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La Rambla, años 50 |
No es por nada pero yo presumo un montón de mi generación. Tengan en cuenta los años en que nacimos, los 40-50 del pasado siglo, en plena posguerra nacional y mundial, en medio de una crisis tremenda en la que la mitad de la población se veía obligada a emigrar, en una dictadura en la que no te enterabas de la misa la mitad y, lo que es peor para un españolito de a pie, en la que no podías protestar, con lo que nos gusta eso. En aquellos tiempos, cuando alguien de fuera preguntaba que qué tal nos iba y contestábamos: "No me puedo quejar", significaba exactamente eso: "No. Me. Puedo. Quejar".
Bueno, pues con ese panorama, mi generación aprendió a quejarse, a manifestarse, a correr cuando te iban a pegar, a conseguir metas, a mostrar coraje. Dos botones de muestra, de cuando todavía éramos niños:
Uno, en los Escolapios, octubre del año 56 en clase de gimnasia a niños de 13-14 años. . El profesor, un teniente del ejército, no había venido los días anteriores y, además, estaba lloviendo. Todos supusieron que no habría clase y no llevaron el traje de gimnasia. Pero sí que la hubo y el profesor obligó a todos a hacer la gimnasia y tirarse al suelo en medio de los charcos. Yo creo que ahí hubo un conflicto de intereses y de mandatos. Por un lado, la obediencia a la autoridad del profesor y, por otro, la obediencia a la autoridad materna que dictaminaba que, como te ensuciaras la ropa, te mataba. El caso es que esta última prevaleció y los niños empezaron la revolución, al principio más suave - Nos ponía a marchar y cuando mandaba girar, no girábamos sino que tropezábamos unos con otros", me dijo un informante amigo- y después, cuando el profesor fue a llamar al prefecto, más alborotada: salieron a la Rambla, aporrearon la puerta, dieron gritos de "fuera, fuera" y desinflaron las ruedas del Fiat del profesor. Pero les pareció poco contundente la cosa y cogieron entre todos el coche y lo subieron a la Rambla. La revolución al poder.
Segundo botón de muestra: colegio de las Dominicas, año 1962. Desde hacía semanas se había anunciado que el transatlántico France haría en su viaje inaugural su primera parada en España en el puerto de Santa Cruz. Como a noveleros no hay quien nos gane tampoco, no se habló de otra cosa en esos días sino de ir a ver el barco. Las niñas internas del colegio, que oían todo el día la misma cantinela, France va, France viene, pidieron a las monjas que las llevaran a verlo, o si no, que las dejaran verlo desde la azotea. Pero ni caso le hicieron. ¿Qué iban a hacer ellas? Cinco internas decidieron fugarse, saliendo confundidas entre las externas y, privadas, vieron lo que todo el mundo: el barco de pasajeros más largo del mundo que lucía espléndido en un muelle engalanado con banderas francesas y españolas, mientras la señora del presidente francés, Madame De Gaulle, descendía por la escalerilla entre aplausos (entre ellos, los de mis amigas internas).
Los dos casos mostraron resolución, creatividad, iniciativa y, sobre todo, encontraron un modo de protestar ante una situación que consideraron injusta. Y claro que recibieron su castigo. Los escolapios estuvieron castigados las tardes de los jueves y los domingos hasta navidades en la sala de estudios. Y como no se chivaron de quiénes fueron los cabecillas, como Fuenteovejuna el castigo recayó en todos a una. Y las 5 internas dominicas (que tampoco se chivaron de quién fue la idea, aunque lo sabíamos todas) fueron condenadas al ostracismo: ni dormir ni comer con las demás, ni postres, ni recreos durante un par de meses. Pero tanto los unos como las otras, cuando se reúnen hoy en comidas de compañeros, recuerdan esos momentos con risas y orgullo, conscientes de que, si quieres algo y haces por conseguirlo, aceptas también las consecuencias.
En estos días de fin de año en los que se mira al futuro y se desempolvan profecías, muy optimistas ellas, hasta de Nostradamus (guerras, bombas, hambrunas...), yo me siento orgullosa de pertenecer a esta generación mía, que votó una Constitución, que protagonizó una transición a una democracia (en la que sí se puede protestar y quejarse) y que ha mostrado coraje cuando había que hacerlo.
¡Feliz 2023! (¡Nostradamus a nosotros...!).
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