lunes, 30 de diciembre de 2024

Lapsus, balance y buenos deseos


Jejejeje, me dan ganas de empezar este post con esa risa de bruja y diciendo: "¿Se creían que me iban a perder de vista? ¡Pues aquí estoy otra vez dispuesta a seguir dando la lata hasta que el cuerpo aguante!". Y es que las razones por las que he estado desde el 11 de diciembre sin pasarme por aquí son perfectamente respetables e independientes de mi voluntad. A algunos que me han preguntado ya se las he dicho: después de un fructífero, largo y feliz contubernio, mi ordenador me dejó plantada con un rotundo y definitivo "hasta aquí hemos llegado". En buena época lo hizo porque ahí estaban el viernes negro y Papá Noel, haciendo realidad eso de que "a rey muerto, rey puesto". Así que ya tengo un flamante ordenador con el que por ahora mantengo un romance iniciático de esos de "santito, dónde te pondré".

Lo estreno con este post en vísperas de nochevieja en que siempre se espera un balance del año anterior y un objetivo hacia delante, con la eterna pregunta de qué nos deparará el 2025. Un ojo entusiasta y otro amedrentado, que decía Rosa Montero.

Decido que la mirada hacia atrás se centre en los libros que he leído este año: me han dejado historias alucinantes, sueños posibles e imposibles, embrollos fantásticos, datos interesantes hasta ese momento desconocidos y, sobre todo, momentos felices... Todo lo que la literatura puede hacer por nosotros. No recomiendo ninguno porque creo que cada uno elige el libro que más se adapta a su ánimo en ese momento y que cada libro nos escoge también. Pero sí les comento.

He leído 133 libros en este año. De ellos llevo un registro con el tema y una nota final: Muy bien, Bien, Bien pero, Entretenido y Pssss. Los malos no los leo. Entre los que me han gustado mucho hay policiacos como El nudo Windsor de Sophia Bennet, Amores que matan de Elia Barceló o El último crimen de la escritora Emilia Ward de Claire Douglas; hay románticos, como El amor ha muerto de Ashley Poston, Lecciones de química de Bonnie Garmus, Quedará el amor de Alice Kellen o Nuestro último verano en la isla de Abril Camino; de libros y librerías, un género que me encanta, les puse "Muy bien" a El club de lectura del refugio antiaéreo de Anne Lyons, El eco de los libros antiguos de Barbara Davis, Cervantes para cabras, Marx para ovejas de Pablo Santiago Chiquero, Amor a pie de página de Eva Alton o La librería de los recuerdos perdidos de Susan Wiggs; y dos novelas que recuerdan a Jane Austen: La otra hermana Bennet de Janice Harding y ¿Qué haría Jane Austen? de Linda Corbett; de fantasía me pareció con encanto La sociedad secreta de brujas rebeldes de Sangu Mandanna; también una road movie , Los límites de nuestro infinito de Marc Levy, y dos audiolibros: El gran timo de las hadas de Félix J. Palma y La casa sobre el mar más azul de TJ Klune; para relecturas elegí novelas divertidas de mis autores preferidos, P.G.Wodehouse, David Safier y Sophie Kinsella; y un libro de no ficción, Tinta invisible de Javier Peña, que lleva de subtítulo Sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias. Me gustaron mucho también Azul salado de Marta Simonet, La novia del viento de Brenna Watson y La vida después de Marta Rivera de la Cruz.

Esos libros me han hecho feliz en 2024. Para el próximo año espero nuevas lecturas y otros mundos por descubrir. Ojalá consigas lo mismo y, como dicen los versos del poeta canario José Miguel Junco Ezquerra, y que "al convite se sume con su canto un jilguero y el dolor te sea leve y la paz sea contigo".

Feliz año.

lunes, 9 de diciembre de 2024

A Belén, pastores


Esta semana he terminado el árbol de Navidad y el nacimiento, que no se diga que me coge el toro. Y después de terminar, derrengada de subir y bajar escaleras para poner las bolas y de recrear en lo imposible el pueblo de Belén, me quedé sentada en el sillón contemplando mi obra  (y mandándosela por wasap a familiares y a amigos, qué menos). Entonces me puse a pensar en Belén, un pueblo (supongo que ya una ciudad hecha y derecha) en el 5º pino, que casi nadie conoce pero de la que todo el mundo ha oído hablar. Y no solo hablar, sino que reproducimos en nuestras casas con una increíble falta de precisión.

Dicen que fue San Francisco de Asís el primero que reprodujo en una cueva italiana, con asno y buey incluidos, el portal de Belén allá por el siglo XIII. Pero después la gente se entusiasmó con el tema, los ricos empezaron a inventarse un belén con personajes elegantes (no hay más que ver los belenes napolitanos del siglo XVIII) y los pobres, culo veo culo quiero, también se afanaron con entusiasmo a hacer el suyo. 

Y ¡cómo nos gustaban los nacimientos a los niños! A los de mi generación nos llevaban a ver el que hacían en San Juan de Dios y todos coincidimos cuando hablamos de él en que sobre todo nos asombraba el momento mágico en que se ponía el sol poco a poco y se encendían las ventanas de las casitas. No me extraña la fascinación que se nos ha quedado por los belenes. Yo tengo unos 10 pequeños repartidos por la casa estos días (En la imagen uno de ellos, con bandeja marroquí detrás dándole un brillor y pastorcitos peruanos a los lados). Pero eso no es nada comparado con la mujer de un amigo mío que llegó a coleccionar 450 belenes, a cual más bonito. Empezó con dos mejicanos que le regalaron y ahí se le despertó el gusanillo que le llevó a buscar por todo el mundo. Llegó a escribir a dos embajadores de dos países de los que no tenía ningún ejemplar y uno de ellos le envió uno. Ha hecho exposiciones con éxito con el rótulo de "Belenes del mundo", pero ahora están en cajas guardados, sin nadie que los disfrute. ¿Para cuándo un Museo de la Navidad que reúna semejantes tesoros?

Muchos, antes que con el árbol de Navidad, hemos crecido con el nacimiento. Y mi madre, que era una novelera para estas cosas, primero nos llevaba al monte de Las Mercedes a coger musgo y después nos animaba a hacerlo entre todos y nos dejaba jugar con las figuras, acercándolas o alejándolas del portal, poniendo a hablar a unas con otras o llevándolas hasta una casa que había más allá del puente que cruzaba un río hecho de platina.

Así que ahora todos los de mi familia, seamos creyentes o no, hacemos el nacimiento todos los años, igual que compramos lotería de Navidad aunque estemos seguros de que nunca tocará. Lo hacemos por tradición, en recuerdo de aquellos años felices. Mi nacimiento, además, es muy sui generis, para andar por casa, nada que ver con los lujosos. El suelo es de agujas de abeto secas, de los árboles de años anteriores, y el techo del Portal es de hojitas de romero. Otra cosa no, pero bien perfumado sí que está. Y es muy cosmopolita. Están los personajes de siempre: la que lava la ropa en el lago (un espejo venido a más), el cagoncete escondido en una cueva, los pastores... Pero también está David el Gnomo con dos amigos, una figurita peruana tocando el sikus, una parejita de magos canarios dándose un beso, dos ovejas también muy cariñosas, una rana verde tomando el sol sobre la torre del Castillo de Herodes... Los Reyes Magos están en sus camellos sobre la repisa de la chimenea y solo bajan y se van acercando al Portal después de Navidad.

Hay muchas formas de vivir la Navidad. Los hay que quieren que pase rápido y están los que disfrutamos con ella, como si un poco del placer infantil permaneciera con nosotros. Pero si en algo estamos de acuerdo es en que es la fiesta más universal de todas y que incorpora mitos de todo el mundo, desde el Papá Noel del anuncio de la Coca-Cola de los años treinta hasta el árbol de Navidad, Dickens y sus fantasmas o la bruja que reparte regalos en Italia. Y, por supuesto el nacimiento que, aunque no se sepa a ciencia cierta que Jesús nació en invierno ni siquiera si fue en Belén, ni si hubo allí de verdad ángeles, pastores, mula y buey o Reyes Magos, lo asumimos como verdad incuestionable y lo celebramos y cantamos en todas las lenguas: "A Belén, pastores; a Belén, chiquitos, que ha nacido el rey de los angelitos...".

lunes, 2 de diciembre de 2024

Gomeros en Nueva York



¿Conocen esa canción que empieza diciendo: "Me gusta el olor que tiene la mañana, me gusta el primer traguito de cafééé..." y que el estribillo canta: "¡Ay, qué bonita es esta vidaaaa...!"? Bueno, pues si esta vida es bonita, lo tengo comprobado, lo es gracias a dos factores superimportantes: lo repetido y lo inesperado. Si se fijan en el día a día, los dos elementos se entremezclan para hacernos la existencia un poco más segura y más emocionante.

Lo repetido lo vemos en ese olor que tiene la mañana cada día y que nos hace respirar hondo cuando entran los primeros rayos de sol por la ventana; en el desayuno que es igual todos los días de Dios ¿Qué diríamos si cada día comiéramos, por ejemplo, lentejas al mediodía: "¿¿¿Otra vez lentejas???" Y sin embargo repetimos desayuno (yo un té verde, una tostada de pan integral con queso y un jugo de naranja), incluso cuando salimos de viaje y tenemos en el Hotel un bufé de exquisiteces a nuestra disposición. Y repetimos rituales, ahora el de Navidad. Yo ya estoy montando el árbol y el nacimiento, comprando turrones y lotería del 22, haciendo un calendario de adviento para mi marido y para mí, aunque los niños ya no estén y yendo a comidas de Navidad con amigos. Igualito que los años anteriores.

Lo inesperado surge ¿cuándo? Cuando menos te lo esperas, naturalmente. Que de repente te llame una amiga un viernes en que no sales y te ofrezca ir a oír a un grupo que toca música de los Beatles en Bajamar mientras te tomas un gin-tonic. O que tu hija gane un premio a la escritora más emprendedora y te veas orgullosa, cual madre de la Pantoja. O que ella te traiga de Londres y mi nieto de Laponia, bolitas de Navidad (en las imágenes)...

