lunes, 27 de enero de 2025

Tengo una flojetud...



Hay palabras inexistentes que usamos de vez en cuando y que me encantan precisamente por eso, porque a pesar de su inexistencia, encierran un doble significado que todo el mundo entiende. Por ejemplo, detenoso, un adjetivo que un albañil adjudicaba a mi casa para justificar su tardanza en terminarla y que incluía a la vez lo de que era una tarea "detenida" y "penosa". Igual pasa con otra palabra que usamos mucho los mayores de edad cuando decimos: "Tengo una flojetud...". En esa palabra se encierra la flojera (debilidad, cansancio, decaimiento, pereza...) que a veces nos tiene días sin dar un palo al agua mirando a los celajes. Y al mismo tiempo, esa terminación, tud, apunta a la inquietud que todo esto nos produce: ¿Estamos ya con la proa p'al marisco o todavía seguimos dando la lata en este mundo un rato más?.

Frente a esa flojetud que nos paraliza, no hay otro remedio que el movimiento, las caminatas, los paseos, lo que Rosa Montero llama "el lento girar del planeta bajo los pies". Pero no porque te lo manden los médicos, ni porque sepas que es buenísimo para los huesos y el estado de ánimo, sino porque con ello alejamos la flojera y la inquietud. Caminar es gratificante y, desde que nos hicimos bípedos, mueve literalmente el mundo.

Así que hay que caminar mirando, no al móvil, desafiando coches y peatones, sino absorbiendo la vida alrededor. Me encantó un propósito de Año Nuevo que le oí una vez a Eva Hache: "Voy a caminar. Lento, rápido, como yo quiera, como si estuviera de viaje, como una turista de vacaciones. Mirando en los rincones y fotografiando con los ojos las hermosuras simples".

Caminar escuchando y recogiendo palabras, músicas y vivencias de los que nos rodean. Lo que el mundo, la naturaleza y el viento tienen que decirnos.

Caminar descubriendo, incluso en lo conocido, cosas que no habías visto antes. Me acuerdo de paseos en la ciudad mirando hacia arriba, a lo alto de los edificios ¿Ha estado siempre allí esa claraboya redonda tan bonita. esos árboles cargados de fruta en la terraza de un ático, esos verodes en los tejados?

Caminar como un juego, sintiendo que elegimos el camino o que somos dueños hasta de perdernos.

Caminar pensando, sintiéndonos libres, intentando hacer todos los días algo propio y fuera de la rutina. Ensimismándonos, entreteniéndonos y hasta aburriéndonos, porque de todo ello nace a veces la creación.

Así que nada de flojetud. Caminar y pasear es una forma de resistencia frente a ella. Como dijo Ellen DeGeneres: "Mi abuela empezó a caminar 4 km. al día cuando tenía 60 años. Ahora tiene 97 y no sabemos dónde demonios andará".

Pasito a pasito podemos llegar a China. El truco está en no parar.

lunes, 20 de enero de 2025

De dónde venimos



Hace unos días vi una película francesa, Ooh La La!, anunciada como una comedia en torno a los prejuicios sociales y nacionales para espectadores abiertos a reírse de sí mismos. Habla de una pareja (aviso el spoiler) que va a casarse y deciden regalarle a sus padres respectivos (todos franceses de pura cepa), el día en que se conocen, una prueba de ADN pensando que les hará ilusión conocer de dónde provienen. Pero cuando abren el sobre con los resultados, qué chasco. El padre del novio, concesionario de Peugeot y que odia a los alemanes, descubre que es un 50% alemán. En cambio la madre, ama de casa e hija de madre soltera, ve que es un 60% inglesa y al poco está tomando té con el meñique estirado y el peinado de la reina Isabel. La madre de la novia, que es nieta de una princesa italiana, lee que es un 20% portuguesa, como su ama de llaves, y de entrada le da un patatús. Pero peor es el padre de ella, que se jacta de ser un Bouvier-Sauvage, con una familia de duques, condes y gobernadores que están en Francia desde Pipino el Breve, y que encuentra que es un 85% francés, sí, pero un 15% indio cherokee. Su consuegro con mala uva empieza a llamarlo Coyote plateado.

