lunes, 6 de octubre de 2014

La casa en la que durmió Mozart




En Austria, en donde estuve la semana pasada, te puedes sentir como Heidi, si subes hasta los pueblitos de los lagos alpinos, con sus praderas verdes, sus vaquitas y sus montañas, ahora ya coronadas de nieve. Te puedes sentir como Sissi, si te tomas un café en la terraza del palacio Fuschl -el Possenhofen de la película- en una mañana radiante sobre el lago. Te puedes sentir Fräulein María, la protagonista de "Sonrisas y lágrimas", si paseas por Salzburgo, donde hasta puedes imaginar –ya mi hijo me advirtió de que tuviera cuidado– que te cae un niño de los árboles al compás del horriblemente mal traducido "Do es trato de varón". Pero por encima de todo, en Austria lo que te sientes de verdad  es un espectador de un gigantesco espectáculo musical.


Porque hay ciudades de agua, de niebla, de fuego o de humo. Pero Viena y muchas ciudades austriacas son ciudades hechas de música. La música –"inagotable fuente a escanciar cada día", que diría Marilina Rébora– te sale al paso en cada esquina. Allá, un acordeón que toca valses en una cava en los bajos del Albertina, o tres violines que ofrecen canciones húngaras en la Kärntner Strasse. Acá, un clarinete vibrante en el mercado, entre olores a especias, flores y wienersnitchel, o un arpa en un jardín de rosas, o un saxo frente a la iglesia de San Miguel, en la noche fría y lluviosa, siguiendo el ritmo de tus pasos de retirada. En la calle, en el Teatro de la Ópera, hay una pantalla gigante en la que se ve y oye la ópera que están representando en ese momento, Manon, mientras la gente, sentada en sillas en la acera amplia, escucha entregada, extasiada e inmóvil.

Hay música de un circo cercano, mientras tomas cerveza y salchichas en ventorrillos instalados en el marco incomparable de la Plaza del Ayuntamiento, frente al Burgertheater; o, cuando en el Café Central te sientas a por un apfelstrudel, y de un piano van fluyendo canciones de cine. Todavía más allá: la música en Austria la sientes también en el sonido sobre los adoquines de los cascos de los caballos de la Escuela Española de Equitación o de los que llevan en carrozas a los turistas; en el agua de las fuentes; en el viento en los árboles de los bosques de esta Centroeuropa, donde nacieron los cuentos; en el quedo rumor  de las aguas del Danubio –que efectivamente no es azul– y de los lagos, en los que no permiten motores que lo perturben. 

Sí, te sientes un espectador que te vas dejando inundar poco a poco por el ambiente y las melodías. Es imposible ir al Prater y no escuchar el eco de "El tercer hombre" en la Noria; o ir a Salzburgo y no acordarte del "Sube montañas", el tema que la abadesa canta en "Sonrisas y lágrimas". Allí te dan ganas de ponerte uno de esos preciosos y favorecedores trajes típicos y asistir a las Fiestas de la Cerveza o colarte en Bad Ischl en unas reuniones llenas de risas y canciones dedicadas a los que nacieron en el año 50, que nos queda cerca. Al final, hasta me vi –era inevitable– coreando con Suzanna, mi amiga austriaca, la opereta "El Caballo Blanco del Lago St. Wolfgang".

Tampoco puedes sustraerte a la presencia de los grandes músicos: Strauss, Listz, Beethoven... Y Mozart, sobre todo Mozart, presente en estatuas, cuadros, nombres de tiendas, casas en las que nació y vivió, cementerios en los que tal vez esté enterrado o no, e incluso en los más famosos bombones de Viena –chocolate y mazapán–, que llevan su nombre.

