lunes, 7 de abril de 2025

Oda al puchero



No hay nada mejor, para un día lluvioso y volandero como el de la semana pasada, que mandarse un buen puchero entre pecho y espalda con los amigos. El viernes lo hicimos en la Tasca Fernando de mi pueblo, la de los padres de Pedri, el del Barcelona, que al mismo tiempo que educaban a su hijo en el arte de darle patadas al balón, nos educaban a nosotros en el del buen comer. Y los viernes los dedican al puchero canario (y, como es natural, los sábados al tumbo).

Y allí estuvimos, la lluvia fuera y el puchero humeando en la mesa. Con sus carnes, su bubanguito y su col tierna, su calabaza y zanahorias, sus papas y batatas, sus habichuelas, sus piñas y garbanzos... Y aparte, su mojo de cilantro y su gofio escaldado con cebollas en cazuela de barro. La Biblia cuenta que Jacob le compró a su hermano Esaú la primogenitura por un plato de lentejas. No me extrañaría nada que alguien más lo hiciera por este plato nuestro, sabroso y completo. Porque Bécquer no lo cató porque si no, hubiera escrito la Rima XXIII así: "Por una sonrisa, un mundo; por una mirada, un cielo; por un puchero... ¡yo no sé qué te diera por un puchero!".

¿Y no merece un poema? El poeta canario Domingo Enrique allá por el siglo XIX pensó que sí y le dedicó este que no me resisto a compartir con ustedes:

Después de recorrido un espacio corto, Febo

se prende la negra hornilla con carbones de haya o brezo.

Se echan seis litro de agua en el puchero,

al caldero, de la vecina tinaja, con los menesteres estos:

Primero, carne de vaca, dos kilos de pierna o pecho;

un argollón de morcilla, tres chorizos, y de puerco,

cinco onzas; de garbanzos de Castilla o conejeros

igual suma; y una dosis de tres de sal (del impuesto).

Y cocidas que hayan sido las partes de lo que expreso

se apartan (así se dice en el canario archipiélago).

Y por la candente boca del atezado caldero

que fervoroso espumaje airado despide a intervalos,

impulsando su cubierta el vapor bulle dentro

cual si Luzbel estuviese metido en aquel infierno.

Échase la calabaza (sobre un kilo más o menos),

habichuelas, chayotes, ñames, peras y bubangos tiernos;

y cuando haya sazonado el fuego tanto totum revolutum

como lo que dicho llevo,

apártense las verduras para reemplazarla luego

con papas y batatas, cuya cantidad o peso

generalmente consiste, según informes muy ciertos,

de aquellas en cinco libras, las batatas en dos menos.

Témplese entonces, ¿Y cómo? Es sencillísimo hacerlo:

Azafrán, ajos y clavos en el almirez casero

se trituran, se machacan con la manilla de fierro;

y, semejante a una esquila que repica algún chicuelo

en son de chanza, produce el propio repiqueteo.

Del caldo una cucharada se vierte en él, diluyendo

las especias que se arrojan incontinenti al caldero

y allá cuando el sol declina y alumbrar va otro hemisferio

las carnes y las verduras tornan otra vez al fuego.

Unidos los componentes todo por escaso tiempo,

en el caldero hacinados recibe calor de lleno.

Y es de verle tan orondo, pletórico hasta el exceso,

oloroso y humeante como diciendo: Está hecho.

De seguida se coloca el manjar populachero

en anchurosa bandeja, blanca como flor de almendro.

Lo demás, huelga decirlo: se hizo para comerlo,

y se come... ¡Ya se sabe! Con la boca y los cubiertos.

Con el suculento tumbo que resulta del puchero

se agasajan los criados en derrededor del barreño

a la hora de la queda en que tocan a silencio

y los ojos parpadean al influjo de Morfeo.


Hay cosas que merecen una oda y hasta que se les ponga música. Y una de ellas es este puchero, un día frío de abril entre ruidos de platos, tintineo de copas y la conversación con los amigos de toda la vida. Un momento feliz ¡Salud!

lunes, 31 de marzo de 2025

Los alegres despertares



En la casa familiar de mi niñez no había despertadores. Mi abuela era nuestro despertador natural. Ella abría los ojos al alba y preparaba el café moliéndolo y, antes de las cafeteras exprés, colándolo gota a gota en aquellos coladores de tela. Si no nos despertaba el maravilloso olor mañanero del café, lo hacía mi abuela que, durante el curso, nos traía a la cama un café con leche. Y después de vestirnos, ya desayunábamos como es debido en la cocina, generalmente una leche con gofio y un trozo de los  esponjosos bizcochos que ella hacía.  Pero los días de fiesta y las vacaciones nuestro despertar era más musical. Mi madre nos despertaba cantándonos una canción sin sentido de Bonet de San Pedro que decía: "Arriba con el tirolirolílorí, abajo con el tiroriloleiro, se juntaron las dos esquinas a tocar la mandolina y a bailar el solirón, pompón". Y a veces mi padre también lo hacía, pero él, curtido por dos años de cuartel que le tocó hacer después de la guerra, lo que nos cantaba era: "Quinto, levanta, tira de la manta, que viene el sargento con el cinturón". Otra cosa, no, pero entretenidos sí que eran los despertares en mi casa.

Y es que el invento del despertador, aunque no lo parezca es de ahora mismo. Aunque fue por el año 1787 cuando el estadounidense Levi Hutchins lo inventó, su producción masiva no ocurrió hasta 1947, un año antes de que yo naciera. ¿Cómo se despertaban antes? Con el sol, claro, igual que las gallinas, pero también con las campanas de las iglesias, que fueron la única referencia horaria hasta que las sirenas de las fábricas empezaron también a marcar la hora con sus silbidos. Antes funcionó un servicio de personas-despertadores que, por unos céntimos, hacían la ronda despertando sobre todo a panaderos y campaneros. A finales del XIX todavía quedaban en París una docena de mujeres con este oficio y, en la Inglaterra de la Revolución Industrial, los knocker-up iban con una vara larga golpeando las ventanas de sus clientes. Y había otros trucos, como poner un clavo en una vela, calculando el tiempo en que se derretía y, cuando lo hacía, el clavo caía sobre una chapa de metal haciendo que el ruido despertara al bello durmiente. Mira que el ser humano es ingenioso...