La película, aparte de para reírme un rato, me sirvió para pensar en lo poco que sabemos sobre la variedad de nuestros orígenes y en que conocerlos nos puede llevar a borrar prejuicios, a ensancharnos la mirada y a mirarnos menos el ombligo.

Y en esas, mi nieto que se fue esta semana al desierto del Sahara y me mandó esa preciosa foto, él, de hombre azul sobre un mar de arenas doradas. ¿Habrá caído en que casi seguro él también puede compartir ADN con los saharauis? Muchos canarios tenemos genes guanches, cuyo origen era bereber (berberecho, como me puso una vez una alumna en un examen). De hecho, en su viaje les hablaron de los amazigh, nuestros antepasados, cuya bandera -verde por las montañas, azul por el cielo y amarilla por las dunas- tiene en el centro el símbolo (yaz) que simboliza "el hombre libre" y que aparece en muchas pintaderas de aquí.

A David, mi nieto, le impresionó el atardecer y el amanecer en las dunas, el silencio de las mañanas, el frío gélido por las noches, la luna llena iluminándolo todo, el cielo estrellado, la soledad. Vieron pueblitos con casas color arena que han sido escenario de cien películas; les enseñaron a ponerse en la cabeza el pañuelo al que llaman el pasaporte del desierto; disfrutaron de una fiesta bereber alrededor de un fuego con tambores y karkabas, una especie de castañuelas de metal; montaron en quads a la ida y en camellos a la vuelta; tuvieron comidas y desayunos opíparos y variados en los que no faltaban tortitas con miel y mermeladas acompañando al té o al café...

Me dio envidia, la verdad, porque a estas alturas sé que nunca veré el desierto ni viviré esas noches mágicas y distintas, a pesar de que está ahí al lado, a la vuelta de la esquina. Pero luego pensé que me acerco a él a través de todo lo que mi nieto me cuenta, y él, el desierto, también se acerca a mí a través de toda la calima que manda a cada rato a las islas y que llena de arena roja casas, calles y jardines. Si Mahoma no va al desierto, el desierto viene a Mahoma. Y también ese es tal vez el toque de atención que tiene la naturaleza para recordarnos, sin necesidad de pruebas de ADN, de dónde venimos.

lunes, 13 de enero de 2025

Las freganchinas al poder



En una entrevista que le hicieron a mi hija le preguntaron que qué le pediría a una Inteligencia Artificial y ella contestó que le limpiara la casa. No imagino mejor respuesta y, si encima hace croquetas, mejor todavía. Las labores de la casa son como aquella piedra enorme que Sísifo, castigado por los dioses, tenía que subir cada día a una gran montaña y cuando ya creía que la había dejado toda bien colocadita en lo alto, patapún, la piedra empezaba a rodar ladera abajo... y vuelta a empezar al día siguiente. Pues en la casa igual: barres, limpias el polvo, friegas, ordenas, lavas, planchas...,  y cuando ya te parece que está todo como los chorros del oro, hay que volver a empezar cada día ¡Señoooor! ¿Qué hemos hecho (sobre todo las mujeres) para merecer esto?

Y mira que hasta el propio Marx habló de los trabajos estresantes y asquerosos que nadie quiere hacer, confiando en que llegaría un día en que las máquinas harían toda esa labor y los humanos podrían dedicarse al ocio y a trabajar en aquello que les gustara y los llenara. Pero naranjas de la China. Claro que él pensaba en el proletariado, y no paró mientes en el fregoteo de las casas, una actividad más penosa y encima sin sueldo. Habría que decirle a Marx que, mientras las mujeres (que son la mitad de la humanidad) no se pongan en pie de guerra, me da que no se va a llegar al paraíso comunista que él predicaba.

