lunes, 14 de noviembre de 2016

Higos picos sobre Montecarlo




El lunes pasado hablamos aquí de esa especie de humanos que acumulan en sus arcas un dinero equivalente al Producto Interior Bruto de un país: los ricos ricos (¿Recuerdan? Son aquellos que se pueden permitir alquilar o comprar un jet privado mientras los demás mortales sufrimos apretujones en los aviones). Hace poco, además, tuve ocasión de vislumbrar algo de su hábitat en una ciudad por la que supongo que no hay archimillonario que no haya pasado: Montecarlo.


Allí estaba con todos sus tópicos: su casino lleno de dorados, sus yates trasatlánticos, sus Rolls Royce con los cristales tintados, su corte de guardaespaldas (todos altos y fuertes, todos vestidos de negro) a la puerta de los palacetes, sus casonas destilando el glamour de épocas pasadas y gloriosas. Y, sin embargo, paseando por La Rocher del Viejo Mónaco ¿por qué esa sensación de que le faltaba la vida que he visto en otras ciudades? Sí, había el consabido grupo de japoneses frente al Museo Oceanográfico; había una loca haciéndose selfies durante más de una hora al lado de una reproducción del batiscafo de Cousteau; estaban los Carabineros del Príncipe en sus aburridas guardias bajo los balcones desde donde alguna vez saludó Grace de Mónaco... Pero no había mucha gente y todo parecía, a la caída de la tarde, el escenario vacío de una opereta ¿Iría a aparecer de repente el picolino de "Carlo Monte en Monte Carlo", la obra de Jardiel Poncela que transcurre allí?

Entonces, al asomarme a uno de los miradores de los Jardines del Palacio, mirando desde lo alto la bahía de Montecarlo con cientos de yates de todos los tamaños -símbolo del lujo y orgullo de los monesgascos-, los vi: colgados del acantilado, a una distancia inalcanzable desde arriba o desde abajo, una tunera con sus higos picos ponía una nota de color en el muro oscuro.

La imagen me transportó muy lejos de allí, a veranos de 30 años atrás, a los alrededores de mi casa, y a mi madre y a mí con pinzas de madera cogiendo higos picos madurados al sol en los bordes del camino. Entre risas después, los barríamos en el suelo para que no picaran, los metíamos en una cesta y los llevábamos a casa, a pelarlos y a ponerlos en la nevera en una fuente de cristal. El sabor de esos higos, al que se añadían la mañana soleada, la aventura de ir a cogerlos y los cuidados y risas de mi madre, es, se lo juro, uno de esos sabores exquisitos que el paladar y la memoria guardan para siempre.

Allí, en Mónaco, sobre el panorama de los yates millonarios, todavía la mente llena del sol de mi recuerdo, pensé que esos higos amarillos, pendientes sobre el abismo, eran el símbolo de que hay placeres sencillos y maravillosos, como el sabor de un higo pico recién cogido, por ejemplo, que no están al alcance de los ricos ricos.

Y, qué quieren que les diga, me sentí, yo también, millonaria.

45 comentarios:

  1. Carmen Paz Gutiérrez Arienza14 de noviembre de 2016, 9:34

    Me ha encantado, Isabel.
    Feliz semana.

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    1. Muchas gracias, Carmen Paz. Creo que nuestro gran triunfo es saber disfrutar.
      Un abrazo y feliz semana a ti también.

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  2. Muy bonito Isa. Como siempre, me ha encantado. Sabes sacar de algo tan sencillo como un higo pico, toda esa sensibilidad que logras transmitir. Yo he sentido en el paladar el sabor y hasta he oido tus risas.

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    1. Es que pienso que en los placeres sencillos es donde puede existir la posibilidad de la felicidad. Scaraffia, un filósofo italiano, dice que "hemos olvidado que la felicidad no es un estado de ánimo edificante, y sí la suma de muchos pequeños placeres que crean una atmósfera". Estoy totalmente de acuerdo con él: "...los buenos modales anhelados por todos pero aplicados por pocos, un minuto de atención para escuchar las ideas del otro, una caricia furtiva al amigo para dar optimismo en días grises...", a lo que yo he añadido hoy el recuerdo de un momento feliz y del sabor de un higo pico frío y recién cogido.
      Gracias.