Me cuenta mi amiga Tamara que una vez en Nueva York cogió un taxi y cuando habló en español con la amiga que la acompañaba, el taxista se viró un poco y les preguntó: "¿De dónde son ustedes?". "De Canarias", contestaron. Y el taxista, con alegría desbordante, dijo: "¡¡¡Yo soy gomero!!!". Se puso tan contento que hasta las invitó a comer y todo, cosa que ellas declinaron porque se iban al día siguiente. También me contó que otra vez, al llegar a Nueva York, la policía de aduanas parece que encontró sospechosa la bolsa de gofio de "La Molineta" de La Laguna que ella le llevaba a su hermano y se la confiscó (¿pensarían que era marihuana de gofio?).Pero pronto se consoló porque luego fue a Broadway y debajo de un puente hay un mercadillo y se encontró ¿saben qué? ¡A un gomero que vende productos canarios: gofio, mojo picón y de cilantro, quesos de todas las islas...!

Eso es lo que hace chispeante la vida. Lo repetido te da seguridad, comodidad, confianza y esperanza en el futuro. Te ancla a la vida, como ese primer traguito de café de todas las mañanas. Pero lo inesperado nos muestra el lado mágico, nos hace reír y llorar, nos sorprende y nos remueve como a niños en noches de reyes. Así que hoy, que empieza diciembre, un mes impredecible, les deseo que abran la mente para repetir rituales, sí, pero también para encontrar "gomeros en Nueva York".

lunes, 25 de noviembre de 2024

Algún día hablaré de mi abuelo


Mi abuelo (a la derecha) tomándose unos vinos en La Laguna

Algún día hablaré largo y tendido de mi abuelo Gabriel Duque Díaz. Fue un hombre interesantísimo, fundador y director de dos periódicos, uno en La Palma y otro en Cuba, poeta, carpintero, constructor de edificios y carreteras, buen delineante... Pero hoy voy a hablar de otra faceta de él, la de padre de familia numerosa (tuvo 7 hijos), gracias a un hallazgo inesperado que mi primo Pepe encontró entre los papeles de su padre: unas cuartillas de mi padre contándole a su hermano los recuerdos de su infancia. Su voz llega hasta mí a través de los años. Él y su padre son los protagonistas hoy:

"De mis recuerdos de familia, vamos a ver. Vivíamos en el primer piso de la Calle Alta frente a la Alameda de Los Sauces, en la esquina izquierda de la calle mirando hacia arriba. Me veo jugando con mi hermano Gabriel y mi hermana Lolita en unas acequias que conducían agua y que pasaban junto a la ferretería que mi padre tenía en la planta baja. Tendría yo unos 3 años más o menos, porque un poco más tarde Lolita enfermó y el Señor se la llevó. Sería por el año 1925. Mi padre trabajaba con mi abuelo Atilio en la carpintería instalada en La Lama, en la cual instalaron la maquinaria para la producción de energía eléctrica para dar luz al pueblo de Los Sauces que carecía de ella, y recuerdo que se inauguró con pleno éxito el 1 de enero de 1925, fecha que para siempre quedó grabada en mi mente.  Posteriormente, en años sucesivos, otra persona, un tal Pío, instaló otra planta de energía eléctrica, y de ahí nuestras disputas de pequeños, de que si la luz de papá era mejor que la luz de Pío, o al revés. Recuerdo perfectamente el día en que murió nuestra hermana Lolita, con la asistencia de mis abuelos y de mis tíos y tías en casa.

De esa época como nota sobresaliente están los Carnavales del año 26, 27 o 28, cuando me quedé casi ciego, con motivo de que mi hermano Gabriel y yo estábamos jugando al boliche en el pasillo de casa cuando mi madre salió de la cocina con una sartén de aceite hirviendo para servir no sé qué cosa para el almuerzo en la mesa del comedor, y al tropezar conmigo, todo el aceite se desparramó en mi cara. Otro de mis recuerdos de esos años fue cuando yo subí a un duraznero de nuestra huerta y me hinché a comer duraznos verdes, y al enterarse mi padre, me dio la primera y última y única paliza de mi vida y me condenó a que le entregara todos los boliches que tenía, con lo que me dejó inútil para el juego, lo que me dolió más que la paliza que me dio. A los 2 o 3 días los boliches volvieron a mí y todo quedó olvidado.

De ese tiempo recuerdo que la situación de mi padre fue decayendo. No sé por qué, la Carpintería y la luz fracasaron y unos pequeños negocios que mi padre tenía de importación de materiales de construcción, junto con sus primos hermanos de Santa Cruz de La Palma, también fracasaron. Papá se dedicó entonces a la construcción y solo recuerdo una casa de dos pisos que hizo cerca de La Verada, casi junto al Cuartel de la Guardia Civil, que por allí estaban entonces. No sé por qué, allá por el año 1928, nos mudamos a una casa con huerta en La Verada, y papá tuvo que emigrar a Tazacorte para construir un edificio que le encargó Don Pedro Gómez Acosta, importador y exportador, después del nacimiento en aquella nueva casa de nuestro nuevo hermano Pepe, el cual nos dio el disgusto de caerse a la acequia que pasaba frente a casa y hacerse una herida en la frente. No sé de qué forma pudimos arreglarnos con papá en Tazacorte, y recuerdo cuando tuvimos que decírselo telefónicamente. Yo creo que eso lo decidió a arreglar todo para que todos pudiésemos trasladarnos a la nueva casa que pudo prepararnos en Los Areneros, lugar entre Los Llanos y Tazacorte. Allí organizamos nuestra vida y era el año 1931 o 1932, años agitados por las ideas republicanas que se traslucían en nuestro Colegio de Tazacorte, ya que el maestro era comunista acérrimo.

Cuando papá terminó la casa de Don Pedro, situada al salir de Tazacorte camino de los Llanos, le encargaron el desmonte y trazado de la carretera desde la Plaza de Los Llanos hasta Puerto Naos, contratado por Don Mauricio Duque y su hermano Francisco, obra que duró desde finales del 33 o principios del 34 hasta casi los últimos meses del 35. Yo trabajé en dicha carretera, como ayudante de topógrafo o ayudante de herrero, incluso como peón, con el salario diario de 3,50 pesetas (mi padre ganaba 10 pesetas diarias). Antes de comenzar la construcción de la carretera a Puerto Naos, ya nos habíamos mudado de la casa de Los Areneros a otra casa situada en el sitio llamado "La Placeta" en la calle principal de Los Llanos, donde estuvimos hasta la finalización de los trabajos de la carretera, y de allí nos mudamos a la casa de Nazco, era ya el año 35.

Papá, no recuerdo de qué forma, se hizo dueño de un solar sito en Triana, barrio de Los Llanos, donde comenzamos a construir una casa llegando en su estructura a terminar paredes y techo; pero papá, sin trabajo por allí, consiguió la dirección de la construcción del Instituto sito junto a la Plaza de Santo Domingo en Santa Cruz de La Palma y nos tuvimos que mudar a una casa en La Portada de Santa Cruz de La Palma. Era en el mes de diciembre de 1935. Como no había dinero para pagar los alquileres atrasados de la casa de Nazco, nuestro padre saldó los mismos con la casa a medio ejecutar de Triana. La construcción del Instituto quedó paralizada durante la guerra civil española y a nuestro padre lo destinó la misma compañía constructiva a dirigir la construcción de la carretera a Hoya Fría en Santa Cruz de Tenerife, ya por los años 37 o 38. Establecidos ya en La Laguna, durante los años sucesivos mi padre actuó como contratista independiente en trabajos de roturación de terrenos y construcciones agrícolas, como estanques y construcciones de agua para terrenos, centrando sus actividades en Valle Guerra, Tejina, Bajamar y Punta del Hidalgo. Al decaer este tipo de trabajos, se dedicó a contratos oficiales, como la construcción de la carretera de La Cuesta a Valle Tabares y, al no conseguir nuevas obras de este tipo, sobre todo por falta de existencias de las mismas, sus ocupaciones se centraron en la dirección de la construcción de obras particulares en Santa Cruz de Tenerife, como Cafesa en Avenida Tres de Mayo y otras en la calle La Rosa o calle Los Campos.".

Hasta aquí algunos de los recuerdos de mi padre sobre el suyo. Me sorprende este abuelo trabajador, aventurero, nómada, que buscando mantener a su familia, se mudaba con ella, arramblando con todo, a donde pudiera haber mejores condiciones de trabajo. Cuento en esos 15 años desde el año 24 (año en que mi padre tenía 3 años) hasta el final de la guerra, 7 mudanzas, y eso que no se habla de los años anteriores en Cuba a donde también fue con toda la familia. Pero estoy segura, por los artículos que hablan de él sobre todo después de su muerte, de que en todos los sitios por los que pasó dejó huella. Alguna vez, sí, hablaré mucho más de mi abuelo Gabriel, el poeta que supo ver belleza en una vida dura.

lunes, 18 de noviembre de 2024

Un vermut con un famoso



Una de las miserias de esta longevidad a la que he llegado es el insomnio. Podría contar que no duermo debido a que me preocupa el sentido de la vida y que es eso lo que me hace dar vueltas en la cama sin ton ni son algunas noches. Vestiría mucho, pero no nos engañemos: no dormimos por la edad. Así que si se me ocurre decir en el chat de mis amigas (todas más o menos de mi quinta) lo de que no pegué ojo en toda la noche, los remedios abundan porque a todas les pasa lo mismo. Que si las pastillas de melatonina, que si una tisana de Mercadona que se llama Dormir y es mano de santo, que si glicinato de magnesio (sea lo que sea eso), que nada de siestas... ¡Señor! Ahí nos ven tomando de todo un poco. Y si nos aconsejaran que hiciéramos el pino una hora antes de acostarnos, igual también lo hacíamos (o lo intentaríamos hacer). 

Por eso, no fue raro que leyendo un artículo de Manuel Vicent la semana pasada me quedara con lo que él hace: "A veces durante los insomnios paso lista de los autores con los que me hubiese gustado tomarme una copa. Y así hasta que cojo el sueño". Según él hay autores que no querría conocer por nada, así escriban como los ángeles, y otros que sí. Incluso hay algunos, fatigosos de leer, pero que "su ingenio los convierte en una fuente inagotable de chismes y anécdotas que ayudan a hacer una buena digestión". Tal vez Jack el Destripador, dice, tenía un trozo de alma muy sensible y San Francisco de Asís , en cambio, era muy atravesado. Vicent se decanta por tomarse esa copa con Jantipa, la mujer de Sócrates, que lo iba a buscar al ágora para que viniera a cenar. También le hubiera gustado con Ovidio, Catulo, Maquiavelo o Voltaire.

