No sé silbar. Mientras a mi alrededor todos, hasta mis nietos, asombran al personal con su catarata de arpegios silbados, o en la isla vecina hay quien se comunica todavía de risco a risco con el lenguaje del silbo gomero, yo me limito a farfullar un resoplido al más puro estilo soplavelas. Vamos, que si yo fuera Humphrey Bogart, y Lauren Bacall me dijera aquello de "si me necesitas, silba", yo le contestaría: "Si no te importa, mejor te mando un guasap".
Cuando era chica, lo intenté varias veces, la verdad. Fruncía los labios, ponía la lengua cual rampa para que el aire se deslizara y surgiera la música, tomaba impulso y... nada, resoplido. Hasta que un día, tendría unos 8 años, cuando estábamos en clase haciendo sumas y restas en silencio, sin darme cuenta soplé y me salió un maravilloso silbido. No digo que fuera "El pájaro chogüí", pero sí un "fiuuuu" claro y limpio, que a mí me sonó como una campana de cristal. Así que cuando la monja preguntó. "¿Quién ha silbado?", me levanté, orgullosa y privada, diciendo el "¡yo!" triunfante de quien espera parabienes y palmaditas en el hombro. Me castigó dos horas de pie ante toda la clase, tocándome la lengua con el dedo.
En mi infancia, los curas y monjas que nos educaron eran firmes partidarios de castigos y de que la letra con sangre entra. Las monjas no llegaban a las palizas que los chicos nos contaban de los colegios de curas pero sí castigaban mucho y variado. Estaban las cachetadas, los coscorrones con los nudillos en la cabeza y los pellizcos retorcidos. Pero eran más corrientes castigos, como el mío, más sutiles: tenernos de rodillas en el rincón de la clase mirando a la pared, tirar de las trenzas (a Esperanza la tenían frita) o hacernos ir los sábados o domingos por la tarde al salón de estudio, que siempre estaba tan lleno que parecía que todo el colegio estaba castigado. Una vez que 7 internas se fugaron con nosotras a ver el "France" las castigaron al ostracismo: dormir una semana en colchones en el suelo y comer separadas de las demás.
Los motivos por los que nos castigaban eran de lo más peregrinos: cambiarte de fila, no comerte el huevo frito del almuerzo, poner la hucha del Domund (después de ir a pedir todo el día por ahí y traerla llena de monedas) en la mesa que no era, hablar, reír, sonarte, pasar un papelito a la amiga de al lado, no estarte quieta (por este delito a mi amiga Conchi la ataron, con 7 años, a la silla), "mancillar el uniforme" ( podía hacerse escribiendo cosas con bolígrafo en el babi o quedando con un chico a la salida), no saber la lección (hay quien aprendió la raíz cuadrada a base de reglazos), cantar, silbar y cosas así.
Mis amigas del colegio se preguntan a veces por qué no estamos traumatizadas. Ani dice que porque somos fuertes y que todo eso nos preparó para otros embates en la vida. Pero yo también le digo, con las palabras de mi amigo Sergio ("Dar que pensar"), que "la risa es un demoledor contraataque" y que nosotras sabíamos reírnos de las situaciones y de nuestras castigadoras, viéndolas como lo que eran: gente cuyo único argumento para educar era castigar y usar la violencia.
Todas somos hoy personas sanas, que, aunque renegamos de esa forma de educar, seguimos riéndonos cuando recordamos aquellos tiempos, como cuando nos encontraron escondidas con Chari con el pelo engrifado después de que la cardáramos a conciencia o cuando Carmen Delia tiró a su compañera de internado, justo cuando entraba la monja, una toalla mojada por encima de la pared que separaba los cubículos en los que se acostaban.
De traumas, nada. El único trauma es el mío, con el silbido. Pero, después de todo, pudiendo cantar ¿quién necesita silbar?
Que lo sepas: esa es otra de las maravillas que heredé de ti, junto con la miopía y el culo. Yo tampoco sé silbar.
