lunes, 2 de julio de 2018

El verano del espíritu burletero




Este año lo de "hasta el 40 de mayo no te quites el sayo" (sea lo que sea ese sayo que nadie se ha puesto hace siglos y que ni siquiera venden en el "El Corte Inglés") ha habido que pasarlo al 80 de mayo. Pero ¡loado sea el cielo! por fin es verano. Ya he desempolvado sandalias y blusas de manga corta, he guardado edredón y calefacciones y me he bañado ya dos veces en el mar limpísimo de la Playa de la Arena, llena de cuerpos al sol. Hay ya, como pide Leonard Cohen en "Verano ¿cuándo llegarás?", melocotones sobre la mesa, sandías coloradas y el cálido sol arrastrándose a través de la ventana...

Cada verano el que más y el que menos retoma los ritos propios de la estación, y en mi caso hay uno que no falta: cenar en la terraza -mesa con mantel a cuadros y una vela encendida- cara a la puesta de sol y a la aparición de las estrellas. Hay un sosiego distinto en esas noches, en las que no hay vez que no rememoremos otros veranos benditos, otros tiempos de placidez y vacaciones. Y siempre, siempre, recordamos como los mejores los veranos de Bajamar en los años 70.

En ese entonces, entre varios alquilábamos dos bungalows con cuatro apartamentos y un jardín común con césped en el que podíamos soltar tranquilamente a los niños durante el día. Y nos dedicábamos a disfrutar: nos bañábamos, por supuesto, en ese mar inigualable de Bajamar, pero también nos veo haciendo cometas y soltándolas al viento de la tarde, cazando canarios con falsete en las mañanas antes de desayunar, yendo a coger lapas y asándolas con mojo de cilantro recién salidas del mar... Y sobre todo, recuerdo las noches, aquellas noches cuajadas de estrellas en las que nos reuníamos todos a la fresca y hablábamos de lo divino y lo humano, o nos poníamos a cazar estrellas fugaces, o a buscar ovnis, o a reírnos de cualquier cosa, porque éramos jóvenes y estábamos en paz.

Hubo un verano de esos en el que a todo el mundo le dio por jugar a la "ouija". Igual que en los patios de los colegios se dan rachas en que solo se juega al brilé o a las "piedritas" o a los boliches o al hula-hoop o a los cromos,  aquel julio y agosto se dio una fiebre espiritista que nos sentó a todos alrededor de un tablero de "ouija" (artesanal, por supuesto) con un dedo rozando encima de un vaso boca abajo y aprestándonos a interrogar a los espíritus. "¿Estás ahí?" preguntábamos con voz cavernosa, como es preceptivo hacerlo cuando se intima con seres del más allá. Y siempre estaban, claro. Podía contestarnos un espíritu egipcio, o una enfermera victoriana, o uno que luchó con Napoleón, o un indio sioux... El elenco era variado y entretenido, la verdad.

Una noche convinimos en preguntarle algo que ninguno de los demás supiera. Mi hermana preguntó: "¿Cuál es el apellido de mi amiga Lourdes?". La amiga se apellidaba Ramallo y el espíritu puso "Gamallo". Siguió discusión (y risas) acerca de la sabiduría y despistes de los espíritus. Y luego otro preguntó algo más práctico: "¿Qué número de lotería saldrá el siguiente sábado?". El espíritu, que también suponíamos que conocía el futuro (ellos son así), trazó con el vaso el número 14379. Ni qué decir tiene que al día siguiente más de uno hizo una peregrinación buscando el número. Salió sorprendentemente el número 14378 ¿Era un espíritu despistado o nos estaba vacilando? Todavía mi hermana (que entonces acababa de terminar la especialidad de Pediatría y estaba pendiente de destino) preguntó al espíritu que en qué centro le tocaría. La contestación fue que en Adeje, casi lindando con el que en realidad fue, el Valle de San Lorenzo. Decididamente era un espíritu burletero, como decimos aquí.