Cuando pensamos en toda esta historia, hasta nos sentimos orgullosos de haber domesticado al tiempo. Aunque siempre nos queda la duda: ¿No será al revés y es el tiempo el que nos ha poseído a nosotros? Porque, al inventarse despertadores, cronómetros, relojes que cuantificaban las horas, surge también la idea de que se podía perder el tiempo, que había que aprovecharlo bien porque era algo valioso, que se podía comprar y vender. En "Momo", el libro de Michael Ende, los hombres grises lo saben bien y toman posesión de los hombres, robándoles el tiempo como sanguijuelas. En el libro la lucha de Momo es contra ellos porque en él se concluye que el tiempo es la vida y no hay nada más valioso que nuestras horas irremplazables.

Hoy creo que los jubilados, que tenemos menos futuro que pasado, somos los más conscientes de esa idea. Y, aunque ahora los despertadores forman parte del escenario normal de cualquier casa, sabemos que el verdadero lujo está  en que podemos prescindir de ellos ¿Qué mejor despertar que hacerlo al oír a los pájaros anunciar un nuevo día, o el sonido del viento en las ramas o de la lluvia en los cristales? ¿O que quien vive contigo te despierte, si ya no con canciones como hacían mis padres, con un beso de buenos días? Es la mejor manera de abrir la mañana con una sonrisa y de hacer de cada día una obra de arte.

P.D.: Aunque me ha dado mucha rabia que este fin de semana pasado, el último de marzo, nos hayan robado una hora de nuestro tiempo ¿Serán los hombres grises?

lunes, 24 de marzo de 2025

Momento Robinson



Uno de los primeros libros que leí, a los 12 años, fue "Robinson Crusoe" de Daniel Defoe. Todavía conservo el libro de entonces, de Editorial Bruguera, edición de 1960, cuya portada, obra de Vicente Roso, pueden ver en la imagen inicial.

"Robinson Crusoe" es un canto a lo que ahora se llama resiliencia, pero que siempre ha sido superación de obstáculos o capacidad de adaptación que tenemos los humanos frente a las situaciones adversas que nos encontramos en la vida. A mí siempre me maravilló la historia de ese hombre que se ve arrastrado por el mar a una isla desierta (que con razón llamó la isla de la Desesperación) y es capaz, desde cero, de vivir en ella, de construir su casa, de alimentarse y protegerse. En un primer momento incluso hace una lista de Males y Bienes y escribe entre los primeros: "Me encuentro abandonado en una isla desierta, sin esperanzas de salir de ella"; y en los segundos: "Pero estoy vivo y no me ahogué, como mis compañeros". O "No tengo vestidos con que cubrirme" y "Pero vivo en un clima caluroso, donde, si los tuviera, no podría usarlos". Por esta defensa de los pros frente a los contras, es el protagonista de novela más positivo de toda la literatura.

Pienso en él muy a menudo porque creo que todos hemos pasado por un "momento Robinson", momento en que parece que nuestra vida cambia por completo, en que nos planteamos, abatidos, el "¿Y ahora qué hago?" y, sin embargo, nos ponemos de pie y salimos adelante.

Rosa Montero una vez habló de que el escritor Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura, fue internado a los 15 años en el campo de exterminio de Auschwitz y mucho tiempo después escribió: "Pese a la reflexión y al sentido común, no podía ignorar un deseo sordo que se había deslizado dentro de mí, vergonzosamente tan insensato y sin embargo tan obstinado:  yo quería vivir todavía un poco más en aquel bonito campo de concentración". Aquel adolescente, comenta Rosa Montero,  estaba tan lleno de ganas de vivir que consiguió acostumbrarse al infierno.

Y una escritora canaria, Cristina Arvelo, escribió hace poco un libro titulado "¿Y si no vuelvo? Aventuras y desventuras de una antimochilera en el paraíso", en el que narra su experiencia vital, la de una apasionada por los viajes, una mochilera que se ha recorrido el mundo y que de repente ve que una enfermedad grave puede cortarle las alas. Pero lo que hace es no renunciar a sus sueños sino cambiar la forma de viajar, desechar las cosas que no podía hacer pero disfrutar de las que sí podía. Es decir, adaptarse. Siempre hay otros caminos.

Sorprende ver cómo se superan las personas que han sufrido un incendio, un terremoto, una erupción de un volcán, una pandemia, una desgracia... Gente que lo pierde todo, pero remontan y con el tiempo vuelven a ser felices. Como mi abuela, chapó por ella, que se vio en la calle con 4 hijos, sin su casa  y sin la tienda que era su medio de vida, y, sin embargo, salió adelante haciendo los dulces más ricos de La Palma y dando educación a sus hijos.

Si buscan, también ustedes pueden haber visto de cerca un momento Robinson. Porque así somos los humanos: adaptables, resistentes, tenaces, supervivientes. Ya lo dijo Darwin: no es la ley del más fuerte la que nos hace evolucionar como especie, sino la capacidad de adaptación a los cambios. Afortunadamente, la vida siempre se hace un lugar.




lunes, 17 de marzo de 2025

La vuelta al hogar de la paloma bariolé


Yo sé que lo de recorrer el mundo está muy bien y que, cuando leemos historias de aventuras tipo Julio Verne o cuando recibimos fotos de viajes maravillosos (como el de mi amiga Lali este mes a Colombia), nos entra el anhelo de coger el primer avión y decir: "¡A dónde sea!". Pero también sé, igual que la viejita aquella a la que el cura le hablaba de las delicias del cielo, que como en la casita de una no se está en ninguna parte.