ResponderEliminarDios mío, hija, ya es mala suerte.
ResponderEliminarPero ¿y el salero?
Me divirtio montones este. Me reia sola cuando entró un joven en el despacho.
ResponderEliminarBesos
Supongo que le dirías de qué te estabas riendo, se lo leerías y le recomendarías encarecidamente el "Blog de una jubilada". Las amigas tienen que hacer propaganda, ya sabes.
ResponderEliminarUn beso grande.
Genial, como siempre lo bordas.
ResponderEliminarGracias, Úrsula. Tú eres testigo de la conversación y de que usé el pensamiento de Sergio sobre la risa. Añado ahora el libro, "Dar que pensar" en el post.
ResponderEliminarUn beso.
Yo no desistiría. Si una vez salió...
ResponderEliminarQué divertido, aún me río de imaginar a Chari con el cardado. Es verdad que en aquel salón de estudios estábamos la crême de la crême, (se escribe así?). Dios mío, cuantos tirones de trenza me daban, y total por hablar. Isa, yo silbo inspirando el aire hacia dentro, inténtalo.
ResponderEliminarRecuerdos que permanecen me han llegado con tu relato. Vaya que recibí leña en la escuela. Fuí alumno regular en una Institución - no voy a nombrarla - que estaba ubicada en la Calle Jesús y María Nº 21. Si, es esa misma. Allí,si llegabas tarde, te caían a reglazo limpio, uno por cada minuto. Si no sabias la lección, pues al patio y leña cada cierto tiempo. Recuerdo a un niñito de apellido Pantín. Por él, recibí 10 reglazos. Traté de ayudarlo y me fregaron. En verdad no quedé traumatizado pero no me faltaron ganas de caerle a pedrada limpia al Director y a su consorte, quién hecha la pendeja, lo apoyaba en todo. Durante el tiempo que ejercí la Docencia,primero a Tiempo Convencional y luego a Dedicación Exclusiva, siempre respeté a mis alumnos. Valoré a cada cual en su justa dimensión. Bueno, al menos eso creo. Hoy, por aquello de no convertirme en estorbo en mi propia casa, mantengo unas horas de Clases en un Instituto Universitario y el respeto y consideración hacia mis alumnos ha sido el norte fijado. Un abrazo y acuidarse, pues.
ResponderEliminarMadre mía de mi vida, yo fui a colegio de monja y luego curas y no he pasado esas experiencias tan sobrecogedoras. Tan solo eran muy rectas con maquillajes y faldas. Las pobres debían de pensar que nos ibamos a tunear como Madonna en sus primeros años, y lavaban la cara a la que osaba tal arte pinturero. Lo de la falda era otra, ni corta, ni larga, siempre a la rodilla.
ResponderEliminarLos castigo? de pie al final de la clase o al pasillo.
Que recuerdos… me río como tu, y de traumas, nada de nada.
Caramba, Jane, que me acabo de acordar de aquella vez que -no recuerdo por qué, claro- me castigaron un rato parada de pie, en frente de la pizarra, mirando a mis compañeros. Traumatizada un rato quedé, porque la primera vez que me tuve que parar frente a mi curso en la universidad a dar un seminario, me dió un ataque de pánico que me tuvieron que sacar pensando que me desmayaba. Luego se me quitó... sería de solo pensar que no iba a dejar que las monjas aquellas me dejaran marcada para siempre.
ResponderEliminarMelkarr:
ResponderEliminarYa, ya sé que el que la sigue la consigue. Oh, incluso me busqué frases célebres sobre la constancia y la perseverancia a ver si la teoría me llevaba la práctica. Te mando dos para que veas: "El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura" (Unamuno) y "Para llegar al momento de la realización es preciso atravesar el desierto de los años estériles" (Tagore). Pero nada, cerca de 60 años estériles sopla que te sopla y nada. Pa mí, que esa vez "sonó la flauta por casualidad" (Tomás de Iriarte)
Esperanza:
ResponderEliminarLo que más me acuerdo de aquel salón de estudios era que siempre íbamos cargadas de golosinas. Chicles, no, porque, si mascábamos, nos lo notarían las monjas, pero recuerdo cartuchos de papel llenos de pastillas, regalías, refrescos, chufas y hasta pirulines. De alguna forma teníamos que compensar domingos allí encerradas en lugar de estar en el cine de las 4.