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  3. Es una pena que todos esos millones no estén traducidos en vida, ¿verdad? Con lo que podrían hacer por la vida de tanta gente si estuvieran un poco mejor repartidos.
    De todos modos, como bien dices, todos poseemos riquezas incalculables y no está mal que nos lo recuerdes.
    Un saludo
    Carmen

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    1. Sobre lo que dices me gusta una anécdota que cuenta Fernando Savater. Un dirigente comunista le comentó a Olof Palme que el programa de su partido era acabar con todos los ricos del país. "¡Qué curioso!", dijo Olof Palme. "El nuestro es el contrario: queremos acabar con los pobres." A lo mejor por eso lo asesinaron. Ojalá hubiera más políticos así.
      Y de todas formas, no estaría de más que los humanos nos dejáramos de tanta rimbombancia, de tanto ambicionar, y supiéramos apreciar lo que verdaderamente nos puede hacer feliz.
      Un saludo, Carmen.

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  4. Ay!esos recuerdos de olores y sabores nos acompañarán toda la vida y nos retrotraen a épocas muy sencillas pero como tú dices,muy ricas en vivencias. Un abrazo.

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    1. Tienes razón, Begoña. En una estancia que pasamos con los niños en una granja francesa, los dueños de la granja, que tenían un montón de vacas, nos traían todas las mañanas, recién ordeñada, la leche para el desayuno. Yo, que no soy muy amante de los lácteos precisamente, de repente me encontré con el sabor de la leche de mi infancia. Fue un flash de placer. Son cosas que no se olvidan, no.
      Un abrazo.

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  5. ¡Me encanta la paradoja de lo inalcanzable a través de esos humildes higos picos!

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    1. Gracias, Milo, es justo lo que la imagen me sugirió y lo que quería expresar. Porque, claro que los ricos ricos pueden tener higos picos fríos (y pelados, por supuesto) en bandeja de plata todas las mañanas. Pero no es lo mismo.
      Un beso.

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  6. Tu hablas de transportarte a los veranos 30 años atrás. Te confundes. ¿No serán veranos de 50 o 60 años atrás?. Lo digo, porque yo también tengo ese recuerdo maravilloso con mis tías por parte de mi padre, que vivían en un lugar llamado Tirimaga, que ni caserío era, en el municipio de la Villa de Mazo. De chico, con seis o siete años, es decir, hace más de 60 años, mi madre me llevaba a pasar unos días de veraneo al campo y alguna vez mis tías, todas solteras, me pidieron que les acompañara a sus menesteres lejos de la casa (al menos eso me parecía), donde, por el camino, habían esas enormes tuneras con cientos de tunos ¿a qué viene eso de higos picos? majestuosos, diciéndonos que los cogiera. Ellas, que no llevaban tijeras y que iban "arregladas", no podían con su condición y la fruta que no estaba expuesta directamente al sol, las recogían y nos las comíamos con una habilidad digna de estudio. Cosa rica. Tenían unas uñas tan largas que no sé cómo podían trabajar en el campo con gallinas, conejos, un cochino, dos mulas, varias cabras, una vaca, recogiendo yerba para los animales, plantando, cosechando, vendimiando... Pues eso, con las puntas de esas uñas atrapaban el tuno, le daban media vuelta, lo desprendían, lo dejaban caer sobre la hierba seca y con un manojo de más hierba perfectamente formado, lo barrían para que se desprendieran los picos, lo volvían a recoger y con las mismas uñas cual navajas, le hacían la bisección en H, lo abrían y el primero era para el niño.
    Tengo más recuerdos maravillosos de aquellos años con mis tías. Para escribirlos, la verdad. El handicap es que no sé escribir como tu lo haces. Así de sencillo.

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    1. Siempre he usado indistintamente "higo pico" y "tuno". Lo que me es ajeno es "higo chumbo". Eso sí, a la planta siempre la llamé "tunera".
      Muchacho, las uñas de tus tías me recordaron a Eduardo Manostijeras. ¡Qué poderío y habilidad, por Dios! Nunca he visto coger los tunos así. Y comidos así, al pie de la tunera, deben proporcionar un placer tan grande como cuando yo me pongo en la rama del nisperero a comer nísperos como una posesa.
      Tienes que escribir esos recuerdos, no dejes que se pierdan. No existe ningún hándicap y probablemente tus hijos y nietos se regocijarán con ellos.
      Un abrazo.

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  7. Los higos son maravillosos. Mejores que los casinos (dónde va a parar). Sobre todo si los cuenta, si los relata, nuestra Jane...
    ¿Y las moras? Esos días húmedos de otoño. De botas, guantes y abrigo. De ir a buscar moras entre las zarzas. Ese sabor...