Eso mismo es lo que debe haber pensado la paloma bariolé nº 1034017 que la semana pasada llegó a casa después de haberse perdido en un viaje a Fuerteventura hace 6 años. Probablemente pensó, como buena bariolé (bariolé, uno de los adjetivos aplicados a las palomas mensajeras, significa eso, de colores vivos y variados), pasear sus tonos malvas, verdes, tornasoles... por las islas más orientales, e igual, ya que estaba allí, darse un garbeo por tierras africanas para conocer de primera mano a sus colegas de allá. Pero el caso es que algún ramalazo de nostalgia se le debe haber despertado, o se hartó de la arena del desierto, vete tú a saber, y después de tanto tiempo ha sabido encontrar el camino de vuelta y ha llegado aquí, segura de encontrar buen pienso y agua fresca esperándola. Ahí está, contándole a las demás sus aventuras para darles envidia, pero contenta en el fondo del hogar, dulce hogar.

Ahora, en estos días lluviosos en los que voy a cumplir años, a mí también se me pintan de primavera y de deseos de celebrar en casa el que estoy aquí, con los míos, con ustedes. Y como un eco de la paloma viajera, estos días he hablado, con amigos, de historias de aquellos que se fueron lejos y no volvieron, porque no quisieron o no pudieron encontrar el camino; he leído libros en que los protagonistas, como tantos en la vida real, ansían hallar un sitio, seguro y cálido, al que puedan llamar su "casa"; hasta he recordado aquella canción desgarradora de Navidad que decía: "Ay, qué triste es andar en la vida por sendas perdidas, lejos del hogar..."; y he recordado también los juegos de los niños, de pequeños, persiguiéndose, cuando corrían a refugiarse en mis brazos al grito de "¡Aba es casita!".

Que todos los errantes del mundo tengan, como nuestra bariolé, un lugar al que volver y que llamen casa. Y a los que se asoman al exterior, que no sea muy lejos y que vuelvan pronto.






lunes, 10 de marzo de 2025

Los "ochoemes"



Escribo este post (que publico el lunes 10 de marzo) dos días antes: el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, el ochoeme. Es también sábado de piñata y desde por la mañana, estoy recibiendo mensajes de felicitación de todo tipo.

Hay muchos que se limitan a desear un feliz Día Internacional de la Mujer, acompañado de flores, pájaros y corazones. Pero a otros el Día les despierta el romanticismo y se lanzan con poesías como esta: "Eres alondra sin lazo / y nunca pájaro preso. / Eres simplemente un beso / desde el alba hasta el ocaso. / Eres el seguro paso / del sincero y diario amor. / Fulguras dulce esplendor, / madre, novia, esposa amante: / Eres la flor de un instante / y la ternura mayor". También es verdad que hay quien piensa que la poesía solo es cuestión de rima y manda una con la siguiente estrofa, entre otras: "La mujer trabaja en casa, / por lo tanto sí trabajo / y el que diga lo contrario / que se vaya pa'l c...". 

También me llegan felicitaciones con canciones, como una que empieza diciendo: "Hoy te invito a ser feliz" y otra, "El sexo débil" de Jaime Camil, muy bonita: "Mujeres de fuego, corazones gigantes, capaces de salir adelante aun contra el dolor de dar la vida por amor. Mujeres, intensas como estrellas fugaces, con sueños invencibles que brillan en cualquier lugar, que nos enseñan a volar y vencen cada tempestaaaad..."

Otros mensajes apelan a lo valientes que somos, como estos: "Sé la heroína de tu vida", "Feliz Día, guerreras, luchadoras, trabajadoras", "Rompemos moldes", "Para todas las mujeres valientes y luchadoras que jamás se rinden", "Para todas las mujeres que brillan en el mundo con su fuerza, valentía y amor", "Las palabras que nos unen: paz, alegría, igualdad, fortaleza, sororidad", "A ti, que luchas y trabajas por construir un mundo mejor", "A ti, mujer, que eres fuerte como el roble, tienes el valor de un caballero armado y una dulzura contagiosa..."

Hay felicitaciones de hombres que nos dan las gracias por ser el pilar que soporta la vida. Otros se me ponen religiosos y brindan "por ese ángel que Dios puso en nuestros caminos", nos dicen que "Dios nos dio la bendición de haber nacido mujer" o nos ponen de ejemplo a las mujeres de la Biblia.

Y están las reivindicativas, las que enseñan el dedo corazón ante frases como "Te veo más gordita", "¿Estás con la regla?... Se nota", "Si no tienes novio es porque no quieres", "¿Y si te pones algo más femenino?". A mí me parecen apropiadas las que, como en la imagen inicial, piden "igualdad de derechos:  Igual remuneración por igual trabajo, independiente de sexo, raza o religión". Más que nada porque ese es el origen de los ochoeme.

Los 8 de marzo,  desde aquel lejano de principios del siglo pasado en que más de 15000 mujeres pidieron en Nueva York más igualdad y justicia social, son días de fiesta en algunos países (Festa della Donna en Italia) y días grandes para mucha gente. La chica que me ayuda en casa, que es búlgara, me cuenta que en su país ese día se ve a todos los hombres por las calles con ramos de flores para sus mujeres. Allí, que hasta hay un Valle de las Rosas, es el mayor homenaje. Aquí, si no flores, hay manifestaciones de miles de personas en defensa de derechos conquistados y cientos de felicitaciones que llegan a nuestros correos. 

Debo confesar que me conmueven y no puedo evitar sentirme abrumada por tanta alabanza. ¿De verdad nos ven tan valientes, tan capaces? Dan ganas de decir lo de "Ya será menos", pero, optimista como soy, sí que me siento orgullosa y contenta de ser mujer y feliz de acompañar en la vida a la otra mitad de la humanidad. Y tal vez, quizás, a lo mejor... en un futuro podremos entre todos conseguir el cambio hacia esa igualdad soñada. Feliz Día Internacional de la Mujer.

lunes, 3 de marzo de 2025

Papelitos, wasaps y Reina del Carnaval



Yo reivindico -y estoy totalmente convencida de ello- que los verdaderos inventores del wasap fuimos nosotras, las niñas de los 50 y los 60 que, en aquel enorme salón de estudio del colegio, nos mensajeábamos sin parar. Una entraba allí y veía a todo el mundo en silencio, con la cabeza gacha, mirando aparentemente con concentración el libro de texto. Pero debajo de esa calma se podía sentir una energía soterrada, como líneas de comunicación que iban saltando de pupitre a pupitre. 