Cada vez que recuerdo aquel verano de la ouija, me vienen a la memoria las conversaciones después de la cena, con la noche estrellada sobre nosotros o la luna llena rielando en el mar como en una canción de piratas; las preguntas cada vez más estrafalarias que se nos ocurría hacerles a los seres de ultratumba y las dudas sobre si tomarnos en serio o no a esos espíritus tan poco de fiar que, estábamos seguros, en su fuero interno y etéreo estarían partidos de risa.  Pero todo, el vacilón, la puesta en escena, las carcajadas ante preguntas y respuestas, el aire de la noche, formaban parte de la esencia de todos los veranos. "El mar, el campo, el río, las montañas palpitan (...), mientras corren en la noche de estío fugaces las estrellas" (Rafael Alberti)

¡Que el verano les sea tan feliz como los guardados en la memoria!




(A todos los que vivimos aquel verano de la ouija: Chari, Miguel, Marisa, Ovidio, Toni, Javi. Y a Mingo y a Pilo)

(La imagen inicial es "After Van Gogh - Starry Night over the Rhone" de June Hethorn. La imagen final es desde mi terraza)

24 comentarios:

  1. Carmen María Duque Hernández2 de julio de 2018, 10:47

    Gracias mi niña, pasa un verano genial.

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    1. Se intentará, Carmelita. Por lo pronto sigo teniendo mis aires y mi mar de Bajamar, para mí el mejor baño del mundo. Y salud y tranquilidad, que no nos falten.
      Te deseo lo mismo. Un abrazo grande.

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  2. Mari Carmen González Zamorano2 de julio de 2018, 15:58

    Isa, como siempre me haces revivir tiempos lejanos que tenía en el olvido. El brilé, los boliches, los cromos, la wuija. Recuerdo un año que toda la familia cogimos apartamento en Las Gaviotas y acostábamos a los niños temprano para ponernos con el vaso. Siempre invocábamos a Aco. Cuando nos dimos cuenta de que se estaba convirtiendo en adicción lo dejamos. Pero siento que todo lo que cuentas yo también lo viví.

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    1. Eso debió haber sido sobre el año 1977. Ya te digo que fue una fiebre general. Cualquiera de nuestros amigos jugó a la ouija ese verano.
      Nosotros nunca lo vimos como adicción, sino como un juego en el que además nos reíamos mucho. Y además circunscrito al verano. Empezaba septiembre y adiós baños bajamareros, adiós vacaciones, adiós ouija. Y a ese verano concretamente. No recuerdo haber jugado más veces, ni en casa, ni otros veranos.
      Y no está mal el nombre del espíritu, Aco. Corto y sonoro. Nosotros estábamos abiertos al que se le ocurriera pasar por allí, en eso éramos muy liberales :-D
      Lindo haberlo vivido pa poderlo contar, que diría Cafrune.

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  3. Uy!! menos lo de la ouija, tengo recuerdos muy parecidos de veranos felices. Me ha encantado tu post de hoy, un abrazo y feliz verano.

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    1. Hay una foto de Cae y tuya un verano en La Caleta de Adeje cuando tendrían 15 o 16 años que a mí siempre me ha parecido la personificación del verano. Están desayunando en una terraza, untando mermelada en unas tostadas, las dos morenísimas y sonriendo relajadas. No se ve el mar pero se adivina enfrente. Yo no pude ir y ustedes me la mandaron. Cada vez que la veo pienso en que era un verano feliz.
      Que tengas muchos más, Ursulita.

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  4. Carmen Paz Gutiérrez Arienza2 de julio de 2018, 17:05

    Muy bonito Isabel, los veranos tienen algo especial, también andaba por Bajamar de veraneo, maravillosos baños y paseos, nunca podré olvidar aquellos veranos.
    Lo de la ouija me daba un poco de miedo por si me contestaban...
    Estupendo relato de tus veranos en Bajamar.