Tal vez esto no sea mal consejo para dormir, oye. De perdidos, al río. Pero yo impondría una condición: si la copa es al mediodía, que sea un vermut, un Yzaguirre, por ejemplo. Y que sea un gin-tonic, si es viendo la tarde caer.. Así habría un ambiente propicio para encontrarme, por ejemplo, con Úrsula K. LeGuin y darle las gracias por lo bien que lo he pasado con sus mundos fantásticos. O con alguien divertido de mis autores preferidos, como P. G. Wodehouse o Sophie Kinsella  (Con esta, que vive, todavía estoy a tiempo. Querida Sophie, ¿te das una vuelta por La Laguna y nos vemos?). O con Van Gogh para hacerlo feliz, contándole que se hará famoso y venderá cuadros al precio más alto, él, que murió pensando que era un fracasado por vender un solo cuadro en su vida. O con Jane Austen, por supuesto, a la que le contaría cómo Colin Firth hizo de su Mr. Darcy ideal. De los filósofos me tomaría una copa con Spinoza, el más noble y el más amable de los grandes filósofos, según Bertrand Russell ("Intelectualmente, algunos lo han superado, pero éticamente, es supremo. Como natural consecuencia, fue considerado, durante su vida y un siglo después de su muerte, como de una perversión aterradora"). Y también me gustaría Voltaire, sobre todo por esa frase que se le atribuye: "No estoy de acuerdo con su opinión, pero daría mi vida por defender el derecho que usted tiene de exponerla". Y de personajes que nunca existieron (o tal vez sí), ¿a quién no le encantaría tomarse una copa con Scherezade, la más lista de las cuentacuentos?

Dormir, no he dormido mucho y coger el sueño, tampoco. Pero ¿y lo que me he divertido pensando en los famosos con los que me tomaría, encantada, una copa? Una noche mucho más entretenida que una pastilla de melatonina. Las próximas de insomnio seguiré repasando la lista de ilustrísimos.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Oscuridad y luz



Hay semanas en las que parece que el mundo se adentra en túneles oscuros, en que las noticias son tan preocupantes que te hacen pensar en lo injusto que es todo: las guerras continúan, personas inocentes mueren, las elecciones las gana gente indigna, el racismo, el autoritarismo, el machismo aumentan por todos lados... Es como si Atticus Finch, aquel personaje de "Matar un ruiseñor" que Gregory Peck interpretó en el cine y que personifica la decencia, estuviera de capa caída. Y además, la naturaleza, que no atiende a ninguna razón y que va a lo suyo, se desborda y arrasa con todo lo que se le pone por delante: casas, gentes, vidas, sueños.

Por eso, en momentos así, frente a la oscuridad, echo mano de mi terapia particular:

1. Restringir en lo posible el visionado de las desgracias. Leo el periódico para enterarme, pero la tele la tengo sentenciada. Pienso que no es sano ver una y otra vez, durante días y días, las mismas escenas, ni enfrentar las caras de aquellos que aprovechan cualquier catástrofe para su beneficio personal. No al odio y la mentira, sí a la ayuda y la empatía.

2. Caminar cada día, respirar hondo al aire libre, darse si es posible un baño en el mar que nos deja como nuevos, mirar el cielo que estos días ha estado precioso, sobre todo al atardecer. Vi una luna fina como un gajo de fruta, que parecía colgar por un hilo invisible de una estrella brillante. La visión de la belleza anima y nos reconcilia con la naturaleza.

3. Disfrutar de todo lo positivo que la semana nos ha traído: de lo animado que estaba mi pueblo el jueves por la mañana cuando unos mariachis le cantaban a alguien las mañanitas en la calle principal (imagen inicial). Cantaron "Volver", "La de la mochila azul", el cumpleaños feliz... mientras el público (yo incluida) bailaba y aplaudía; del café que luego nos tomamos mis amigas de pilates y yo, mientras veíamos la película que en la plaza se estaba rodando, caballos y todo (ya dije que estaba muy animado mi pueblo); de los libros que he leído en la semana y que ninguno me puso triste; de la salida con dos amigos de toda la vida a comer un pescadito al Puertito de Güimar en un restaurante pegado al mar, tranquilo como un plato; de mis nietos pequeños que se quedaron conmigo este fin de semana y me enseñaron trucos de magia y bailes (al parecer por los movimientos, tipo Egipto antiguo); de la recogida de mangos en casa y las correspondientes mermeladas que hice después; de la conversación telefónica con mi amiga Cae, que cumplió años y siempre me pone de buen humor; del encuentro con una ex-alumna que me recordaba con cariño; de las pizzas hechas por mi yerno el domingo en casa de mi hija y familia; de los ratitos oyendo música con mi marido al atardecer; de los wasaps divertidos con los amigos...

"¿Oyes esa música / que cruza como luz la oscuridad / mientras la oscuridad gira / y yo con ella?", decía la escritora Clara Janés. Esas, esas son las cosas que conforman la luz en nuestras vidas, las cosas que más importan y por las que merece la pena vivir. Son menudencias, nadie las va a recoger en un periódico, pero, en el fondo, son las verdaderamente grandes y, mientras exista la luz, alejará la oscuridad. A disfrutarlas.

lunes, 4 de noviembre de 2024

La edad sí perdona



Una de las palabrejas que en mis tiempos mozos no existía y ahora se oye a cada rato es edadismo: "Discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas". No es que esa discriminación no existiera antes. Recuerdo a mi primo de adolescente en una discusión con mi abuela, que entonces tendría 60 y pico años, diciéndole: "Abuela, es que tú eres una anciana". Y no era solo lo que decía sino el tonito de suficiencia con que lo decía. Claro es que buena era mi abuela que le espetó enseguida: "Anciana, tú".

Siempre ha existido edadismo, lo que pasa es que ahora (desde el 2022 en el Diccionario de la RAE) se le ha puesto nombre.. Es verdad que en la actualidad se ve más edadismo, con su carga de prejuicios y discriminación, en el entorno sanitario, cuando ya a nuestra edad no nos hacen tratamientos preventivos (revisiones ginecológicas, por ejemplo) o en la industria cosmética y estética que se aprovecha del miedo a parecer mayor y perder la juventud.

Pero también siempre los jóvenes se han sentido los amos del mundo, los que saben de todos los temas más que nadie. ¡Hay que ver la cara que ponen cuando nos ven trajinar con el ordenador! "Ah, ¿pero es que tú sabes lo que es un e-mail?", "Ah, ¿pero manejas el GPS?", "Ah, ¿pero estás en Instagram?"... Y a veces, hasta cuando dicen un piropo, son edadistas, como una chica que trabajaba en casa y que me decía: "Ay, Doña Isabel, usted está muy bien...", pero añadía la coletilla: "... pa la edad que tiene".

Y es que se puede ser edadista para lo malo, pero también para lo bueno. Mi amiga Ani, una mujer de mi quinta, inteligente y capacitada para todo, se me quejaba el otro día porque iba a salir y su hija le decía: "Pero ¡si está lloviendo! ¿No lo puedes dejar para otro día? ¿Qué zapatos te vas a poner para que no te resbales? Lleva una rebequita...". Y Ani, toda agobiada, me decía: "¡Parecía más mi madre que mi hija! ¿Se pensará que soy una vieja decrépita?". Yo la consolaba con lo de que mis hijos a mí, ni caso y que no sé que es peor, pero ella me contestaba: "¡Qué suerte tienes!".

Hace poco un amigo me mandó la foto que ven al inicio del post. Es de unos compañeros de los Escolapios (ellos se llaman a sí mismos los pibes del... Bueno, el año es lo de menos, no voy a ser edadista yo también) que van todos los meses a mandarse juntos una comilona. En la foto se ve a 3 de ellos cuando iban al tema, calle de La Carrera arriba. Se podría decir que son mayores y lo son. Pero yo, que los conozco y los conocí entonces, más que el bastón y el pelo blanco, lo que veo , igual que antes, es su sentido del humor y su alegría de vivir.

Y es que la edad, queridos pipiolos, (les diría yo a los menores), habría que usarla positivamente, motivo por el que yo siempre celebro mis cumpleaños como si fueran las bodas de Benijos: "Mira hasta dónde he llegado; vamos a celebrarlo tirando la casa por la ventana". Y si no lo haces, si solo ves lo negativo, lo que la edad no perdona, si actúas en función de la edad con otros... ¡ay, m'hijo! no me queda otra que decirte que ¡a la bajadita te espero!.


lunes, 28 de octubre de 2024

Una propuesta lectora: "El olor de la primavera en tu piel"


La semana pasada mi hija, Ana González Duque, publicó su novela número 11 y, por supuesto, tachááán, me toca hablar de ella, que para eso soy una de sus fans y su lectora cero por excelencia (me lo curro, leo sus novelas en busca de erratas o para dar sugerencias hasta 4 veces). 

Bueno, pues te cuento. Es la segunda de una cuatrilogía en un pueblecito inventado, Silver Hill, y cada uno de los libros está dedicado a una estación y a un sentido. Del invierno y el gusto trató el primero, publicado el año pasado, Días de invierno con sabor a jengibre; y de la primavera y olfato esta segunda novela, El olor de la primavera en tu piel, que se explicita desde el título y desde el mismo comienzo: "El aire olía a primavera en Silver Hill. La naturaleza que rodeaba la pequeña ciudad que la había visto crecer impregnaba sus sentidos de tierra mojada, aderezada con una pizca de sal que el viento traía del mar cercano. Caroline aspiró con deleite...".

Y esta es, precisamente una de las cosas que más me gustan del libro, porque apenas se suele hablar de los olores y, sin embargo, esta novela, sensual y colorista, está llena de ellos. Se habla del olor a sol, del olor de la librería de Oliver —"a libros, a papel, a madera"—, de que Tom "seguía llevando la misma colonia con olor a naranjas y a sándalo de su adolescencia", del olor a pan caliente, a tomates cocinados a fuego lento, a especias, del aroma de Oliver a champú y a tentación, del olor a masa horneada y comida casera, del olor a cerrado... O de la brisa fresca que traía esencia de madera, cedro y tomillo a la fina nariz de Caroline. Porque Caroline, aunque trabaja como abogada, es lo que en perfumería se llama una nariz, una persona con una gran sensibilidad para los olores. Así lo vemos cuando su hermano David la encuentra trajinando con perfumes y rodeada de pipetas de cristal y del tufo de aceites esenciales. Y cuando, en otra escena, se permite descubrir, por el olor, los ingredientes de un ragú: " —Déjame adivinar. ¿chocolate negro? —Tom asintió. Caroline acercó la nariz al ragú y olisqueó: —Canela —repuso pensativa—.Y cardamomo. Clavo también.  Laurel.".

