lunes, 13 de octubre de 2025

Cosas que pasan cuando lees


 

Hace poco hubo una polémica en las redes porque una conocida influencer, María Pombo, con miles de seguidores, dijo que ella no leía nada, que no le gusta ni es obligado leer, que no se es mejor persona por ello y que no pasa nada por no leer. Las consecuencias de estas declaraciones han sido inmediatas. La mejor para todos es que ¿cuándo se ha visto a un país hablando de la lectura con ese entusiasmo?. Y la mejor para ella es que su cuenta habrá aumentado un montón.

Como madre de dos hijos a los que he educado de la misma manera con respecto a la lectura, contándoles cuentos desde pequeños y regalándoles libros a tutiplén y, constatando después que mi hija devora libros y que mi hijo no los mira ni por el forro, le doy casi toda la razón a María Pombo. No es obligatorio leer (salvo en clase). No se es mejor persona por leer porque ser mejor o peor persona entra en el campo de la ética en el que cuentan otros valores. Sabemos de grandes escritores que leían mucho y éticamente dejaban mucho que desear, y hay personas maravillosas (mi hijo, por ejemplo) que no leen regularmente.

¿Y no pasa nada por no leer? A lo mejor, no. Pero sí que pasan cosas cuando lees. Y no les voy a hablar de los beneficios y el placer que te dan el que te cuenten historias, de la expansión de la empatía y la tolerancia, o del espíritu crítico, de los que ya han alegado muchas voces estos días... No, yo les quería comentar otros aspectos decisivos que me encantan de la lectura.

El primero es que es un increíble antídoto del aburrimiento y de la desesperación. Me explico. Los que tenemos una edad consumimos parte de nuestro tiempo, por ejemplo, en consultas médicas, tiempo que no nos sobra alegremente sino que contamos con él con la avidez del que sabe que tiene un límite cercano. Sin ir más lejos, yo esta semana tuve que ir a una consulta de esas obligadas por revisión en la que tuve que esperar dos horas en una silla la mar de incómoda. Y en lugar de desesperarme o de acordarme de la parentela de médicos y enfermeras (que, además, no tienen culpa de tener la consulta petada o de que unos pacientes consuman más tiempo que otros), yo saqué mi libro, "Querido librero" de José Luis Romero -una delicia de novela, de la que Máximo Huerta dijo "Hay libros, como este, que llenan las estanterías del corazón"- y no me di ni cuenta del paso del tiempo. Mientras los demás bufaban y protestaban, yo estaba en otro mundo, intrigada por un secreto familiar guardado durante años y en una historia de amor que intenta resistir el paso del tiempo. Una gozada.

Pero es que además, hay otros aspectos positivos de la lectura que confirma la ciencia. Uno es que la lectura es una buena agencia de viajes. "No hay mejor nave que un libro para llevarnos a tierras lejanas", escribió Emily Dickinson, que apenas salió de su casa de Massachusetts y, sin embargo, escribió un bello poema sobre nuestro Teide. Imaginar que hacemos algo y hacerlo es casi lo mismo, lo corrobora la ciencia: en ambos casos se iluminan regiones similares del cerebro.

Otro es que leer alarga la vida y, cuanto más, mejor. Según un estudio sobre salud y jubilación realizado por investigadores de la Universidad de Yale, se certificó que los que leían una media de 3,5 horas a la semana viven un 17% más que los que no abren un libro; quienes leen más tiempo, un 23%. Son casi ¡dos años! de propina. ¿No merece la pena?

Y según otro análisis elaborado por la Universidad de Roma, leer nos hace más felices... ¿Hay quién dé más por un objeto que ni siquiera se enchufa?

Así que anímense a leer, incluso las María Pombo de este mundo. Como invitaba Cortázar, vayamos a la literatura como se va a los encuentros más esenciales de la existencia, "sabiendo que un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y última página.".


lunes, 6 de octubre de 2025

El último deseo



Imagínense que están en el corredor de la muerte (ya sé que es tétrico, pero haber elegido susto) y que les conceden un último deseo, el que quieran, sin cortapisas de ningún tipo... ¿Qué pedirían? ¿Un viaje maravilloso, asistir al concierto de tu ídolo, una noche de amor...?  Yo me dejaría de tonterías, la verdad, y elegiría una última comida, opípara y perfecta.

Hace tiempo leí que una compañía de teatro fue a representar Historia de una escalera en la plaza de un pueblo en fiestas a las 8 de la tarde. Los vecinos llevaron sus sillas y la plaza se llenó. Parecía un público muy atento, pero sobre las 9 uno del pueblo irrumpió en mitad de la función y, sin cortarse ni un pelo, gritó: "¡Que ya están las migas!". Entonces todos se levantaron, recogieron sus sillas y se fueron pitando al local donde servían las migas, dejando a los actores perplejos. Y es que donde esté el comer, que se quiten todas las zarandajas intelectuales. Así que sí, mi último deseo sería disfrutar como un pachá de que otros cocinen para mí alimentos maravillosos, no pisar la cocina ni por el forro y encima poner condiciones para que nada falle.

La primera condición es el sitio. No vale un comedor de mala muerte, aunque parezca apropiado. No, no, tiene que ser un comedor desde el que se vea el mar, amplio y con pocas mesas; luminoso, que hay algunos que parecen un cuadro de Caravaggio y casi no se ve si es berenjena o huevo frito lo que hay en el plato; sin ruidos, sin teles, ni móviles ni nadie que esté cantando cerca, que podamos hablar sin gritar con los que nos acompañan. Porque eso también es una condición para mi comida perfecta: en una mesa redonda (no más de 10 personas), con platos y copas preciosos y mantel y servilletas de tela, con gente que quiero y me quiere y con la que se pueda hablar de todo, sin que nadie esté juzgando al otro.

Y luego, que el menú traiga los sabores que me han acompañado toda la vida y que me recuerdan momentos gratos: las tortillas de papas y los calamares en salsa que mi madre me preparaba cuando yo volvía de Madrid, el arroz amarillo de Mamá Lola, las empanadillas que hace mi hijo, las sardinas a la veneciana que me hacía mi marido cuando se jubiló, el arroz negro de mi yerno, el gazpacho de melón que me enseñó a hacer mi primo Mingo, el ganso de Suzana para celebrar San Martín, los montaditos de Sixto, la morena de El Chavique, las croquetas de Carmen María, las viejas que venían saltando del mar en Arrieta, el queso manchego, los patés y foies del Perigord, las langostas que cogía Domingo en La Graciosa bajando a pulmón limpio, los merengues y almendrados de abuela, la tarta María Victoria y las torrijas de mi consuegra Cristi, los hojaldres de La Punta... Y todo empezando naturalmente con un champán francés bien frío; después, si se tercia, con un buen vino de la tierra; y, al final, con un chupito de los míos.

Yo creo que con tanta condición y tanta vianda, el momento de la ejecución se irá alargando indefinidamente y se convertiría todo en unas mil y una noches culinarias. Y cada día se cumpliría el penúltimo deseo. El secreto de la felicidad a lo mejor es vivir cada día como si fuera el último.

lunes, 29 de septiembre de 2025

Soy Matusalén



Yo hay días en que me siento Matusalén. Los niños de ahora, que no han estudiado Historia Sagrada como hacíamos nosotros, no tienen ni idea de quién era este señor pero, si buscan en Google, sabrán que fue un personaje bíblico antediluviano, abuelo de Noé (por lo que supongo que también estuvo en el Arca), y que vivió 969 años, una edad nunca más registrada. Claro que nada que ver con Iago del Castillo, el personaje principal de La Saga de los Longevos de Eva Gª Sáenz de Urruti, que tiene 10300 años y que nos puede informar de la prehistoria con todo lujo de detalles. Pero bueno, al margen de estos abuelitos, repito, yo hay días en los que me siento así, muy muy muy mayor.

Y es que no es solamente que me duelan todos los huesos (mi abuela diría: "Eso es pa calor..."), o que no pueda dormir a pierna suelta como en mis años mozos, o que tenga una flojetud que me lleve a que sean las 11 de la mañana y no he vendido una escoba (mi abuela también diría: "Eso es gandulería, palanquina, qué flojetud ni flojetud..."). 

No, no es todo eso (que también), sino que a veces me doy cuenta de toda la historia que arrastro. Y es que el año en que yo nací solo habían pasado 3 años del final de la Segunda Guerra Mundial y 9 del final de la Guerra Civil española. Nadie tenía televisor, aunque en junio se había hecho una demostración en una Feria de Muestras en Barcelona (a mí me llegaría 15 años más tarde). Todavía la Reina Isabel era princesa y no la coronarían hasta 5 años después. El año en que yo nací se promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, asesinaron a Mahatma Gandhi, se independizó la India del Imperio Británico, se inició la Guerra Fría entre EEUU y la Unión Soviética, se fundó la Organización Mundial de la Salud (OMS), se creó el Estado de Israel, se inventó el transistor y el LP. Todos los niños estudiábamos en los colegios Historia Sagrada y conocíamos quién era Matusalén. Y Lola Flores cantaba en la radio lo de "Qué tiene la Zarzamora, que a todas horas llora que llora por los rincooones..."

Entonces, una echa la vista atrás, a esos largos 77 años, y es consciente de que ahora, igual que entonces, hay masacres, corrupción, golpes de estado, gente cruel y guerras por doquier que terminan como el rosario de la aurora, dejando atrás solo desolación. Y una piensa que no hemos aprendido nada y una se siente Matusalén.

Pero no se preocupen, que no me he vuelto pesimista, así de repente. Son momentos pasajeros que pasan porque envejecer no es fácil (vas perdiendo amigos, padres, pelo, dientes, dioptrías, ganas, memoria...), pero tampoco es para blandengues. Sentirse Matusalén tal vez sirva para liberarnos de miradas atrás y de pamplinas y para darle importancia a lo que verdaderamente la tiene, al día a día, diseñado con mimo y con la conciencia de estar vivo. En una entrevista a Manuel Vicent, después de confesar que ahora está muy tocado, dice "Eso es porque uno está llegando al final del río y, en su desembocadura,  las aguas dejan de ser turbulentas y describen curvas suaves. Pero me gusta que en esa desembocadura haya muchos pájaros, gaviotas, patos. Y de pronto, todo ese enredo psicológico se cura con la llamada de un amigo".