Estoy muy sensible con el tema porque, por causas que no vienen a cuento, llevo casi dos meses sin la persona que me ayuda en la casa. Y cada vez que estoy barriendo debajo de las camas, me acuerdo de un cuento, de los que oía en la radio de pequeña, que hablaba de un príncipe que iba buscando esposa por todo el reino y a todas las doncellas les decía que su caballo solo se alimentaba del polvo que se acumulaba debajo de las camas (tamo creo que se llama) y todas le contestaban que ellas tenían un montón. Solo cuando encontró a una que tenía el suelo limpio como una patena, detuvo su búsqueda y se casó con la buenita hacendosa. Pero yo entiendo a las demás, venga a barrer y barrer todo el día no puede ser sano, ni por 10 príncipes que se haga. ¿Y de dónde sale además todo ese polvo? ¡Y la plancha, por Dios, cómo la odio!

Cuando yo era jovencita (unos 13 o 14 años) me gustó un chico de 17 que me prometió el oro y el moro: me dijo que, si seguía con él, yo no tendría que preocuparme por nada, que tendría a mi disposición todo el servicio que quisiera y no tendría que mover un dedo trabajando en la casa. Ay, aquel chico sí que sabía. Nada de amor eterno y zarandajas de esas, sino el sueño de toda mujer: olvidarse de la escoba, el trapo y la fregona. Lo que pasa es que, cuando una es jovencita, es boba y no sabe y no valora ese ofrecimiento como se merece. Si hubiera sido tan sabia como soy ahora, no lo hubiera dejado escapar.

Así que mujeres del mundo que día tras día barren, friegan y planchan ¡UNÍOS! No más agacharse ni subirse a escaleras a limpiar telarañas, no más sudores en los fogones, cuando se puede estar tumbada tan ricamente leyendo un libro ¡Las freganchinas al poder!

lunes, 6 de enero de 2025

Ser de pueblo


Que sí, que nací en una ciudad que ahora es patrimonio de la humanidad, que viví durante años en la capital de mi provincia, que disfruté 4 años de la polución y la algarabía madrileñas, pero qué quieren... Después de 44 años viviendo aquí, ¡soy de pueblo!

Soy de pueblo porque prefiero comprar, antes que en grandes superficies, en la frutería de aquí, donde sé que habrá verduras y frutas cultivadas cerquita y no en sitios lejanos; porque saludo a todo el mundo, los conozca o no; porque me conocen por mi nombre en la farmacia, en la gasolinera donde cada día compro el periódico, en la carnicería donde he encargado estos días las comidas de las navidades; en el bar donde, nada más verme, saben que tomo un café bombón y un rosquete; en la floristería donde este mes compré las flores de pascua y me dan sabios consejos para que me duren.

Soy de pueblo porque aquí hago mi vida: aquí voy a pilates, al médico, a la peluquería, a la panadería donde he encargado los roscones de reyes, a la librería en la que esta semana compré los libros que voy a regalar a nietos y sobrinos. Soy de pueblo porque prefiero el silencio al ruido.

En mi pueblo no hay estatuas de próceres y gente rimbombante, pero se le ha hecho una estatua a Antoñito el cartero, que durante mucho tiempo se pateó las calles llevando noticias a las gentes. No hay que poner instancias para hablar con la alcaldesa si tienes un problema, sino que se lo puedes contar si te la encuentras por la calle. No hay grandes superficies, pero hay un mercadillo los sábados y domingos que tiene su encanto y donde ahora en Navidad hubo degustación de chocolate a la taza y jornadas gastro-navideñas. No hay grandes conciertos pero sí fuimos en diciembre a actuaciones de villancicos en la Plaza y hay encuentros de corales en la Iglesia y obras y galas en el Teatro y, por supuesto, Cabalgata de los Reyes Magos con auto sacramental al final. No hay sitios de lujo para comer pero sí tascas, guachinches y restaurantes para dar y regalar. No nos falta de nada, la verdad.

Aquí te puede pasar, como le pasó a mi marido el otro día, que, dando un paseo, un señor salga de una casa y, aunque no te conozca, pegue la hebra contigo y termine acompañándote toda la caminata. Que un desconocido esté parado al lado de un huerto y te llame para que veas que hay un montón de mariposas monarca volando sobre las coles. Que si vas a casa de un amigo, no es raro que salgas con una plantita de una suculenta que tiene sembrada en el jardincito delantero; o, si tiene huerta, con una bolsa con los últimos resultados de la cosecha o con un bote de mermelada de las últimas ciruelas del verano. Hace poco me encontré con Ana, una majorera que ha acabado viviendo aquí, y me dijo que se le quedó abierto el coche un par de días en la calle y que los vecinos no pararon hasta encontrar de quién era el coche y decírselo. "Eso es hacer pueblo", me decía admirada.