Así que claro que te recomiendo esta novela, porque nos lleva a casa, a aromas que nos hacen recuperar la memoria de lo que fuimos. Pero también porque sus cuatro personajes principales —Caroline, Tom, Oliver y David— nos hablan de segundas oportunidades, de reconducir nuestra vida si no somos felices con lo que hacemos y de aceptarnos a nosotros mismos si queremos que los demás también lo hagan. Y de ese pueblecito, Silver Hill, mezcla de todos los que hemos vivido, en los que todo el mundo se conocía y las cosas llevaban un ritmo propio.

Una novela amable que se termina con una sonrisa. Muchas veces algo así viene muy bien.

P.D.: Si te apetece leerla, puedes conseguirla en papel en la web de Ana, dedicada y con solapas. También, tanto en ebook como en papel, en Amazon. Y en las librerías Agapea, Lemus y El barco de papel.

La ilustración de la portada es de mi nieta, Eva de José.

Y este es el booktrailer, hecho por mi nieto David de José (Trabajo en familia, que no se diga :-D).


lunes, 21 de octubre de 2024

Satélites, cometas, ovnis...: Sorpresas en el cielo


Este sábado pasado estaba mi sobrina con amigos por la noche en Vilaflor, el pueblo más alto de Canarias a la vera del Teide, cuando vio algo extraño: un rosario de luces que se movía a la vez en una línea brillante sobre el cielo nocturno. Parecía un batallón de drones a punto de atacar la Tierra. De hecho en el vídeo que nos mandó se oye a uno diciendo con cachondeo aquello de "Hay tiempo de comer" que alguien dijo cuando lo del volcán de La Palma. Se oyen también voces asustadas: "¿Pero qué es eso?", "Ni idea", "Grábalo, grábalo"...  Después se supo que era el tren de satélites Starlink de Elon Musk, el sistema desarrollado por SpaceX, que tiene como objetivo que Internet llegue hasta las regiones más remotas del mundo. Cada uno de estos trenes contiene entre 15 y 56 satélites. Ahora hay cerca de 6000 orbitando la Tierra, pero quieren expandirse a 42000. ¡Vamos a tener satélites hasta en la sopa!

A la misma hora, sobre las 9,30 de la noche, yo estaba con mi marido en el balcón de casa, mirando también el cielo. La noche era oscura, sin luna y despejada de nubes, al contrario que en días anteriores. Había estrellas aquí y allá y saqué los prismáticos para ver si había suerte y, esta vez sí, veía por fin el cometa Tsuchinshan-Atlas (para mí, ahora que le tengo confianza, el Suchinchán). En casa tenemos una cierta querencia a los cometas, esos viajeros del universo que nos visitan de vez en cuando llenándonos de preguntas. Es así desde los años 70 cuando mi marido los empezó a estudiar para su tesis doctoral que nunca terminó. Entonces era el Kohoutek (hasta mis hijos se sabían el nombre cuando eran pequeños de tanto que lo oían), pero también fuimos todos a ver el Halley en el 86 como quien va a una fiesta. Así que esta semana me daba rabia perderme el Suchinchán, pero de pronto, mientras recorría el cielo despacio con los prismáticos, allí estaba por fin, en el oeste al lado de dos estrellas, un poco difuso pero claramente reconocible con la cola hacia arriba como un velo de novia.

Fue un momento emocionante que nos hizo recordar otros muchos momentos asomados al universo: noches memorables estrelladas como si fueran a caer sobre nuestras cabezas, como en una historia de Astérix; los primeros satélites que vimos en las noches de Bajamar moviéndose en un viaje regular y seguro; y, por supuesto, aquella vez que nos visitó un ovni. Eran los tiempos (años 70 también) en que mi marido trabajaba en el Astrofísico del Teide, a donde subía cada 2 noches. Él estaba dentro del Observatorio cuando el observador le avisó, desde fuera, que "ya están estos aquí": Los habían vislumbrado noches antes y esa noche vieron claramente un objeto volador no identificado parado a gran altura sobre el Puerto de la Cruz. Estuvo allí un rato y luego se empezó a mover hacia el Teide. En ese momento lo captaron en el telescopio y vieron que era alargado y se movía hacia dentro y hacia fuera. Y luego, empezó a alejarse de la tierra en dirección radial, más y más lejos hasta que se perdió por esos mundos. Cuando por la mañana mi marido se lo contó al director del Observatorio, este le aconsejó que no dijera nada, no sea que tuvieran que lidiar con periodistas durante todo el mes. Lo cuento ahora porque imagino que, después de 50 años, ya no pertenece al secreto del sumario.

Así que ahí hemos estado siempre, igual que esta noche movidita del sábado, mirando hacia los cielos y preguntándonos miles de porqués: ¿De dónde vienen las estrellas? ¿Hay vida en otros mundos? ¿Cuál es la fuerza que mueve a los cometas y al universo entero? ¡Qué son los agujeros negros? ¿Por qué todo este despliegue de luz, calor y espectáculo? Y, sobre todo, ¿qué pintamos nosotros ante esta inmensidad?

¡Cuántas noches más nos deleitaremos ante un cielo tan familiar y a la vez tan desconocido! ¡Cuánto más conocerán los hombres en noches de contemplación a las estrellas! ¡Cuántas sorpresas nos guarda el cielo aún! Y como diría Mafalda, después de que el hombre pisó la Luna, ¡cuánto material de pisoteo queda todavía!


(La imagen inicial me la mandaron sin decirme el autor. La del final, los satélites en formación en el cielo nocturno, está tomada del vídeo que mi sobrina me mandó el sábado 19 por la noche )


lunes, 14 de octubre de 2024

Lo que nos depara el día

 


Yo tenía una compañera malencarada  que, cuando llegábamos por la mañana a trabajar y le decíamos "buenos días", nos bramaba: "¿Qué tienen de buenos?".  Siempre pensé que esa no era la mejor manera de encarar lo que nos deparara el día.

Ahora tengo amigos con buenos deseos que me predisponen para disfrutar cada momento del día. Como mi amigo Chano, todo un filósofo, ya quisiera Marco Aurelio, que cada día me saluda con sabios consejos  para vivirlo mejor; o Chari, que atrapa amaneceres a cual más esperanzador y los comparte con los que quiere; y otros, como Marian o José Luis, que mandan temprano canciones como la Zamba del tiempo nuevo, de Los Trovadores, tan poética ella ("Subía el alba como un pañuelo del amanecer y en la zamba del tiempo nuevo comenzó a crecer...") o Esta vida  ("Me gusta el olor que tiene la mañana. Me gusta el primer traguito de café. Sentir como el sol se asoma a la ventana y me llena la mirada de un hermoso amanecer...").

Esas, esas son las mejores maneras de encarar el día.: con curiosidad, con apego, con asombro, encontrándonos ratos luminosos y sorpresas inesperadas. Esta semana, por ejemplo, mareas impresionantes con olas largas de espuma blanca bañando las orillas de la isla; comidas tranquilas al lado del mar oyendo su lenguaje; tardes serenas de lectura en las que una se adentra y vive otras historias; conversaciones con amigos en las que se procura descifrar el mundo; e intentos de ver un cometa escurridizo con nombre impronunciable que se esconde cuando miramos hacia el oeste, tras la puesta de sol.

Todo es válido en el día a día y hasta lo imposible se hace cercano. Y así me veo contemplando el cielo esperando hasta el milagro de una aurora boral. ¿Por qué no? El sol tiene en este momento una intensa actividad y se han visto en otros sitios alejados del norte, como en localidades de Cataluña, Madrid, Murcia, Granada, Segovia, Badajoz... y hasta en La Palma, ahí al ladito como quien dice. Y aunque parezca mentira, el cronista Lope Antonio de Guerra ya dejó escrito en 1770 que "el 18 de enero poco después de una hora de puesto el sol, se divulgó en esta ciudad el rumor de que quizás en los Montes de Taganana se había prendido fuego atendiendo a que aquella parte del cielo parecía extremadamente inflamada, roja y bañada de resplandor más vivo; pero habiéndose observado con alguna más atención, se conoció que era una Aurora Boreal. La noche, aunque fría, estaba serena, las nubes corrían bastantemente dispersas, la inflamación y color sanguíneo se extendía por toda la parte del norte desde el Oriente, hasta algunos grados más allá del occidente con una luz a la verdad muy extendida, pero nada tumultuosa, agitada, ni vacilante." Y también Viera y Clavijo corroboró todo esto en su Carta filosófica sobre la aurora boreal, observada en la ciudad de La Laguna de Tenerife la noche del 18 de enero de 1770".

Y aquí me ven, pertrechada con prismáticos y manta esperancera, en la azotea de mi casa, espoleada por los buenos deseos desde la mañana y esperando en los cielos lo extraordinario. Si ocurrió una vez, ¿por qué no más veces? Todo es posible en días que empiezan con tan buenos augurios. Y miren por dónde igual me voy a ahorrar un viajito a Finlandia.

lunes, 7 de octubre de 2024

¿Quién se acordará?


Ustedes saben que Bécquer no era la alegría de la huerta ¿verdad? Pero francamente con la rima LXI se pasó. Basta acordarse de "¿Quién en fin al otro día, / cuando el sol vuelva a brillar, / de que pasé por el mundo / ¿quién se acordará?". Si él viera la cantidad de gente que se acuerda de él, las calles y plazas que llevan su nombre y los libros que todavía repiten sus poemas, le habría dado un patatús y se le habría quitado la depre de un plumazo.

Aparte de eso, al pobre le tendríamos que haber explicado que, según la sabiduría popular, hay además tres vías para que se acuerden de nosotros: tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro. Y él de eso último está sobrado. Así que cuando nos dé el melancólico y nos pongamos a suspirar en plan Bécquer, repasemos nuestra vida y miremos a ver si hemos acatado los tres consejos. 