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    1. Yo tampoco los olvido. Y cada vez que nos encontramos los que lo vivimos, comprobamos que para todos fue un tiempo inolvidable y especial. Bajamar fue (y es) para mí un sitio ideal para veranear. Fresquito por las noches y sol al mediodía y un mar limpio y oliendo a algas. Cuando pequeños y adolescentes era estupendo, pero ya mayores y con los niños chicos (ese verano tenían 5 y 2 años), salir de Santa Cruz era una delicia. Esos veranos se acabaron cuando nos mudamos a solo 10 minutos de allí en coche, pero Bajamar sigue siendo mi sitio preferido para bañarme.
      Y lo de la ouija creo que nunca nos lo tomamos en serio (y el espíritu que nos respondía tampoco) :-D

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  5. Carmen Paz Gutiérrez Arienza2 de julio de 2018, 18:07

    Lo de la ouija lo decía en broma.
    Algo tiene Bajamar que te atrapa, mis padres fueron muy felices allí (en agosto del 69, en pleno veraneo, mi padre sufrió una embolia y salió de allí para no volver), pero mi madre y mis hermanas seguimos pasando allí los veranos, en su recuerdo y donde disfrutaba tanto dándose los baños.
    Hoy me ha llegado al alma tu escrito Isabel ❤❤❤

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    1. Fíjate qué curioso, Carmen Paz, el mar de Bajamar fue el último que vio mi madre también. Estábamos aquí, en El Socorro, ya muy mal, y entonces me dijo: "Llévame a ver el mar". Fuimos hasta el Café Melita y desde esa altura se quedó un rato contemplándolo. Ella también pasó allí veranos muy felices (este de la ouija, por ejemplo). Tenía 71 años, casi los que yo tengo ahora, y era vital y divertida. Bajamar también está asociado a su recuerdo.
      Un abrazo.

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    2. Carmen Paz Gutiérrez Arienza2 de julio de 2018, 18:49

      Isabel, veo que tenemos muchas cosas en común, el amor a Bajamar y a su mar, lo felices que eran nuestros padres allí...
      Mi padre cumplía ese mes sesenta y tres y dejó en la máquina de escribir un poema dedicado a su primer nieto que tenía seis meses.
      Pero decidimos seguir disfrutando de esos magníficos veranos y mi madre terminó pasando casi seis meses allí.
      Luego vinieron mis hijas y les transmití el amor a Bajamar y allí seguimos veraneando hasta que fueron adolescentes.
      Muchas historias...
      Un beso Isabel.

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    3. Creo, Carmen Paz, que esté donde esté tu padre debe sentirse contento. ¡Qué mejor homenaje a su recuerdo! Era muy joven pero tuvo una vida muy llena y dejó un legado eterno.
      Hay sitios que están ligados para siempre a los que hemos querido. Y no es extraño que un poeta haya sido feliz en Bajamar.

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    4. Carmen Paz Gutiérrez Arienza2 de julio de 2018, 19:07

      En diecinueve años me transmitió tanta cosas, tanto amor, que no hay un solo día que no lo tenga en mi pensamiento, gracias por escucharme Isabel, hoy me lo trajiste a la memoria con los veranos de Bajamar.
      Un beso y el donde quiera que esté, siempre está a mi lado.

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    5. Lo mismo me pasa a mí con mi madre. No hay día que no la recuerde.
      Ellos están con nosotras.
      Un beso.