Quizás solo necesitamos algo como esos detalles para que cada día se convierta en una obra de arte.

lunes, 22 de septiembre de 2025

Querido Alejandro



Hace 27 años que no te veía, desde aquel COU C en que yo te di clase de Filosofía y tú lo sobrellevaste con paciencia y buen humor. Pero miento, claro que te he visto, yo y toda España. Ahora eres un actor guapo y famoso, has hecho un montón de películas, series de televisión y teatro (te vi, impresionante, en Madrid haciendo de hijo de José María Pou en La cabra), has tenido premios y nominaciones como mejor actor y todos te conocen como Alex García. Y la semana pasada, por fin, fui a verte en persona al programa En clave de Rhodes, que presentó el escritor y pianista James Rhodes en el Auditorio de Santa Cruz. Tú fuiste su invitado y durante una hora respondiste a todo lo que te preguntó y, de paso, te metiste a todo el público, incluida yo, en el bolsillo.

Fui por curiosidad, para ver cuánto quedaba en ti de aquel chico que se quería comer el mundo, que no paraba quieto mucho rato y que parecía tener las cosas claras, el Alejandro que yo conocí. Y no salí decepcionada, todo lo contrario: capeaste todo también con la misma paciencia y el buen humor de entonces.

Hablaste de tus inicios, aquellos que alguna vez me contaste en clase, cuando presentabas programas de carnaval; de lo que te gusta el teatro (tanta gente que aparca su vida para reunirse en un sitio determinado a ver y a disfrutar de una historia); de los pases en la alfombra roja y del disfrazarse... Rhodes comentó lo que le gustaba el ritmo pausado de esta isla tuya y mía y tú le hablaste de estar cómodo con cholas, tal como apareciste en el escenario sin que a nadie le llamara la atención, o descalzo después. Se te veía en casa. "¿Y tu canción?". Sin dudarlo dijiste: "La vida es un carnaval, de Celia Cruz". Fíjate, fíjate en la letra, cantabas mientras sonaba por los altavoces: "Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando...".

A la pregunta "¿Quién te ha inspirado?", tampoco dudaste: tu familia, tus amigos, Vero. Y cuando Rhodes te preguntó con delicadeza si podías hablar de ella y del duelo, lo pensaste un poco, te escuchaste a ti mismo y contestaste con serenidad, aceptando el momento y asegurando que lo que queda, lo único que importa, es el amor.

"¿Y qué te da miedo?" "Que los que quiero sufran". Hay un filósofo, Epicuro de Samos, del que seguro que no te acordarás (casi no me acuerdo a veces ni yo), que decía que no hay que temer a la muerte porque cuando nosotros no existimos, ella no está, y cuando ella existe, nosotros no estamos. Que no nos vamos a enterar, vamos. Pero tú has mirado más allá: nos da miedo, no nuestro dolor o nuestra partida, sino los de aquellos a quienes queremos. No puedo estar más de acuerdo contigo.

Me gustó verte, Alejandro, tan maduro, tan sereno, tan vital. Me gustó que sigas conservando la sonrisa tierna, la mirada pícara; que reivindiques tu nombre y sigas siendo Alejandro. Y también, todo hay que decirlo, me gustó lo bien que traducías el ¿español? de James Rhodes (yo algunas preguntas las sacaba por tus respuestas :-D)

Me hubiese gustado hablar contigo y darte un abrazo. Estaba cerca, en la tercera fila, pero no era el momento. No sé tampoco si llegarás a leer esto (dijiste que no usas las redes, y lo mejor que haces: hay que vivir), pero te escribo como quien tira una botella al mar, para que, si por casualidad llega mi escrito hasta ti, sepas que estoy orgullosa de ti, de tu aceptación de la vida con todo lo que conlleva y de que esta te haya hecho mucho más sabio.

Un abrazo grande y virtual.





lunes, 15 de septiembre de 2025

Sorpresas te da la vida



"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida...", dice la canción de Pedro Navaja, y es la pura verdad. Una vida sin sorpresas, lisa, rutinaria y siempre igual, es como un jardín sin flores, no es vida ni es ná, Pero, como buena optimista, no voy a hablarles de sorpresas chungas, tipo "me suspendieron el Hogar en 3º de Bachillerato" (cosa que, aunque inesperada, fue una tremenda injusticia, como ya les he contado alguna vez); ni de sorpresas que los libros nos proponen, como: "¡Anda! El asesino fue el mayordomo, no me lo podía ni imaginar". No, no, seamos serios y hablemos de sorpresas de verdad, de esas que, cuando llegan, van derechas al alma, te emocionan, te ponen los pelos de punta y te humedecen los ojos... Sorpresas que te hacen intuir que en el mundo todo marcha bien. 

Una sorpresa así tuvo mi hija en la presentación el viernes pasado de su poemario "Contraindicaciones del verbo escribir". Ella, desde el año 2008 en el que empezó a escribir el Blog de la Dra. Jomeini, tiene una cantidad importante de seguidores por el mundo, muchos de los cuales se han convertido en amigos, incluso sin conocerlos personalmente. El día de la presentación, antes de que empezara a venir gente, estábamos sentadas en el vestíbulo del Salón de Actos del Centro Cultural de El Sauzal, cuando Ana se queda quieta, con los ojos mirando de par en par a alguien que aparece y, tan tranquilo, le dice: "Como me quedaba cerca, decidí venir a verte": Y allí estaba el asombro, los abrazos, las risas y el "no me lo puedo creer" alucinado de Ana. Ramón, su amigo virtual desde aquellos lejanos años, había venido exprofeso de Bilbao el día anterior para verla, acompañarla y conocerla en persona y luego, con la misma, marcharse al día siguiente.

El hecho tuvo todos los ingredientes de una genuina sorpresa: lo extraordinario que no se espera, la alegría y la emoción tanto del que sorprende como del sorprendido, la consciencia de que, por vivir un momento así, merece la pena un viaje desde Bilbao (que no está precisamente ahí al lado) hasta Tenerife. Y lo contagioso que es, porque todos los que estábamos allí nos emocionamos también.

Bravo por Ramón. Necesitamos estos ingredientes en nuestra vida, originales, motivadores, distintos. Y aunque, con todo el follón del acto siguiente (mucha gente participando, saludando, alegando, esperando por la firma de los libros...), no pudimos atenderle como se merece, vaya desde aquí la promesa de que, si decide volver, lo esperaremos con los brazos abiertos y tal vez podamos también sorprenderlo.

Y ustedes ¿han tenido también alguna vez uno de esos momentos en los que digas: "¡No me lo puedo creer!"?

lunes, 8 de septiembre de 2025

¿Qué te pone de buen humor?


Sí, sí, ya sé que septiembre es el mes menos apropiado para hacer esta pregunta, porque parece haber en el aire efluvios de mal humor. Es el mes en que, después de unas vacaciones en el que uno vive sin la agenda colgada del cuello, se encuentra con la dura realidad: levantarse a horas fijas, programar, organizarse y saber que hasta las próximas vacaciones todavía queda un largo trecho de travesía en el desierto. Y además, en verano a veces te olvidas de lo que pasa en el mundo y en septiembre te lo encuentras de frente. Y todo eso sin contar los achaques que tenemos en casa que parece que, con la llegada de este mes, se acentúan.

Pero precisamente por eso tenemos que buscar mecanismos de defensa y los míos son muy facilitos: encontrar cada día aquello que me pone de buen humor y que me arranca una sonrisa. Ahí van unas cuantas cosas al azar, así, a bote pronto:

Me pone de muy buen humor que mi hijo me traiga de Escocia un llavero con la efigie de Jane Austen (la que me presta el nombre para el blog). Y también que, cuando fue el viernes a cenar al mejicano que está frente al Guimerá, se acordara de que a su madre le chiflan las empanadas y me trajera 4. ¡Arráyate dos millos, hijo!

Me pone de buen humor que, por las mañanas, me salga bien la Palabra del Día, el mensaje animoso de un amigo, las orquídeas de mi ventana, reírme con mis compañeras de pilates, levantarme sin alarmas, cuando me lo pide el cuerpo.

Me puso de buen humor leer el mensaje que puso en Facebook mi colega y amigo Javier y su mujer Juanita, que llevan 65 años de casados y pregonan -lo saben bien- la suerte que tuvieron al encontrarse en la vida.

Me pone de buen humor que la Tasquita de Carol en Valle Guerra haya reabierto sus puertas. Después de pensar que nunca jamás volvería a probar sus maravillosas berenjenas con miel (en la foto inicial), las disfruté otra vez en la cena del viernes pasado con los amigos (otra costumbre que me pone de buen humor). No hay mejor centro de mesa que este, tan doradito y apetecible, acompañado de un vinito blanco seco y frío.

Me pone de buen humor saber que he bajado un kilo en todo el verano sin hacer dieta ni nada.

Me pone de buen humor leer un libro bien escrito y que me diga cosas y me enternezca. Como esta semana, El amor que pasa de Care Santos. O terminar de corregir el último que va a publicar en un par de meses mi hija Ana y que sé que va a gustar, La música secreta del verano.

Me pone de buen humor ganarle al rummy al ordenador; tener noticias de mi nieto y que me cuente cómo lo está pasando en su Erasmus en esa California, tan lejana como la Luna; recibir el regalo de una bolsa de ciruelas rojas con las que hago la mermelada del verano (¡Gracias, M.V.!); bañarme en Bajamar y ver cómo rompen en las rocas las mareas de septiembre.

Me pone de buen humor una cena tranquila al aire libre en el patio, viendo salir las estrellas. Y un beso y un abrazo de aquellos a los que quiero.