Los mensajes que mandábamos y recibíamos en papelitos superdoblados hablaban de todo nuestro mundo: "Sor Mortificación es una bruja. Pásalo", "Y huele fatal", "Ayer al salir del cole, vi a Luisito", "¿Te dijo algo?", "Sí, me dijo Hola", "¡Qué emocionante!", "Te invito a mi cumpleaños el jueves por la tarde, pero no se lo digas a Juana que con ella no me ajunto", "¿A qué película vamos el domingo?"... Yo recuerdo contarnos en esos papelitos cómo era nuestro chico ideal con vestidos y todo y hasta los nombres de nuestros futuros hijos. 

Ahí se cocinaron alianzas, complicidades, odios eternos que duraban dos días y amistades duraderas de verdad. Alguna rara vez nos interceptaban ese correo, claro que sí, y nos castigaban, pero eso solo añadía más emoción al tema ¡Éramos las Miguel Strogoff del colegio! Y estábamos anunciando el wasap del futuro, aunque no lo  sabíamos.

Recordé todo esto esta semana en que empezaron oficialmente los carnavales con la Gala de la Elección de la Reina del Carnaval. El disfraz de la Reina del Carnaval de Tenerife se puede decir que es una obra mastodóntica, una especie de Monumento a Franco, pero con brillores, soles, guacamayos, purpurinas, plumajes y toda la pesca que se les ocurra, un camión-carroza colorido de mil toneladas que va arrastrando (no sé cómo) una pobre y guapísima chica con la sonrisa puesta. 

Pero todos los años la veo con mis amigas del colegio, cada una en su casa pero wasapeando sin perder un detalle: "¡Qué barbaridad de traje!", "A esa se le ven los morcillones", "Los colores no pueden ser más horteras", "¿Y de dónde sacan los nombres del disfraz?", "Esta pobre se cayó dos veces y milagro no muere aplastada por el traje...", "Pues esta es simpática", "A mí lo que no me gusta es que hagan como que cantan", "Esta es terrorífica. Cuando llevan bichos no me gustan nada", "Este es otro mazacote"... Yo les comento que tengo una boda en octubre y que igual les pido prestado uno de los trajes para ir sencillita pero informal. Ahí ya hay más comentarios añadiendo a mi futuro vestuario una maceta de matasombra en la cabeza y otros detalles. Al final acordamos votar por correo por la que más nos gusta (mi voto coincidió con el del jurado, la número 7). Y seguimos comentando hasta el final datos sobre los trajes, los presentadores, los asistentes, las comparsas y las murgas. No nos quedó títere con cabeza.

Hay una cadena invisible entre aquellos papelitos del colegio y estos wasaps de ahora. Una cadena hecha de confianza, experiencias compartidas en toda una vida, aceptación mutua incluso de opiniones disparatadas y mucho humor: amistad pura y dura.

Si no existiera esa cadena, ¡a buenas horas me pegaba yo la Gala de la Elección de la Reina del Carnaval!

lunes, 24 de febrero de 2025

La fin del mundo



Mi prima María Elena tenía una vecina, Fefa se llamaba, que se pasaba la vida pronosticando "la fin del mundo", así en femenino, como si todas las desgracias fueran de ese género. Y ahí entraba todo: cometa Halley, cambio de siglo, predicciones de los mayas y todas las catástrofes y hecatombes habidas y por haber.

Si Fefa, esté donde esté, supiese lo del asteroide 2024 YR4 que, según las agencias espaciales y los astrónomos, a lo mejor chocará con la Tierra el 22 de diciembre de 2032 (recuérdenme no comprar lotería de Navidad ese año), igual sentiría que toda su vida y su misión de agorera estarían totalmente justificadas: al final, la fin del mundo está, como quien dice, ahí mismito, a la vuelta de la esquina.

Según la NASA, la probabilidad de que el asteroide de las narices (entre 40 y 90 metros de diámetro se especula que tiene) nos espachurre ha subido al 3,1 %, cuando a principios de mes el riesgo rondaba el 1,2%. La cosa es para sentirse como Tintín en La estrella misteriosa cuando ve una luz muy potente en el cielo que cada vez se acerca más y más. "Sí, este bólido va a chocar contra la Tierra", le dice el Director del Observatorio. "¡Santo cielo! Entonces ha llegado...", dice, consternado, Tintín. "¡EL FIN DEL MUNDO, SÍ!", contesta el Director. O por lo menos, el fin de un mundo ¿No desaparecieron los dinosaurios hace 66 millones de años precisamente por el impacto de un asteroide?

¿Qué haríamos si, cerquita de 2032, nos dijeran que las probabilidades del gran impacto subieron al 100%? A esta pregunta los hay que tienen lo que yo llamo la respuesta avestruz: esconderse donde sea, mientras el mundo externo se desmorona. Como el grupo de supermillonarios que, bajo las praderas de Kansas, se han construido un refugio de lujo con apartamentos de más de dos millones de dólares, piscina, biblioteca, sala de cine y una granja interior que puede abastecer a 70 personas durante 5 años. O como aquellos que, cuando los mayas profetizaron el final en el año 2012, se fueron al Languedoc a esconderse en las cuevas y pasadizos subterráneos del pico de Bugarach, que algunos piensan que son obra de los cátaros o de los extraterrestres, fíjate tú.

Están también los que piensan , como El Roto en su viñeta de hace unos días, que "el meteorito que quizás destruirá la Tierra está habitado por nosotros" (en el más puro estilo sartriano de que "el infierno son los otros"). También Irene Vallejo, recordando la silueta semienterrada de la estatua de la Libertad al final de la película "El planeta de los simios", dice que "la posteridad depende del uso que damos hoy a nuestra libertad y que el auténtico cataclismo -y su posible solución- somos nosotros".