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  6. Nievitas Salguero2 de julio de 2018, 18:26

    Isa, qué bonito, me entusiasma como siempre. Me acordaba de mis noches de verano y mi llegada del verano, yo pequeña, adolescente y ya mayor; también de esa mudada para ir a Puerto Naos, que era llevar un camión con la mudada para la casa. Bueno, era una chabola, la parte de atrás de palmas era muy fresquita. Era precioso, bueno, lo que cuentas, ver las estrellas, las lapas, las reuniones de amigos, los primeros amores adolescentes de mirarse... No teníamos luz y había un motor y a las 12 teníamos que correr para acostarnos. No había tele, no había teléfono, teníamos para bañarnos con un regador... Qué bonita era esa llegada del verano e irnos para Costa Gris, para Puerto Naos. No jugábamos a la ouija porque éramos unas chijadas de miedo, pero contábamos nuestros cuentos, nuestras anécdotas de ruindades que hacíamos toda la pandilla. Una vez robamos una gallina e invitamos a la dueña a una paella, porque éramos una familia.
    E irse después. El Dúo Dinámico cantaba "Cuando llegue septiembre todo será maravilloso" y era al contrario: despedirnos, en septiembre ya empezaban las mareas, ya cada uno al colegio y ya nos veníamos para arriba, claro. De Los Llanos a Puerto Naos era como un mundo. Estaba la carretera todavía sin terminar que fue después del volcán.
    Precioso, me gustó un montón, me encantó recordar esa llegada del verano que tanto deseábamos. Después volvíamos a la rutina, pero como yo era novelera, todo me gustaba.
    Bueno, burletera, un besito y gracias por todo.

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    1. Me ha gustado mucho que hayas revivido esos veranos del año de la pera. Tienen todos ellos el sabor de lo grato para guardar, de lo que despierta una sonrisa, de lo amado. Y es curioso porque ahora nos dicen que vamos a veranear sin luz, sin tele, sin teléfono (¡no sin mi móvil!) y sin baño y nos da un telele.
      Lo de la mudada era otra. Nosotros, con dos niños pequeños, no teníamos camión sino el volkswagen escarabajo con una baca encima. Y ahí metíamos cunas, cochitos, maletas, juguetes, neveras portátiles, aperos para la playa... y más contentos que un torero. ¡Lo que es la juventud!
      Gracias, Nievitas, por compartir tu experiencia. Algunas de esas cosas (el motor, la ausencia de tele y teléfono, el regador...) también han estado presentes en mis aquellos entonces :-D
      Un abrazo grande.

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  7. Bonitas historias!.Poco que contar de aquí porque yo nací en Agaete- Gran Canaria hasta que me vine para Tenerife. Conocía algo más de Icod de los Vinos,porque mi abuela era de allí,hasta que marchó a Gran Canaria y luego ,cosas de la vida,una nieta regresó...��

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    1. En cualquier sitio, hay bonitas historias que contar porque el verano es el tiempo de las vacaciones, del no hacer nada, de "vaciarnos " y de "vaguear" (los dos verbos se relacionan con "vacación"). Hasta una vez le leí un encendido elogio a Antonio Muñoz Molina sobre un verano en Madrid, imagínate, sin mar ni nada. Que si serenidad, que si belleza, que si aire limpio sin gente ni coches...
      Así que sí, hagámosle los honores a este verano que está empezando, estemos donde estemos. Disfrútalo.

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  8. Mis veranos son recuerdos de playa con Lourdes y Marta en Tenerife, de La Antilla (en Lepe) con mi familia, muchos años después, y Alájar, siempre Alájar.
    Un beso muy fuerte.

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    1. Los veranos, Esperanza, forman parte de las raíces de uno. Son esas épocas especiales que hacen un paréntesis en la rutina diaria y que nos hacen soñar en los días de frío.
      Hoy fue mi primer baño de este verano en Bajamar. Cuando me puse frente a ese mar y al olor de algas, aspiré fuerte y le dije a las olas: "¡Estoy aquí otra vez!".
      un abrazo.