Yo, por mi parte, del primero no me puedo quejar, lo he cumplido con creces. Hay en este mundo 6 personas (mis 2 hijos y mis 4 nietos) que existen porque yo existo. Espero entonces que recuerden a la madre con la que jugaron y cantaron y a la abuela que les enseñó a hacer pizza.

Por lo de plantar árboles, esta semana he plantado, con la ayuda de mi marido, un mandarino, un aguacatero y un nectarino. Con los 3 tenemos ya en la huerta unos 40 árboles (sin contar la palmera, el drago y el falso pimentero) que nos dan sombra, descanso, refugio ¡y frutas de vez en cuando! Leí que un árbol enfría igual que 10 aires acondicionados funcionando continuamente, que absorbe 2900 litros de agua de lluvia (será cuando llueve) y que filtra 28 Kg. de polución en el aire. Solo por eso, y no por el recuerdo de quién lo plantó, ya merece la pena rodearse de ellos. Y me gusta pensar que todos mis árboles están conectados entre sí por medio de las raíces. como dendritas en una red neuronal (como describe Peter Wohlleben en La vida secreta de los árboles) y que en el fondo saben quiénes somos sus cuidadores y nos recuerdan a su manera.

Y respecto a escribir un libro ¿creen que el que quiera que juzgue si hemos obedecido los tres preceptos me lo convalidará  por los 800 posts (801 con este) que cumplí la semana pasada? Desde el 2008, año de mi jubilación, aquí he estado semana tras semana. Creo que solamente por el empeño y la constancia me tendrían que firmar el papelito ¿no?

Y aunque luego "al otro día, cuando el sol vuelva a brillar" no se acuerde de nosotros ni el chico de la gasolinera, consuela pensar que, quieras que no, vamos dejando una huella por aquí, un arbolito por allá y una sonrisa como recuerdo de que pasamos por el mundo. Alguien lo captará, seguro. Y si no, ¿quién se va a enterar?

lunes, 30 de septiembre de 2024

La niña



En muchas casas, la más pequeña de la familia o la única es la niña (o el niño, claro), el eje, el centro de atención, aquella por la que se iluminan las miradas. Y muchas veces ese nombre, la niña o nena, sigue usándose toda la vida. A dos de mis amigas las llaman Nena por eso mismo y a mi tía Nena nadie la conoció nunca por su verdadero nombre.

En mi familia la niña fue mi hermana, la más pequeña, y 20 años después mi hija, primera hija, sobrina y nieta. Pero después, durante mucho tiempo, la niña fue Isa, mi sobrina, a la que pueden ver en la imagen inicial cuando era pequeña. A ella le dedicó mi hija Ana una "Oda a Isabel" en agosto del 91, cuando la niña tenía casi dos años:

La niña tiene un pez

en la mirada,

un pez atado

de pies y manos a la vida. 

Una casa sin umbrales

que ensombrece 

la nariz dulce y pequeña.

Isabel,

el viento te hiere las alas

y tu risa,

anclada en el silencio,

te salpica la espuma

de la infancia

por la cara.

La "niña" es ahora médico rehabilitadora y esta semana pasada ha cumplido 35 años. Sigue teniendo la mirada dulce y la sonrisa ancha y esa alegría contagiosa y vital que Ana supo adivinar. Pero ya no es "la niña". El título ha pasado ahora a su hija de 5 meses, Lucía, un bebé precioso de ojos almendrados y sonrisa luminosa que nos tiene embobados. En Galicia cuentan que existen unos duendes, los meniñeiros -visibles solo a los niños-, que enseñan a reír a los pequeñitos. Solo así se explica que se rían tanto y sin motivo aparente. Y nosotros les devolvemos el eco de sus sonrisas.

Dichosas las familias que se perpetúan y en las que nacen niñas y niños que llenan las casas de ternura y risas. Dichosas las familias que coleccionan infancias y llenan de amor a sus niños, porque estos irrumpen en su vida y la transforman, la descolocan y la enriquecen. Y una infancia feliz, como diría Camus, hace adultos sin resentimientos.

"Estos días azules y este sol de la infancia". Es el último verso que escribió Antonio Machado.

lunes, 23 de septiembre de 2024

Cuando fuimos chicos y chicas de Preu



El sábado pasado pusieron en Cine de Barrio en la 1 la película "Los chicos del Preu". Dirigida por Pedro Lazaga en 1967, en ella actúan muchos de los actores conocidos de la época. Los chicos eran Emilio Gutiérrez Caba, María José Goyanes, Cristina Galbó, Óscar Monzón y unos jovencísimos Karina y Camilo Sesto, que entonces todavía se llamaba Camilo Blanes. Los mayores (padres y profesores) eran José Luis López Vázquez, Alberto Closas, Gemma Cuervo, José Orjas, Mary Carrillo, Luisa Sala, Margot Cottens, Rafaela Aparicio (siempre de criada) y un largo etcétera.

Dado que 3 años antes (curso 64-65) yo también fui una chica de Preu con 16 años y que esto es hoy materia de recuerdo y de nostalgia, no me perdí la película, haciendo a la vez un ejercicio de comparación. ¿Éramos así de saltarines nosotros? La primera escena, en la que aparecen los chicos corriendo desalados por la calle jajaja jujujú, me preparó para un no. Pero luego me tuve que confesar a mí misma que sí, que nos parecíamos. Les cuento.

Los chicos de mi Preu, igual que en la película, llevaban a clase chaqueta y corbata en ocasiones especiales, sobre todo a los exámenes. La foto inicial lo atestigua. Era en mayo de 1965 en el instituto de Santa Cruz, el único que existía entonces. No sé si se celebraba algo pero ahí estamos todos muy peripuestos.

En clase y en todos sitios se fumaba, no tanto a lo mejor como en la Facultad que vivíamos inmersos en una nube de humo tóxico, pero bastante. En la foto final, hay un alumno y dos profesores fumando. En la película (en el bar, en el estudio, en la discoteca) todo el mundo tiene un cigarro en la mano y no aparecen los raros (como yo, que nunca he fumado). 

A los profes se les llamaba de Don. En la foto final aparecen Don Gregorio, Don Leandro, Don Sebastián... pero también nos dieron clase Don Federico, Don Juan, Don Antonio, Don Basilio, Don Roberto... A algunos les poníamos nombretes (como El 4 y medio de Alberto Closas), pero con nombrete y todo, los respetábamos un montón. Eran señores mayores y ese año incluso a uno le dio un infarto en clase y se murió al día siguiente.

En los bailes les doy mi palabra de honor que se bailaba así, con saltitos y brazos serpenteantes, como en la película. Una de las chicas incluso sin música sigue haciendo contorsionismo. Solo que nosotros, en vez de en discotecas, organizábamos guateques en las azoteas de los amigos: picú, discos, bocadillos y sangría, y, hala,  a dar saltos (con algún baile agarrado en medio para hablar con el chico que nos gustaba).

Mi Preu, como el de la película, era mixto, la primera vez para mí que estábamos chicos y chicas juntos, después de los 10 años de colegio. Y también hicimos pandillas y amistades que perduran hasta hoy y excursiones y hasta un viaje de fin de curso a Lanzarote que  nos devolvieron los chicos de allí ¿Nos divertíamos? Claro que sí.

Había chicos en grupos musicales, como el de Camilo Sesto en la película. Y gente como él, que en Preu eligió otro camino. 

Era un curso duro porque se exigía mucho y nos jugábamos la entrada en la universidad. Y como en la película, fuimos juntos a ver las notas del examen final en la Facultad y los "no aptos" eran tantos como los "aptos".

Claro que había diferencias. Creo que ninguno trabajaba y menos cargando cajas en la recova, como hace el personaje de Emilio Gutiérrez Caba. Y tampoco había laboratorio de Química, no éramos tan avanzados. Pero éramos jóvenes y el amor, la amistad, la familia siempre son los temas eternos. Ni nos planteábamos que la vida tiene un plazo; al contrario, se extendía por delante de nosotros para hacer con ella lo que quisiéramos. Algunos de los que aparecen en las fotos nos convertimos con el tiempo en profesores, pero también hay un político, un notario, un farmacéutico... Hay quien murió joven y hay quienes todavía estamos aquí pensando en lo que fuimos y en lo que somos.

Me gustó la película.



lunes, 16 de septiembre de 2024

Pa lo que hay que oír...



Me mandan esta semana uno de esos memes en el que alguien supuestamente de mi edad se percata de algunas amargas realidades: que todo está más lejos, que los peldaños de las escaleras son mucho más altos, que la ropa la hacen ahora más apretada, que la gente joven es más joven que cuando yo lo era y que la gente de nuestra edad es mucho más vieja que yo, que los espejos ya no son tan nítidos como antes... En fin, todo eso que acompaña al paso de los años y de lo que eres consciente cuando el futuro se te achica.

Y a ver, no digo que no sea verdad para algunos, pero creo que todos deberíamos fijarnos y emular a Clint Eastwood que acaba de cumplir 94 años y sigue  tan pimpante trabajando delante y detrás de las cámaras. Cuando el cantante de country Toby Keith le preguntó que qué hacía para seguir activo y brillante a su edad, le contestó: "Cuando me levanto todos los días, no dejo entrar al viejo". Con esa frase, "No dejes entrar al viejo en ti", Keith compuso una canción. Y esa canción debería acompañarnos cada vez que nos levantamos por la mañana y nos miramos al espejo. Deberíamos prescindir de ojeras, despelujes y arrugas y decirnos lo de: "¡Mecachis, qué joven soy!".

Eso sí, de la lista de cosas que nos mandaron hay un cambio en la realidad con el que estoy totalmente de acuerdo: que no sirve de nada pedirle a la gente que hable más claro y más alto, porque todos hablan ahora tan bajito que no se les entiende casi nada. ¿Se acuerdan de aquella canción que decía: "Ansiedad de tenerte en mis brazos musitando palabras de amor..."? Pues yo no sé si son palabras de amor, pero musitar, ya lo creo que musitan.

Luego, a los amigos bienintencionados que me dicen que por qué no me pruebo un audífono, les tengo que aclarar que yo no es que esté sorda sino que son los demás los que musitan, murmuran y hablan como si estuvieran en la iglesia. ¡Si hasta los fuegos del Cristo de la semana pasada que para mí en otros tiempos eran atronadores y que los he oído siempre desde mi casa, 8 km. más lejos, ahora que los presencié cerca (imagen inicial), musitaban y eran ruiditos suaves...!

