Pepito
es uno de esos tantos sauceros que hay repartidos por el mundo y que, como si
de una llamada atávica se tratara, regresan puntualmente a Los Sauces, como
palomas al palomar, cada agosto y cada fiesta de los Indianos (y alguna más que
se tercie).
Pepito
es médico y ya va camino de los 60 pero los mayores del pueblo lo siguen
llamando Pepito, acaso porque se acuerdan todavía de verlo de chico, con
pantalón corto, al rabo de su abuelo Manuel por las huertas que éste tenía en
Nueve Almudes o en la Quinta Zoca.
O tal vez porque sigue conservando en los ojos una cierta inocencia, que lo
hace muy atractivo.
Inocencia
no es ingenuidad. Pepito sabe muy bien cómo se las gastan los sauceros a la
hora de vacilar y quedarse con el personal. Todavía recuerda cuando, de
pequeño, los padres (a lo mejor para preparar a su prole para mentiras más
gordas que se habrían de encontrar en la vida) mandaban a los niños, por el día
de los Inocentes, a casa del vecino a pedirle prestada, por favor, la llave de
la cueva, y este lo mandaba a otro y a otro, y los tenían la mañana yendo de
casa en casa por todo el pueblo. O también otro recado embaucador era que
fueran al carpintero y le pidieran la tabla de gimnasia. El carpintero, a veces,
harto de tanto chiquillo pidiendo lo mismo, les daba un tablón que los dejaba
doblados como una alcayata.
Sí,
Pepito conoce muy bien a sus paisanos. Aunque…
La otra
mañana subió de La Calzada
a la Plaza a
hacer diligencias: un cafecito en el Danubio para arrancar y después, ir al
Spar y a la ferretería, pasarse por la librería de Valentín y, a media mañana,
parada obligatoria para una cervecita en ese mirador y noticiero universal que
es el kiosco de la Plaza.
Según
se va acercando a la mesa donde están sentados Eulogio y Vicente los oye
hablar:
-
… un infarto fulminante…
-
… tuvieron que llamar a la familia, que ni se lo esperaba, imagínate.
-
¿Quién se murió? – pregunta Pepito.
-
Don Amado, el cura.
-
¡No me digas! – dice Pepito con el asombro del que, aunque no lo
conoce mucho, lo vio anteayer mismo saliendo de su casa sano como una manzana.
Hablan
un rato de todo eso de que “no somos nadie” y de que “para morirse sólo hace
falta estar vivo” y, un tiempo después, se levanta porque todavía tiene que
pasar por Correos. Cerca del Tanatorio ya ve a mucha gente arremolinada en la
calle.
Por la
tarde tiene que volver a subir porque se le olvidó comprar en la farmacia. Y,
claro, se tropieza con el entierro y le cuesta Dios y ayuda encontrar un sitio
donde aparcar. Al final lo hace, se acerca a la farmacia de Marcelo –llena de
gente- y, mientras hace cola, alguien entra y Pepito oye una voz ronca que
pregunta: “¿Quién es el último?”.
(En la foto, la Plaza y el kiosco. Al fondo, el Ayuntamiento y la Alameda)
Que sencillez, que ternura, desprenden muchas veces los actos del día a día… gracias por ser cronista de estos momentos.
ResponderEliminarUn beso
Vir
Waoooo esto es un cuento genial!, de verdad que eres una gran escritora...¿cuándo va tu libro? Me recordaste, fíjate, un cuento corto que una vez leí de Eduardo Galeano, por el estilo...!y no es broma!
ResponderEliminarUn besote, que a veces me pierdo pero a veces doy señales de vida jajaja.
Vaya, olvidé decirte que soy ADE...sí la misma de MiLibrería y ahora de Vivirenflorida...siempre me confundo con eso de como poner el comentario y como estoy de nuevo entrando en calor, jeje...otro beso, amiga
ResponderEliminarJajajaja
ResponderEliminar¡Ahhhh, Jane! ¡qué guasa se gastan los sauceros!
ResponderEliminarMe habría gustado conocer a todos los actores del teatro de la vida de ese lugar y ver la cara del pobre Pepito cuando se volvió.
Suscribo las palabras de Estrellas de Lana, eres una maravillosa cronista de la vida.
Un abrazo cariñoso
Hola Jane. Preciosa historia llena de inocencia y realidad. A veces, pienso que no sólo en Colombia hay realismo mágico.
ResponderEliminarTodos los que hemos vivido en ese pueblo sabemos como se las gasta el personal. Seguramente muchos hemos vivido los mejores momentos de nuestra vida (y alguno de los peores). Pero siempre volvemos aunque no sea por Navidad. Un beso Jane y gracias por la historia, es un hermoso regalo.