Y me pone de buen humor hablar con ustedes, como cada lunes, y preguntar, así, entre nosotros: ¿Qué les pone de buen humor?

lunes, 1 de septiembre de 2025

Contraindicaciones del verbo escribir



Vengo de un tiempo en que la poesía estaba presente en el trajín diario. En las fiestas y en las celebraciones familiares se recitaban poemas que todavía guardo en la memoria. En muchas de nuestras casas ocupaba un lugar de honor un libro que se leía a menudo, "Las mil mejores poesías de la lengua castellana", en el que cada página era una sorpresa. Mi abuelo, Gabriel Duque, fue un excelente poeta y también escribían poesía mi padre y mis tíos. En el colegio -hace poco lo comentábamos aquí- nos hacían aprender de memoria poemas enteros cuya música perdura en el recuerdo ¿Sigue teniendo entre nosotros hoy un papel importante  la poesía?

Mi hija, Ana González Duque, apuesta por ella y presenta este 12 de septiembre su poemario "Contraindicaciones del verbo escribir", un libro para todos aquellos a los que nos gusta leer y escribir. La portada (todo queda en casa) es de mi nieta Eva de José.

Ana empezó desde el Instituto escribiendo y ganando premios de poesía. Luego sus primeras publicaciones fueron también poemarios, cuando ganó el premio Félix Francisco Casanova y el Premio Juventud y Cultura de Canarias. Más tarde se pasó a la narrativa (12 novelas ya y varios libros de no ficción), pero nunca dejó de escribir poemas, que guardaba en una caja como quien tiene un tesoro secreto. Porque, como ella misma dice en el prólogo de este libro, "hay heridas que solo saben rimar, silencios que no caben en una escaleta". "Con la novela -dice- , al menos puedo esconderme tras la trama, los personajes, las excusas. Con los poemas no hay dónde esconderse: es como salir a la calle en bata y con los rulos puestos.". Con la poesía se desnuda el alma.

Y, aunque en la caja de poemas quedan todavía muchos, esta vez elige hablar precisamente de esa pasión por escribir, de "esa necesidad vital de sacar lo que me corría por dentro con palabras". Y nos va contando cómo florecen las ideas, o cuáles fueron los libros amados en los que aprendió que "la belleza puede contarse en versos". Habla de la llegada de la inspiración, de esa nueva forma de mirar que es escribir un poema, de la curiosidad del que persigue historias, de la paz de la habitación propia. Es un libro sincero y valiente, como no podía ser menos, que divide en 4 partes: Escribir, Editar, Promocionar, Ser. Y que cada uno leerá e interpretará a su manera.

Yo me he identificado con "Entre leer y escribir", me enternece el poema "Perder", sonrío ante la crítica que hace al que plagia ("Robar un corazón / y colocarlo en tu escaparate/ no es elegante"). Me hace gracia el humor de las "Instrucciones para sobrevivir al Día del Libro" o de cómo reírse de una misma ("No hay drama que sobreviva a una buena carcajada"). También lo que escribe sobre los vocativos sin coma o sobre la depilación de los adjetivos. Y me sorprende el poema corto dedicado a los verbos: "A veces, / para tener un presente simple/ y un futuro perfecto/ necesitas superar/ un pretérito imperfecto". Nunca tanto se dijo con tan poco.

Sí, la poesía no muere, sigue siendo una manera de ir desde una parte a otra de ti mismo, de reconocernos. Y pienso que, con estos poemas que Ana nos trae en este septiembre, estamos siguiendo el rastro de luz que nos dejaron aquellos que leímos en nuestra niñez.

"Escribo, no para ser distinta, sino para ser".

PD: Si les apetece compartir un ratito hablando del oficio de escribir (y de poesía, naturalmente), la presentación del libro de Ana será en el Centro Cultural de El Sauzal el viernes 12 de septiembre a las 7 de la tarde. La presenta la escritora Pilar Torres y colabora la librería "El Barco de Papel". Sería estupendo que pudieran asistir y vernos allí.




lunes, 25 de agosto de 2025

Una tremenda injusticia



Me siento estafada. Profundamente estafada. Y envidiosa también, todo hay que decirlo. Y víctima de una injusticia flagrante (signifique lo que signifique flagrante). Les cuento.

Mi amiga Esther, que vive en Candelaria, me dice que en su pueblo pasa un microbús cada media hora por todos los barrios, recogiendo a quien se quiera dar una vuelta y llevándolo a la Estación de guaguas, desde donde puedes coger una y desplazarte a cualquier punto de la isla. ¡Y gratis! El pueblo (y ella) está encantado, dice.

Esther es de mi quinta y le pasa lo mismo que a mí, que pensamos que hay demasiados coches, que el tráfico está imposible (el otro día tardó hora y media en recorrer 10 km.), que a nuestras edades lo de conducir ha perdido mucho de su atractivo y se ha convertido en una responsabilidad muy grande y en un peligro, que vamos sorteando obstáculos como en los cochitos locos y que ¡qué necesidad! Así que esta semana se levantó temprano, cogió su microbús y después su guagua y se fue tan ricamente a Los Gigantes a ver a unas amigas y se lo pasó estupendo: viendo el paisaje, sin nervios ni sustos, hablando además con su vecina de asiento, que era una cubana que le contó su vida... Incluso, a la vuelta, se bajó en Las Caletillas y se fue caminando hasta Candelaria al fresquito del atardecer. Un día redondo.

Y no hay derecho porque, como ustedes saben porque se lo he contado muchas veces, por mi zona solo pasan 5 guaguas al día y va que chuta. Y en otros pueblos no es así. Hasta hay sitios como la Santa Marta colombiana que tiene tren aunque no tengan tranvía. Pero aquí ni tren, ni tranvía, ni microbuses, ni casi guaguas. Y me siento agraviada, la verdad.

Además, ¿qué tiene Candelaria que no tenga Tegueste? ¿Será por la Virgen? En mi pueblo están la de los Remedios y la del Socorro, que son dos frente a una. Pero claro, esa una es la Patrona de Canarias y las de aquí, frente a eso, no deben pintar mucho a la hora de las rogativas.

Así que hoy aquí va mi propuesta dirigida a quién corresponda (¿Ayuntamiento, Gobierno, Tribunal de Derechos Humanos de La Haya, el Cielo...?): yo también quiero tener un microbús cada media hora, yo también quiero darme un paseo sin conducir por la isla, yo también quiero hacer amistades con cubanas... ¿No es una tremenda injusticia que unos tengan tanto y otros tan poco? Ruego, por tanto, que esto se repare inmediatamente y que, si es por vírgenes, de las dos mías, una pide socorro y la otra exige remedios. ¡Será por vírgenes!

¡Un microbús cada media hora que nos lleve a la Estación, ya! ¡No a las injusticias, sean flagrantes o no!

lunes, 18 de agosto de 2025

El asunto de los regalos



El verano es también en mi familia tiempo de celebraciones. Se han puesto de acuerdo para cumplir años en esta luminosa estación mi marido, mi hija, tres de mis nietos, mi cuñado, mi primo, mi ahijado... Por lo tanto, también es tiempo de regalos, una larga tradición que vete a saber cuándo se originó (aunque sé que ya los antiguos griegos acostumbraban dar flores y amuletos a los niños por su cumple), pero que se aceptó enseguida, faltaría más. Yo no conozco a nadie que no regale (o que no quiera que le regalen).

El problema está en pensar qué regalar, porque no es cuestión de hacer como aquel que le regalaba a su mujer cada año una caña de pescar y unas botas del 45. Esta semana me leí una novelita romántica y divertida (Matrimonio de conveniencia de Felicia Kingsley), en la que él es un duque arruinado y ella una hippy que, para recibir una herencia, tiene que casarse con un aristócrata. Y se casan, claro, aunque se odian y no pegan ni con cola. Pero se ve que la cosa va cambiando al hacerse los regalos de cumpleaños. Ella le monta un parque de atracciones en los jardines de la mansión (al pobre niño rico nunca lo habían llevado a uno) y él le regala unas entradas en la tribuna central para el primer partido de la Liga de Campeones contra el Barcelona (ella es forofa). Estos dos regalos tienen las características que debe tener todo regalo que se precie: el primero, es un curro considerable montarlo, y el segundo es un regalo deseado y original. Son regalos pensados porque nos importa la otra persona.

Esos son los regalos que me gustan. A mi nieto mayor, por sus 20 años ahora, una amiga nos pidió a todos que le escribiéramos una carta a mano y, con todas ellas, editó un cuadernillo que tituló "De todas las personas que te quieren" (imagen inicial). Ni que decir tiene lo que le gustó y emocionó a él, que ahora se va un año a EEUU, tener ese recuerdo para siempre. 

También mi nieto de 10 años le hizo otro regalo entrañable a su hermana, que cumple los 12 esta semana. Durante toda una mañana se encerró en el cuarto de estudio de casa, en alto secreto, poniendo carteles en la puerta cerrada de "NO PASAR. ¡¡¡Nadie!!! ¡¡¡Nadie!!!" y otro que me decía: "¡¡¡Ni tú, Aba!!!", y se dedicó a hacerle una poesía preciosa a su hermana ("Ella es maravillosa, más linda que una rosa...").

12 citas románticas, una cada mes, ya organizadas y datadas, fue el regalo que mi hija le hizo a su marido en Reyes: una cena en el Puerto, un curso juntos para hacer pan, un día de baño en Garachico, escapadas a distintos sitios de la península o de las islas... Es también original y trabajado el regalo que ya les comenté cuando hablé de canciones: un cassette con 20 canciones que hablan de Isabel. O el montaje de mis hijos cuando cumplí los 50: un vídeo con 50 fotos por cada año de mi vida. O mi hija que una vez me regaló tiempo, uno de los regalos más valiosos.