Y en cuanto al silbo, ni para dentro ni para fuera, no hay manera. Y a estas alturas pienso que total, igual que nunca aprendí lo de los logaritmos y no me ha hecho falta en la vida, tampoco he necesitado lo del silbido. Si hubiera sido un chico, igual sí...
Agroteide:
ResponderEliminarLo de los reglazos estaba muy de moda.
Los niños que conocieron el miedo a la violencia de los profesores y luego fuimos docentes, es raro que sean violentos con sus alumnos. Es que, vamos, ni siquiera la violencia verbal. Enseñar es una profesión preciosa que puede dar muchas satisfacciones y en la que cada día el profesor aprende de sus alumnos también. Afortunados los que la ejercimos sintiendo cariño y respeto por ellos.
Un abrazo.
Estrellas de Lana:
ResponderEliminarMi hermana, que estaba 5 años después de yo, tampoco tuvo esas experiencias. Me imagino que nos tocaron monjas un poco "contrariadas". Sé que una, que pegó a mi amiga Nieves, se pasó después los años pidiéndole perdón.
De todas formas, recuerdo dos que fueron estupendas. Una de pequeña, la madre Corazón, que era viuda y que nos enseñaba música, y nos trataba con dulzura, y la madre Concepción, que era licenciada en Biología, creo, y que nos trató siempre a las mayores como mujeres adultas.
Tampoco a nosotros nos dejaban "tunearnos" y, como alguna llevara un peinado tipo Brigitte Bardott, eran capaces de desmontárnoslo.
Eso digo yo... ¡qué tiempos!
Gato Q:
ResponderEliminarLa verdad es que ese castigo frente a la clase no tendría mucho sentido ¿Cómo puede ser penoso mirar a tus compañeras?
Más les habría valido enseñar a enfrentarse al público, a exponer trabajos, preparar en técnicas de oratoria... todo lo que muchos van a necesitar en su trabajo en la vida. A mis alumnos al principio les costaba mucho, parecía que exponer un tema ante la clase era un castigo, más que un placer. Con el tiempo le fueron cogiendo el gusto.
Aquí, entre nosotros, no creo que me traumatizaran con lo del silbido. Seguramente tengo mal el aparato fonador, creo yo. Cuando mi hija lo ha heredado...
Los silbidos eran precursores de tardes de divisiones y multis en otras tantas hojas, sábados y domingos incluidos, en esa hora cuando todos se iban al cine.
ResponderEliminarY si el silbido era con las manos juntas estilo caracola de mar, podías estar sin ver el atardecer semanas enteras.
Eso sí, nada de traumas, ni tan siquiera enterraron al futuro artista.
Hoy, todos tenemos música enlatada o en youtube...
De todas formas, J. Gerardo, de vez en cuando oyes intérpretes que hacen una música maravillosa a base de silbidos y, sin ir más lejos, los delfines se llaman con ellos. Para algo útil y precioso tienen que existir, aparte de para que nos caigan espantosos castigos ¿verdad?
ResponderEliminarPues es curioso, ahora que lo dices, pero siempre que se nos castigaba de pie, nunca era mirando a la pared. Siempre nos paraban al medio de la pizarra, mirando a la clase, que seguía a pesar de que nosotras estábamos allí. Durante todo este tiempo creí que era para que las miradas nos hicieran sentir tontos porque nos habían pillado :)
ResponderEliminarA mí la vez del silbido, fue mirando a la clase para que se rieran, supongo (¡qué sádicas!) Pero nadie se rió. Cuando era mirando a la pared muchas se entretenían rascándola y haciendo agujeritos. Eran castigos un poco absurdos. Hasta para eso hay que tener imaginación.