Yo haría lo que otros muchos han pensado si el cielo cayera sobre nuestras cabezas, como temían los galos de Astérix: me sentaría en la terraza, viendo la tarde (o el meteorito) caer, a tomarme un café (o, ya puestos un chocolate con churros o un gin-tónic, y a la porra la contención); o quedaría con familia y amigos (que cada uno traiga algo para acompañar el champán que pongo yo) para comentar lo que vivimos en ese momento.

Y, cuando ya el instante haya pasado sin que se moviera ni una sola hoja de un árbol, brindaría por el gran Montaigne que dijo aquello de "Mi vida ha estado llena de terribles desgracias la mayoría de las cuales nunca existieron". 

lunes, 17 de febrero de 2025

La banda sonora de la vida



En una novela de Kureishi, un niño pregunta: "¿Papá, para qué sirven las canciones?". Y el padre responde: "Para que seas feliz aunque sea por unos minutos". Yo tengo que reconocer que en este principio de año la música me ha hecho feliz bastante más que unos minutos.

Por un lado, convencí a mi marido para que entrara, aquí en el pueblo, en un grupo de pulso y púa para seguir tocando la guitarra que había descuidado desde la pandemia. Y ahí me tienen cada semana disfrutando (y hasta cantando bajito para que no se note) en los ensayos en los que 20 y pico personas, ya con la vista puesta en las próximas romerías, tocan y cantan isas, folías, berlinas, polkas y todo lo que el folklore ofrece.

Por otro lado, los Reyes Magos nos regalaron una entrada al concierto de los chelistas de la Filarmónica de Berlín y fue una noche de las de recordar: versiones mágicas de melodías de siempre como La Strada, Caravan,  Sous le ciel de Paris, Yesterday, La vie en rose... ¡Precioso!

Además, fui por primera vez en mucho tiempo ¡a un baile!, con un grupo de amigos de mi quinta en el que bailamos, como si no hubiera un mañana, desde el bolero "Es la historia de un amor" hasta lo de "A quién le importa lo que yo haga, a quien le importa lo que yo diga, yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaréééé...".

Luego, tengo la suerte de tener amigos que, en lugar de mandar por wasap panfletos sobre lo mal que anda el mundo, me han enviado estos días maravillosas canciones que me alegran el día con la música de los clásicos y la voz de los grandes.

Y además, vi de nuevo estos días (la he visto un montón de veces) la película Yesterday, que habla de un universo paralelo en el que no existieron Los Beatles y solo hay una persona que recuerda sus canciones y las canta y se hace famoso, claro. Cuando encuentra a otras dos personas que también los recuerdan, él espera que lo denuncien pero ellos le dan las gracias "porque un mundo sin Los Beatles es infinitamente peor" (perdón por el spoiler).

Lo mismo podríamos decir de la música: la vida sin ella, ya lo decía Nietzsche, sería un error, no tendría sentido. Es su banda sonora, el "remedio de los males, inagotable fuente a escanciar cada día..." (Marilina Rébora). Y es una de las cosas que no necesitan traducción y que podemos encontrar por todas partes.

Hay música en el viento, cuando mueve las ramas.

Hay música en las olas con su ritmo pausado y a veces melancólico.

Hay música en el canto de pájaros al alba e incluso la hay en cantos de ballenas que vagan por los mares lejanos.

Y Lorca nos decía que la lluvia despierta una música humilde "que hace vibrar el alma dormida del paisaje".

Lo último que oí es que, desde el espacio, más allá de planetas, de soles y de lunas, los astrónomos oyen un trino misterioso (ondas coro lo llaman), que llega hasta nosotros. ¿Tendría razón Pitágoras cuando hablaba de músicas celestes y oídos atrofiados?

Hace muchos años, en una visita a Praga, descubrimos que en un café cercano iba a cantar Diana Krall. Fuimos a verla y estaba llenísimo, nos sentamos donde pudimos y fue una experiencia especial y sorprendente. Aparte de la música, de su increíble voz y su presencia, lo que más recuerdo es cómo nos miramos y nos sonreímos todos los que, al terminar, estábamos a su alrededor, como si, después de compartir un momento único, despertáramos de un sueño fantástico.

La música tiene ese poder. No puede cambiar el mundo pero nos une a todos y reconforta nuestras vidas. Y eso nos hace felices.

lunes, 10 de febrero de 2025

¡Luz, más luz!




El viernes por la noche, sobre las 9 y pico, se nos fue la luz. Estábamos viendo mi marido y yo la película Su juego favorito (ya saben, aquella de Rock Hudson en la que él, una autoridad en pesca con libros publicados y todo, confiesa que no ha pescado en su vida), cuando de repente la tele y la casa entera se quedaron completamente a oscuras. Y, al mirar por la ventana, tampoco tenían luz las casas de alrededor ni el pueblo allá en la carretera, solo iluminado por los faros de los pocos coches que pasaban.

Cuando ocurren estas cosas, la primera reacción es clamar, como Goethe en sus últimas palabras, lo de "¡Luz!¡Más luz!". Y, por supuesto, la segunda es buscar en la despensa el surtido de palmatorias, velas y linternas que una siempre guarda por si acaso.

La electricidad es algo tan natural en nuestras vidas que lo damos por hecho. Es el Dios contemporáneo, siempre presente, brindándonos no solo luz y calor, sino también comunicación con los demás (descubrí con horror que mi móvil cuando se fue la luz solo tenía 6% de batería), imágenes, distracción, protección. Pero todos nosotros, los mayores, recordamos tiempos en que no era tan normal y segura, sobre todo en los pueblos. Son recuerdos de mi niñez el cenar, en los veranos de Los Realejos, muchas veces a la luz de un quinqué; ver en Los Sauces a la gente bajando por La Calzada con linternas cuando venían de la fiesta en la Plaza y, en las calles mal iluminadas, los cigarrillos encendidos y el resplandor trémulo de una vela tras las ventanas. Y, más tarde, en el 82, la primera vez que fui a La Graciosa, la luz tampoco estaba asegurada. Había un motor que se apagaba puntualmente a las 12 de la noche y todos los que a esa hora estábamos sentados a la fresca en El Palo (un tronco que el mar había traído y que servía de banco) nos quedábamos a la luz de las estrellas y de alguna linterna ocasional.