Todo lo que hay que hacer con los regalos son esas dos cosas, pensar qué puede gustarle a la persona regalada y trabajárselo bien. Por el cumpleaños de mi marido le organicé dos fiestas, una familiar en el sur y otra con amigos en casa en la que se montó una parrandita de guitarras que lo hizo feliz. Pero también unos vaqueros, unos tenis, tres camisetas finitas de algodón y unas gafas, algo práctico. Porque igual le pasa lo que a Dumbledore en los libros de Harry Potter, cuando ante el Espejo de Erised que muestra el deseo más profundo de nuestro corazón, Harry le pregunta a Dumbledore cuál es el suyo. Y el profesor contesta: "¡Un par de calcetines de lana! Uno nunca tiene suficientes calcetines. Ha pasado otra Navidad y no me han regalado ni un solo par. La gente sigue insistiendo en regalarme libros":

lunes, 11 de agosto de 2025

Agosto sobre el sombrero



Elijo el título para este escrito de hoy por una frase que le leí a Manuel Vicent en estos días: "Hay que dejar que agosto discurra suavemente sobre el sombrero de paja". No se me ocurre mejor imagen para el verano. Agosto es como la crema bronceadora que tan alegremente nos gastamos este mes: fluye con generosidad sobre la piel preservándonos de quemaduras de todo tipo y de malos rollos.

Agosto es que venga a verme mi nieto después de un mes haciendo voluntariado en Ecuador y que me traiga de regalo unos zarcillos hechos con semillas de tagua, el marfil vegetal (no me los quito de encima). Es que, durante una comida en el porche, me cuente cosas de un país que nunca visitaré, como que la línea del ecuador la marca el monumento "Mitad del Mundo", que es el más visitado, pero que con los avances del GPS se determinó que estaba 240 m. más al norte y que hay un tercer ecuador, Catequilla, que los indios señalan como el más preciso. Me habla del volcán de Pichincha y de la ciudad, a casi 3000 m de altura, en la que vivió. Agosto es imaginar desde mi casa tierras, gentes, costumbres, objetos que están al otro lado del mundo, en mi terra incognita.

Agosto es celebrar el cumpleaños de mi marido con una parranda de guitarras que le hace feliz. Es reunirnos dos días toda la familia a la orilla del mar en la casa del sur a disfrutar de la charla y la buena compañía. Es el desayuno largo en la terraza mirando el mar y probando la tarta de manzana que ha hecho mi hija para la ocasión. Es el baño en aguas transparentes por la mañana como si estuviéramos en un cuadro de Sorolla. Es la siesta perezosa y la conversación después de la cena bajo una luna llena que parece escucharnos y promete frescor.

Agosto es leer por placer, cuando apetece: en la siesta posdesayuno, en la siesta oficial, a la caída de la tarde o en la cama, antes de dormir. Esta semana terminé la trilogía de la Saga de los Longevos, tan imaginativa, de Eva Gª Sáenz de Urturi y me leí también un libro delicioso de Joel Dicker (al que conocí una vez en la Feria del Libro de Madrid): La muy catastrófica visita al zoo.

El embrujo de un agosto cambió la vida de muchos en el Sueño de una noche de verano. Dejémonos llevar por ese embrujo y, cuando la luz se filtre por las fibras del sombrero con el que nos resguardamos del sol, disfrutemos del instante e imaginemos todos los mundos posibles e imposibles. Esa es la esencia del verano, la conciencia de estar vivos y de no necesitar nada más.




lunes, 4 de agosto de 2025

Canciones para una vida


Ahora que estamos en verano, esta estación en que uno no se toma ni a sí mismo en serio, me pregunto si sigue estando de moda aquello de la canción del verano ¿Se acuerdan? La verdad es que yo casi que no. Me vienen como ráfagas lo de "Tengo un tractor amarilloooo...", el "Vaya, vaya, aquí no hay playa" y el "Aserejé, ja, dejé", pero poco más. Y es que no me gusta mucho eso de reclamar solo una estación para una canción. Las canciones, nos gusten o no, son para perdurar en la memoria de toda una vida. Así que ahí van canciones que sí recuerdo.

La canción que cantaba, guitarra en mano, mi futuro marido, el padre de mis hijos y abuelo de mis nietos, cuando yo puse por primera vez mis ojos sobre él (y mis oídos): Camino de México. "Por el camino de México voy, con mi tequila y mi guitarra qué feliz yo soy...".

Una de mis canciones favoritas: Se vive solamente una vez, hay que aprender a vivir y a querer, hay que saber que la vida se aleja y nos deja llorando quimeras. No quiero arrepentirme después de lo que pudo haber sido y no fue, quiero gozar de la vida, teniéndote cerca de mí hasta que muera..."

Canciones que no soporto: las metafóricas, como El colibrí: "Yo soy el colibrí, si tú me quieres, mi pasión es el torrente y tú, la flor..." ¡Agggrrrgh!

Canción que mi amigo Melchor no soporta: El niño y el canario: Empieza con "Era el canario un primor..", y termina con lo de "Lloró la pobre criatura al cavar la sepultura de su cantor sin igual", pero Melchor siempre dice: "de aquel infecto animal".

La canción que siempre anima un cotarro cuando la cosa se va amuermando: Somos costeros. Sobre todo lo de "Es moreno mi niño y tan alto que no pasa su busto esa puerta; yo soy chica y también morenita, entradita en cintura y dispuesta".

Canción desgarradora para cantar estilo Lola Flores: ¡Ay, pena, penita, pena -pena-, pena de mi corazón, que me corre por las venas -pena-, con la fuerza de un ciclóón!.

La canción que mi amiga Pili, en los 23 años que lleva yendo a EEUU, oye siempre en algún momento del viaje, en la radio, en un mail, en un restaurante...: I will survive. Y que Kevin Kline borda y baila en In&Out.

La canción que llamo "la interminable": Se me olvidó otra vez. Cuando está diciendo que "se me olvidó otra vez que solo yo te quise", vuelve a dar la matraquilla con "probablemente estoy pidiendo demasiado" y vuelta con "por eso aún estoy en el lugar de siempre" y dale que te pego.

Canción de dúo (él y ella) que me gusta: Él: ¿Dónde vas con mantón de Manila? ¿Dónde vas con vestido chiné?" Ella (muy chula): "A lucirme y a ver la verbena, y a meterme en la cama después".

Canción de película que siempre oigo (y bailo) con una sonrisa: Cantando bajo la lluvia. I'm singing in the rain, just singin' in the rain, what a glorious feeling, I'm happy again... (Y abrimos bien los brazos para recibir la lluvia en la cara)

Canción que mi madrina con alzheimer a los 90 y pico años nunca olvidó: A la orilla de un palmar, yo vide una joven bella, su boquita de coral, sus ojitos dos estrellas...

Canción que mis amigos y yo interpretamos una noche en un pub irlandés cerca de Galway: Piensa en mí. "Si tienes un hondo penar, piensa en mí. Si tienes ganas de llorar, piensa en mí...". Nos aplaudieron y todo.

Canción guineo, esa que no se te va de la cabeza en todo el día y te ves cantándola hasta en la cama. La última, esa de "que allá en el otro mundo en vez de infierno encuentres gloria...", así hasta 800 veces.

Canción que mi prima Rosi siempre cantaba a sus nietos: "Pimpón es un muñeco más grande que un ratón..." Desde entonces todos sus nietos la llaman Pimpón.

Canción que le encanta oírnos a mi amigo austriaco Walter: Bendita mi tierra guanche. Eso de "Y el Teide por Tenerife" le llega al alma.

Canciones de mi adolescencia, como 15 años tiene mi amor o Popotitos baila rock and roll... ¡Viva el Dúo Dinámico!.

Canción con la que me rondaron un verano, siendo jovencita, en Los Sauces: "Paloma mensajera, cruzando el viento, ve y dile al amor mío que aquí la esperooo...".

Canción que me hacía llorar cuando era pequeña (y que mis tías me cantaban para eso): Inocencia: "La casa está triste, murió mi vecina..."

Canción que me hace llorar ya más mayor: Madre, anoche en las trincheras, laralalalá...

Canción que mi amiga Clari, que siempre ha vivido así, quiere que pongan en su entierro: My way, A mi manera, de Frank Sinatra.

Canción cómica de la tuna que siempre me hace gracia: Querida Enriqueta, con esta te escribo que un notario en Burgos murió antes de ayer, me deja su herencia pero he de casarme con mi prima Rosa la de Santander" (Lo mejor, la respuesta de  Enriqueta).

Canción del colegio que me gustaba y que cantábamos como si nos fuera la vida en ello: Cantad a Catalina pleegarias fervorooosas...

Canción que nunca he entendido: Zamba de los yuyos. "Yuyos hay para el mal, otros que hacen engualichar, yo conozco un gualicho mejor, zamba de los yuyos pa enamorar...". ¿Mande? ¿Qué es un yuyo? ¿Qué es un gualicho"? ¿Qué es engualichar? No es de recibo cantar con diccionario al lado.

Canción que es casi una novela con inicio, nudo y desenlace: Tatuaje, que empieza con "Él vino en un barco de nombre extranjero..." y termina (perdón por el spoiler) con: "Si te lo encuentras, marinero, dile que yo muero por él".

El ramillete de canciones que mi amigo Luis recopiló en una cinta de cassette y me regaló, todas con un denominador común: todas hablan de Isabel.

Y así muchas más... Seguro que ustedes, si echan la vista atrás, también tienen otras muchas en el baúl de los recuerdos (a propósito: "Buscando en el baúl de los recuerdos, uuuuh..."). Y es que las canciones nos acompañan, ensanchan el alma, jalonan la existencia... Al fin y al cabo, la vida es una canción.





lunes, 28 de julio de 2025

Mi amiga Cae me ha hecho un regalo



Una de las mejores cosas que le pueden pasar a un adolescente es tener un amigo o una amiga íntima con la que compartir las penas y alegrías. Para mí, Cae fue esa amiga, esa confidente con la que me podía pasar horas hablando. Salíamos del colegio y yo la acompañaba hasta la parada de la guagua del Muelle Norte (porque ella vivía en el 5º pino) y dejábamos pasar guaguas y guaguas porque no terminábamos la conversación. Y luego llegábamos a casa, nos llamábamos por teléfono y ¡venga a alegar otro rato ante el enfado de mi abuela! ¿De qué tanto tendríamos que hablar? 