Para no ser menos, me he quedado en Viena en una casa donde también durmió Mozart desde septiembre de 1781 hasta julio de 1782. Allí terminó de componer "El rapto en el serrallo", y desde su ventana tal vez oyó, como yo, el despertar rítmico de una ciudad llena de vida y la cadencia de las voces hablando en distintos idiomas. Tal vez escuchó, como yo, a una chica solitaria que, sentada en los escalones de una fuente cerca de la catedral de San Esteban, cantaba ópera llegando a las notas más altas con una voz clara y limpia. O a otra que tocaba en la esquina Cosi fan tutte al piano -nada menos que al piano, con lo que pesa-. Tal vez aquí Mozart se sintió feliz y se reía, como lo hice yo, con las típicas historias vienesas, como la de "El querido Agustín", el borracho que tres veces fue tirado entre los muertos de la peste y que –al igual que Blanco Herrera, el de la canción de Peret, que "no estaba muerto, que estaba de parranda"– se levantaba de la sepultura y seguía bebiendo (y viviendo).

Hasta me pareció oír una noche, acostada en la casa en la que durmió Mozart, una carcajada lejana parecida a la del Amadeus de la película.

Es fácil, en esta ciudad musical, mágica e increíble, que te acompañen fantasmas risueños.


(La imagen inicial es "Gustav Mahler dirigiendo la Filarmónica de Viena", óleo de Max Oppenheimer en el Belvedere)



(El Hotel Sacher y la Ópera desde el Albertina)




(Ventorrillos en la Plaza del Ayuntamiento de Viena)




(Calle de Salzburgo. Al fondo, el Castillo)




(El Lago St. Wolfgang)




(El pueblito de Hallstatt)




(Prado y bosques de Kaiservilla, en Bad Ischl)




(El Danubio desde el coche)

38 comentarios:

  1. Margarita Gallardo6 de octubre de 2014, 15:27

    ¡La ciudad ideal en verano!
    Gracias por tu paseo por Austria, es un regalo para los sentidos aunque el Danubio Azul nuestros ojos lo ven de otros colores. Un abrazo.

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    1. Tienes razón, Margarita, es una ciudad ideal -tan bella, tan multicultural, tan viva-, aunque yo no he ido nunca en verano. La primera vez fue en una primavera espléndida a finales de mayo y esta vez empezando el otoño. Pero no se le puede negar el ser regalo para los sentidos: edificios y naturaleza para la vista, música para los oídos, buena comida para el gusto y el olfato y aires limpios para sentir en la piel. Y también es un regalo para la mente: sólo por la exposición dedicada a Miró que había ahora en el Albertina merecía la pena ir.
      Un abrazo.

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  2. Gracias por tus escritos. Me hicistes recordar el viaje que hace muchos años hice con mi familia a Austria. País maravilloso donde los haya.

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    1. Los viajes son paréntesis, Esther, en el ajetreo y la rutina diaria, que nos tenemos que regalar de vez en cuando (y ahora que estamos jubiladas, más) para descubrir, como hiciste tú, un país maravilloso. Y acogedor también. Si no, no hubiéramos conocido al que nos dio una dirección tan mal que ni Walter, nuestro amigo alemán, lo entendía. "No me enteré de nada, pero es tan, tan amable", decía. O a los dos franceses descendientes de españoles que nos oyeron hablar y pegaron la hebra un buen rato en la puerta del Belvedere.
      Un abrazo.

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    2. Hola Jane. Por lo que veo, viniste encantada con Viena . No es esa la idea que me he hecho. Varios amigos han ido (en distintos viajes), y todos me han dicho que en general, los vieneses son elitistas y poco acogedores, sobre todo con los españoles. (Tal vez todos han tenido suerte y les han tocado los vieneses "malos"). Así que no es una ciudad que me atraiga, también influirá lo que le hicieron a la protagonista de Sonrisas y Lágrimas, pero eso es otra historia. Un beso Jane. Juan.

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    3. Tú sabes, Juan, que cada uno cuenta la misa dependiendo de como le fue. Mi experiencia con los vieneses y con los austriacos en general es inmejorable. Tengo amigos vieneses generosos, acogedores y divertidos. Yo a veces les digo que parecen canarios Y, aparte de mis amigos, todos aquellos con los que hablé (camareros, guías, personal de museos y bibliotecas o gente por la calle a la que preguntábamos direcciones o curiosidades) fueron de una corrección y de una amabilidad exquisita. Comentamos muchas veces lo amables que son. Tus amigos habrán tenido mala suerte porque en los dos viajes que he hecho no recuerdo ni una mala cara.
      Otra cosa es su pasado histórico. Pero, tal como nosotros con el nuestro, creo que los austriacos de hoy han pasado página a periodos nefastos.
      Tal vez alguna vez vayas y te reconcilies con una Viena nada envarada y culturalmente viva.
      Un beso, Juan.