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    1. Ay, sí, Mami Meeple. Y mancharte las manos (y los labios del atracón), y llegar a casa con la cesta llena y el corazón contento. Lo mismo pasa con la recogida de setas, que alguna vez hemos hecho con mi cuñado (que es el experto). O cuando ahora alguna mañana hago un recorrido por mi huerta y recojo los 2 o 3 huevos que ponen las gallinas, una lechuguita por aquí, un par de mangos por allá, las fresas que estén maduras... No creo que hacer saltar la banca en el Casino de Montecarlo me dé más placer.
      Un abrazo.

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    2. Yo no sé si consigo expresar, en 140, lo mucho q (creo) te entiendo. La ternura, la ironía, el suave desdén hacia el dinero...
      Me ha tocado el corazoncito, tu artículo. Me has transportado a Mónaco. Y a tu infancia. Y a la mía. Y a este mundo actual...

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    3. Mil gracias, Mami Meeple. En ese paseo que di por Mónaco una tarde yo también pensé en este mundo y en esa ciudad de ricos. Recordé incluso un artículo de Félix de Azúa que decía que "para ricos, los de antes". Pero ahora pienso que "para ricos, nosotros", que no ambicionamos nada más que lo que tenemos.
      Un abrazo.

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  8. A veces te sientes millonaria, incluso en lunes.

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    1. Cualquier día, incluso los lunes, es bueno para encontrar un pequeño placer. Y tú lo sabes más que nadie.

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  9. También a mi los higos picos me llevan a mi infancia, me veo junto a mis primos alrededor de mi abuela, ella pelando y nosotros comiendo. Me ha encantado Isa, un abrazo

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    1. Jajaja, es el sino de las madres y abuelas. Mi madre cuando freía papas nos echaba de la cocina porque según las freía nos las comíamos. Con los higos preferíamos esperar a que estuvieran más fresquitos. Eso sí, a lo largo de casi todo el día les dábamos un tiento. Nunca duraban más de un día.
      Muchas gracias, Úrsula. Un abrazo.

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  10. Qué sentencia es tu conclusión, Isa. No dudes ni por un segundo que los ricos se pierden placeres tan básicos como cuidar de sus hijos. Por supuesto que tendrán ese yate imponente, o ese confortable jet privado, pero jamás sabrán lo que es saborear un pollo sin más herramientas que las manos, o ir a coger burgados con un cubo viejo al atardecer, o celebrar un cumpleaños rodeado tan sólo por los tuyos y sin más glamour que un cómodo pijama. No tienen ni idea de lo bien que se pasa alzando la voz en una reunión de amigas o simplemente hablando con los vecinos con los que hace tiempo no coincidimos.
    Son tan ricos que han olvidado que los mejores momentos no tienen precio.

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    1. Tienes razón, Cande, no me imagino a Donald Trump cogiendo burgados entre las rocas, resbalándose y mojándose el culo como nos pasa siempre que lo hacemos y después, con un alfiler quitándoles la cáscara. Mi hermana ahora me acaba de regalar un bote de burgados cogidos a la orilla del mar y son una delicia. Ellos se los pierden.

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  11. He disfrutado leyendo tu entrada, por un momento me he visto callejeando por Montecarlo. No digo lo mismo de los higos picos porque no los he saboreado nunca. Un placer seguirte.

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    1. Alguna vez los saborearás y te acordarás de mí. Yo casi siempre los he cogido en los caminos o me los han regalado, pero en verano los suelen vender en el mercadillo de mi pueblo. Una cosa que me sorprendió es verlos en los mercados sicilianos en el último viaje ¡y pelados! Un restaurante al que solemos ir en el norte de Tenerife los sirve también de postre.
      A mí me gusta comerlos durante el día, fresquitos de la nevera, pero recuerdo que en casa de mis padres muchas veces se comían de postre pasándolos por un poco de gofio.
      Muchísimas gracias por estar aquí hoy, por seguir el blog y por compartir vivencias. Un abrazo.