Fue la compañera ideal, teníamos aficiones comunes, leíamos los mismos libros (nos encantaban entonces los policiacos) y, siguiéndolos, inventábamos lenguajes secretos y contraseñas. Incluso me acuerdo de que una vez seguimos a un señor "sospechoso" por la calle del Castillo haciendo de detectives. Nos disfrazábamos de niñas chicas con cancanes y lazos para ir a los cumpleaños de su hermana de 3 años y de sus vecinitas (que nos esperaban arrobadas). Nos hacíamos regalos extravagantes, cajas a las que llamábamos el baúl de los cadáveres y que llenábamos de todo lo feo que podíamos encontrar en la Recova: llaveros con esqueletos, anillos de diamantes de 5 pesetas, flores de plástico... Cuando fuimos a la universidad a las dos nos deslumbró Don Emilio Lledó y su visión de la vida y las dos optamos por especializarnos en Filosofía. Es más, a Cae debo haber conocido a mi marido porque a mí no me apetecía nada ir a la excursión de los de Ciencias de la Universidad donde lo vi por primera vez y ella me convenció. Eso lo saben todos en mi familia. Hasta mi nieta de 11 años, cuando nombro a Cae, dice: "Ah, sí, tu amiga gracias a la cual estoy yo aquí".

Aunque la vida luego nos llevó por distintos caminos, Cae sigue formando parte de mi vida, de lo cual doy gracias a los cielos. Vive en Málaga pero de vez en cuando (ella también) se da una escapadita a Tenerife para no olvidar sus raíces. Y la semana pasada recibí ¡un paquete suyo!. En estos tiempos en que en el buzón solo caen comunicaciones de los bancos y publicidad de Ikea, recibir un paquete-regalo es un acontecimiento que emociona. Y más si es un regalo porque sí, sin ser tu cumpleaños, ni Reyes, ni ninguna otra fecha señalada. Un regalo por el simple hecho de regalar, por saber que la otra persona lo va a valorar.

El regalo eran tres libros. Uno, sobre nuestro Don Emilio, el profesor que marcó nuestro destino común, un libro precioso (ya me lo leí) editado por la Junta de Andalucía en cuya página inicial Cae me pone con su letra de siempre esta dedicatoria: "Cuando vi este libro en la Feria de Málaga de este año pensé: "Este libro es para mi amiga Isa". Luego he tardado en enviártelo porque lo he estado leyendo y hojeando. Por aquellos tiempos felices. Un abrazo". En la dedicatoria del segundo ("Filosofía vulgar. La verdad de los refranes" de Andrés Amorós) me dice: "Para Isa, tan novelera como cuando teníamos 15", y en el tercer librito, "Citas sobre psicología y educación", me dice: "Alimento para tus escritos". ¡Cómo me conoce la condenada! No en vano, en el 67 me hizo otro regalo maravilloso. Me habló de un escritor increíble que me iba a entusiasmar (cosa que así fue) y me dio un libro de él que conservo como oro en paño: "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez, una primera edición de la Editorial Sudamericana.

Los amigos, se dice, son la familia elegida, son los que encienden la luz en momentos oscuros, los que hacen nuestra vida más completa. La frase final de la película ¡Qué bello es vivir! lo dice bien claro: "Recuerda, ningún hombre es un fracaso si tiene amigos". Y coincido con Rosa Montero cuando dice que en el recuento final de nuestra vida (si lo hacemos) brillarán como islas de luz esos regalos de cariño que recibimos, tan inmensos que sentimos que es imposible merecerlos. "Esa también es la verdadera amistad: la sensación de estar felizmente en deuda con los otros".

Por todo eso, por mis amigos, y especialmente hoy por Cae, doy infinitas gracias a la vida.


lunes, 21 de julio de 2025

Una escapadita


Consejo que nadie me ha pedido pero que doy graciosamente: de vez en cuando hay que darse una escapadita. Una escapadita para tomarle el pulso a la vida por si la rutina de esta nos lo hubiera escondido. Una escapadita, no un viaje de varios días o semanas en el que vamos pasando de sitio en sitio y de hotel en hotel, cargando maletas y majaderías. No, tiene que ser una escapadita y, como tal, con unas cuantas condiciones.

Primero, tiene que ser corta y en un solo lugar. La mía de estos días fue de domingo a jueves y en Granada tierra soñada, una ciudad preciosa, hecha de de agua y luz. Desde el mismo aeropuerto, que lleva el nombre de Lorca, Granada es poesía. Da la razón al poema de Francisco de Icaza que aparece por todos lados: "Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada".

Segundo, tenemos que contar con una buena base de operaciones. Vale un buen hotel, pero lo ideal es buscar una casa bonita y cómoda. Nosotros nos quedamos en el Albaicín, en una casa de tres pisos con jardín y piscina, con vistas a la Alhambra. Y silencio. Las tardes en la casa con baño, descanso, juegos al rummy con los niños, música en la guitarra, lectura..., lejos del ruido y las gentes, aligeran el alma. Fue un disfrute del que no nos cansamos: ver cómo el amanecer aviva el rojo de esos muros legendarios ("La Roja" es lo que significa Alhambra), oír en el silencio el toque de una campana lejana y asistir, mientras cenamos, a lo que Ganivet decía: "Sale la luna y os besa con su rayo de luz blanca". La Alhambra iluminada, mientras la música de un concierto allí cruza el Darro para llegar a esta casa del Albaicín, es un espectáculo difícil de olvidar.

En tercer lugar, esta escapadita tiene que llevarte a conocer gente que te cuente historias. Desde el taxista que nos lleva y nos avisa: "El que es de Graná y no tiene mala follá, ni es granaíno ni es na", hasta Miguel, que nos cuenta sus escaladas en Sierra Nevada o aquella vez que se trajo una rosa del desierto del Sahara, o cuando encontró, al reformar su casa, empotrado en un muro, un cilindro de cobre que contenía monedas, un periódico de 1928 y un manuscrito con la historia de la casa. O Soledad, que nos hizo un tour interesante por la ciudad, descubriéndonos cosas que nunca supimos o que tal vez habíamos olvidado...

Cuarto, por supuesto hay que darse una vueltita por la ciudad, pero sin tomarse muy en serio el papel de turista. Salir por las mañanas, que están más fresquitas, no hacer colas y no pretender conocerlo todo. Solo pasear tranquilamente por Bib-rambla (La "Puerta del Arenal" en la que en el Arco de las Orejas se exhibían las orejas cortadas a los ladrones), visitar la Catedral, tan bella y luminosa, la más blanca que conozco, o la Madraza, donde el Cardenal Cisneros hizo ese horror de quemar todos los libros de la Biblioteca, o caminar con calma por los jardines de la Alhambra oyendo el agua correr...

En quinto lugar, comer bien, informarse, reservar, aprovechar las especialidades: el chuletón de "Negro carbón", los croquetones de Los Manueles, las migas y el sorbete de arrayán del Parador, los churros del desayuno en el "Alhambra"... Y beber agua de manantial en las fuentes que encontramos a cada paso porque allí el agua viene, pura, de las nieves de las montañas.

Y sexto, gozar de los extras que toda escapadita que se precie debe tener. Como comprar caprichos que nos la recuerden, como un pin para la nevera con forma de ventana mora o un sombrero de ala ancha que no me quité de la cabeza. O como asistir a los gritos que una chica morena y guapa, muy enfadada, lanzaba a un teléfono en un idioma desconocido. Oyéndola, (tenía que sonar justo así), no pude evitar acordarme de la madre de Boabdil peleando al hijo por haber perdido Granada. O el mejor extra, contactar con una amiga querida, Ana la granaína, que es un encanto de persona: nos trajo piononos, los dulces típicos, nos reservó entradas para un concierto de guitarra, nos recomendó hasta un sitio para comer caracoles, nos atendió como a reyes. Y también nos contó historias, como la de la heladería "Los italianos", la de los helados maravillosos, con el tío Hugo y las sobrinas venidas de Italia.

Pero ¿saben qué? Que no hagan mucho caso a estas condiciones mías que me han hecho disfrutar de estos días. Porque las condiciones son lo de menos, ya que cada uno se busca en el ancho mundo su viajito ideal. Lo que verdaderamente importa es escaparse y traer un buen recuerdo para atesorar en momentos bajos o cuando, por otros lugares, se despierte el recuerdo, por ejemplo, cuando oigo el rumor del agua y pienso: "Yo esto lo viví también en Granada". Lo que importa de verdad es la escapadita. Gócenla.

(Para Dani, Myriam, Julia y Álvaro, que nos acompañaron y disfrutaron de esta escapadita)





lunes, 7 de julio de 2025

Sana, sana, culito de rana



¿Ustedes se acuerdan de una serie de los años 80, Cheers, sobre un bar de Boston y de su canción inicial que decía que "a veces quieres ir donde todo el mundo sabe tu nombre"? Pues a mí me pasa eso mismo, pero no con un bar sino con la farmacia. La de mi pueblo, a la que voy creo que todas las semanas, es casi mi segunda casa. No solo las farmacéuticas saben mi nombre y yo me sé los nombres de sus hijas y hermanas, sino que conocemos hasta la vida y costumbres de todas. ¿Será ese uno de los síntomas de hacerse mayor?

¡Y pensar que hace pocos años, cuando mi ginecóloga me preguntó por los medicamentos que tomaba, yo le dije tan orgullosa que ninguno! Ahora tomo 9 pastillas al día, más dos mensuales de vitaminas, más las eventuales de paracetamol y similares. Y a los de mi generación les pasa lo mismo, no crean. Tendrían que ver cuando nos juntamos a comer en los viajes del IMSERSO y cada uno saca sus pastilleros, que van desde el minicofre hasta otros que parecen cajas de caudales. Hasta presumimos de ellos: "El mío es mejor porque separa las pastillas por colores", "Pues el mío por momentos del día: estas para la mañana, estas para la noche..." Y dentro, píldoras con todos los colores del arco iris. Una juerga, oye.