Mi pueblo tiene preciosos rincones y casas de poca altura. Es un pueblo con historia y tiene un barranco a su vera donde vivieron los guanches, atraídos por su clima y su fertilidad. No es pequeño (tiene 11.000 y pico habitantes), pero qué quieren que les diga, está hecho a mi medida.


Estatua de Antoñito el cartero


lunes, 30 de diciembre de 2024

Lapsus, balance y buenos deseos


Jejejeje, me dan ganas de empezar este post con esa risa de bruja y diciendo: "¿Se creían que me iban a perder de vista? ¡Pues aquí estoy otra vez dispuesta a seguir dando la lata hasta que el cuerpo aguante!". Y es que las razones por las que he estado desde el 11 de diciembre sin pasarme por aquí son perfectamente respetables e independientes de mi voluntad. A algunos que me han preguntado ya se las he dicho: después de un fructífero, largo y feliz contubernio, mi ordenador me dejó plantada con un rotundo y definitivo "hasta aquí hemos llegado". En buena época lo hizo porque ahí estaban el viernes negro y Papá Noel, haciendo realidad eso de que "a rey muerto, rey puesto". Así que ya tengo un flamante ordenador con el que por ahora mantengo un romance iniciático de esos de "santito, dónde te pondré".

Lo estreno con este post en vísperas de nochevieja en que siempre se espera un balance del año anterior y un objetivo hacia delante, con la eterna pregunta de qué nos deparará el 2025. Un ojo entusiasta y otro amedrentado, que decía Rosa Montero.

Decido que la mirada hacia atrás se centre en los libros que he leído este año: me han dejado historias alucinantes, sueños posibles e imposibles, embrollos fantásticos, datos interesantes hasta ese momento desconocidos y, sobre todo, momentos felices... Todo lo que la literatura puede hacer por nosotros. No recomiendo ninguno porque creo que cada uno elige el libro que más se adapta a su ánimo en ese momento y que cada libro nos escoge también. Pero sí les comento.

He leído 133 libros en este año. De ellos llevo un registro con el tema y una nota final: Muy bien, Bien, Bien pero, Entretenido y Pssss. Los malos no los leo. Entre los que me han gustado mucho hay policiacos como El nudo Windsor de Sophia Bennet, Amores que matan de Elia Barceló o El último crimen de la escritora Emilia Ward de Claire Douglas; hay románticos, como El amor ha muerto de Ashley Poston, Lecciones de química de Bonnie Garmus, Quedará el amor de Alice Kellen o Nuestro último verano en la isla de Abril Camino; de libros y librerías, un género que me encanta, les puse "Muy bien" a El club de lectura del refugio antiaéreo de Anne Lyons, El eco de los libros antiguos de Barbara Davis, Cervantes para cabras, Marx para ovejas de Pablo Santiago Chiquero, Amor a pie de página de Eva Alton o La librería de los recuerdos perdidos de Susan Wiggs; y dos novelas que recuerdan a Jane Austen: La otra hermana Bennet de Janice Harding y ¿Qué haría Jane Austen? de Linda Corbett; de fantasía me pareció con encanto La sociedad secreta de brujas rebeldes de Sangu Mandanna; también una road movie , Los límites de nuestro infinito de Marc Levy, y dos audiolibros: El gran timo de las hadas de Félix J. Palma y La casa sobre el mar más azul de TJ Klune; para relecturas elegí novelas divertidas de mis autores preferidos, P.G.Wodehouse, David Safier y Sophie Kinsella; y un libro de no ficción, Tinta invisible de Javier Peña, que lleva de subtítulo Sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias. Me gustaron mucho también Azul salado de Marta Simonet, La novia del viento de Brenna Watson y La vida después de Marta Rivera de la Cruz.