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  3. Parece un precioso viaje, casi se puede uno transportar al lugar para caminar entre la niebla arropado y calentito con un buen abrigo. ¡Qué envidia! Yo lo tengo en la lista de países que quiero visitar y espero que tarde o temprano de un salto hasta allí.
    Muchos besos.

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    1. No te lo pierdas, Flor. Ya te daré cuando vayas recomendaciones de sitios donde van a comer los vieneses y lugares con encanto que no hay que perderse. Tal vez la mejor época es de mayo a noviembre porque los meses de frío hace mucho, mucho frío (mis amigos austriacos se vienen para Tenerife en esos meses). Pero también es verdad que las casas están muy bien preparadas frente a eso (no como nosotros).
      Muchos besos y a animarse.

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  4. Viena y Austria son así ! Cómo las describes ! Mágicas , alegres y musicales . Y siempre bellas . Un abrazo

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    1. ¡Cómo se ve que las conoces bien y que has ido muchas veces! Yo me apuntaría otra vez para la próxima: a gozar de la música, el arte y el callejeo y a disfrutar de los escalopes vieneses, los codillos y los gulash, acompañados de buena cerveza o del vinito blanco del sur. Aunque bien es verdad que eché de menos los pescaditos de nuestra tierra.
      Un beso.

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  5. Gracias por compartirlo.

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    1. Y gracias a ti por responderme y estar ahí. Un abrazo grande.

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  6. Isa, bonito viaje, con qué maestría describes todo. Gracias por compartirlo (el Albertina es mi debilidad, aunque no lo conozca)

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    1. En el anterior viaje lo dejé pendiente, Úrsula, y fue una suerte que en éste hubiera esa Antológica de Miró, que es una maravilla. La pena fue que no estaban visibles los fondos de Durero ni su célebre "Liebre". Pero es un Museo por el que tener debilidad. Hubo un cuadro, "Sea story" de Max Pechstein, que me lo hubiera llevado a mi casa.
      Un beso y gracias.

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  7. Isa, más alto lo podrás decir, pero mejor descripción, imposible. Lo has bordado. Es todo tal cual lo has relatado, lo pude comprobar el pasado julio, que estuvimos 5 días, pero no pierdo la esperanza de volver con más tranquilidad y volver a soñar despierta. Realmente Viena enamora, su gente muy atenta y cordial; la comida -me acordé de tí cuando pedí el escalope- buenísimo!, la ópera, San Estéban, el parlamento...etc. Sin duda alguna una ciudad para volver. Un beso. Juany Naval

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    1. A mí me pasa mucho eso, Juany. Me encanta volver a los sitios que me han gustado. Es verdad que a veces la visita es a peor, como me pasó con Praga, que la segunda vez la encontré patas arriba. Pero generalmente en cada visita descubres nuevos lugares, tienes otras experiencias, te cuentan otras historias... Tienes razón, Viena enamora y merece la pena volver.
      Me alegro de que te haya gustado y de que hayas disfrutado hasta de los escalopes vieneses. Esta vez los probé, por supuesto, y también los escalopes de Salzburgo, que son más complicados, rellenos de champiñones y jamón (pero también muy buenos).
      Un beso.

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  8. Qué evocadora... y qué recuerdos. Casi tenía olvidado el aliento de Viena y me lo has recuperado.
    Me encantan las fotos. Mi visita fue sólo a la capital, pero la disfruté enormemente y volví contenta como unas castañuelas. Hasta ahora no me había dado cuenta de que querría volver, más tiempo, más lugares. Ahora me quedo soñadora...

    Besucos y gracias.