La semana pasada leí que en el anteproyecto de ley de consumo sostenible se veta el ecopostureo, eso de recomendar cosas sin más ni más con etiquetas como "respetuoso con el medio ambiente", "verde", "ecológico"... Yo estoy de acuerdo, ojo, porque a veces las empresas se pasan, pero no puedo por menos de acordarme de lo ecológico que era este tema de las medicinas en la casa de mi niñez. En lugar de tener una caja de medicinas como la que yo tengo ahora a mano en la cocina (en la imagen inicial), el patio de mi casa abundaba en macetas y jardineras llenas de plantas medicinales, que perfumaban el aire y que tanto servían para aromatizar un guiso como para curar un catarro. ¿Que la niña tosía, moqueaba y le dolía la garganta? Agüita de salvia, orégano y tomillo con una cucharada de miel y un chorrito de limón. ¿Que no podías dormir porque tenías un examen? Allí venía mi abuela, después de recoger hierbaluisa, tila y melisa, con su tisana (agüita para nosotros) salvadora y reconfortante. Las flores doradas de la manzanilla florecían todo el año y en infusión calmaban las dolencias de barriga y en paños empapados, las de los ojos. Los gajos del aloe  servían para quemaduras y la piel en general, la cola de caballo y el anís para contracciones del estómago, y para las piedras de riñón, nada como la rompepiedras. Había plantas -el pasote, el llantén, el tomillo, la hierbabuena, el poleo, la ruda...- que parecían servir para todo. Se conocían las hierbas y hasta recuerdo un dicho que decía: "Algoritofe, tofe y tomillo suben la güeleja al ombligo" (Aclaro: el algoritofe es una planta canaria con olor a anís que abunda en el monteverde y a la que se atribuyen propiedades como bajar la tensión; la güeleja se llamaba a un órgano femenino que se creía situado en el vientre; lo de subirlo al ombligo ya es para nota, ni idea).

La naturaleza es sabia. Al mismo tiempo que hay grandes males, hay grandes remedios que las selvas de la Tierra esconden. Nos corresponde descubrirlos e incorporarlos a nuestras medicinas actuales. Y no puedo menos que pensar que los patios y huertas del  mundo fueron (y son) pequeñas y humildes réplicas de esas grandes selvas y que tanto estas como aquellos son poderosos aliados para sanar las dolencias del cuerpo y del alma. 

Los remedios de mis abuelas no son el arsenal de Farmacia de Guardia que yo tengo en mi cocina, pero iban más allá del "sana, sana, culito de rana" y eran muy eficaces. Brebajes, cataplasmas, agúitas, masajes, tónicos... hacían su papel: curaban y aliviaban. Por eso, ahora también, y recordándolas,  esas plantas florecen en mi jardín.

lunes, 30 de junio de 2025

En la ruta de los poetas muertos



(Los que hicimos el sábado pasado la Ruta de los Poetas muertos en la Plaza de la Catedral de La Laguna)

La escritora María Rosa Alonso lo bordó una vez con esta frase: "La Laguna es un amor que dura toda la vida". Y basándome en ese amor que yo también le tengo a mi ciudad natal y en lo noveleras que son mis amigas del colegio, le pedimos a mi colega y amigo Emilio Farrujia que nos hiciera el sábado pasado la Ruta que desde hace unos años organiza, mostrando la ciudad de la mano de siete poetas de los siglos XIX y XX que la cantaron y amaron. Un paseo precioso desde la Plaza del Adelantado (o Plaza de Abajo, como la llamaban antes) hasta los alrededores de La Concepción o Villa de Arriba.

Emilio nació y vivió precisamente allí, bajo el toque de las campanas de La Concepción, y entre sus recuerdos juveniles está acompañar a su padre muy cerca, a la antigua tasca La Oficina, una de las legendarias tabernas laguneras que todos los de mi generación conocimos. Allí se degustaban las perras de vino con su queso y su jamón en viejas barricas que parecían una guardia de honor a ambos lados, allí se hacían tertulias y se chismorreaba, y allí, en sus paredes, los poetas laguneros escribían versos que hicieron inolvidable el local: "Contra la sed ardorosa / es buena medicina / la inyección intravinosa; / para informes, La Oficina". Con semejante educación, no es extraño que Emilio, ataviado elegantemente con su traje y su bombín, como si fuera el poeta Antonio Zerolo redivivo o un personaje de Magritte, se haya dedicado en su "Ruta de los Poetas muertos" a evocarlos al pie de sus bustos, al mismo tiempo que se recorre la ciudad.

La Laguna es bien conocida por todos los que fuimos, pero siempre hay curiosidades que en un paseo de este tipo surgen y que no se conocen o se han olvidado: el lugar exacto de la primitiva laguna señalado en una placa en el suelo de la Plaza de los Bolos, que te indica que si hubieras dado un paso al frente, te hubieras mojado los pies en otra época (antes del siglo XVIII, que fue cuando la laguna se desecó); la noticia de los paseos en barca de los monjes de San Diego del Monte hasta la actual Calle del Remojo; las casas aristocráticas y elegantes de la calle San Agustín y quienes vivieron en ellas, como el corsario Amaro Pargo en el número 5; los incendios que de vez en cuando, como si fuera una maldición, las destruyen (la Iglesia de San Agustín, el Obispado, el Ateneo...); el estanque de los patos de la Plaza de la Catedral, del que todos teníamos un recuerdo del que hablar; las fachadas y sus motivos, en los que no habíamos reparado porque rara vez miramos hacia arriba, como la del Teatro Leal, con sus mascarones, liras y medallones; saber que la piedra roja de algunos palacios y casonas procede de Las Canteras y la azul, más rara, de Pedro Álvarez; descubrir que Manuel Verdugo fue también un excelente pintor (suyas son las Musas del Teatro Leal) y que 4 de los 7 poetas cuyos bustos visitamos, allí tan serios e imperturbables, tuvieron algo que ver con el Instituto de Canarias, aquel en el que Emilio y yo nos jubilamos: Antonio Zerolo fue en él catedrático de Lengua y Literatura y allí estudiaron Guillermo Perera, Nijota y Domingo J. Manrique. Este último fue también catedrático ¡de Caligrafía!, nada menos.

Después en nuestra Ruta hubo pasatiempos y música y, sobre todo, poesía. Manuel Verdugo retrata a La Laguna en uno de mis poemas preferidos: "Ciudad tranquila de los conventos y de las huertas, / mientras la lluvia pule la piedra de tus blasones, / serena tejes tu noble ensueño de cosas muertas / en un silencio pleno de extrañas evocaciones...". Antonio Zerolo recuerda de ella: "Yo a sus templos concurrí, / en sus aulas estudié, / por San Diego paseé / y hasta San Roque subí.". José Tabares la muestra en: "Vedla: reposa en su apacible calma, / en soledad gratísima y amena...". Guillermo Perera habla del patio del Instituto: "Antaño estaban llenos de hondo misterio / los hoy risueños claustros, celdas y salas...". Domingo J. Manrique elogia, arrobado, la Plaza del Adelantado: "Plaza de mis amores, tranquila y perfumada, / todo en ti me seduce, todo en ti es atrayente...". José Hernández Amador canta a la calle Viana: "Hoy he vuelto a esta calle después de largos años / a vivir como un huésped, a transitar por ella, / en mi solar querido otros seres extraños / van dejando a su paso la señal de otra huella.". Y Nijota con su humor característico ironiza: "Unos aman La Laguna / por su perfume pretérito, / sus casonas y su vega, / su recato y su silencio, su íntima vida docente, / su místico arrobamiento...", para contraponerla a la vida moderna y pedir que "¡Dejémonos de leyendas / y de arrumacos poéticos!".

Pero Nijota se equivoca. Si no la estropean, La Laguna, tal como es, con sus palacios y casonas, con sus calles rectas y llenas de vida, con sus claustros y patios, con sus plazas tranquilas, La Laguna tal como se conserva, sigue siendo un amor que dura toda la vida.

Gracias, Emilio, por acercarnos a ella.

lunes, 23 de junio de 2025

Fiestas de graduación: lo mejor que hacen



Junio tiene sabor a cambio, a celebración de estar vivos después de los fríos, a salir por fin a ver brillar las estrellas en noches tranquilas. Junio es siempre el momento de tomar un respiro, el cambio de curso, el cambio de vida. Y es una alegría ver a la gente joven y reconocernos en ellos, cuando respirábamos aliviados y dejábamos atrás exámenes, trabajos, rutinas y responsabilidades y el verano se extendía ante nosotros como un tiempo sin fin para no tomarnos muy en serio. Por eso, por la alegría de las vacaciones, junio es un mes feliz.

Este año he celebrado con mi nieta mayor uno de esos rituales felices de junio, la fiesta de su graduación. Ella, mi Eva, ha terminado una carrera, Bellas Artes, con la que soñaba desde chica, en aquellos tiempos en que dibujaba historias imaginadas y colores imposibles. Fue una ceremonia alegre en la que, al mismo tiempo en el que a cada graduado se le imponía la beca (en su caso, blanca), se proyectaba una imagen con su nombre, su foto actual y una de pequeña, y debajo una frase que se le ocurriera (imagen inicial). Me reí con la suya, que no fue ni filosófica ni de agradecimiento, sino una constatación con doble sentido: "A veces me pregunto qué pinto yo aquí". Fue, como es natural, un evento con discursos en el Paraninfo de la Universidad, rematado con el Gaudeamus, que siempre me emociona, y, ya fuera, con las risas, los abrazos, las fotos con todos los compañeros, conscientes de estar cerrando una etapa y encarando otra en la que cada uno elegirá caminos diferentes que todavía no conocen pero que imaginan emocionantes.

