jueves, 4 de diciembre de 2008

La vida es una tómbola



Hace 4 años di esta primicia mundial que, que yo sepa, nadie había descubierto: los inventores de las tómbolas fueron los sofistas y hoy seguimos aprovechándonos de sus enseñanzas. A ver si, por esto, cae un Nobel o algo así (un Nacional, por ejemplo. Yo no lo rechazaría como Javier Marías)


Hoy he ido al instituto en el que hace ya unos meses venturosos impartía sabiduría. La verdad es que voy de vez en cuando porque hay allí mucha gente a la que quiero y porque me encuentro como en mi casa. Entre otras cosas, hablé con mis queridos alumnos del año pasado, recogí fotos de la fiesta de la jubilación, llevé y saqué libros de la biblioteca y departí todo lo que pude con mis compañeros de hace muchos años.

En los institutos de bachillerato, si una se queda parada un momento en el vestíbulo en el cambio de hora, es como si lo hiciera en la plaza de la Catedral de La Laguna o en el ágora de Atenas: todo el mundo pasa por allí. Hay grupitos de profes que pasan rápido hablando de alumnos y grupitos de alumnos que pasan no tan rápido hablando de profes. A ambos grupos de vez en cuando los oyes decir. “¡No hay derecho!”. Te llegan frases sueltas (me salió fatal; es una pasada, tío; y ella me soltó entonces…). Y, en medio de todo eso, captas que van a hacer una tómbola. La organiza un grupo entusiasta y animoso en beneficio de los niños de Níger (ONG Save the children).
¡Ay, las tómbolas! Mis padres, llevados por la vena ludópata de la que ya hablé, no se perdían la tómbola grande que ponían por las fiestas en la Plaza de España de Santa Cruz, y yo todavía puedo rememorar el sentimiento de expectación que me despertaba. Sabes que siempre te toca algo pero no sabes el qué. Lo más seguro es que lo que te toca sea una cosa que ni borracho te hubieras comprado, pero ¿y la intriga, la sorpresa y la jiribilla?
Claro que hay tómbolas y tómbolas. Una amiga mía, para que su hija no se quedase sin la muñeca que le había tocado, tuvo que cantar delante de todo el mundo el  “Me gusta la chochona, qué linda la chochona…” que, aunque no está mal como canción de Eurovisión, no es como para que una la cante en su debut musical ante un público (entregado, eso sí).
Pero estoy segura de que en esta tómbola no nos van a hacer cantar. Si se dan una vueltita por allí, igual les toca un pijama rosado y calentito que me regalaron y al que no le he quitado la etiqueta y que voy a donar, o un despertador-cacatúa que también estará porque está en todas las tómbolas.
Además, como primicia mundial (alguna vez me iba a tocar ponerme filosófica), les brindo que los verdaderos inventores de las tómbolas fueron en realidad los sofistas, allá por el siglo IV antes de Cristo, que nos legaron esta perla: “Si se pidiera a todos los hombres que reunieran en un solo punto lo que cada uno ve inconveniente y luego pidiera de nuevo que retirara de aquel montón cada cual lo que estime conveniente, seguro que no quedaría allí nada sino que todo quedaría repartido entre ellos”. De tener esta idea a sacarle provecho no hay más que un paso, que seguramente dieron (¡Gran tómbola sofística!). Si van, entonces, no sólo estarán contribuyendo a una buena causa, sino que encima estarán haciendo filosofía. Y ser intelectual en estos tiempos la verdad es que viste mucho. 

4 comentarios:

  1. ¡Dios mío! ¿Has regalado mi maravilloso reloj cacatúa? ¿Qué voy a hacer ahora?

    ResponderEliminar
  2. No te preocupes. A lo mejor me lo saco en la tómbola y te lo regalo por Reyes.

    ResponderEliminar
  3. Vaya, quería comprar un pijama calentito, pero haciendo caso a los sofistas esos, voy a esperar a la tómbola.

    ResponderEliminar
  4. Hay que hacer siempre caso a los filósofos, Sonotona. No son los dueños del mundo pero a menudo tienen razón.

    ResponderEliminar

google-site-verification: google27490d9e5d7a33cd.html