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    1. Pues a animarse, Zazou. A mí me gustó mucho esta vez, después de días en Viena viendo los Museos que nos dejamos la otra vez (y dejando otros para la próxima) y de callejear (que es lo que más me gusta de una ciudad), conocer los pueblitos alpinos, Nos acompañó un amigo, vienés de pura cepa que recuerda de pequeño jugar en los jardines de Schonbrunn y encontrar cuevas y pasadizos que salían del palacio. Tener un guía así fue un lujo, la verdad.
      Así que ya sabes, a recuperar el aliento de Viena. Después de todo, tú lo tienes más cerquita.
      Un beso.

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  9. Gracias por transportarnos,como siempre,a bellos lugares que algunas sabemos jamás conoceremos.......Me gustaron muchisimo las fotos,pero no te voy a negar que me decepcionó algo el color del Danubio....ese que tantas veces hemos soñado azul intenso.

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    1. Leer y viajar son las dos vías, Ligia, para huir del ombliguismo y para ampliar horizontes. Es verdad que hay un montón de sitios que jamás conoceremos, pero la lectura, las otras vivencias, los medios... nos acercan al mundo entero.
      Cuando estábamos en el colegio recibí una postal de un amigo desde Viena en la que me decía: "Desengáñate, el Danubio no es azul". 50 años más tarde le doy la razón. Pero por contra me dejaron muy sorprendida los ríos que vimos, afluentes al fin y al cabo del gran río principal: eran transparentes, se veían perfectamente las piedras del fondo. Nuestro amigo Walter nos dijo que de sus aguas se podía beber ¿Te imaginas hacer eso, por ejemplo, con el Manzanares?
      Un abrazo.

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  10. Me encantó Viena, qué buenos recuerdos que me traes con las imágenes. Desde la tarta Sacher en el hotel Sacher, hasta el Museo de Historia o la ópera sentada en la calle a los pies del palacio, pasando por el palacio imperial de invierno o el café en el Central... No me extraña que escuchases a Mozart por ahí riendo. Se me pone la sonrisa al recordar la ciudad. Cuánta Historia... no me alcanza la memoria.

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    1. El Museo de Historia lo vi la primera vez que fui a Viena y me encantó. Le enseñé a mi marido la "Venus de Willendorf" para que no se volviera a confundir una vez que quiso decirme un piropo en los años mozos :-D
      Lo que no he probado, no te lo vas a creer, es la tarta Sacher ni en el Hotel ni en la Dulcería Delme. Pero es que mi amiga austriaca Suzanna no me dejó ir, diciéndome que ella hace la mejor sacher torte de toda Austria. Me invitó, me enseñó a hacerla y cada vez que viene me trae harina de nueces, con la que, según ella, queda maravillosa (cosa que es verdad). Cuando vuelva otra vez me escaparé a escondidas al Sacher aunque sea para comparar y decirle que sí, que ella la hace mejor.
      Me encantan las ciudades que te ponen una sonrisa.
      Un beso.

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  11. Ah, cómo me recuerdan las fotos más campestres a mi infancia allá en las montañas, junto a mi abuelito!

    Bueno, también me has recordado que en Viena vi dos operetas, dos. ¡Cuándo volveré a ver una opereta en la vida!!

    Alguien tocando Cosi fan tutte por la calle... sí, igualito que Madrid.

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    1. Yo casi lanzo un "olerileriiiii", no te creas, Loque. Y eso que no puse la foto de las ovejitas, o de unos tinglados que suelen poner al borde de las carreteras con espantapájaros vestidos de trajes típicos sentados en una mesa. Estos austriacos son muy noveleros...
      Ya tu ves, yo no he visto ninguna opereta (otra cosa para la próxima visita), aunque no enterarme de nada tampoco me hace mucha gracia ¿Por qué no cantarán en español como todo el mundo?
      Y lo de la pianista en la calle fue una pasada. No oímos, la verdad, a ningún intérprete malo. Creo que pasan un examen para poder actuar en la calle.

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  12. ¡Que maravilla de entrada Jane!
    Mil gracias por haber compartido con nosotros tantos instantes de tu viaje. Has conseguido que me traslade hasta centroeuropea desde la primera línea: cada sabor, cada sonido, esas fotos…De verdad, una maravilla. Austria es un destino que aún tengo pendiente y mira que no me faltan ganas. En mi imaginario están bien presentes sus cuentos, mi querida Heidi, Sissi y como no Sonrisas y lágrimas (Bueno yo en realidad llamaba a la peli "Los niños que cantan" :)
    ¡La de veces que he visto esa película cuando era pequeña, y no tan pequeña!