Por todo eso, porque me pareció algo digno de celebrarse, voy a declararme muy crítica con un artículo que leí en el periódico días después. Se titulaba "Fiestas de graduación, seguimos importando tradiciones horteras" y defendía, primero, que "TikTok está plagado de vídeos donde podemos disfrutar el nuevo rito de paso importado de las películas estadounidenses de instituto". Pues no, señor, de hortera, nada, e importada, tampoco. Siempre, desde hace muchos años se ha celebrado la graduación (Gaudeamus incluido), sobre todo, en el Instituto y en la Universidad. En el Instituto siempre hablaba un profesor en nombre de sus compañeros (yo misma lo hice el año en que me jubilé) y un alumno, también por los demás. Y si nos remontamos, tengo fotos de mi padre celebrando con sus compañeros el fin de su carrera de aparejador, allá por los años 40. No era como ahora pero ya existía la idea de que era un día especial.

El artículo seguía diciendo que era "otra celebración de un día que cuesta un Potosí y también ahonda en las desigualdades porque ninguna familia se quiere quedar atrás.". Pues no, señor, tampoco. Lo normal en estas celebraciones es que después se vayan los celebrados a cenar con sus familias (en nuestro caso, a una pizzería que eligió ella) y, luego, se vayan de fiesta a bailar con sus compañeros. ¿Un Potosí? Ni que fueran al Salón del Trono.

Otra crítica del artículo es que celebran las graduaciones hasta en la guardería ¿Y qué? Desde el 2008 ya no hay licenciaturas, sino grados. La vida estudiantil se compone de grados que, como escalones, no queda más remedio que subir. Es lógico celebrar cada tramo y, si se quiere hacer desde pequeño, pues bienvenidas sean las fiestas, que ya bastantes amarguras tiene el mundo.

Y para rematar el artículo la autora se mete con que los adolescentes se emperifollan para las graduaciones: "Ellos parecen matones de películas de Tarantino, y ellas, Juncal Rivero en Noche de fiesta". Esta afirmación no me gustó nada porque, en honor a la verdad, estaban todos guapísimos, los chicos y las chicas. Y me encanta que ese día vayan estupendos, que para eso son jóvenes y están felices.

Así que, al contrario, este es mi mensaje a mi nieta y a sus compañeros graduados: no regateen con los placeres, diviértanse y en este junio disfruten de lo que les haga felices. Mi recomendación es la misma que el Gaudeamus ha hecho a través de los siglos: Gaudemus igitur, iuvenes dum sumus... Alegrémonos, pues, mientras seamos jóvenes...

Lo mejor que hacen.

lunes, 16 de junio de 2025

Cuando sea una mujer mayor



Me gusta un poema muy conocido de la escritora Jenny Joseph (Birmingham, 1932) escrito en 1961, que se llama "Advertencia" y dice así:

Cuando sea una mujer mayor, vestiré de morado,
con un sombrero rojo que ni vaya a juego ni me quede bien
y gastaré mi pensión en brandy y guantes de verano
y sandalias de raso, y diré que no me llega para mantequilla.

Me sentaré en la acera cuando esté cansada
y engulliré muestras en las tiendas y apretaré los botones de alarma.
Y pasaré mi bastón por las barandillas,
y compensaré la sobriedad de mi juventud.

Saldré a la calle en zapatillas cuando llueva,
y recogeré flores de los jardines de otros.
Y aprenderé a escupir.

Puedes llevar camisetas horribles y ponerte gorda,
y comer tres libras de salchichas de golpe.
O sólo pan y pepinillos durante toda la semana.
Y almacenar bolígrafos y lápices y posavasos y cosas en cajas.

Pero ahora tenemos que tener ropa que nos mantenga secas,
y pagar la renta y no maldecir en la calle.
Y ser un buen ejemplo para los niños.
Debemos tener amigos a cenar y leer los periódicos.

Pero ¿tal vez debería practicar ahora un poco?
Así la gente que me conoce no se extrañará ni se sorprenderá
cuando de repente sea mayor y comience a vestir de morado.

Fue votado como el "poema de la posguerra más popular" del Reino Unido en un sondeo que hizo la BBC en 1996 y entiendo por qué. Es la perfecta reivindicación de una vejez rebelde en la que ya te importan poco las convenciones y te puedes permitir hacer lo que te dé la gana. Ese toque medio gamberro de apretar los botones de alarma, escupir, robar (recoger, qué eufemismo) flores de otros jardines puede ser el sueño de una vida en la que siempre se ha sido buenita y modosa, un himno a la alegría de vivir a cualquier edad, un canto a la libertad. Y, además, me parece un detalle muy delicado que se advierta de ello a los que nos rodean para que sepan a qué atenerse.

Así que siguiendo el ejemplo de Jenny Joseph y de otros mayores que he conocido, he estado pensando en cosas que no he hecho y que me gustaría hacer y hoy les cuento mi advertencia para cuando yo también sea una señora mayor.

Cuando sea una mujer mayor, dejaría de conducir (que no me gusta nada de nada) y me gastaría la pensión en pagar a un chófer que me lleve a cualquier sitio, como en la película "Paseando a Miss Daisy", e iría toda contenta saludando desde la ventanilla a todo el mundo, como si fuera la Reina de Inglaterra.

Cuando sea una mujer mayor, terminaría de desterrar todos los zapatos e iría a las bodas y a las ocasiones solemnes con los tenis más cómodos que tenga.

Cuando sea una mujer mayor, mezclaré sabores, como hacía mi padre que de repente untaba mayonesa en el bizcocho, "para ver a qué sabía".

Cuando sea una mujer mayor, llamaré a los niños palanquín, papafrita, tolete, canchanchán, totorota, guanajo, sorullo, machango, tollo, tortolín... para que se porten bien. No me harán caso pero aprenderán insultos de la lengua antigua.

Cuando sea una mujer mayor, dejaré el árbol de Navidad todo el año, iluminando de luz y color los rincones del salón.

Cuando sea una mujer mayor, me subiré a los cochitos locos un día de primavera...

Y ya iré pensando más cosas, porque todavía me quedan tres años para ser una mujer mayor. Tómenlo como una declaración de intenciones porque el que avisa no es traidor.

Lo que no haré es sentarme en las aceras cuando esté cansada porque vete a saber si después me podré levantar.



lunes, 9 de junio de 2025

Niños, a jugar



Encontré en Facebook, en una página que se llama "Yo amo los 80s y...", esta imagen que inmediatamente me hizo sonreír. ¿Recuerdas cómo se llama este juego? ¡Pues claro que todos los que fuimos niños en los años 50 lo recordamos! Mientras los niños pasaban bajo ese puente hecho de brazos infantiles, cantábamos: "¡Que pase misín, que pase misán, por la Puerta de Alcalá, los de alante corren mucho y los de atrás se quedarán". Cuando terminaba la canción, apresaban bajando los brazos al que pasaba en ese momento y en secreto se le daba a elegir entre dos opciones (colores, o frutas, o sitios...). Entonces el niño pasaba al bando elegido cogiéndose de la cintura del de delante y al final, cada bando tiraba para que el bando contrario sobrepasara la raya dibujada en el suelo.

Una vez leí que este juego se inventó durante las guerras napoleónicas, allá por los inicios del siglo XIX, y que ese misín y ese misán eran deformaciones de monsieur y madame. La finura afrancesada y el que tan finamente también se propusiera elegir bando contrastaban con la fuerza que cada uno hacía desde su fila para que el otro perdiera. Muchas veces acabábamos todos en el suelo entre risas.

Esa imagen tenía tropecientos comentarios en Facebook, sobre todo de Hispanoamérica. Desde Perú y Colombia decían que el juego era "El puente está quebrado, ¿con qué lo curaremos?, con cáscara de huevo y burritos al potrero. Pase el Rey que ha de pasar, que el hijo del Conde se ha de quedar". En Chile, "El puente está quebrado, ¿quién lo quebró? La hija del Rey, la tomaremos presa por uno, por dos y por tres". En Argentina, "Martín pescador, ¿me dejará pasar? Pasará, pasará, pero el último quedará". En Venezuela, "Alalimón, alalimón, el puente se ha caído, alalimón, mándalo a componer, alalimón, ¿con qué dinero?, alalimón, con cáscara de huevo, sol y luna, déjame pasar con todos los niños a la capital, el de alante corre mucho y el de atrás se quedará". En México, "A la víbora, víbora de la mar, por aquí pueden pasar, los de alante corren mucho y los de atrás se quedarán tras, tras, tras"... Incluso hay una versión en Euskadi del "que pase misín" en el que los de atrás se quedarán "a limpiar el orinal con azúcar y aguarrás".

De todo este batiburrillo me llaman la atención tres cosas. Lo primero es lo copiones que somos. Basta que algo venga de fuera para que nos lo apropiemos. Aunque el extranjero nos esté invadiendo, "que pase monsieur, que pase madame".

Otra es el poder de la difusión, la transmisión del juego, el boca a boca, la línea que lleva desde el "que pase misín" original hasta sus versiones en todos los países de habla hispana ¡durante dos siglos!. Que sí, que son versiones distintas, pero en todas se habla de pasar por un puente en el que todos corren y se queda uno.

Y lo tercero que me parece digno de atención es: ¿Cómo podíamos estar tan entretenidos la media hora del recreo jugando sin parar a este juego tan simple? Y no solo en el colegio, también recuerdo jugarlo niños y niñas en la calle en los veranos de Los Realejos. Pero es que era divertido, inocente, gratuito y todas las demás connotaciones de un juego. Hablábamos, discutíamos (sobre todo, cuando alguno se pasaba al plantear la elección: "¿Qué prefieres, un riquísimo helado de chocolate o un asqueroso frangollo?"), hacíamos ejercicio, cantábamos y nos reíamos a carcajadas. Desde luego, no estábamos inmóviles y pasivos ante una pantalla. ¿Habrá algún niño de ahora que le pregunte a sus amigos: "Oye, ¿jugamos a que pase misín?"

lunes, 2 de junio de 2025

La buena fama y el echarse a dormir



En los tiempos en que trabajaba y mi hijo iba todavía al Instituto, los dos a veces hacíamos un "duelo de famosos", contando los saludos que cada uno recibía por las calles de La Laguna. Hacíamos trampas, claro, porque si veíamos que el otro iba ganando, nos poníamos a saludar a cualquiera que pasara sin conocerlo de nada. Y cuando recordamos ahora semejante tontería, siempre nos reímos porque los dos sabemos que la fama es efímera y peligrosa y alienante. Sí, mucha gente la persigue, a lo mejor por aquello de "cobra buena fama y échate a dormir". Pero no se fíen. A mí me gusta más la frase de Marco Aurelio que dice: "Si la fama llega después de la muerte, no tengo prisa en conseguirla".