Esos libros me han hecho feliz en 2024. Para el próximo año espero nuevas lecturas y otros mundos por descubrir. Ojalá consigas lo mismo y, como dicen los versos del poeta canario José Miguel Junco Ezquerra, y que "al convite se sume con su canto un jilguero y el dolor te sea leve y la paz sea contigo".

Feliz año.

lunes, 9 de diciembre de 2024

A Belén, pastores


Esta semana he terminado el árbol de Navidad y el nacimiento, que no se diga que me coge el toro. Y después de terminar, derrengada de subir y bajar escaleras para poner las bolas y de recrear en lo imposible el pueblo de Belén, me quedé sentada en el sillón contemplando mi obra  (y mandándosela por wasap a familiares y a amigos, qué menos). Entonces me puse a pensar en Belén, un pueblo (supongo que ya una ciudad hecha y derecha) en el 5º pino, que casi nadie conoce pero de la que todo el mundo ha oído hablar. Y no solo hablar, sino que reproducimos en nuestras casas con una increíble falta de precisión.

Dicen que fue San Francisco de Asís el primero que reprodujo en una cueva italiana, con asno y buey incluidos, el portal de Belén allá por el siglo XIII. Pero después la gente se entusiasmó con el tema, los ricos empezaron a inventarse un belén con personajes elegantes (no hay más que ver los belenes napolitanos del siglo XVIII) y los pobres, culo veo culo quiero, también se afanaron con entusiasmo a hacer el suyo. 

Y ¡cómo nos gustaban los nacimientos a los niños! A los de mi generación nos llevaban a ver el que hacían en San Juan de Dios y todos coincidimos cuando hablamos de él en que sobre todo nos asombraba el momento mágico en que se ponía el sol poco a poco y se encendían las ventanas de las casitas. No me extraña la fascinación que se nos ha quedado por los belenes. Yo tengo unos 10 pequeños repartidos por la casa estos días (En la imagen uno de ellos, con bandeja marroquí detrás dándole un brillor y pastorcitos peruanos a los lados). Pero eso no es nada comparado con la mujer de un amigo mío que llegó a coleccionar 450 belenes, a cual más bonito. Empezó con dos mejicanos que le regalaron y ahí se le despertó el gusanillo que le llevó a buscar por todo el mundo. Llegó a escribir a dos embajadores de dos países de los que no tenía ningún ejemplar y uno de ellos le envió uno. Ha hecho exposiciones con éxito con el rótulo de "Belenes del mundo", pero ahora están en cajas guardados, sin nadie que los disfrute. ¿Para cuándo un Museo de la Navidad que reúna semejantes tesoros?

Muchos, antes que con el árbol de Navidad, hemos crecido con el nacimiento. Y mi madre, que era una novelera para estas cosas, primero nos llevaba al monte de Las Mercedes a coger musgo y después nos animaba a hacerlo entre todos y nos dejaba jugar con las figuras, acercándolas o alejándolas del portal, poniendo a hablar a unas con otras o llevándolas hasta una casa que había más allá del puente que cruzaba un río hecho de platina.

Así que ahora todos los de mi familia, seamos creyentes o no, hacemos el nacimiento todos los años, igual que compramos lotería de Navidad aunque estemos seguros de que nunca tocará. Lo hacemos por tradición, en recuerdo de aquellos años felices. Mi nacimiento, además, es muy sui generis, para andar por casa, nada que ver con los lujosos. El suelo es de agujas de abeto secas, de los árboles de años anteriores, y el techo del Portal es de hojitas de romero. Otra cosa no, pero bien perfumado sí que está. Y es muy cosmopolita. Están los personajes de siempre: la que lava la ropa en el lago (un espejo venido a más), el cagoncete escondido en una cueva, los pastores... Pero también está David el Gnomo con dos amigos, una figurita peruana tocando el sikus, una parejita de magos canarios dándose un beso, dos ovejas también muy cariñosas, una rana verde tomando el sol sobre la torre del Castillo de Herodes... Los Reyes Magos están en sus camellos sobre la repisa de la chimenea y solo bajan y se van acercando al Portal después de Navidad.