Y como si el universo conspirara para hacerme creer que estoy sorda, encima me mandan cartas a casa diciéndome que vaya a hacerme pruebas de audífonos gratis y me fríen a propaganda en revistas y redes. ¡Pero si yo tengo la sensibilidad auditiva de un zorro del desierto, que según me han dicho oye a sus presas en sus madrigueras!

Y, además, pa lo que hay que oír...

lunes, 9 de septiembre de 2024

Dos viajes, dos mundos



Plaza Vieja de Praga

Decía Mark Twain que "para adquirir perspectivas amplias, cabales y compasivas sobre los seres humanos y las cosas, uno no puede vegetar en un rinconcito del mundo toda su vida". Siguiendo este sabio consejo, dos de mis nietos (David, el de 19 años, y Julia, de 11) aprovecharon que el mundo está más abierto que nunca, salieron a verlo y llegaron de sus viajes respectivos el mismo día, el 29 de agosto. Cada uno me contó al día siguiente su experiencia. Esto es por temas lo que yo apunté, según me lo contaban:

¿Dónde fuiste y para qué?

Julia: A la República Checa. Fuimos a conocer un país nuevo y a pasarlo bien.

David: A Venezuela, a un pueblito que se llama Mariara en el Estado de Carabobo. Fui a hacer un voluntariado, a ayudar y a compartir mi tiempo con niños y jóvenes, sobre todo.

¿Qué ciudades o pueblitos conociste?

Julia: Praga y pueblitos de alrededor: Olomouc, Pustevny y Ostrova.

David: Caracas, Maracay y Valencia. Y algunos pueblos: Tinaquillo, San Carlos, Chichiriviche y Puerto Cabello. Y Mariara, claro.

¿Qué impresión te causaron? ¿Qué te gustó más? ¿Qué te gustó menos?

Julia: De Praga, el reloj de la Torre con el esqueleto que te dice: "Vas a morir", la Catedral con un órgano de dos pisos, el amanecer en el Puente Carlos donde tocan trompetistas, el Castillo, el Callejón de Oro. En Olomouc había otro reloj y otra Catedral enorme. Lo que menos me gustó fue el viaje en avión  porque perdimos en Madrid la conexión con Praga y tuvimos que ir por Varsovia.

David: No vimos casi nada de las ciudades por las que pasamos. Eso sí, en cada una había una plaza con una estatua de Simón Bolívar. Mariara, que es donde estuvimos casi todo el tiempo, es un pueblito casi todo de chabolas. Venezuela es un país precioso y tiene paisajes espectaculares pero todo lo que ha hecho el hombre está deteriorado, feo. Hasta los hospitales están en mal estado: plantas abandonadas, ascensores sin funcionar, oxidadas las camillas y sucios los carritos, seguridad cada dos metros pero pocos enfermeros, sin aire acondicionado salvo en zonas puntuales. Los enfermos llevan hasta sus sábanas o un ventilador. Las refinerías están abandonadas y cada dos por tres hay una explosión. Esto con los cortes de luz y que no había agua desde hacía un mes es lo que más negativo me pareció. Bueno, y que una noche oímos tiros muy cerca. Lo más positivo es la gente: amable, muy cercana, como si te conociera de toda la vida. Lo que hace bonito al país es su gente.

¿Dónde se quedaban?

Julia: En Praga en un apartamento cerca de la Plaza de Wenceslao. En Olomouc, en otro, mi habitación tenía una alfombra con pelitos. En Pustevny, que era zona de montañas, en unas cabañas. Y lo mejor, el último día de vuelta a Praga nos quedamos en un botel, un hotel-barco sobre el río Moldava. De la ventana se veía todo Praga.

David: En las casas que la comunidad con la que fui tenía, casas muy sencillas, habitaciones compartidas, sin aire acondicionado.

¿Y los transportes?

Julia: ¡En Praga cogimos un carruaje de caballos! ¡Y fuimos en tren hasta Olomouc y los vagones eran como los de Harry Potter! Para los pueblitos alquilamos un coche.

David: Nos llevaron en los coches de la comunidad.

¿Había muchas tiendas?

Julia: ¡Sí, y preciosas! Había una boutique llena de patitos de goma. Había jugueterías. Y una tienda grande de golosinas en donde unos gnomos sacaban de una fábrica vagones llenos de caramelos.

David: Las tiendas que había eran familiares, no vi centros comerciales. Eran tiendas de productos locales. Había también muchos vendedores ambulantes en bicicletas, vendiendo de todo, chicha o frutas o hasta vías médicas, y helados en neveritas.

¿Y las comidas?

Julia: Muy bien. En la Plaza Vieja comimos codillos que se asaban en un puesto. También eran buenísimos los helados, como uno de fresa y yogur con un macaron de fresa o un trdelnik, que es como una pachanga hueca llena de helado. Y en Pustevny comimos dumpling, que son bolitas de papas y queso de cabra. Y estuvo muy bien el desayuno del botel: tostadas de jamón y queso, huevos revueltos con salchichas, uvas y sandía.

David: Comíamos sobre todo arepas y pollo. Pero también cachapas, cocosetes (barquillos rellenos de coco), dulces... y lo mejor el pabellón criollo (caraotas con carne mechada y arroz y plátanos fritos). Riquísimo.

Experiencias para recordar:

Julia: La bañera de hidromasaje del apartamento de Praga; subir en telesilla en Pustevny y pasar por un puente colgante entre las copas de los árboles en el sendero de Valaska; el Parque Landek y las minas de carbón en Ostrava; un concierto de jazz; una exposición de armaduras; la Fiesta de la Espuma que hicieron el Día del Bombero...

David: Los campamentos, las clases con juegos, manualidades y canciones con niños y jóvenes, repartir comida a los sin techo los domingos, las caminatas por la selva en el Jarillo, los cayos y las playas, la afinidad de los venezolanos con los canarios, una entrevista que nos hicieron por la radio, el tiempo compartido con el grupo que fuimos ...

¿Volverían?

Los dos: ¡¡¡Sí!!!

Dos viajes, dos mundos, dos formas de mirar. Dos formas de crear recuerdos... a los que viajar.


Barrio de Caracas


lunes, 2 de septiembre de 2024

El tema final del verano



Para cerrar el mes de agosto y oficialmente el verano (porque, como dice mi amigo Juancho, septiembre sí que está ya aquí mismo), no crean que el tema estrella de la última semana ha sido alguno de los que este verano ha destacado la prensa. Ni las elecciones de Estados Unidos, ni Gaza, ni Venezuela, ni Ucrania y Rusia, ni el debate sobre la inmigración, ni la Eurocopa, ni los Juegos Olímpicos... Nada de eso. Lo que ha ocupado la atención del personal esta semana final del verano ha sido que para ligar hay que ir de 7 a 8 al Mercadona, poner una piña boca abajo en el carro y, si ves a otro u otra igual que tú paseando la piña, chocar sutilmente tu carro con el suyo... y ¡zas! El amor.

Las redes se han llenado de gente que comenta, que va, que vuelve, que se está hinchando de comer piña tropical aunque le dé acidez. Hay periodistas por fuera de Mercadona a las 7,30 preguntándole a los clientes y hay quien sale diciendo que las piñas se han agotado (¿Valdrán en lata?, pregunta otro). Hasta mi admirada oliva_sinhache, la humorista gallega, se apunta al tema en Instagram  y se la ve hablando con la dueña de un supermercado: "Noemí, ¿viste la moda que hay ahora de ir a ligar al supermercado?" -"Sí que la vi, sí" -"La gente no tiene vergüenza, algunos parece que están desesperados" -"Mira, llevas dos horas en la tienda. ¿Vas a comprar algo o vienes solo a pasear la piña?", le espeta la dueña.

Hay quien ve en todo esto la mejor maniobra de publicidad de Mercadona sin gastarse un euro. Y hay otros comercios que se apuntan a lo mismo. Leo en Facebook: "No tenemos pasillo del amor ni carritos chocando pero en Frutos el Riego tenemos Piña para enamorar de verdad y a la vez apoyas el comercio local de Zamora. Eso sí que es hacer un match". Me gustó también la reacción de Hiperdino que dice que, como en Canarias es una hora antes, la hora del ligue es de 6 a 7 y que, en lugar de una piña, ellos recomiendan una manilla de plátanos por aquello de la canariedad.

Ha sido la cosa tan apabullante que hasta El País pone un artículo firmado por Eva Güimil titulado "Enamorarse en el pasillo de los congelados" donde cuentan que el origen está en un vídeo de TikTok en el que la humorista Vivy Lin y su amiga Carla Alarcón explican que "al igual que los bares tienen una hora feliz, Mercadona tiene una hora para ligar". Lo llaman "El Tínder de Hacendado".

¡Cómo ha cambiado el cuento, Caperucita! En nuestros tiempos, sí, había unas horas para ligar (después del cine de los domingos) y unos sitios determinados (La Rambla, la Avenida de Anaga...), en donde paseábamos dando vueltas y esperábamos que ÉL se acercara a nuestra vera. Pero eran sitios mucho más románticos, con sus arboledas y su proximidad al mar, que el puesto de frutas y verduras o la pescadería de un supermercado.

Lo único bueno de todo esto es que, con todo el desbarajuste que hay en el mundo, es reconfortante ver que el ser humano no ha perdido las ganas de un buen vacilón, qué rico vacilón. Feliz fin de verano.

lunes, 26 de agosto de 2024

A Dios pongo por testigo



Una de las ventajas de hacerse mayor es que una se deja de tonterías. Y entre esas tonterías están las dietas. Lo comentaba el otro día con amigas y hay que ver la cantidad de dietas extrañas y "milagrosas" que a veces seguimos en la vida. 