    Bueno me voy con Cosi fan tutee en los oídos y el sabor del apfelstrudel :) ¡Un beso!

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    1. Gracias, Marie. A mí me pasa lo mismo en los viajes: la literatura y las películas se funden para recrearte otra ciudad y otro paisaje. Aunque Heidi sea suiza, producto de la pluma de Johanna Spyri, los Alpes son los mismos, aunque vistos por el otro lado. Y cuando veía casitas perdidas en praderas verdes, al pie de aquellos Alpes inmensos, no me hubiera extrañado nada ver aparecer a Heidi y a Pedro triscando por allá.
      ¿Y sabes qué otro libro me hicieron recordar aquellos paisajes, sobre todo el Danubio? La saga de "Los hijos de la Tierra" y el viaje de Jondalar y Ayla, los cromañones, a través de una Europa prehistórica, encontrando el Gran Río y aguas termales por el camino.
      No dejes de ir. Cada uno adapta su viaje a sus expectativas, deseos y sentimientos. Seguro que ves cosas que yo no vi (o descubres otras facetas en las que vi) y me encantaría que las compartieras también.
      Un abrazo.

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  13. Me has transportado a Austria otra vez. Mi primer viaje al extranjero por eso de ver los lugares donde se desarrollaban las películas de mi niñez. Quizás esa visión de un país con una naturaleza espléndida, ciudades tranquilas, la cultura viva en cada uno de sus rincones. La música su razón de ser. En aquel momento años 80, me pareció Austria la cuna del civismo.

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    1. Por lo que dices, Carmen, de las películas de tu niñez, ya quedé con mi hermana para pegarnos una tarde de merienda viendo "Sissi", "Sissi emperatriz" y "El destino de Sissi", así de un tirón. Espero no empalagarme...
      No sé si será la cuna del civismo, pero es verdad que me sorprendió el respeto hacia el otro. Ni un papel en el suelo, ni una voz más alta que otra, ni una pintada en la pared.
      A ver si aprendemos.
      Un abrazo.

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  14. Disfruté Viena, durante seis días del año 85. La visité en pleno verano y la recuerdo como si hubiera estado ayer y, encima, tú, Jane, me has ayudado a refrescar todo lo que pude vivir en ella. Las iglesias de S. Carlos Borromeo, la de S. Esteban y la Votiva, el imponente edificio de la Ópera, el del Parlamento, el del Ayuntamiento y el Museo de Historia Natural... Todos grabados en mi memoria, porque Viena, como casi todas las ciudades que, en su pasado, fueron imperiales, son, en sí mismas, un gigantesco museo en la calle.
    Todas esas nobles edificaciones son emblema del país, pero la música, con Mozart y los Strauss, al frente, no lo es menos. Como bien dices, la encuentras dónde quiera que vayas y yo guardo un especial recuerdo del pequeño concierto que pude disfrutar, en la plaza del Ayuntamiento, interpretada por músicos componentes de la Ópera nacional que, en sus ratos libres, deleitan a todos los que quieran escucharles. Por primera vez, oí música clásica sentada en el suelo de una plaza.
    Sentí envidia de aquellos ciudadanos que tenían el privilegio de que la música les saliera al encuentro de una manera tan espontánea, natural y cotidiana. Fue mi primer viaje al extranjero y si una se estrena con una ciudad tan hermosa, civilizada y armónica, difícilmente puede olvidarla.
    No descarto que, algún día, pueda volver a Viena, para comprobar que aquella mágica y agradable experiencia no fue el resultado de un amor a primera vista, sino de un amor consolidado y profundo, a pesar de la brevedad de nuestro contacto.
    Como siempre, Jane, no me canso de decirte qué bien nos lo has contado, querida amiga.