ResponderEliminarQuerida Jane:
ResponderEliminar¡Cómo hilvanas las palabras! Silbido/Castigo y...¡Pam!, le das a la tecla precisa y traes al presente recuerdos de lo más variado. En este caso, los castigos, por boberías, que nos hacían cumplir en el Colegio casi siempre los domingos por la tarde.
1º El Silbido
En nuestra infancia y adolescencia, el silbido era importantísimo.
Los chicos desde lejos, cuando pasábamos, nos silbaban aquel ¡fiiu, fiuu! inconfundible que nos llenaba de satisfacción al sentirnos admiradas... (Hoy, a las chicas les mandan por el móvil un mensaje con emoticonos ¡y a veces están sentados al lado!¿¿??)
Un anuncio de la radio (no había televisión todavía) empezaba con el conocido ¡fiiu, fiuu! de admiración y a continuación el locutor decía:¡Qué Kotufas!
Hasta había un cantante/silbador (al que fui a ver con unas amigas al Teatro Baudet) Kurt Savoy, que nos parecía el summum de la pericia silbadora...
Nos poníamos a silbar, (¡con un énfasis!) el tema de "El puente sobre el río Kwai"..., que creo que fue óscar a la mejor banda sonora "silbada"... y tú no podías, ¡Pobrecita!
¡Ni que poco te empeñaste en aprender a silbar...!, para que en uno de aquellos intentos se te escapara en clase un silbido:"EL SILBIDO". A ti te pareció que habías coronado el Everest, y te castigaron por ello...¡qué injusticia!
Cómo sería al llegar a tu casa y decirle a tu madre: "Mamá, el domingo estoy PENADA (otra palabra rescatada del olvido) porque se me escapó un silbo...¡fíjate mamá, he silbado!
2º Los castigos
Los castigos en el Salón de Estudios, siempre los domingos por la tarde de 4 a 7 más o menos, para que no pudiéramos ir a la Matinée ni a dar una vueltita por la Avenida de Anaga o la Plaza del Príncipe.
Eso sí, íbamos bien pertrechadas de golosinas (como comentaste) Mis favoritas, unas pastillas "Polo" de frutas (no las de menta) que tenían forma de rosquetito y unos caramelos blanditos "Fruitella.
Los chicles para la salida (de más pequeñas decíamos chíqueles) Siempre Bazooka Joe o los de "Penicilina", que nunca supe el porqué los llamábamos así...
Quienes agradecían nuestros castigos ¡qué paradoja! eran las compañeras internas, porque para ellas, el domingo era de lo más tedioso y con nuestra presencia (y las golosinas), esas tardes insulsas eran más llevaderas.
3º Mi castigo
En el colegio, además de misa y rosario diarios, días festivos señalados a los que había que asistir con el uniforme de gala...estaba la "Semana de Ejercicios Espirituales" por Cuaresma y algunos días de" Retiro Espiritual" ( dos o tres durante el curso)
En esos días de Retiro, no había clase y las normas más o menos eran las siguientes:
No se podía hablar, ni correr, ni jugar a la pelota, ni a ningún otro juego...
Se podía entrar en la Capilla, pasear por el patio, bordar o leer libros piadosos...
Uno de esos días, metí entre las páginas de "Vidas Ejemplares" un "Pulgarcito" o un "DDT" y tan enfrascada estaba en la lectura, que se me escapó una carcajada...¡Castigo al canto! Aunque la culpa no fue mía, fue de Zipi y Zape.
No es por llevarte la contraria...aunque no sea pecado...pero algo de trauma si queda, ya que entonces no se explica el tipo de sociedad que nos toca vivir (sufrir a algunos?) en la España del SXXI...
ResponderEliminarY desde luego no tienes pinta ninguna de traumatizada!!