Recuerdo una vez que le dio a todo el mundo por tomar solo sopa de cebolla y apio (¡puaff!), o el jugo de piña como principal alimento; o 12 vasos diarios de un mejunge que al parecer tomaba Beyoncé, a base de limonada, jarabe de arce y pimienta cayena. También sé de gente que en una temporada solo comía potitos de bebé, unos 14 al día y ya está. O comer solo carne, fuerte aburrimiento. Mi amiga Cae llamaba "el soponcio" a un guisote de cebollas, tomates y col que luego molía en la batidora y podías comer todo el que quisieras durante 7 días, al final de los cuales te permitían como una gracia especial comerte un huevo duro. Ella cuenta que solo aguantó 2 días y al 2º ya quería pegarse un tiro. ¿Y qué me dicen de la dieta de un solo color, el primer día alimentos todos blancos, el siguiente rojos, y luego verdes, naranjas, morados, amarillos y por último, un arco iris? Qué bonito, oye, pero qué necesidad.

Porque es que, además, haces una dieta, bajas peso y, al tiempo, vuelves a subir, el efecto yo-yó que le dicen. Lo mejor, lo sabemos bien, sería tener un buen metabolismo, como le pasaba a mi primo Mingo, que comía como una lima y no tenía ni un gramo de grasa, siempre delgado como un junco. Con razón tengo amigos que eso es lo que le piden a los reyes magos: ¡un metabolismo!

Y todavía mejor -y eso es lo que se aprende con la edad, además de comer de todo con moderación- es quererse a uno mismo. Me ha encantado la postura de dos personajes célebres respecto a su peso. Una es Nicola Coughlan, la actriz que interpreta a Penélope en Los Bridgerton, que cuando una reportera le dice que se necesita valentía para interpretar a personajes con un cuerpo "no normativo", ella le contestó con sorna que es lo que tiene pertenecer a la comunidad de mujeres con tetas perfectas. Y otra es la waterpolista Paula Leitón que, ante las críticas por su peso -que, por cierto, le resbalaban después de ganar un oro olímpico- dijo: "Sé cómo es mi cuerpo y lo quiero muchísimo".

Así que, amigas, a estas alturas de la vida ya hemos aprendido unas cuantas cosas:

Que uno de los grandes placeres de la existencia, que no hay que dejar que nos quiten por nada, es el comer y el beber bien: un pescado superfresco, asado perfectamente a la espalda, unas papitas arrugadas, un vaso de buen vino de la tierra... y dan ganas de volvernos poetas como Browning y decir aquello de "Dios está en el cielo y en el mundo todo marcha bien".

Que a no ser que Rubens se reencarne y vuelva a poner de moda las curvas voluptuosas y los michelines, mejor nos conformamos con lo que tenemos. Después de todo mi abuela siempre decía que nunca había oído lo de "¡Qué bonitos huesos!", sino "¡Qué bonitas carnes!".

Y que, si no queremos aburrirnos de comer porquerías y siempre lo mismo, de estar famélicas porque solo hemos tomado en el día verduritas y aguachirres, nos hagamos a nosotras mismas, tal como si fuéramos Scarlett O'Hara al final de Lo que el viento se llevó (en la imagen), un juramento sagrado levantando el puño hacia el firmamento y gritando: "¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!"

lunes, 19 de agosto de 2024

Aquellos y estos veranos


El País, durante el mes de agosto, está dedicando su última página a que diversas personas del mundo de la cultura evoquen "aquel verano" que sobresalga del fondo abigarrado de todos los veranos de nuestra vida. Leo a Juan Luis Arsuaga hablando del verano "que caminé hacia lo salvaje" (aunque lo único "salvaje" que hizo fue acampar en un cementerio); a Elvira Lindo que cuenta su "primera rebeldía"; a Jacobo Benareche "cuando me dejó Carolina" y lloró, mocos y gemidos, pero se consoló descubriendo que tenía "una buena historia en la que contar mi dolor"; a Jorge Valdano, el verano "de unos tipos devenidos en héroes" en el Mundial de México de 1986; a Rodrigo Cuevas, "que no sabía que sería el verano de mi vida" ("siempre desnudo, siempre lleno de arena, siempre sin pantallas"); a Andoni Luis Aduriz, "en busca de su identidad" en un campamento con juegos inventados, noches en tiendas de campaña, risas bajo las estrellas, zambullidas en el río, fogatas nocturnas... Hay veranos de viajes especiales (a China, a Japón, a París...) o de amores encontrados. Y hay veranos de pérdidas.

Quiere, además, la casualidad que estos días me esté leyendo una novela muy bonita, "Azul salado" de Marta Simonet, que es un canto de amor precisamente a aquellos veranos de su isla: una lectura curiosa, intrigante con un toque romántico y sobre todo sensual, llena de aromas y sabores de su Mallorca natal.

Por eso, llevada por estas lecturas, echo la mirada atrás y busco, yo también, algunos de mis veranos "especiales": ¿El verano del 65 en Bajamar, con 17 años, antes de empezar la carrera, lleno de citas, verbenas, baños, amigos que aún perduran, juegos y conversaciones por las noches en el banco frente al "Sheriff"? ¿O el del nacimiento de mi hija en el 72 cuando empecé a aprender el difícil oficio de ser madre? ¿O cuando en el 78 compramos el solar en el que ahora está nuestra casa y nos pasamos las vacaciones proyectándola y soñándola? Creo que todos los veranos han tenido algo diferente y único y que sería difícil elegir uno solo.

Pero este verano de 2024, el que vivimos ahora, no desmerece a los demás. Podemos elegir un día cualquiera de ejemplo: el día de la Virgen de agosto, el 15, día en que medio mundo va de peregrinaje a Candelaria por las rutas antiguas de la isla, caminando bajo las estrellas, mientras que el otro medio abarrota playa, montes y calles. Ese día yo elijo quedarme en casa, levantarme tarde y desayunar con calma, viendo las nubes bajar desde las montañas de Guamasa, derramándose sobre el valle. ¡Benditos alisios, que nos preservan del calor y nos permiten dormir bien! Todo es silencio alrededor, solo los pájaros y, de vez en cuando, el ruido lejano de un avión que sale de Los Rodeos.

Paso la mañana leyendo y, a la hora de la comida, decido hacer uno de mis platos preferidos, los calamares en salsa de mi madre. Cuando volvía de vacaciones a casa, en los tiempos en que estudiaba fuera, ella siempre me los tenía preparados, y hoy, el viejo recuerdo me hace añorarlos y prepararlos al estilo de ella. Pelo tomates, cebollas y ajos y, molido todo y en crudo, se lo echo a los calamares. Corto en la huerta un buen manojo de perejil y de tomillo, majo unos granos de pimienta negra y echo también al caldero pimentón, laurel y un pimiento morrón verde en lascas. Su vino y su aceite y al fuego, a burbujear y a dejar la casa oliendo a hogar (y a calamares).

Paso la tarde con mis nietos pequeños jugando al rummy y viendo una peli, y cenamos al fresco pizza casera, en el porche del patio ante una luna llena. Este día de verano, sencillo y feliz, resume todos los demás: estamos aquí, vivos y asomados a este mundo que, todavía a pesar de la edad, nos puede traer momentos sorprendentes y sabores antiguos y nuevos ¿Por qué no?

Dormimos en paz.

lunes, 12 de agosto de 2024

De mi casa se ve el mar



Cuando yo estudiaba en aquellos lejanos tiempos de los años 60, en mi Colegio Mayor había un buen grupo de sudamericanas de las que las canarias nos hicimos amigas enseguida por aquello de la afinidad. Y siempre nos llamó la atención que Mirta, la boliviana, cada vez que se cruzaba por el pasillo o por donde fuera con las chilenas, les decía: "¡Devuélvannos el mar!". Por ella nos enteramos de que Bolivia perdió la salida al mar tras la Guerra del Pacífico (1879-1884), en la que al final Bolivia tuvo que ceder a Chile el desierto de Atacama que daba acceso al Pacífico. Desde entonces hasta hoy (casi un siglo y medio más tarde), Bolivia sigue dale que te pego solicitando en todos sitios (hasta en los pasillos de un Colegio Mayor) esa ansiada devolución.

A mi pueblo, Tegueste, le pasa lo mismo que a Bolivia, que no tiene salida al mar, solo que en nuestro caso está rodeado por todas partes por La Laguna. Pero nosotros no protestamos ni reclamamos a la Corte Internacional de Justicia de La Haya, ni vamos por la calle diciéndole a todos los laguneros que veamos: "¡Devuélvannos el mar, so ladrones!". No, no. Los teguesteros están conformes con la situación por tres razones:

Una, Tegueste no tiene mar, pero desde aquí se ve el mar, un horizonte que nos abraza. En la imagen inicial se ve al fondo, un poco calimoso hoy pero ahí está, desde la azotea de mi casa (fue una condición que puse cuando buscamos un sitio donde vivir). Y como para celebrarlo, Tegueste en sus fiestas saca a pasear barcos en carretas tiradas por bueyes, reforzando su condición marinera a pesar de todo y recordando tal vez aquellos tiempos en que veían velas en el mar y se preparaban para posibles ataques de piratas.

Dos, es estupendo que el mar esté solo a 10 minutos y que, encima, se lo cuiden otros. Un periodista deportivo provocó risas y rechiflas cuando dijo que Pedri (que es teguestero), al debutar en la Selección española de fútbol, lo haría "como si te tomaras un vermut en la playa de Tegueste". Bajamar, La Punta del Hidalgo, Jóver... son "las playas de Tegueste" (que pertenecen, claro, a La Laguna), rocosas, eso sí, salvo El Arenal, pero para mí maravillosas con sus calas y piscinas naturales de agua clara y olor a algas. Desde el siglo XIX, La Laguna, igual que Eva la de Adán, está tentando a Tegueste con la manzana de la anexión, pero los teguesteros siempre han dicho que no, que una separación es muy bonita.

Y tres, los teguesteros encima presumen de que nunca tendrán playa ¿Para qué si prácticamente la tienen al lado? Un grafiti (firmado por @betoalaboquilla) en la pared del campo de fútbol a la entrada del pueblo lo proclama: "Bésame hasta que Tegueste tenga playa". Toda una declaración de intenciones que a mí  qué quieren que les diga, me parece una actitud más sabia que la de los bolivianos.




lunes, 5 de agosto de 2024

Siempre hay una primera vez



Leí una vez que las primeras veces están sobrevaloradas, que en muchas ocasiones se recuerdan borrosas y que para un niño o un joven no significan nada porque uno piensa que esa fuente, como todas las demás, no se va a secar nunca. Pero el fallo de ese razonamiento es pensar que las primeras veces están reservadas solo a la infancia o la juventud. Lo asombroso de la vida es que, aunque se llegue, como yo, a una cierta edad (¿se han fijado que nosotros, los mayores, somos los que tenemos "una cierta edad"?), siempre, siempre hay lugar para las primeras veces.