Hay muchas formas de vivir la Navidad. Los hay que quieren que pase rápido y están los que disfrutamos con ella, como si un poco del placer infantil permaneciera con nosotros. Pero si en algo estamos de acuerdo es en que es la fiesta más universal de todas y que incorpora mitos de todo el mundo, desde el Papá Noel del anuncio de la Coca-Cola de los años treinta hasta el árbol de Navidad, Dickens y sus fantasmas o la bruja que reparte regalos en Italia. Y, por supuesto el nacimiento que, aunque no se sepa a ciencia cierta que Jesús nació en invierno ni siquiera si fue en Belén, ni si hubo allí de verdad ángeles, pastores, mula y buey o Reyes Magos, lo asumimos como verdad incuestionable y lo celebramos y cantamos en todas las lenguas: "A Belén, pastores; a Belén, chiquitos, que ha nacido el rey de los angelitos...".

lunes, 2 de diciembre de 2024

Gomeros en Nueva York



¿Conocen esa canción que empieza diciendo: "Me gusta el olor que tiene la mañana, me gusta el primer traguito de cafééé..." y que el estribillo canta: "¡Ay, qué bonita es esta vidaaaa...!"? Bueno, pues si esta vida es bonita, lo tengo comprobado, lo es gracias a dos factores superimportantes: lo repetido y lo inesperado. Si se fijan en el día a día, los dos elementos se entremezclan para hacernos la existencia un poco más segura y más emocionante.

Lo repetido lo vemos en ese olor que tiene la mañana cada día y que nos hace respirar hondo cuando entran los primeros rayos de sol por la ventana; en el desayuno que es igual todos los días de Dios ¿Qué diríamos si cada día comiéramos, por ejemplo, lentejas al mediodía: "¿¿¿Otra vez lentejas???" Y sin embargo repetimos desayuno (yo un té verde, una tostada de pan integral con queso y un jugo de naranja), incluso cuando salimos de viaje y tenemos en el Hotel un bufé de exquisiteces a nuestra disposición. Y repetimos rituales, ahora el de Navidad. Yo ya estoy montando el árbol y el nacimiento, comprando turrones y lotería del 22, haciendo un calendario de adviento para mi marido y para mí, aunque los niños ya no estén y yendo a comidas de Navidad con amigos. Igualito que los años anteriores.

Lo inesperado surge ¿cuándo? Cuando menos te lo esperas, naturalmente. Que de repente te llame una amiga un viernes en que no sales y te ofrezca ir a oír a un grupo que toca música de los Beatles en Bajamar mientras te tomas un gin-tonic. O que tu hija gane un premio a la escritora más emprendedora y te veas orgullosa, cual madre de la Pantoja. O que ella te traiga de Londres y mi nieto de Laponia, bolitas de Navidad (en las imágenes)...

Me cuenta mi amiga Tamara que una vez en Nueva York cogió un taxi y cuando habló en español con la amiga que la acompañaba, el taxista se viró un poco y les preguntó: "¿De dónde son ustedes?". "De Canarias", contestaron. Y el taxista, con alegría desbordante, dijo: "¡¡¡Yo soy gomero!!!". Se puso tan contento que hasta las invitó a comer y todo, cosa que ellas declinaron porque se iban al día siguiente. También me contó que otra vez, al llegar a Nueva York, la policía de aduanas parece que encontró sospechosa la bolsa de gofio de "La Molineta" de La Laguna que ella le llevaba a su hermano y se la confiscó (¿pensarían que era marihuana de gofio?).Pero pronto se consoló porque luego fue a Broadway y debajo de un puente hay un mercadillo y se encontró ¿saben qué? ¡A un gomero que vende productos canarios: gofio, mojo picón y de cilantro, quesos de todas las islas...!

Eso es lo que hace chispeante la vida. Lo repetido te da seguridad, comodidad, confianza y esperanza en el futuro. Te ancla a la vida, como ese primer traguito de café de todas las mañanas. Pero lo inesperado nos muestra el lado mágico, nos hace reír y llorar, nos sorprende y nos remueve como a niños en noches de reyes. Así que hoy, que empieza diciembre, un mes impredecible, les deseo que abran la mente para repetir rituales, sí, pero también para encontrar "gomeros en Nueva York".

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