Todos hemos conocido a gente famosa. ¡Yo hasta tengo amigos que han sido y son famosos! Mi amiga Chari, porque fue la primera jugadora canaria de baloncesto que fue internacional; mi amiga Ani, cuando fue Miss Tenerife; mi profesor Don Emilio Lledó, que es académico, Premio Príncipe de Asturias, Premio Nacional de las Letras Españolas y un filósofo como la copa de un pino; mi amiga Ana, por ser la primera mujer nombrada Presidenta de la Academia de Ciencias... 

Pero también me he rozado en la vida con algún famoso (seguro que ustedes también). Yo, con el Papa Benedicto XVI cuando él pasaba casualmente en el papamóvil por la Plaza de San Pedro, a pocos metros de nosotros, repartiendo bendiciones a diestro y siniestro; con Javier Solana, cuando era Secretario de la OTAN en un acto de la Universidad en el que hablamos un ratito; con Jerónimo Saavedra, cuando era Presidente de la Comunidad de Canarias y lo saludamos en Londres en medio de Oxford Street; con el dramaturgo Buero Vallejo, con el que comentamos, en el Colegio Mayor, "Historia de una escalera"... El último fue con el Premio Nobel de Física 2006 John C. Mather, al que saludé y con el que me retraté, como ven en la imagen inicial (después de todo una no se encuentra con un Premio Nobel todos los días), en la Universidad de La Laguna cuando lo nombraron este mayo pasado Doctor Honoris Causa  al mismo tiempo que a mi amiga Ana Crespo.

Me ha encantado conocerlos, la verdad, y los admiro por lo que han hecho. Pero, como aquellos esclavos que iban en los desfiles romanos detrás de los héroes repitiéndoles lo de "Recuerda que eres mortal", me gusta también bajarlos a la altura humana. El mismo John C. Mather en una autobiografía cuenta que se crio en una casa "en la cima de una larga colina, con vistas a un valle lleno de campos, granjas y bosques" e iba a la escuela con los hijos de los agricultores de la zona. Cuenta sus habilidades y sus carencias (le gustaba la física, pero no se le daban bien las humanidades) y reconoce las ayudas prestadas.

El actor Richard Gere en una entrevista dice sobre la fama: "No tiene nada de especial ni nosotros somos seres especiales. Estamos hechos del mismo material que el resto de los seres humanos, y esto hay que tenerlo claro siempre". Y relacionado con esto, recuerdo el casi final de la película Notting Hill en la que el personaje de Julia Roberts es una actriz superfamosa que le pide salir al chico que le gusta, un librero de Notting Hill. Este la rechaza precisamente por la fama -"Vivo en Notting Hill y tú en Beverly Hills, todo el mundo te conoce y mi madre a veces no recuerda ni mi nombre"-, a lo que ella le contesta: "Eso de la fama no es real ¿sabes? Y no olvides que solo soy una chica delante de un chico pidiendo que la quieran."

Al final todo -la fama, los honores-se reduce a eso, a ser personas delante de un reto , a ser seres humanos en busca de aquellas cosas que nos hacen felices.



lunes, 26 de mayo de 2025

La Resistencia y Los Caninos



Mi hija siempre me reprocha y me dice que yo odio a los animales solo porque, cuando voy a su casa y uno de sus cuatro gatos se me echa encima, le digo: "¡Quita, gato!". Pero aunque es verdad que prefiero a los perros (Jardiel Poncela decía que "el gato es el predilecto de aquellas personas que necesitan amar, y el perro, el elegido de aquellas personas que necesitan ser amadas"), si uno de ellos se me echa encima, también le diría "¡Quita, perro!" (si no sé el nombre, claro). Después de todo, tampoco yo me echo encima de ellos.

Así que entiéndanme, no solo no odio a los animales sino que los respeto profundamente y los considero primos cercanos, sobre todo desde que me enteré de que compartimos el 60% de nuestros genes con la mosca del vinagre (cosa que necesariamente tiene que bajarnos nuestra autoestima como reyes de la creación)  y el 75% con los perros, con los que muchos hemos vivido en nuestras casas. Los animales que he conocido fueron siempre perros queridos, y llorados cuando se fueron, y sus nombres permanecen en la memoria familiar: Pimpón, Yan, Bol, Falconetti, Grucho, Rebo... Comprendo perfectamente a De Gaulle cuando decía "Cuanta más gente conozco, más quiero a mi perro" y en la historia, real e inventada, hay perros que han realizado hazañas que ya quisiéramos nosotros, como Rin Tin Tin, Lassie, Laika, Milú y el sabueso de los Baskerville.

Pero entiendo también a los que piensan que "cada uno en su casa y Dios en la de todos", los que se resisten a entrar a otro ser distinto en su casa y en su vida y a asumir otra nueva responsabilidad. Como un amigo mío que lleva años, como si fuera el pueblito de Astérix, "resistiendo todavía y siempre al invasor". Pero los ruegos y pataletas de su mujer y sus hijos han ido minando poco a poco sus fuerzas y, por fin ha accedido con una condición: que firmen un contrato con ciertas cláusulas. Por si alguno de ustedes está en la misma tesitura, les transcribo dicho contrato que tal vez les sea de utilidad:

CONTRATO PRIVADO MASCOTA FAMILIAR

En Santa Cruz de Tenerife a 25 de marzo 2025

De una parte, xxxx con DNI xxxxx, en adelante “La Resistencia”

Y de la otra parte, xxxxxx con DNI xxxxxx (Mayor de edad), xxxxxx con DNI xxxxxxx (Menor de Edad) y xxxxxxx  con DNI xxxxxxxx (Menor de Edad), en adelante “Los Caninos”

Todas las partes residentes en la vivienda situada en xxxxxxxxxxxxxx,

EXPONEN

· Los Caninos quieren adoptar un perro/a proveniente de la raza Golden 

· La Resistencia se opone a ello. Solo aceparía (y a regañadientes), si se cumplen todos y cada uno de los siguientes TÉRMINOS y CONDICIONES

1.- LÍMITES EN LA CASA: 

· El perro/a vivirá en la terraza delantera de la casa. Allí se le instalará una caseta con todas las comodidades, sus juguetes, su comedero y bebedero. La Resistencia se encargará de instalar todo.

· El perro/a únicamente entrará en la casa para ir a la terraza de atrás o para cruzar el salón con el motivo de entrar/salir de la casa para el paseo exterior de hacer sus necesidades.

· El perro/a tiene terminantemente prohibido subir al piso superior. En ningún caso cruzará más allá del primer escalón del salón.

· El perro/a tiene terminantemente prohibido subirse al sillón del salón.

2.- LIMPIEZA e HIGIENE: 

· Los Caninos se encargarán en todo momento de la limpieza tanto del perro/a como de las zonas comunes (terraza, caseta, suelo..), que se encuentren sucias ya sea por caca, pis, pelos, babas, olor…

· La Resistencia NO limpia nada. Además si considera que el perro/a huele mal o ve indicios de suciedad, Los Caninos lo limpiarán lo antes posible.

· La Resistencia les proveerá en todo momento de materiales para ello: ambientadores, bolsas, recogedor, etc.

3.- SALIDAS o PASEOS DIARIOS

· La Resistencia NUNCA NUNCA NUNCA se encargará de pasear al perro/a (salvo que por decisión propia decida hacerlo). Esta responsabilidad y obligación recaerá SIEMPRE en Los Caninos. Lo tendrán que sacar a pasear para hacer sus necesidades todos los días de la semana (incluidos sábados y domingos), 2 o 3 veces. A primera hora, al mediodía y por la tarde/noche. 

· En cada paseo deberán llevar la correspondiente “bolsita” y una botella con agua para limpiar lo que manche el perro/a

4- EDUCACIÓN y ADIESTRAMIENTO

· La tarea de educar al perro recaerá únicamente en Los Caninos. El perro/a deberá estar muy bien educado. Deberá obedecer a las órdenes de: échate, siéntate, quieto, junto…. También deberá aprender a caminar al lado del que lo pasea cuando sale a la calle.

· La Resistencia no tendrá responsabilidad alguna en este aspecto. Actuará como un abuelo.

· En caso de conflicto con la vecindad, será resuelto por Los Caninos.

5.- COMIDAS

· El perro/a no recibirá comida Gourmet especial. Todas las partes concuerdan que la comida para perros de siempre va bien

6- VIAJES, Fines de Semana y Ocio

· El perro/a NO VIAJA en ningún caso

· Cada salida o viaje que hagamos, se quedará junto con sus padres (así los ve y los visita como un buen hijo/a)

· Únicamente nos acompañará cuando subamos a alguna finca o casa que admitan perros 

7- NOMBRE

· La Resistencia tendrá el poder de Veto sobre el nombre seleccionado por Los Caninos.

· El nombre será acordado por ambas partes

· Se decide que el perro/a se llame:      ……………………………………………………………..

8- OTROS

· Cualquier otro aspecto que tenga que ver con el perro/a se decidirá por acuerdo entre las partes

ACEPTO TODO LO EXPUESTO ANTERIORMENTE

xxxxx                                    xxxxx                   xxxxxx                                    xxxxxxx

La Resistencia Canino1 Canino2 Canino3

Este es el contrato que a regañadientes también han firmado Los Caninos. Pero, ay, amigo mío, alias "La Resistencia", desde el momento en que el perro te mire suplicante, mimoso y cariñoso a los ojos, estás perdido. Te veré paseándolo, dándole comida gourmet a escondidas y dejándolo entrar hasta el recinto sagrado de tu habitación. Y si no, al tiempo.

Por cierto, es una perrita monísima y se llama Florinda (en la imagen inicial)


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