No, la luz no es algo sobreentendido en nosotros. Por eso nos asombra en los animales y organismos que la poseen de un modo congénito: en el plancton que resplandece en algunas bahías del Caribe; en los chispazos de luz verdosa que se apagan y encienden en los bosques de Indonesia; en los escarabajos ciegos que viven allá, en lo más profundo de la oscuridad, pero que tienen en las cabezas unas puntas redondas, rojas y brillantes; en las medusas transparentes que irradian luz; en las luciérnagas que, al principio del verano, iluminan los bosques; en los corales submarinos que resplandecen como altares de oro; en las criaturas marinas microscópicas que captan la luz del sol y la emiten de noche... Nos maravilla que en ellos sea algo tan propio y natural (la bioluminiscencia la llaman) que no tengan que pagar por ello, como nosotros. Y nos frustran los apagones que sufrimos porque nos recuerdan que somos dependientes y que en cualquier momentos podemos perder lo conseguido.

Al final, no ocurrió como en aquella frase, tan bella y sugerente; de George Elliot en Middlemarch: "Finalmente, la luz de la mañana apagó la luz de las velas". No, en nuestro caso estas se apagaron cuando se gastó la cera una hora después y la luz volvió a las 12 de la noche, cuando yo ya me había dormido. Tuve que levantarme para ir apagando la tele y todo lo que había dejado encendido. 

Después, cuando volví a la cama y ya iba cogiendo el sueño otra vez, me vino a la mente, no sé por qué, la frase de Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, que, curioso y asombrado, escribió: "Me gustaría saber cómo es la luz de una vela cuando está apagada".


lunes, 3 de febrero de 2025

Que llueva, que llueva...



Ha llovido serenamente estos días. Alguna noche me he dormido con el claqué de las gotas bailando en la claraboya del pasillo. Y, por las mañanas, al desayunar, me relaja esa lluvia mansita que puntea los charcos del patio, tras el cristal de la puerta de la cocina, y que ven en la imagen.

La lluvia siempre es bienvenida en la isla. Bueno, menos por los turistas sedientos de sol y por las señoras que salen de la peluquería sin paraguas.  Pero a mí particularmente me encanta ver la huerta mojada, absorbiendo todo lo que el cielo tiene a bien mandarle. Las hojas de los árboles brillan, los pajaritos cantan, las nubes se levantan... Nunca una canción retrató tan bien la realidad. Porque, aparte de que la Virgen se mete en la cueva (y lo mejor que hace), los demás, si podemos, también nos encerramos en casa, a resguardo del frío y del agua.

Y en esas he estado yo, aprovechando el ocio y el calorcito del hogar, mientras afuera cae la lluvia. Inevitablemente me pongo a recordar antiguos refranes y máximas acerca de la lluvia que los mayores decían cuando yo era pequeña. Parecían profetas del tiempo, oye. Probablemente, en aquellos tiempos en que no existía Internet y no había tanta predicción meteorológica fiable, ellos miraban mucho más que nosotros el cielo y lo interpretaban ¡y acertaban! Después de todo, los campesinos y marinos dependían de esos conocimientos para sobrevivir.

Busqué y descubrí (y comparto con ustedes porque soy así de generosa) que es señal de lluvia pronta el anillo que vi hace poco alrededor de la luna, el cielo aborregado, un arco iris al oeste por la mañana, el croar más fuerte de las ranas antes de que empiece a llover. Encontré que es verdad que, antes de una tormenta, las golondrinas y los murciélagos vuelan más bajo que de costumbre (y también el grajo que predice ese frío que ustedes saben). Y el refrán "Arreboles de la mañana, a la noche son con agua; arreboles de la noche, a la mañana son con soles", cuyo origen se remonta al Nuevo Testamento, también es la pura verdad. Esos atardeceres rojos tan preciosos predicen el buen tiempo, mientras que si son amaneceres, cojan el paraguas por si acaso.

A mí siempre me ha hecho gracia el recuerdo de mi abuela cuando decía que iba a haber tormenta porque le dolían los callos. ¡Pues era cierto! Un descenso brusco del barómetro puede aumentar la presión gaseosa en torno a un hueso dolorido o a la raíz de una muela picada y provocar molestias y dolor. A la tele tenían que haber llevado a mi abuela como Mujer del Tiempo (y yo me podría haber ahorrado la sonrisita condescendiente).

Esta investigación mía que unas tardes lluviosas han propiciado me trae a la mente dos "nunca": "Nunca te acostarás sin saber una cosa más" y "Nunca un ordenador podrá sustituir el olor de la tierra mojada después de llover" (Miguel de la Quadra Salcedo). Y un poema de Lorca: "La lluvia tiene un vago secreto de ternura, / algo de soñolencia resignada y amable, / una música humilde se despierta con ella / que hace vibrar el alma dormida del paisaje".

Sigamos deseando siempre el que llueva, que llueva de nuestra niñez y rezando la oración que decía Máximo: "Mándanos, Señor, agua para los campos. Pero con cuidado que siempre te pasas".

lunes, 27 de enero de 2025

Tengo una flojetud...



Hay palabras inexistentes que usamos de vez en cuando y que me encantan precisamente por eso, porque a pesar de su inexistencia, encierran un doble significado que todo el mundo entiende. Por ejemplo, detenoso, un adjetivo que un albañil adjudicaba a mi casa para justificar su tardanza en terminarla y que incluía a la vez lo de que era una tarea "detenida" y "penosa". Igual pasa con otra palabra que usamos mucho los mayores de edad cuando decimos: "Tengo una flojetud...". En esa palabra se encierra la flojera (debilidad, cansancio, decaimiento, pereza...) que a veces nos tiene días sin dar un palo al agua mirando a los celajes. Y al mismo tiempo, esa terminación, tud, apunta a la inquietud que todo esto nos produce: ¿Estamos ya con la proa p'al marisco o todavía seguimos dando la lata en este mundo un rato más?.