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    1. Esta vez, Cehachebé, también mis conciertos fueron todos en la calle y los oí con el mismo asombro y devoción que si hubiera sido en la Sala Dorada de la Musikverein (donde se celebra el concierto de Año Nuevo). Casi todos eran extraordinarios músicos.
      Pero la primera vez que fui nuestros amigos nos tenían entradas para un concierto en el Hofburg, el Palacio Imperial, y recuerdo aquella noche como mágica: la sala preciosa, la música, la orquesta, la sensación de estar en un sitio privilegiado y de no querer en ese instante estar en otro... todo contribuyó para guardar ese recuerdo, igual que tú has hecho con los tuyos, como un tesoro.
      No descartes volver a un sitio que te gustó. Tal vez, como me pasó a mí, la segunda vez descubres otras perspectivas a lo mejor más fascinantes.
      Un abrazo y gracias.

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  15. Me gusta lo de ir a visitar Austria.

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    1. Pues ahora que cogiste carrerilla, ponlo en tu lista de próximos viajes. Y después me lo cuentas. Un beso.

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  16. Tus recuerdos y reflexiones sobre Viena son preciosas, evocadoras, pero, sobre todo, cálidas. Y esa sucesión de imágenes que describes adquieren mucha más fuerza cuando ya las has vivido. Que es la suerte que algunos hemos tenido.

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    1. Y que espero, Néstor, que sigas teniendo y que, como la otra vez, yo comparta la experiencia contigo.
      Un abrazo.

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  17. La Candidaeréndira11 de octubre de 2014, 15:47

    Querida Jane:
    Tarde me asomo a tu blog, pero como siempre, tu maestría narrativa me ha servido para recordar tantas cosas conocidas y tantas por conocer, de la siempre sorprendente Viena.
    Hoy además sé, que has elaborado una riquísima "Sachertorte" para celebrar el cumpleaños de un amigo...
    Cuando la pruebes, paladea despacito la amarga seducción del chocolate y cierra los ojos mientras lo haces...¡Se te encenderá Viena! Volverás a olerla, a saborearla, a disfrutar de sus gentes, de sus plazas y rincones más bellos. Oirás otra vez la música de Mozart en cualquier esquina, como sólo suena en esa ciudad. Verás el fulgor del "Repollo de Oro" de la Secesión y hasta podrás sentir la ingravidez bajo tus pies bailando un vals de Strauss...
    ¡Imagínate todo eso con un cachito de tarta...! ¡Cómo habrá sido haberlo vivido y sentido allí!

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    1. Pues sí, Candidaeréndira, ayer batí las 7 yemas con su azúcar y su vainilla, le añadí el paquete de harina de avellanas que traje de Viena para estos eventos, el chocolate fundido con una tacita de café y las claras a punto de nieve. Y hala, al horno, a llenarme la casa de dulces aromas y a hacerme la boca agua. Después, ya frío el bizcocho, le puse en el centro una de las mermeladas que hice hace poco con las ciruelas de la huerta y lo cubrí con el chocolate fundido de mantequilla con un poco de zumo de limón y un toque de guindilla molida.
      Con semejantes ingredientes es imposible que algo sea malo y, si encima te evoca rincones imperiales y escenas de los años dorados de Viena en cafés modernistas, no es extraño sentir la música y ponerte a bailar vals...
      Que nunca desaparezcan estos placeres sencillos.
      PD: A mi amigo, el del cumpleaños, y a los demás invitados les encantó la sachertorte.

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  18. Esther Casañas Morales13 de octubre de 2018, 16:19

    Leyendo tu narración, he vuelto a visitar Austria, aunque sea mentalmente. Lo hice en el año 1988 y volvería con los ojos cerrados, mejor, bien abiertos, para no perder ni el mínimo detalle. Recuerdo El Tirol con sus casas llenas de flores y la ciudad de Insbruck en Los Alpes. El tejado dorado de la Casita de Principe etc..

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    1. Pues ya es momento de volver, Esther. Yo no descarto una tercera vez para visitar lo conocido y lo no conocido. Siempre hay detalles nuevos. por ejemplo, no conozco el Tirol ni Insbruck. Pero sí estuve al pie de esa estatua en la que estás con tus hijos hace tantos años (¿Ves? La música por todas partes).

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