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  12. Querida Jane:
    Hoy leyendo tu post de los Higos Picos, me hiciste sentir como Marcel, comiendo su magdalena/coquille mojada en tila (¿o té?)
    Volví a mi niñez, y recordé a mi abuelo Peregrino que nos pelaba los higos picos ( no les desprendía del todo la cáscara para que no perdieran su sabor) y los metía en la fresquera para el almuerzo. Ese ritual del pelado de los higos, iba acompañado de unos versos que repetía de vez en cuando, como un sonsonete:
    "Buenas noches higos chumbos,
    aquí traigo mi navaja,
    te corto corona y culo,
    al medio te hago una raja...
    ¡y te mando p'al otro mundo!
    Él, que era de Gáldar, también los llamaba chumbos.
    Gracias por hacerme revivir, con tu escrito, el placer de las pequeñas cosas y recordar sabores que nunca nos volverán a saber igual que entonces...como la magdalena de los domingos a Marcel, los higos picos pelados por mi abuelo Peregrino, o los merengues, con limón sutil, de tu abuela...
    La Candidaeréndira

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    1. Me han encantado los versos de tu abuelo Peregrino. Y también tu mención a la magdalena más célebre de la literatura y a los maravillosos merengues de mi abuela, que tú y yo (y alguna niña más del colegio) tuvimos el placer de catar.
      De versos que nombren a los tunos o higos picos, recuerdo los de Pancho Guerra que avisaba de su poder astringente:
      "La pipa de almendra,
      la uva y el tuno
      son las tres llavitas
      que trancan el culo".

      Cuando estaba en el Instituto, en la sala de profesores del Edificio Antiguo, donde celebrábamos los claustros, yo me sentaba siempre frente a un cuadro precioso y lleno de sol. Era un óleo grande de "El Prado disperso" titulado "Recolección de higos chumbos en Granada" de Carlos Vázquez. Aparecen en él 2 o 3 mujeres y una niña, con cestones, entre tuneras cargadas de higos picos maduros. Destila tal alegría, placidez y paz que su visión me libró muchas veces de hacerme mala sangre cuando había discusiones entre compañeros o se hablaba de temas intrascendentes durante horas. Tal vez por eso siempre me llaman la atención las tuneras y también por eso me fijé en las que caían sobre Montecarlo.
      Un besote, Cándidaeréndira. Que sigamos compartiendo sabores. Y versos.

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  13. En mi casa siempre los higos picos los pelaba mi padre, era un ritual, iba pelando y repartiendo, son vivencias que nunca se te olvidan y que dulces y ricos son, me ha gustado mucho, Isa.

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    1. En mi casa era mi madre y, después de su muerte, pasé algún tiempo en que no los comí (como me ha pasado con las sopas de miel, postre obligado en carnavales). Pero hace unos años me regalaron unos cuantos y fui yo las que los pelé (de la misma forma que aconsejaba Peregrino, el abuelo de la Candidaeréndira: cortar los dos extremos y raja al centro). Lo que ya nunca más he hecho es ir con las pinzas a buscar higos por ahí. Y mira que me da pena verlos estropearse al sol...
      Pero bueno, nadie nos podrá quitar lo vivido y lo saboreado.
      Un abrazo grande, Clari.

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  14. ¡Isa, que no son higos picos, que son tunos! De ahí, "sóplate un tuno, mi niña".
    Mi abuela los ponía a secar y me los pelaba. Siempre me saltaban los picos, no sé cómo me las arreglaba...
    Ahora las viejitas se han cansado, no tienen fuerzas para tijeras ni escobas. A la gente joven les gusta la cochinilla porque la pueden vender ¡Adiós a mis tunos queridos, que nadie los quiere coger!

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    1. Es curioso lo que dices de la cochinilla porque yo pensaba que ya no se recogía. Y. sin embargo, mi consuegra, que tiene una finca por María Jiménez, me contó que hace poco le vino por la finca una mujer de los altos de Anaga para pedirle permiso para coger la cochinilla de las tuneras. Como me intrigó, leí un poco sobre el tema y vi que en Lanzarote, en Guatiza, es donde más perfeccionado está el cultivo de tuneras para cochinilla. Y también nombran Argual, en La Palma.
      Sería bueno, porque los tintes producidos son más sanos que los químicos. Por lo menos se puede aprovechar tanta tunera.
      A mí también me saltan los picos, incluso sin haber cogido un tuno. Debemos tener poder de atracción magnética.

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  15. Leía saboreando cada una de las líneas y pensaba, cuando llegué a los higos, que probablemente ninguno de esos millonetis ha degustado los placeres que pueden proporcionar esos higos. Cada quien en su lugar perdemos algo y tenemos algo a cambio... supongo :)
    Un abrazo.