Frente a esa flojetud que nos paraliza, no hay otro remedio que el movimiento, las caminatas, los paseos, lo que Rosa Montero llama "el lento girar del planeta bajo los pies". Pero no porque te lo manden los médicos, ni porque sepas que es buenísimo para los huesos y el estado de ánimo, sino porque con ello alejamos la flojera y la inquietud. Caminar es gratificante y, desde que nos hicimos bípedos, mueve literalmente el mundo.

Así que hay que caminar mirando, no al móvil, desafiando coches y peatones, sino absorbiendo la vida alrededor. Me encantó un propósito de Año Nuevo que le oí una vez a Eva Hache: "Voy a caminar. Lento, rápido, como yo quiera, como si estuviera de viaje, como una turista de vacaciones. Mirando en los rincones y fotografiando con los ojos las hermosuras simples".

Caminar escuchando y recogiendo palabras, músicas y vivencias de los que nos rodean. Lo que el mundo, la naturaleza y el viento tienen que decirnos.

Caminar descubriendo, incluso en lo conocido, cosas que no habías visto antes. Me acuerdo de paseos en la ciudad mirando hacia arriba, a lo alto de los edificios ¿Ha estado siempre allí esa claraboya redonda tan bonita. esos árboles cargados de fruta en la terraza de un ático, esos verodes en los tejados?

Caminar como un juego, sintiendo que elegimos el camino o que somos dueños hasta de perdernos.

Caminar pensando, sintiéndonos libres, intentando hacer todos los días algo propio y fuera de la rutina. Ensimismándonos, entreteniéndonos y hasta aburriéndonos, porque de todo ello nace a veces la creación.

Así que nada de flojetud. Caminar y pasear es una forma de resistencia frente a ella. Como dijo Ellen DeGeneres: "Mi abuela empezó a caminar 4 km. al día cuando tenía 60 años. Ahora tiene 97 y no sabemos dónde demonios andará".

Pasito a pasito podemos llegar a China. El truco está en no parar.

lunes, 20 de enero de 2025

De dónde venimos



Hace unos días vi una película francesa, Ooh La La!, anunciada como una comedia en torno a los prejuicios sociales y nacionales para espectadores abiertos a reírse de sí mismos. Habla de una pareja (aviso el spoiler) que va a casarse y deciden regalarle a sus padres respectivos (todos franceses de pura cepa), el día en que se conocen, una prueba de ADN pensando que les hará ilusión conocer de dónde provienen. Pero cuando abren el sobre con los resultados, qué chasco. El padre del novio, concesionario de Peugeot y que odia a los alemanes, descubre que es un 50% alemán. En cambio la madre, ama de casa e hija de madre soltera, ve que es un 60% inglesa y al poco está tomando té con el meñique estirado y el peinado de la reina Isabel. La madre de la novia, que es nieta de una princesa italiana, lee que es un 20% portuguesa, como su ama de llaves, y de entrada le da un patatús. Pero peor es el padre de ella, que se jacta de ser un Bouvier-Sauvage, con una familia de duques, condes y gobernadores que están en Francia desde Pipino el Breve, y que encuentra que es un 85% francés, sí, pero un 15% indio cherokee. Su consuegro con mala uva empieza a llamarlo Coyote plateado.

La película, aparte de para reírme un rato, me sirvió para pensar en lo poco que sabemos sobre la variedad de nuestros orígenes y en que conocerlos nos puede llevar a borrar prejuicios, a ensancharnos la mirada y a mirarnos menos el ombligo.

Y en esas, mi nieto que se fue esta semana al desierto del Sahara y me mandó esa preciosa foto, él, de hombre azul sobre un mar de arenas doradas. ¿Habrá caído en que casi seguro él también puede compartir ADN con los saharauis? Muchos canarios tenemos genes guanches, cuyo origen era bereber (berberecho, como me puso una vez una alumna en un examen). De hecho, en su viaje les hablaron de los amazigh, nuestros antepasados, cuya bandera -verde por las montañas, azul por el cielo y amarilla por las dunas- tiene en el centro el símbolo (yaz) que simboliza "el hombre libre" y que aparece en muchas pintaderas de aquí.

A David, mi nieto, le impresionó el atardecer y el amanecer en las dunas, el silencio de las mañanas, el frío gélido por las noches, la luna llena iluminándolo todo, el cielo estrellado, la soledad. Vieron pueblitos con casas color arena que han sido escenario de cien películas; les enseñaron a ponerse en la cabeza el pañuelo al que llaman el pasaporte del desierto; disfrutaron de una fiesta bereber alrededor de un fuego con tambores y karkabas, una especie de castañuelas de metal; montaron en quads a la ida y en camellos a la vuelta; tuvieron comidas y desayunos opíparos y variados en los que no faltaban tortitas con miel y mermeladas acompañando al té o al café...

Me dio envidia, la verdad, porque a estas alturas sé que nunca veré el desierto ni viviré esas noches mágicas y distintas, a pesar de que está ahí al lado, a la vuelta de la esquina. Pero luego pensé que me acerco a él a través de todo lo que mi nieto me cuenta, y él, el desierto, también se acerca a mí a través de toda la calima que manda a cada rato a las islas y que llena de arena roja casas, calles y jardines. Si Mahoma no va al desierto, el desierto viene a Mahoma. Y también ese es tal vez el toque de atención que tiene la naturaleza para recordarnos, sin necesidad de pruebas de ADN, de dónde venimos.

lunes, 13 de enero de 2025

Las freganchinas al poder



En una entrevista que le hicieron a mi hija le preguntaron que qué le pediría a una Inteligencia Artificial y ella contestó que le limpiara la casa. No imagino mejor respuesta y, si encima hace croquetas, mejor todavía. Las labores de la casa son como aquella piedra enorme que Sísifo, castigado por los dioses, tenía que subir cada día a una gran montaña y cuando ya creía que la había dejado toda bien colocadita en lo alto, patapún, la piedra empezaba a rodar ladera abajo... y vuelta a empezar al día siguiente. Pues en la casa igual: barres, limpias el polvo, friegas, ordenas, lavas, planchas...,  y cuando ya te parece que está todo como los chorros del oro, hay que volver a empezar cada día ¡Señoooor! ¿Qué hemos hecho (sobre todo las mujeres) para merecer esto?

