Los seres humanos somos unos optimistas de tomo y lomo porque, si no, no se
explica ni que compremos lotería ni que hagamos tantos brindis de cara al futuro
cada vez que estamos en copas, sobre todo en estas fiestas.
Hace poco oí por la radio unos cuantos de esos brindis optimistas, como “que
el final de Perdidos no nos deje más ídem” o “que el 2010 no sea
blaugrana sino rojiblanco”. Incluso yo, el año pasado, en el Menú que siempre
hago para la cena de fin de año con los amigos y que, imitando al villancico,
comenzaba con “31 de diciembre, fun, fun, fun”, también terminaba con
buenos deseos, tal que así:
“Bienvenido, 2009,
ven, ven, ven,
que la crisis sea breve,
uf, uf, uf.
Con las uvas despedimos
a este año que vivimos.
Hasta nunca, 2008,
que el que viene no sea pocho,
bay, bay, bay…”
Optimista, yo (y una poeta de campeonato). Pero, realmente, a pesar de que en la condición humana está el
deseo de parabienes y la mirada hacia el futuro, soy más partidaria de brindar
por el ahora, cosa en la que coincido con John Lennon que advertía: “La vida es
lo que pasa contigo cuando estás ocupado haciendo otros planes”. O con Nietzsche
que ya aconsejó vivir el instante para hacerlo merecedor de un eterno retorno. O
con Horacio, ese romano sabio que habló hace siglos de aprovechar el día, el
célebre carpe diem.
Así que, siguiendo tan sabios consejos y también porque “me nace”, como dicen
en La Palma, este fin de año me rodearé de personas queridas en un entorno
cómodo, con velas, luces, árbol de navidad y Nacimiento, y, si se tercia y hace
algo de frío por fin, una buena chimenea; pondremos una música elegida por los
que saben; comeremos y beberemos lo bueno que la naturaleza nos da; y
brindaremos por vivir intensamente ese momento presente en el que, por unos
instantes, todo está bien.