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  9. No suelo pasar los veranos fuera de mi casa y de mi ciudad, porque es cuando más plácida y despejada está, en estos tiempos de vorágine callejera constante en el resto del año.
    De niña y adolescente, pocas fueron las veces en que mi numerosa familia pudo veranear fuera de casa y lo pasábamos muy bien acudiendo al Balneario de Santa Cruz, durante buenos ratos.
    De vez en cuando, mis abuelos maternos me llevaban con ellos, una o dos semanas a Bajamar. Tenían una casita alquilada para los veranos y allí íbamos a pasar, sus hijos y nietos, algunos días.
    Fue en esa época feliz cuando me hice adicta a Bajamar y ya mayor, cuando empecé a trabajar, fui yo la que alquilaba un apartamento para pasar el verano con mi madre y mis hermanos más pequeños. Mis tardes las llenaba haciendo juegos de mesa con los niños, leyendo, dibujando, ayudando a mi madre a preparar la cena y lo del día siguiente o saliendo a pasear por los alrededores con todos ellos.
    La ouija la desconocía por completo, porque nunca supe de ella y vine a saber en qué consistía a raíz de haberse descubierto, en mi lugar de trabajo, a un grupo de alumnos que dirigidos por un compañero (o compañera, ya no lo recuerdo), dedicaban alguna de sus clases a practicarla. Fue un escándalo en el Centro y, por eso, me enteré de su existencia. La verdad es que aquel episodio me impresionó y ni entonces, ni nunca, he participado en esa experiencia.
    En resumen, mis veranos siempre giraron en torno al Balneario, a Bajamar y, en medio, a visitas esporádicas a la antigua playa de Las Teresitas, la de arena negra y mar abierto. Nunca concebí, ni concibo, un verano sin mi gran aliado: el mar, calmado o bravo, pero siempre, el mar...
    Como siempre, Jane, enhorabuena porque logras que, con tus recuerdos, despiertes los nuestros.

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    1. Me ha escandalizado que alguien utilice sus clases para jugar a la ouija. No concibo qué motivo puede haber tenido un profesor para hacer semejante cosa. Si te digo yo que hay gente por ahí que no tiene tanchel (=juicio. Canarismo usado por mi abuela Lola)...
      Mis veranos no creas que eran más variados que los tuyos: Bajamar, Los Realejos y Los Sauces. Y entremedio, Las Teresitas y también el Balneario. Lo que si recuerdo es lo largos que eran. Yo creo, además, que a Las Teresitas íbamos hasta mediado octubre por las tardes. A la caída de la tarde, después de salir temblando del agua, una pelota de gofio y a veces un buchito de vino Sansón que calentaba los cuerpos y sentaba las madres.
      Y como tú, el mar, siempre el mar.

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  10. Caramba con el espíritu burletero, solo había que apostar por los alrededores de sus respuestas.
    Mis recuerdos de esa época ya estaban en cualquier isla de nuestro paraíso canario o muy cerca de TenBel, Chasna o Los Gigantes. Ahí se van mis mejores momentos de los setenta.
    Están llenos de cubos de burgados y lapas, sal en los labios al hinchar el flotador y olores a crema Nivea y aceite Coppertone, todo aderezado con el aroma del champú de fresa en la ducha de la piscina, porque entonces sí podíamos dejar toda la arena allí. Mañana de desidia y noches alegres al son de la guitarra de mi tío Ito y su particular voz. Veranos de descanso y Cola Cao a la merienda.
    Una época muy feliz donde hasta el sol era distinto.

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    1. Me ha gustado haberte hecho evocar esos veranos pasados, veranos dorados en la memoria.
      Una de las cosas comunes a casi todos nosotros es lo de los burgados y lapas. La semana pasada nos dimos una vuelta mi marido y yo por un paseo en La Playa de la Arena que va bordeando la costa. Había muchas piedras y una cosa que me llama la atención ahora cuando veo una costa así es que no hay nadie mariscando. Se lo comenté a mi marido y le conté que incluso, cuando íbamos por las tardes a Las Teresitas, mi madre y mis tías se ponían a sacar burgados y lapas de las rocas, y era un placer asarlas después o meter los burgados en frascos con vinagre. Y eso lo hacía todo el mundo. Ahora o no hay ya lapas ni burgados o la gente no está por la labor.
      Un abrazo, Cande, y guarda esos recuerdos como oro en paño.

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