Esta semana tuve una de esas primeras veces. Por primera vez presenté una exposición de pintura y lo hice en el Club Náutico de Bajamar (imagen inicial).  Ya había presentado libros, ya había presentado a autores que venían a dar una conferencia al Instituto... pero yo, que no soy especialista en arte, nunca me había metido en semejante berenjenal. Pero el pintor, Quico Purriños, fue uno de mis primeros alumnos hace ya 52 años y es ahora un amigo muy querido y ¿quién le dice que no? Así que hablé de que, por lo menos, tuve un excelente profesor de Arte en la carrera, Don Jesús Hernández Perera, que me enseñó a mirar y a disfrutar de una obra de arte; rememoré mis domingos por la mañana en Madrid cuando iba al Museo del Prado a sentarme ante El jardín de las delicias de El Bosco o los grabados de Goya, y les dije a los oyentes que mi criterio en una exposición es pararme ante un cuadro que me transmita algo -paz, inquietud, serenidad, curiosidad...- y decirme a mí misma. "Pues oye, este cuadro no me importaría llevármelo a casa, ponerlo en tal sitio y no cansarme de contemplarlo jamás" (ante lo cual Quico anunció: "Están en venta, eh"). Hablé de la genialidad creativa de Quico, de la libertad de hacer una obra a la altura de nuestros sueños y de la pasión que le pone. Y hablé de nosotros, los espectadores, que terminamos la obra que él empieza y le añadimos nuestras expectativas, sueños y deseos, nuestras luces y sombras.

Lo bueno de esta primera vez, además de estar en un ambiente cómodo, rodeada de gente agradable y hasta de antiguos alumnos que no había visto en muchos años (¡Qué alegría, Pepe, Antonio, Beatriz, Pedro...!), es que te convences de que cualquier edad es buena para primeras veces. Mi hija (51 años) acaba de hacer un viaje por primera vez a Malasia; mi hermana (71 años) ha visto por primera vez las impresionantes fuentes del Nilo en Uganda; mi nieto (19 años) se prepara para su primera experiencia en voluntariado. Y no hay nada como esa primera vez, sea la que sea, ni siquiera las segundas veces. Nadie nos quita la bisoñez, la curiosidad, la inocencia con las que afrontamos las primeras veces.

Así que les deseo un verano lleno de primeras veces. La primera vez que vean el rayo verde al atardecer, la primera vez que vean una película que nunca olviden, la primera vez que escuchen una música que les llegue al corazón, la primera vez que vean, qué sé yo, el Partenón, por ejemplo, o el David de Miguel Ángel.

Ah, y si no han visto la obra de Quico, pásense por el Club Náutico de Bajamar. Estará expuesta hasta el  25 de agosto. Es creativa y original y el entorno es precioso, frente al mar infinito del norte. Tal vez allí vuelvan a sentir la emoción de toda primera vez.

 

lunes, 29 de julio de 2024

¡Organícense!



Este título es el final de un chiste verde que no pienso contar porque ya lo destripé diciendo cómo termina y porque fui una niña de colegio pago y no cuento esas cosas. Pero a cuenta de eso, voy a hablar de otro tipo de organización, la de aquellos a quienes preguntamos siempre: "Pero ¿cómo haces para que te dé tiempo de todo?".

Ahora a los que no nos da tiempo de nada nos llaman procrastinadores, un derivado del verbo procrastinar, que en mis tiempos no existía y que significa "posponer deliberadamente tareas importantes pendientes a pesar de tener la oportunidad de llevarlas a cabo porque se tiene el tiempo y la ocasión". Es decir, somos los que dejamos para mañana lo que podíamos haber hecho hoy.

Enfrente están los que ejercen el time blocking (otra cosa que tampoco existía en mi juventud) y que básicamente es el ¡organícense! del título. Por ejemplo, mi hija, Ana González Duque, que es la persona más organizada que conozco, es escritora, editora, lectora editorial y tiene una empresa de Marketing online para escritores (MOLPE) ¿Cómo puede con todo? Pues tiene una plantilla (por colores) en la que cada semana apunta hora por hora lo que va a hacer cada día y lo cumple a rajatabla. Le pedí que me mandara, por ejemplo, lo que hizo un día concreto, el martes 9 de julio, y la cosa fue tal que así:

A las 7, levantarse y desayuno. De 7,30 a 8,30, caminar (mientras oye un audiolibro). De 8,30 a 9, ducha. De 9 a 9,30, corrección de textos (manuscritos, editoriales...). De 9,30 a 10,45, grabación del episodio del podcast (entrevista a un escritor). De 10,45 a 13, escribir. De 13 a 15, limpieza de la casa y comida. De 15 a 17, trabajo de edición de libros médicos con Anestesiar (una Fundación de formación para anestesistas). De 17 a 19, 2 horas de sesiones de estrategia de marketing para escritores. De 19 a 20, 1 hora de su programa de formación para escritores profesionales. A partir de las 20 horas, tiempo libre para estar con la familia, leer, cenar... Cada día es distinto y solo es igual el tramo de 2 horas de escritura, que los viernes son 3. Ha escrito un libro, "Productividad para escritores", sobre métodos para organizarse y la clave es priorizar las cosas que son importantes y dejar hueco para los imprevistos.

Comparemos ese mismo martes en mi caso. De 8 a 9,30, levantarme y desayunar despacio, mirando la niebla que baja desde las montañas de Guamasa. De 10 a 11, pilates, único momento del día con horario (porque no hay más remedio). Después de las 11, ir a La Laguna, aparcar, caminar un rato y coger el tranvía a Santa Cruz. A la 1, tomar el aperitivo en la Plaza del Príncipe. A las 2, comida en un argentino con mis amigas del colegio. Sobre las 7, volver. Cenar, ver algo de tele, ducharme, leer en la cama... Los buenos propósitos de ordenar el garaje, los libros, los armarios... se posponen. Y a procrastinar como una loca.

Y eso no puede ser. Porque otros días hago siesta posdesayuno y posalmuerzo y, además, sin remordimientos, que es peor. Así que me he propuesto pedirle prestada la plantilla a mi hija, hacer yo también eso del time blocking y tener todo al día. Por lo pronto, lo que he hecho es desempolvar un machanguito que tenía en otros tiempos en mi librería (imagen inicial) y volver a ponerlo a ver si me motivo. Como ven, en el cartelito dice: "Voy a organizarme. Un día de estos empiezo".

lunes, 22 de julio de 2024

Con los cucuruchos no se juega



Con todo esto del cambio climático y las estaciones corridas de sitio ya ni se sabe cuándo empieza el verano. Recorté un chiste de Forges publicado en junio de 2013 en el que se ve  a un pobre hombre -chaquetón, gorra y bufanda- , pisando charcos bajo una lluvia torrencial y diciendo: "Jo, por fin... ya era hora de que llegara el verano".  No, no se sabe cuándo hará su aparición la más brillante de las estaciones, pero sí que es verdad que alrededor de la noche de San Juan ya se huele a verano: las hogueras, las fiestas, los voladores, las romerías... empiezan por esa época y ya no paran hasta octubre y a veces más allá.

El verano es el tiempo de la pereza, de las vacaciones, de las noches estrelladas, de las mesas al aire libre, de tardes de lectura sin nada más qué hacer, de ir a bañarte en el mar, de las frutas maduras listas para mermeladas, de dormir sin edredones. Y es, sobre todo, el tiempo de los helados. Recuerdo otra historieta de Mafalda: Felipe le lee el periódico anunciándole desgracias: que la situación internacional es sumamente crítica, las probabilidades de un conflicto bélico generalizado aumentan día a día, el armamentismo crece de forma alarmante... Y ella, comiendo un helado, lo único que dice es "¿Ajhá?", "¡Mira vos...!" y "¡Slurp!". Y al final: "Perdón, Felipe, pero mientras tomo un helado se me desdibuja el mundo ¿Vos me hablabas?". Y esa es la pura verdad, cuando una toma un helado el mundo y sus males desaparecen y nos centramos en ese instante de puro placer. 

Volver a los veranos de atrás es verme comiendo un cucurucho de helado de turrón en la Heladería Marpi a la salida del Cine Víctor; o un corte de vainilla después del baño en Las Teresitas en un carrito que había a la salida de San Andrés; o los miles de helados que comíamos en "La Flor de Alicante" y "La Alicantina" a la hora del paseo por la Avenida de Anaga.. Y más tarde, en Madrid, recuerdo unos helados riquísimos de una heladería que había por Rosales... Y por no hablar, Santa Madonna, de los helados italianos que nos mandamos en la Plaza Navona de Roma. ¡Con razón los milaneses han protestado (la guerra del cucurucho, le dicen) porque el Ayuntamiento prohibió su venta entre las 12 de la noche y las 6 de la mañana! ¡No sin mi gelato, así sea de madrugada, faltaría más! El helado es el símbolo del verano, no en vano en la película "Vacaciones en Roma" lo primero que hace el personaje de  Audrey Hepburn, cuando escapa del palacio, después de cortarse el pelo, es comprarse un helado y saborearlo sentada en los escalones de la Plaza de España. ¡Slurp, que diría Mafalda!

Así que hoy, que ya estamos en pleno verano, con olas de calor y toda la pesca, en su homenaje les voy a dar, sin que sirva de precedente, la receta de un helado que hago y siempre triunfa. Me la dio mi amiga y compañera Nani en aquellos recreos que nos sabían a gloria cuando trabajábamos. Lleva por lo tanto su nombre. Este es el Helado Nani:

Se bate primero una lata de Nata Ermol, después se añade y se sigue batiendo otra lata de leche condensada, después 5 yemas una a una y al final ralladura de limón, una copita de Amaretto y las 5 claras a punto de nieve. 8 horas como mínimo al congelador. Una variación es hacerlo con ralladura de naranja y Cointreau en lugar de Amaretto. De las dos formas es bocatto di cardinale.

P.D.: Al final el alcalde milanés reconoció el derecho de los milaneses a comer helado dónde y cuándo deseen. ¡Con los cucuruchos no se juega!. 

Buen verano.

Carritos de venta del helado de la Horchatería Valenciana, la primera de Canarias



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