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    1. En San Google, hay un montón de recetas sofisticadas para hacer una exquisitez de higos picos. Incluso, mi amiga Cristi me habló de una que los franceses llaman "joie dans la bouche", alegría en boca. Pero no creo que ninguna sea tan sabrosa como un higo pico tal cual, y más si ha sido cogido y pelado por el que se lo va a comer. Mmmmmmmmm...
      Un abrazo.

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    2. Ay, Jane, se me hace la boca agua y eso que no los he probado! :) Pero todos tenemos recetas de esas que traen algo más que el sabor

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    3. Yo pensé que todo el mundo ha probado alguna vez los higos picos. Me estoy llevando una sorpresa. Con lo ricos y baratos que son (a mí me salían gratis sólo con salir a cogerlos). A lo mejor esa coraza de picos echa para atrás a muchos para cogerlos y comercializarlos. Pruébalos alguna vez en tu vida, que no se diga...

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    4. Qué va! :( Ni siquiera los he visto en tiendas. Pero estaré pendiente a partir de ahora :)

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  16. En nuestra casa en el Socorro, también los comía mi padre, además , los pelaba y los ponía en la nevera para que estuviesen fresquitos. ¡Que recuerdos!

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    1. ¿Ya no los comes? Lo digo por el verbo en pasado. Todavía nos podemos permitir ese lujo. Las carreteras, los barrancos de la isla están llenos de tuneras. A veces veo gentes, como mi madre y yo antes, recogiéndolos y me da un alegrón. Como puse más arriba, se pueden conseguir en mercados y mercadillos cuando es temporada. Lo que no veo casi nunca es lo que llamábamos "higos porretos" o "carreños", que eran los pelados y secados al sol sobre esteras de palma y que están mucho más dulces. He leído que en algunos sitios (Guía de Isora, por ejemplo) están intentando recuperar la tradición. Ojalá porque son deliciosos.
      ¿Vivías en El Socorro de Tegueste o en el de Güimar? En el primer caso hubiéramos sido vecinas.
      Un abrazo.

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  17. Puedo decir que he visitado Montecarlo, fue una visita corta, de camino a Austria, en mi viaje de novios que hicimos en coche. Fue una risa aparcar el hyundai accent entre tanto coche de lujo. Me acuerdo que vimos un coche súper mega exclusivo y mi marido me dijo: "mira, que este coche solo lo vas a ver una vez en la vida". Y un segundo después, vimos otro. "Bueno, más veces si estás en Mónaco", añadió.
    De los higos, yo los recuerdo de cuando iba de vacaciones a Málaga, los vendían en la calle y estaban bien buenos. La verdad es que no estoy segura si son los mismos, yo los conocía como higos chumbos, de la chumbera... Por aquí hay un vivero que a la puerta tiene una y me acuerdo de mis veraneos malagueños cada vez que paso por allí.
    Qué verdad es que los ricos se pierden muchas cosas buenas de la vida.
    ¡Besotes!

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    1. Sí, Trescatorce, en Canarias se llaman tuneras (o pencas) a las chumberas y tunos o higos picos a los higos chumbos. Son canarismos.
      A mí también me sorprendió la cantidad de coches de superlujo (por lo grandes y aparatosos) que se veían en Montecarlo. En los alrededores del Casino sobre todo. Si supieran que yo no sé distinguir un Mercedes de un Peugeot ni de un Opel...
      También me llamó la atención otra cosa y esta vez en Sicilia: las tuneras estaban muchas veces en macetas como plantas de adorno. Aunque sé que tienen su belleza, estoy acostumbrada a verlas libres, a la orilla de los caminos, en los montes de mi isla, en huertas no cultivadas... Verlas así, domesticadas, fue una sorpresa.
      Sigamos nosotras disfrutando de sus frutos y de los buenos y sencillos placeres.
      Un besote.

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  18. Ya ves, ni con todo su dinero, ni propiedades ni empeñando sus propias vidas, podrán, jamás, tener esos gratos recuerdos del rito de ir a coger los higos (tunos), barrerlos, pelarlos y comértelos. Eso no tiene precio, saludines.