Estrellas de Lana:
ResponderEliminarGracias a ti por compartirlos. Como decía Lluch, puesto que existimos, alegrémonos. Y -añado yo- intentemos hacerlo capturando esas historias pequeñas pero de gente muy grande.
Un beso.
Ade:
ResponderEliminar¡Qué alegría que aparezcas de vez en cuando! Te seguiré en tu Vivirenflorida y así me entero de cómo te va la vida.
Gracias por lo de Eduardo Galeano, me haces ruborizar. Y, aunque pueda parecer un cuento, esta historia -como todas las que estoy escribiendo con la etiqueta "Historias de Los Sauces"- es real como la vida misma.
Y de libro, nada. Yo soy más de un blog. Eso sí llevo ya más de 5 años, contando un rollito cada semana. Ya es mérito, ¿eh?
Un besote y déjate caer por aquí más a menudo.
Ramón:
ResponderEliminarMe alegro de que te rieras. De hecho, ese fue mi comentario cuando Pepe, el protagonista de esta historia, me la contó.
Utopía:
ResponderEliminarTendrías que conocer el pueblo y a sus habitantes, para que vieras la calma, la guasa, la sorna... con la que miran el mundo. Para mí, es un lugar único.
Gracias por tus palabras, con amigas así una se anima un montón.
Un abrazo.
Juan Pérez:
ResponderEliminarGracias a ti, Juan. Algunas de las historias del pueblo (como esas del día de los Inocentes) las sé por ti. Es curioso acercarse a Los Sauces en otra temporada que no sea agosto. En esos momentos parece que todo está ralentizado; en cambio, en verano el pueblo está lleno de actividad. Pero, en cualquier caso, si se te ocurre ir deprisa a algún sitio, te dicen enseguida: "¡Eeeehhh! ¡Que esto es Los Sauces!". Me encanta.
Un abrazo grande, Juan.
Hola Isa.Como siempre es un placer leer tus relatos.La foto preciosa.
ResponderEliminargracias, Araceli.
ResponderEliminarLa foto la saqué desde la casa donde me quedé este verano. Me encantaba ver desde arriba el bullicio de la plaza, la vida que había en todos esos encuentros y conversaciones, la placidez y tranquilidad en los andares y en los corros... En fin, la paz. Me alegro de que te haya gustado.
Un beso.
Me ha encantado la historia de Los Sauces. Pienso que los sauceros tienen ascendencia andaluza. Aquí siempre hablan quedándose con uno, al menos esa es la sensación que se tiene hasta que comprendes que todo es broma.
ResponderEliminarNo andas muy desencaminada, Esperanza. Nuestra ascendencia es, en una buena parte, andaluza, así que algo tiene que haber en esa manera de ver la vida. Y menos mal. Siempre es bueno reírse juntos. Seguro que más de una vez habrán comentado Pepe, Eulogio y Vicente la broma de aquel día (y no te digo nada si se entera Don Amado)
ResponderEliminarRecuerdo hacer kilómetros y kilómetros, subiendo y bajando escaleras, recorriendo la calle de enfrente y la de arriba..., en busca de un martillo hidráulico.
ResponderEliminar"Para morirse no hace falta más que estar vivo" No lo había oído en la vida, pero es realmente bueno.
ResponderEliminarNo me acordaba de que conocías a Ade y me alegra pensar que probablemente fue por mi mediación.
pd. Oye ¿y quién se había muerto?
Pero es que... ¿A quién se le ocurre hacerle caso a Eulogio Y Vicentito? Genial la historia... y más conociendo a los personajes ¡Felicidades!
ResponderEliminarDe armas tomar, son los sauceros, Jane. Otra buena historia, que además de mucho sentido del humor, deja ver algo de amor por el teatro. Los autores de la broma se descubren, además, como actores, en toda regla, escenificando, con mucha seriedad, una conversación en torno al "luctuoso hecho".
ResponderEliminarMaestros de la inocentadas, por excelencia: las que se hacen fuera del 28 de Diciembre y encima salen bien.
No quiero imaginarme esa fecha, visitando Los Sauces. Para echarse a temblar o a correr...
Guillermo:
ResponderEliminarSegún me dice mi marido, el martillo hidráulico existe y es una especie de perforadora de suelos. Si lo querías para colgar un cuadro, como que no.
Loque:
ResponderEliminarLe he preguntado a Pepito y me ha dicho que ni idea, que se quedó tan descolocado que después ni se le ocurrió pensar en que alguien tendría que estar en ese ataúd delante de tanta gente. Eso sí, tenía que ser alguien que congregara porque había un mogollón de personas.
