formas, me encantan los restaurantes en que se ve a los cocineros hacer sus faenas, decorar los platos, cooperar entre todos como en una especie de danza, ir cada uno a lo suyo... en una cocina inmaculada.
El nombre de escarrapuchadas hace suponer que de algo extraordinario se trataba.!!!! Ja ja ja. Deliciosamente contada la historia, como siempre. Un abrazo
ResponderEliminarYo creo que a la hora de nombrar los platos hay que ir al grano. Son papas y se les escarrapucha por encima el mojo. No hay más. No vamos a hacer como aquel chiste que dice:
Eliminar"- Hoy para comer hay una deconstrucción de huevo y patata crujiente al toque de ébano.
- Se te ha quemado la tortilla, ¿no?
-Como un tizón"
Aquí, al pan, pan y al vino, vino. Y a las papas escarrapuchadas, papas escarrapuchadas.
Un abrazo y gracias :-D
Una auténtica leyenda rural "intemporánea"... Nunca me canso de conocer otra versión de lo que en mi familia se denominaban "papas gurrufuñadas" y nos "basilábamos" en la mesa a cuenta de que si alguien quería que mi abuela le "gurrufuñara" las papas guisadas, que a ella le encantaba hacerlas a la "barquera".., cortadas por la mitad y sin pelar... Saludos Isabel...
ResponderEliminarEl que haya tantas versiones me hace pensar que es una receta real y que no solo la viejuca de mi abuelo, sino mucha gente en las islas hacía lo mismo con las papas y el mojo.
EliminarY me encanta la forma de nombrarlas: espurrufiadas, gurrufuñadas, escarrapuchadas... La "rr" da a la palabra el arrojo necesario ¿verdad?
Un abrazo, Tito.