Conchi:
ResponderEliminarEL SILBIDO: sí que me sentí una pobrecita sin poder silbar el Puente sobre el Río Kwait ni cuando Sharon y Susan en "Tú a Bostón y yo a California" son castigadas y el campamento las acompaña a golpe de silbido. Pero son etapas en la vida que se superan a base de esfuerzo y resignación. Las damiselas fuertes somos así.
LOS CASTIGOS: "Penada", qué palabra más usada y qué perdida está ya en el habla cotidiana. Yo, que en general era una niña buena, hasta me alegré de que me penaran la primera vez que fui un domingo. Iban mis amigas, llevábamos un cartucho de golosinas, alegábamos por lo bajinis con todo dios... No era una cosa para todos los domingos pero como experiencia para algún día no estaba mal.
TU CASTIGO: Yo no lo tuve porque no me "trincaron": todas llevábamos colorines para meter entre las páginas de "Vidas ejemplares". Y gracias a ellos se soportaban mejor aquellos días de ejercicios espirituales en que venían curas a hablarnos de todos los males del infierno. Se pensaba al menos que allí también se podría colar a Zipi y Zape.
Me han gustado mucho tus recuerdos.
Muiñovello:
ResponderEliminarAlgo de traumas hay en algunos, sí. Un amigo se los sacude de encima a base de que cada vez que pasa por su antiguo colegio les hace una"peineta". Nosotras no podríamos hacerlo porque mi antiguo colegio ya no existe sino en nuestras mentes, con su patio lleno de laureles centenarios.
Creo que los recuerdos buenos, las amistades que hicimos para toda la vida, lo que aprendimos, los buenos profesores... superan en mucho los castigos y los malos modos de algunas educadoras que no merecían tal nombre.
Y nada de traumatizada yo, la verdad. ;-D
Querida Jane, perpleja me hallo leyendo comentarios que preceden al mío y en los que se dice que, en nuestro Colegio, hubo castigos cumplidos en domingos, por la tarde. O no los recuerdo o no los sufrí. Una de dos.
ResponderEliminarDe lo que sí me acuerdo es de un castigo, infligido a otra compañera, y que entonces y ahora, me pareció de una crueldad extrema. Probablemente, lo recuerdes tú también. Es el que, aquella infausta y nunca suficientemente rechazada monja, le aplicó al rostro, con ligeros restos de maquillaje, de una de nuestras niñas. Se los hizo desaparecer, a base de pasarle, reiteradamente y sin miramiento alguno, un áspero estropajo de estopa, por toda su cara. Ese sí que me marcó de verdad. Fue como si me lo hubieran hecho a mí.
De los que tuvimos que cumplir, de rodillas, en medio del pasillo de aquel enorme salón de la segunda planta del Colegio, y, a veces, también con los brazos en cruz, me acuerdo más para reírme con ustedes, que para guardarle rencor a las que nos los hacían cumplir.
Ahora mismo, al recuperarlos, me parece estar reviviendo cómo estábamos pendientes de cualquier distracción que tuvieran las monjas que se encargaban de que no nos escaqueáramos, para apoyar las puntas de los dedos en los respaldos de las sillas, que habían a los lados del pasillo, y descansar, unos segundos, de aquella postura incómoda. Llegábamos, incluso, a competir para ver quién era capaz de hacerlo, más veces, sin que la monja de turno se enterara.
De aquellas experiencias, saqué la conclusión de que, si me dedicaba a la enseñanza, esas, precisamente, no se las haría vivir, jamás, a mis alumnos. Pasó el tiempo, me dediqué a ella y llegué a la conclusión de que sólo los buenos argumentos, combinados con muchísimo respeto y altas dosis de cariño, consiguen que tus alumnos, por lo menos, guarden un buen recuerdo de ti. Si, además, aprenden y se interesan por el mundo que les rodea, objetivo cumplido.
Y, todo esto, sin necesidad de castigos.