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    1. Hoy me cuenta una de mis amigas que fue ayer a recoger castañas y me manda fotos de los altos de La Victoria, un sitio espectacular. Me trajo recuerdos de erizos en la tierra envolviendo las castañas, de recogidas de antaño y después de comerlas asadas en leña. Son, como en el caso de los higos picos, de esos recuerdos sin precio que guardamos como oro en paño (o en bancos) en el fondo de la memoria. Felices los que los hemos vivido. Y los que los apreciamos tanto como para revivirlos.
      Un abrazo.

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  19. Ay, Jane, qué gusto le he cogido a eso de ser la última (o la penúltima) en comentar tu post semanal.
    En este caso, no pude sustraerme a contarte que a mí también me encantan los higos picos, que soy muy poco original y que, como buena urbanita, lo único que no hice nunca, fue cogerlos y barrerlos.
    A casa, de niños, nos los traía una señora que venía, de vez en cuando, a echarle una ayuda a mi madre y vivía en Valle Tabares. A mí me asombraba ver cómo los cogía con sus dedos y no se picaba. Un día le pregunté y me explicó cómo hacía, para quitarle aquellos picos que tanto me horrorizaban.
    Mi madre, como todas las nuestras, los pelaba ayudada de un tenedor y un cuchillo y los ponía en la hielera de aquellos tiempos, para que fuera el postre fresco y dulce de cada verano. Me gustaban, en especial, los colorados y aún conservo el placer de haberlos comido mojados en gofio, previa advertencia materna de que tuviéramos cuidado con él, no fuéramos a atragantarnos o a asfixiarnos... De mayor, poco los he vuelto a saborear, porque son especialmente dañinos para mí y, por desgracia, hago ciertos los versos de Pancho Guerra.
    No sabes cuánto lo siento, porque no me hace ninguna gracia parecerme a esos ricos ricos que, seguramente, se pierden un sencillo y auténtico manjar de dioses.
    A pesar de que ya lo sabes, Jane, yo vuelvo a decírtelo: qué bien lo contaste, querida amiga.

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    1. Yo también los pelo ahora así, con tenedor y cuchillo (los picos de todas formas, vuelan, y alguna vez ahí me ves con unas pinzas intentando sacármelo). Nada de cogerlos con los dedos. Me acuerdo de ver una vez a un hombre en La Palma, que caminaba descalzo. Lo vi pisar un higo pico y sacudirse el pie como quien no quiere la cosa. Increíble la poca sensibilidad que tenía en la planta del pie. Curtida en mil pisadas.
      A mí me gustan más los blancos, fresquitos y sin gofio. Pero no le hago fos a los blancos ni al gofio ¿eh?
      ¡Qué pena que ya no los comas! En Icod, en "La Cueva de San Marcos", donde hemos ido a comer el condumio de conejo que Doña Hilda hace tan bien, muchas veces nos han ofrecido higos picos de postre. Yo siempre digo que sí cuando los hay. Manjar de dioses, como dices.
      Un besote.

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  20. Ya que me he puesto hoy a ver algunos blogs atrasados, me encuentro con éste de los higos picos. A nosotros tambien de pequeños,nos los pelaba mi abuela, no me explico como al final de la comilona no quedaba con sus manitas llenas de picos, pues entre tanta cantidad algunos se le quedarian pegados.Pero mis mas "penosos" recuerdos de ésto, fué en un viaje que hicimos a Tenerife un verano debió ser mas o menos el año 71 o por ahi, que ibamos por la carretera del Sur, y al ver una tunera grande paramos para admirarla, y sin tiempo a reaccionar mi hija Ana Cristina que tendria casi 3 añitos, salió del carro apresurada y con todas sus dos manitas echó mano de aquellos higos que debido a su tamaño pudo alcanzar, llenándose de picos inmediatamente y nosotros corriendo restregandole las manitas en la tierra para ver si podiamos aliviar su llanto y su dolor. Ese fué su primer conocimiento de la tunera que daba los frutos que tanto a ella le gustaban. Jamás se nos olvidó esa "aventura" y mucho menos a ella. Siempre en la familia le echamos bromas por eso....sobre todo sus hermanos......

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    1. Buen recuerdo le quedó, Ligia, pobre Ana Cristina.
      A mí lo que me asombra es que alguna vez tengamos un pico en las manos sin acercarnos siquiera a una tunera ¿Vienen volando? Ahí me ves con lupa y pinzas. Es lo más incómodo del mundo, así que me imagino lo que es tener muchos.
      A lo mejor la naturaleza hizo así a los higos picos para hacernos entender que lo bueno cuesta conseguirlo. Sádica que es ella.
      Un abrazo.

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