Y mira que hasta el propio Marx habló de los trabajos estresantes y asquerosos que nadie quiere hacer, confiando en que llegaría un día en que las máquinas harían toda esa labor y los humanos podrían dedicarse al ocio y a trabajar en aquello que les gustara y los llenara. Pero naranjas de la China. Claro que él pensaba en el proletariado, y no paró mientes en el fregoteo de las casas, una actividad más penosa y encima sin sueldo. Habría que decirle a Marx que, mientras las mujeres (que son la mitad de la humanidad) no se pongan en pie de guerra, me da que no se va a llegar al paraíso comunista que él predicaba.

Estoy muy sensible con el tema porque, por causas que no vienen a cuento, llevo casi dos meses sin la persona que me ayuda en la casa. Y cada vez que estoy barriendo debajo de las camas, me acuerdo de un cuento, de los que oía en la radio de pequeña, que hablaba de un príncipe que iba buscando esposa por todo el reino y a todas las doncellas les decía que su caballo solo se alimentaba del polvo que se acumulaba debajo de las camas (tamo creo que se llama) y todas le contestaban que ellas tenían un montón. Solo cuando encontró a una que tenía el suelo limpio como una patena, detuvo su búsqueda y se casó con la buenita hacendosa. Pero yo entiendo a las demás, venga a barrer y barrer todo el día no puede ser sano, ni por 10 príncipes que se haga. ¿Y de dónde sale además todo ese polvo? ¡Y la plancha, por Dios, cómo la odio!

Cuando yo era jovencita (unos 13 o 14 años) me gustó un chico de 17 que me prometió el oro y el moro: me dijo que, si seguía con él, yo no tendría que preocuparme por nada, que tendría a mi disposición todo el servicio que quisiera y no tendría que mover un dedo trabajando en la casa. Ay, aquel chico sí que sabía. Nada de amor eterno y zarandajas de esas, sino el sueño de toda mujer: olvidarse de la escoba, el trapo y la fregona. Lo que pasa es que, cuando una es jovencita, es boba y no sabe y no valora ese ofrecimiento como se merece. Si hubiera sido tan sabia como soy ahora, no lo hubiera dejado escapar.

Así que mujeres del mundo que día tras día barren, friegan y planchan ¡UNÍOS! No más agacharse ni subirse a escaleras a limpiar telarañas, no más sudores en los fogones, cuando se puede estar tumbada tan ricamente leyendo un libro ¡Las freganchinas al poder!

lunes, 6 de enero de 2025

Ser de pueblo


Que sí, que nací en una ciudad que ahora es patrimonio de la humanidad, que viví durante años en la capital de mi provincia, que disfruté 4 años de la polución y la algarabía madrileñas, pero qué quieren... Después de 44 años viviendo aquí, ¡soy de pueblo!

Soy de pueblo porque prefiero comprar, antes que en grandes superficies, en la frutería de aquí, donde sé que habrá verduras y frutas cultivadas cerquita y no en sitios lejanos; porque saludo a todo el mundo, los conozca o no; porque me conocen por mi nombre en la farmacia, en la gasolinera donde cada día compro el periódico, en la carnicería donde he encargado estos días las comidas de las navidades; en el bar donde, nada más verme, saben que tomo un café bombón y un rosquete; en la floristería donde este mes compré las flores de pascua y me dan sabios consejos para que me duren.

Soy de pueblo porque aquí hago mi vida: aquí voy a pilates, al médico, a la peluquería, a la panadería donde he encargado los roscones de reyes, a la librería en la que esta semana compré los libros que voy a regalar a nietos y sobrinos. Soy de pueblo porque prefiero el silencio al ruido.

En mi pueblo no hay estatuas de próceres y gente rimbombante, pero se le ha hecho una estatua a Antoñito el cartero, que durante mucho tiempo se pateó las calles llevando noticias a las gentes. No hay que poner instancias para hablar con la alcaldesa si tienes un problema, sino que se lo puedes contar si te la encuentras por la calle. No hay grandes superficies, pero hay un mercadillo los sábados y domingos que tiene su encanto y donde ahora en Navidad hubo degustación de chocolate a la taza y jornadas gastro-navideñas. No hay grandes conciertos pero sí fuimos en diciembre a actuaciones de villancicos en la Plaza y hay encuentros de corales en la Iglesia y obras y galas en el Teatro y, por supuesto, Cabalgata de los Reyes Magos con auto sacramental al final. No hay sitios de lujo para comer pero sí tascas, guachinches y restaurantes para dar y regalar. No nos falta de nada, la verdad.

Aquí te puede pasar, como le pasó a mi marido el otro día, que, dando un paseo, un señor salga de una casa y, aunque no te conozca, pegue la hebra contigo y termine acompañándote toda la caminata. Que un desconocido esté parado al lado de un huerto y te llame para que veas que hay un montón de mariposas monarca volando sobre las coles. Que si vas a casa de un amigo, no es raro que salgas con una plantita de una suculenta que tiene sembrada en el jardincito delantero; o, si tiene huerta, con una bolsa con los últimos resultados de la cosecha o con un bote de mermelada de las últimas ciruelas del verano. Hace poco me encontré con Ana, una majorera que ha acabado viviendo aquí, y me dijo que se le quedó abierto el coche un par de días en la calle y que los vecinos no pararon hasta encontrar de quién era el coche y decírselo. "Eso es hacer pueblo", me decía admirada.

Mi pueblo tiene preciosos rincones y casas de poca altura. Es un pueblo con historia y tiene un barranco a su vera donde vivieron los guanches, atraídos por su clima y su fertilidad. No es pequeño (tiene 11.000 y pico habitantes), pero qué quieren que les diga, está hecho a mi medida.


Estatua de Antoñito el cartero


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