Cehachebé, claro que me acuerdo del caso del estropajo. Sólo porque llevara un poco de maquillaje. fue razón suficiente para restregarle la cara y hacerle un montón de daño. No se lo perdonaremos jamás ¿verdad?
ResponderEliminarNunca puse castigos tampoco mientras fui enseñante. Sí que se los ponía a mis hijos, pero no físicos (aunque alguna nalgada se llevaron alguna vez). Una vez que se pelearon los dos les puse como castigo que hicieran una redacción diciendo lo que más les gustaba de su hermano. El caso es que la de Dani fue toda elogiosa y la de Ana, denigrante. Y la volví a castigar hasta que encontrara algo bueno. Según ella, ahí aprendió que había que ser hipócrita.
De lo que no me acordaba yo es de esos castigos de rodillas en cruz en medio del pasillo. Creo que no los sufrí nunca. Pero el domingo por la tarde me acuerdo de haber ido por lo menos una vez (injustamente, por supuesto).
He regresado a este mundo después de flotar en el limbo durante 4 semanas y he vuelto a sonreír con tu silbido traumático, la verdad.
ResponderEliminarYo silbo. Pero sólo para avisar donde me encuentro o notificar que he llegado a un lugar. Por supuesto, me refiero a mi familia que lo conoce e inmediatamente contacta conmigo. Es práctico cuando me encuentro perdido en unos grandes almacenes, o en el medio de un gran grupo de personas, o cuando llego a la playa y no logro ver donde se han colocado. Es más práctico cuando se tiene algún accidente doméstico (un resbalón en la ducha o un pinzamiento lumbar, por ejemplo). Y no digamos en el monte. El móvil no sirve para nada en estos casos.
Así que lo siento por ti, Jane. Te recomiendo que a la vejez viruela deberías aprender a silbar. Al momento tendrías a tus nietos a tu lado, a tu Toni, a..
Ay, Enrique, creo que a estas alturas ya hasta los músculos silbatorios los tengo atrofiados. Si les da igual, llamo a toda la parentela con un pito, que llevaría colgado al cuello cual árbitro, por si me ocurre alguna de esas tesituras que nombras.
ResponderEliminarY me alegro de tu regreso al mundo. Aquí te estábamos esperando.
Un beso.
Gracias, Isa, por expresar con tan bellas palabras los sentimientos que compartimos sobre esa época de mi vida. Para mi, aún más traumatico que la experiencia educativa, fue que nunca mis padres me dieron la razón. Castigos y amenazas fueron sus reacciones
ResponderEliminarAbrazos
Eso era lo peor. Ayer vi con mis nietos pequeños la película "Matilda" de Roald Dahl, una historia preciosa de una niña inteligente en un colegio en el que la Directora es partidaria de "la letra con sangre entra" (y odia a los niños). Ella pregunta en una ocasión: "¿Y no le cuentas esto a tus padres?" y la otra niña dice lo mismo que tú: "No me creerían".
EliminarEl "algo habrás hecho" era lo normal.
De todas fprmas, quiero creer que el panorama ha cambiado muchísimo tanto en los profesores como en los padres, y el "jarabe de palo" es cosa de otros tiempos.
Un abrazo grande, Luis.
Me has hecho sonreír recordando aquellos castigos. No, no nos traumatizaron. Aquel salón era como mi casa, y la que siempre estaba allí era Noelia Afonso.
ResponderEliminarRecuerdo a Angelines, en cuarto, goda como yo, diciéndole a una monja "verdulera madre, es usted una verdulera"
Yo también recuerdo a Angelines, a Noelia, a tantas niñas que eran encantadoras y que realmente no merecían castigos. Y a monjas que no estaban preparadas para tratar con niñas. De pedagogía muchas no habían oído ni la palabra. Pero esos eran los tiempos que nos tocaron, con sus cosas malas y sus cosas buenas. Y con ellos lidiamos, más bien que mal, creo yo.
EliminarUn beso, Esperanza.