Sí, conocí a Ade gracias a ti y a Ana. Es un encanto de persona y después hasta nos escribimos porque ella tiene ascendencia canaria y mi padre nació en Cuba y esas cosas unen (aparte del amor por los libros, que eso une más todavía). Alguna vez igual nos reunimos todas ¿te imaginas los alegatos?
Anónimo:
ResponderEliminarNo conozco a Vicente (la historia me la contó el propio Pepito), pero a Eulogio, sí y es un tipo genial. Algún día le dedicaré un "Historias de Los Sauces" exclusivamente a él. Tanta inteligencia, tanto sentido del humor y tanta sabiduría no pueden quedar escondidas.
Cehachebé:
ResponderEliminarAlgo de espíritu teatral tienen. A mí me recuerdan los protagonistas de esta historia a mi tío Faustino y a mi primo Mingo, sauceros de pro. Te podían contar una historia inventada tan serios que tú te lo creías. Mi tío Faustino nos hacía un "numerito" en el que decía que se metía un objeto (recuerdo una goma de borrar) por el culo y le salía según él por la boca. Si lo vieras describiendo el recorrido (intestinos, estómago, esófago, garganta...), aparte de morirte de la risa y aprender anatomía, te quedabas pensando. "¿Cómo lo habrá hecho, si está completamente vestido?"
Al primo de Tona le ha contado Pepito que la quintada no era para él, pero que al ver lo serio de la conversación se la tragó como un campeón. Luego todo fueron coincidencias, el mortuorio de la calle de Correos abierto y con mucha gente, un entierro que parecía la bajada de la virgen, y lo curioso es que no le extrañó oír hablar más del presunto fallecimiento ni se le ocurrió preguntar a nadie sobre el mismo. A Eulogio lo de las quintadas le viene de familia, creo que una vez sus tíos enredaron otro fallecimiento de tal manera que a los familiares del difunto/no difunto los tuvieron que avisar en Los Rodeos que no volaran porque se trataba de un "malentendido".
ResponderEliminarEl primo de Tona
¡No me digas, primo de Tona, que Eulogio estaba jugando a dos bandas y haciendo carambola! No, si es que lo que yo digo, que cuando estos sauceros se ponen, la arman... Y, además, después ni se les ocurre decirte: "Oye, que es broma...", no. Dejan que tú con el tiempo te des cuenta. O a lo mejor, no, y todavía estaría Pepito diciendo "que en paz descanse" cada vez que nombrara a Don Amado. Menos mal que dicen que eso es dar vida al mentado.
ResponderEliminarSoy una lectora ocasional de este ameno blog y me alegro mucho de haber entrado hoy, ya que así me he enterado de que el buenazo del cura Don Amado, al que conocí hace más de cuarenta años, cuando viví en La Palma, aún sigue vivo. Gracias por la generosidad de compartir sus vivencias.
ResponderEliminarComo le dije al primo de Tona en el comentario anterior, dicen que pensar que alguien que está vivo y coleando ha muerto significa que se le da más vida. Cuando estuve el verano en Los Sauces, Don Amado seguía muy bien. Y esperemos que siga así muchos años.
ResponderEliminarGracias a ti por pasarte de vez en cuando por aquí.
Muy bueno si señor. Siga usted haciéndonos reír que eso dicen que es salud.Lo de Eulogio y Don Amado yo creo que es amoorrrrr de amigos claro...jajaja
ResponderEliminarLos que nos sigue haciendo reír, José E., es el humor y el buen rollo de las gentes sauceras. Que sigan así por mucho tiempo. :-D
ResponderEliminarLas que somos de pueblo sabemos muchas historias de esas pero yo no sé contarlas con la gracia que lo haces tú . Un abrazo Isabel.
ResponderEliminarComo decía la Srta. Marple, la naturaleza humana es la misma en todas partes, pero en los pueblos como que se nota más. :-D Gracias por tus palabras.
EliminarUn abrazo.
Las quintadas.jajaja.Asi son, somos, porque yo tengo mucho de allá, los palmeros.Muy quedones...
ResponderEliminarSí, debe haber algo en la mentalidad palmera que pide quedarse con el personal. Y mira que yo también soy de ascendencia palmera por todos lados, pero no sirvo para hacer una quintada. Se me nota en la cara enseguida, qué le voy a hacer... :-D
EliminarUfff quintadas No, pero mi familia tenía tremenda fama de burlonas., Isabel.Con mucha simpatía, eso sí.
EliminarPor eso se les perdonaba todo. A Pepito ni se le ocurrió enfadarse, todo lo contrario. Me contó lo de don Amado muerto de risa y de admiración ante lo rápidos e ingeniosos que fueron Vicente y Eulogio.
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